FERNÁNDEZ
MANRIQUE, Manuel Juan
[Condemios de Arriba, 1828 / Madrid, noviembre de 1861]
Manuel Juan Fernández Manrique nació en 1828 en el pueblo de Condemios de
Arriba, al norte de la provincia de Guadalajara, y falleció en Madrid en
noviembre de 1861. Su familia era una de las más ilustres de su comarca natal y
ocupó diversos cargos institucionales de importancia durante las primeras
décadas del siglo XIX; con el mismo nombre y apellidos hubo un canónigo que en
1813 fue diputado a Cortes por Guadalajara y miembro de la primera Diputación
Provincial de Cuenca.
No era tan halagüeña la situación económica de su padre, Juan Pedro
Fernández Manrique, que en 1845 se dirigió al Ayuntamiento de Atienza, donde
residía, explicando que era “pública y notoria la escasez de recursos” que padecía,
hasta el punto “de sufrir las mayores privaciones, siéndole imposible de modo
alguno sostener el lugar y rango que por su familia le corresponde”, escenario
lamentable que el alcalde atencino reconocía al informar en 1845 que, aunque
pertenecía a una “de las familias principales y más distinguidas que ha habido”
en Atienza, “por razón a las circunstancias, desde principios de siglo han
venido tan a menos sus intereses y fortuna, que en la actualidad es un pobre
como se titula, sin conocer otros recursos más para subsistir que la única casa
en que habita”.
Sus estudios
Realizó sus primeros estudios en el Seminario conciliar de San Bartolomé
de Sigüenza, donde estuvo matriculado desde 1837 hasta 1839 sin llegar a
recibir las órdenes sacerdotales; este último año se instaló en Valladolid con
el propósito de cursar allí la carrera de Derecho, aunque en 1840 se trasladó a
Madrid para proseguir sus estudios en la Universidad Literaria de la capital
del reino, pasando a residir en el número 3 de la Plaza de la Villa. Las
privaciones de su familia dificultaron sus estudios superiores, y en la citada
exposición al Ayuntamiento de Atienza, su padre se quejaba con amargura que
llegaba “a tanto su penosa situación de no poder sostener la carrera de
Jurisprudencia a su hijo único”, y que éste “para proporcionarse sus escasos
alimentos y no verse precisado a abandonar la carrera, tiene que sujetarse a
escribir en cualquier establecimiento y, por medio de un trabajo ímprobo,
adquirir su más penosa subsistencia”.
A pesar de que sabemos que algunas veces no pudo afrontar los gastos de
la matrícula universitaria antes de su vencimiento y que en otras ocasiones
tuvo que realizarlo abonándolo en varios plazos, finalmente obtuvo el grado de
Bachiller en Leyes en noviembre de 1845 y se licenció en Derecho el 11 de julio
de 1846, habiendo obtenido nota de sobresaliente en todos los cursos. Una vez
terminados sus estudios, ejerció como abogado en Madrid hasta su fallecimiento.
Su actividad
política
Siendo aún muy joven sintió inclinación por la escritura y en 1844
publicó el primer volumen de Cristina.
Una historia contemporánea, una obra que estaba dedicada a la antigua
regente y madre de Isabel II, la reina María Cristina de Borbón. Al año
siguiente vio la luz un segundo tomo, ambos editados por la Sociedad Literaria
de Madrid en la imprenta que en la calle San Roque tenía Wenceslao Ayguals de
Izco, un literato hoy poco apreciado pero que con su novela María o la hija de un jornalero inauguró
en 1845 la literatura social contemporánea en lengua castellana.
La extensa biografía de la Reina Regente, de la que Manuel Juan Fernández
Manrique era autor, se publicó en un momento afortunado, que otros considerarán
oportunista, pocos meses después de que en 1843, tras la caída del general
Baldomero Espartero, los moderados iniciasen una larga etapa de gobierno bajo
el liderazgo del general Ramón María de Narváez, que permitió que María
Cristina de Borbón volviese de su exilio y recuperase la tutela efectiva, que
no legal, de su hija, que juró la Constitución y comenzó su reinado efectivo el
23 de julio de 1843.
El autor, que no esconde su simpatía por la reina y su afinidad con el
partido moderado, reconoce ese papel tutelar de la reina madre, y afirma que
"la ilustre Princesa, cuya historia nos proponemos trazar, inauguró
nuestra regeneración política; y combinando su existencia con la de esta
última, la dio impulso, fomento, vida". Y aún añade más adelante:
"María Cristina, lo repetimos, ha influido sobrado directamente en la
suerte de nuestro país […] un nombre que ha presidido a los combates, alentado
al noble y esforzado soldado para obtener inesperados triunfos; un nombre que
se ha invocado en las grandes crisis, en las terribles conmociones que parecían
tender a destruir los cimientos de una nación", un papel que estaba lejos
de lo que se esperaba de un monarca constitucional, y mucho más si sólo era
regente.
Más allá del éxito que le brindó la oportunidad política del momento, no
debió de tener mucho éxito con esta primera obra, pues no volvió a publicar
ningún otro libro de historia, aunque sabemos que comenzó una Historia militar de España en el siglo XIX,
obra que dejó inacabada pero en la que trabajó varios años, pues llegó a
solicitar y obtener del Ministerio de la Guerra que “se le faciliten los planos, memorias y noticias que
necesite para la redacción de la obra [...] pero con la restricción de que esta
gracia no sea extensiva á los planos y documentos que a juicio de los jefes de
las expresadas dependencias tengan el carácter de reservados”, según una
Circular que el citado Ministerio dirigió al Capitán General de Castilla la
Nueva y que estaba fechada el 20 de octubre de 1852.
