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jueves, 28 de julio de 2022

NARCISO MARTÍNEZ IZQUIERDO

MARTÍNEZ IZQUIERDO, Narciso

[Rueda de la Sierra, 29 de octubre de 1830 / Madrid, 19 de abril de 1886]

Narciso Martínez Izquierdo nació en el pueblecito de Rueda de la Sierra el 29 de octubre de 1830, en una familia de modestos campesinos del Señorío de Molina. Su padre, Andrés Martínez, era de Rueda de la Sierra y su madre, Ángela Izquierdo, de Campillo de Dueñas. Falleció en Madrid el 19 de abril de 1886, asesinado en la escalinata de entrada de la catedral madrileña, cuya sede episcopal ocupaba.

Estudio dos años de latín en Molina de Aragón, y desde allí marchó a Sigüenza para ingresar en el Seminario seguntino donde permaneció entre 1853 y 1855, marchando en 1856 a la Universidad Central de Madrid, concluyendo sus estudios con los grados de Bachiller en Filosofía y en Teología con las mejores notas. Posteriormente, se trasladó a Toledo para ampliar sus estudios y ganó los grados de Licenciado en Derecho Canónico y Doctor en Teología, también con las máximas calificaciones.

El día 11 de abril de 1857, con veintiséis años de edad, fue ordenado sacerdote y permaneció en el Seminario seguntino como profesor. Hasta que en 1864 ganó unas oposiciones a canónigo magistral de la catedral de Granada, ocupando en esa diócesis andaluza la dirección de su Seminario. Durante los primeros meses del Sexenio Revolucionario se puso a prueba su valía personal, y se enfrentó a las nuevas autoridades democráticas para conservar los fondos del Seminario y para salvaguardar al obispo; mientras tanto, fue nombrado canónigo arcediano de Granada.

Su acción política

Como a tantos católicos hasta entonces despreocupados de la vida política, las transformaciones sociales del Sexenio Revolucionario les motivaron para salir en defensa de la Iglesia Católica, que veían amenazada, y para hacerlo desde las filas del carlismo, que mostraba una oposición más radical al nuevo régimen. Se presentó como candidato en las elecciones que tuvieron lugar el 8 de marzo de 1871, convocadas por el rey Amadeo I de Saboya que desde el mes de enero ocupaba el trono español. Aspiraba a ocupar el escaño por su circunscripción natal del Señorío de Molina y lo hacía con el aval del partido carlista, que tras el fracaso insurreccional de 1869 había optado, aparentemente, por las vías políticas exclusivamente.

Aprovechando el amplio apoyo del Carlismo en el Señorío y su popularidad entre sus paisanos, fue elegido diputado con el respaldo de 4.366 molineses y desde el 5 de mayo se sentó en el Congreso de los Diputados. A pesar de su ideología tradicionalista y de su cerrada defensa de los privilegios de la Iglesia Católica, Narciso Martínez Izquierdo mostró una cara más amable y menos intransigente del carlismo que uno de sus más conocidos portavoces parlamentarios, el también canónigo Vicente Manterola, que como diputado por San Sebastián había representado al carlismo más integrista y montaraz en la anterior legislatura. Así, el debate celebrado en octubre de 1871 sobre la ilegalización de la Primera Internacional le permitió mostrar lo avanzado de sus ideas sobre la cuestión social. Cesó en sus funciones el 24 de enero de 1872 con motivo de la disolución de las Cámaras. En la siguiente convocatoria electoral, el 3 de abril de 1872, el candidato carlista Ángel Herráiz Bedoya fue elegido diputado a Cortes por Brihuega, pero no se incorporó porque el Carlismo abandonó la vía política el día 14 de abril de ese año.

El 16 de enero de 1874 fue designado obispo de la diócesis de Salamanca, siendo finalmente consagrado el 1 de febrero de 1875. Fue el presidente de la República, Emilio Castelar, quien propuso en diciembre de 1973 que Narciso Martínez Izquierdo ocupase la sede episcopal salmantina, pues había coincidido con él en las Cortes de 1871 y, a pesar de sus profundas diferencias ideológicas, quedó gratamente impresionado por su elocuencia y capacidad intelectual.

Su investidura como obispo y la restauración de la monarquía tras el golpe de Estado del general Arsenio Martínez Campos, que devolvía a la Iglesia su tradicional influencia y poder, no le apartaron de la actividad política e institucional. El 2 de febrero de 1876 se celebró en el salón de la Diputación Provincial de Guadalajara la elección de los Senadores de la provincia alcarreña para el nuevo período de sesiones. De los 433 electores con derecho al sufragio, lo ejercieron 389, obteniendo una amplia victoria los candidatos conservadores: 336 papeletas para Domingo Benito Guillén, 322 para Narciso Martínez Izquierdo, que ya no se identificaba como carlista, y apoyos notablemente menores para otros candidatos electos: 287 para Amaro López Borreguero y 247 para Manuel Antonio de Acuña y Dewite, marqués de Bedmar. El 2 de marzo de 1876 hizo su juramento y se incorporó a su escaño de senador.