Mantuvo, sin embargo, una marcada afición por los asuntos políticos que
canalizó a través de la prensa, colaborando activamente con diversos periódicos
y revistas, entre las que destaca El
Occidente, un reconocido portavoz del partido moderado del que era
propietario Cipriano del Mazo y de cuya redacción formó parte Manuel Fernández
Manrique, junto a otros personajes destacados como Luis González Bravo, hasta
que tuvo que abandonar temporalmente la capital del reino para cuidar de su
delicada salud.
Restablecido de su enfermedad, siguió vinculado a la prensa moderada, y
podemos encontrar artículos suyos en varias publicaciones, entre las que
destaca el diario La Época, uno de
los más importantes de su época. También lo hizo como abogado, y por eso en
1858 ejerció como representante de Dionisio López Roberts, director de El Diario Español, en su demanda contra
Manuel Franco, editor del periódico absolutista La Regeneración, consiguiendo para su representado las
explicaciones públicas suficientes para que el enfrentamiento entre uno y otro
medio de comunicación no llegase a los tribunales.
Sin embargo, no parece que se viese tentado por la política institucional
y no ocupó ningún cargo ni de representación ni administrativo, a pesar de su
relación con el partido moderado, que gobernó el país durante tantos años. El
único rastro que hemos encontrado de activismo político fue su firma junto a la
del diputado alcarreño Manuel Ortiz de Pinedo y
algunos políticos más en una petición de indulto para Nicolás Chapado, un
guardia con una intachable hoja de servicios y condecorado en combate que fue
condenado a muerte por enfrentarse a un sargento que le maltrataba; finalmente,
el indulto de la reina llegó a tiempo.
Su obra como
jurisconsulto
Manuel Juan Fernández Manrique destacó por ser el autor de dos
importantes obras de carácter teórico y espíritu práctico: un Diccionario de Hacienda y, sobre todo,
sus Elementos de Derecho Público Español,
que se publicaron por entregas a partir de la primavera de 1847, con el
propósito declarado de completar dos volúmenes con 20 ó 24 entregas, cada una
de las cuales tendría 16 páginas y se vendería al económico precio de un real.
La obra recibió generosos elogios en la prensa de su tiempo y, por ejemplo, El Eco del Comercio comentaba que “esta
obra, cuya utilidad é importancia se manifiestan con la sola enunciación de su
titulo, creemos la hará más recomendable á nuestros abogados la circunstancia
de no haber en España, y principalmente en esta corte, otra original que abrace
la multitud de principios que se han emitido por los jurisconsultos de más
crédito y que discuta los inconvenientes de algunas opiniones que el progreso
intelectual de esta época ha modificado. Todo esto, unido al buen concepto que
su joven autor ha sabido adquirirse, hace esperar que la obra anunciada sea
favorablemente recibida por el público”.
Esta buena opinión se mantuvo a lo largo del tiempo, y al año siguiente,
con motivo de la publicación de una nueva entrega, se podía leer en El Espectador: “por ahora nos limitaremos á decir que si el señor
Manrique emplea en lo sucesivo el mismo criterio, la misma atención asidua y
laboriosa que hasta aquí, no dudamos en asegurar que su obra alcanzará un
porvenir brillante y dará un impulso necesario á los estudios sociales y
políticos tan importantes como poco atendidos entre nosotros”.
Un criterio que compartía El Popular,
señalando que “en lo que va publicado de esta obra abundan las consideraciones
filosóficas y se notan un
estilo nervioso y didáctico y un método severo que facilita mucho la
comprensión de las doctrinas”.
Sin embargo el ritmo de la edición de las diferentes entregas era tan
lento que, más de un año después de su aparición, la obra estaba lejos de
culminarse y ya se oían algunas quejas: “Su lectura nos ha hecho
concebir la esperanza de que esta clase de producciones se eleven en nuestro
país á la altura á que han llegado en otros pueblos de Europa. ¡Mas al observar
la lentitud con que el señor Manrique la imprime, podremos considerar muy
dichosos á nuestros nietos si tienen la fortuna de alcanzar su conclusión!”, decía con ironía El Clamor Público.
En abril de 1859 dio a la imprenta su Diccionario de Hacienda, obra también por entregas con artículos dispuestos
por orden alfabético en los que se trataba cada concepto desde una triple
visión: doctrinal, histórica y preceptiva. Se abría con los correspondientes a
“Acuñación de monedas” y
“Administración de la Hacienda”, y quizás
escarmentado por los retrasos en las entregas de sus Elementos de Derecho Público español, para el Diccionario de Hacienda se impuso un ritmo más constante, y cada
mes salió de la imprenta una nueva entrega: la tercera en abril, la cuarta sobre
la “Administración de Aduanas” en mayo, en junio la quinta entrega ese verano
la sexta y séptima y en septiembre la octava, dedicada a los “Administradores
de Hacienda”, y en octubre y noviembre la novena y décima entrega. Sin embargo
su muerte prematura le impidió completar su obra.
También este Diccionario recibió generosos elogios en
la prensa. En El Clamor Público se
decía que su “utilidad es incontestable sí se tiene presente que se reúnen
metódica y ordinariamente las numerosas disposiciones rentísticas que rigen
cada uno de los ramos de hacienda”, y añadía que “este trabajo revela un
profundo estudio, un criterio muy exacto en las materias económicas, y grande
perseverancia en su autor para marcar el origen de cada asunto rentístico, y
sus articulaciones en la escala del tiempo, siguiendo con observaciones
atinadas las lagunas que alguna vez se advierten en nuestra historia y en
nuestra legislación”, calificando el proyecto como “una verdadera enciclopedia
de Hacienda”.
JUAN PABLO CALERO DELSO
JUAN PABLO CALERO DELSO
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