El 6 de abril de 1877 fue de nuevo elegido senador, pero en este caso no lo fue por su provincia natal, sino que acudió a la Cámara Alta en representación del Arzobispado de Valladolid, una elección sencilla pues sólo trece compromisarios tenían derecho al voto y nueve de ellos le eligieron como senador. El 14 de junio de 1877 envió una carta al Senado disculpándose por no haberse incorporado todavía a las sesiones, y alegaba “las continuas y graves ocupaciones del cargo episcopal han hecho que no haya podido presentarme y llenar tan honroso cometido”, y aunque aseguraba que se incorporaría muy pronto no prestó juramento hasta el 8 de mayo de 1878. Fue reelegido para el mismo escaño en las legislaturas de 1879-1880, según acta electoral del 3 de mayo de 1879, y de 1881-1882, elegido en el proceso electoral celebrado el 2 de septiembre de 1881.

Su acción parlamentaria en el Senado de la Restauración siguió estando, en todo momento, dedicada a defender los privilegios de la Iglesia Católica y el ejercicio por los eclesiásticos de una censura moral sobre la legislación de la monarquía liberal. Así, por ejemplo, defendió ardientemente la obligatoriedad de la enseñanza católica y sostuvo la prohibición del matrimonio civil, abandonando su escaño en 1882 después de que éste fuese autorizado por el liberal Práxedes Mateo Sagasta.

Su labor pastoral

El 27 de marzo de 1885, a los cincuenta y cuatros años de edad, fue nombrado obispo de la recién creada diócesis de Madrid-Alcalá, establecida por el papa León XIII y de la que fue su primer prelado. Se reconocía así la importancia de la capital del reino que, como todos sus contornos, seguía hasta entonces bajo el gobierno del arzobispado de Toledo, aunque hacía prácticamente trescientos veinticinco años que Felipe II había establecido allí su corte y el centro de su Imperio.

La realidad pastoral de la nueva diócesis era deplorable; el nuevo obispo escribía el 3 de abril de 1885 una carta en la que se lamentaba: “Solamente el estado de esta población es para aterrar, Me aseguran que mueren más de un 70 por 100 sin Sacramentos, dependiendo esto principalmente de que la cura de las almas es muy escasa, mal dispuesta y sin dotar”. Afirmaba que por tres veces había rechazado el nombramiento, pero que la obediencia y fidelidad al Papa, que había mostrado su disgusto por el rechazo, le forzó a aceptar esta responsabilidad.

El 2 de agosto de 1885 llegaba Narciso Martínez Izquierdo a Madrid y en el altar mayor de la Iglesia del Sacramento, junto a la Calle Mayor, prestó su juramento ante el arzobispo de Valladolid como primer obispo de Madrid. No entró en buena hora en la diócesis madrileña, que en esos días era víctima de una epidemia de cólera, de las más graves que padeció la Península en todo el siglo XIX, y a las carencias de la acción pastoral se sumaban las urgencias de una emergencia sanitaria.

Respondió con el habitual recurso a la caridad de los ricos, “puso todos los medios posibles para socorrer a los atacados, llevando el consuelo al lecho del dolor, abriendo suscripciones para remediar muchas necesidades, y aún dedicando sus propios bolsillos para que nada faltase a los carentes de fortuna”, y a las plegarias de los pobres; así se podía leer en la prensa: “Se acordó, en principio, celebrar una gran rogativa por las calles de esta capital para pedir al Todopoderoso se apiade de los habitantes de España, que sufren los rigores de la epidemia. Dicha ceremonia será presidida por el nuevo Prelado”.

Aquéllas fueron fechas de luto para todos los españoles, y ni siquiera la Familia Real se libró de la fúnebre llamada de la muerte; el 25 de noviembre de 1885 moría el rey Alfonso XII y, como obispo de Madrid, le correspondió a Narciso Martínez Izquierdo asistirle en su lecho mortuorio y celebrar su misa de funeral corpore insepulto en la basílica del Real Sitio de El Escorial.

El 19 de abril de 1886, cuando aún no llevaba un año al frente de la diócesis, falleció como resultado de un atentado del que fue autor el cura Cayetano Galeote Cotilla, un sacerdote irascible y violento que el día 18 le disparó tres tiros en la escalinata de la catedral madrileña de San Isidro cuando la nueva diócesis se aprestaba a celebrar por primera vez el Domingo de Ramos. Mientras caía herido de muerte el prelado sólo acertó a decir a su asesino “¡Dios te perdone!” y, a causa de su extrema gravedad, se le trasladó a una estancia que se habilitó junto al atrio de la catedral madrileña, y falleció al día siguiente, treinta horas después del atentado. En sus últimas horas fue atendido por el doctor Juan Creus Manso, otro guadalajareño de pasado carlista, que en el momento del atentado estaba casualmente en el interior del templo catedralicio.

El cura Galeote alegó en su defensa ser víctima de oscuras persecuciones en las que participaba el obispo Martínez Izquierdo, aunque en realidad se sentía perjudicado por las reformas emprendidas por el obispo, fue juzgado y condenado a la pena de muerte. La reacción de la opinión pública, que parecía ser incapaz de asumir que un sacerdote asesinase a su obispo, forzó un nuevo dictamen médico, que determinó a la justicia a recluir a Cayetano Galeote a perpetuidad en el manicomio de Leganés, donde falleció en 1922.

En Madrid y en Molina de Aragón se puso su nombre a sendas calles y en su pueblo natal de Rueda de la Sierra se levantó un pequeño monumento en su honor.

JUAN PABLO CALERO DELSO