Licencia de uso y reprodución

El contenido de las biografías publicadas en este Diccionario Biográfico de la Guadalajara contemporánea es propiedad de sus autores, cuyo nombre aparece al pie de cada texto.
Los textos y las imágenes que los acompañan se publican en el blog bajo licencia Creative Commons, que autoriza a copiar y distribuir su contenido, con o sin modificaciones, para uso público o privado, siempre que no se use para fines comerciales y que se cite a los autores y la fuente de procedencia.
Archivo:CC-BY-NC-SA.png

lunes, 28 de marzo de 2022

MIGUEL FLUITERS CONTERA

 FLUITERS CONTERA, Miguel

[Guadalajara, 19 de julio de 1874 / Guadalajara, 24 de diciembre de 1952]

Anacleto Miguel Fluiters Contera nació en Guadalajara el 19 de julio de 1874 y falleció en la misma ciudad el día 24 de diciembre de 1952 bajo el manto de la Virgen del Pilar, siendo enterrado al día siguiente en el cementerio de la ciudad arriacense.

Los Fluiters fueron una de las familias de tejedores católicos holandeses que el barón de Ripperdá se trajo desde Leyden para trabajar en la Real Fábrica de Paños de Guadalajara en 1719. Como no se cumplieron las ventajosas condiciones laborales con las que fueron atraídos a España, los tejedores holandeses organizaron diversas huelgas entre 1719 y 1730, que quizás fueron las primeras que se convocaron en una fábrica en nuestro país, cuyo resultado no debió de ser muy satisfactorio, pues los holandeses retornaron a su país con la excepción de las familias Fluiters, Boiteberg y Waldermée.

Era nieto de de María Fierro y de Pedro Fluiters Cuesta, que vivió en la capital alcarreña entre 1822 y 1890, e hijo de Enrique Fluiters Fierro, un agente de negocios que falleció en Guadalajara el 2 de marzo de 1897 a los 48 años de edad. Tuvo cuatro hermanos que llegaron a la edad adulta: José, casado con Antonia Pardo García con la que tuvo un hijo, Rafael Fluiters Pardo; Cecilia, que contrajo matrimonio con Cándido Cubillo y que fueron padres de Manuel, Carmen, María Ángeles, Teresa y José Cubillo Fluiters; Emilio, que se trasladó a Madrid y abrió su propio negocio, y Carmen Fluiters Fierro.

Su madre, Jenara Contera Caballero, nació el 19 de septiembre de 1845 y murió el 30 de diciembre de 1945 a los cien años de edad, una longevidad muy extraordinaria y más en aquella época. Era hija de Josefa Caballero y de Miguel Contera Vela, a su vez hijo de Diego Contera y María Concepción Vela, que había nacido en Gajanejos y que murió en Guadalajara el 26 de noviembre de 1864. Tuvo tres hermanos: Casimiro, Antonio y Pascuala, con los que compartía una considerable fortuna; durante muchos años se dijo que era la mujer más rica de Guadalajara.

Miguel Fluiters Contera contrajo matrimonio con Dolores Aguado Gracia, hija de José Aguado López y de Santiaga Gracia Gracia, en la desaparecida ermita de la Virgen de la Soledad de Guadalajara, a la que su madre tenía mucha devoción. El matrimonio tuvo cuatro hijos: Soledad, casada con Antonio Ballesteros; Enrique, que se casó con Teresa Monterde; Josefa, que contrajo matrimonio con Antonio Viejo; y Amparo Fluiters Aguado que murió el 20 de abril de 1904 a los trece meses de nacer.

Tras completar sus estudios de Bachillerato en el colegio de los Escolapios de Alcalá de Henares, en el año 1891 inició la carrera de Derecho en la Universidad Central de Madrid, pero a la muerte de su padre, cuando solo tenía veinte y tres años, abandonó sin completar su formación universitaria y se tuvo que hacer cargo de la agencia de negocios familiar situada en el número 16 de la Plaza de Santo Domingo, en la que ya ayudaba antes de que su padre falleciese, además de gestionar el cuantioso patrimonio de su madre.

Actividad política

Sin embargo, y gracias a este desahogo económico, fue en la actividad política y social en donde destacó más intensamente durante el primer tercio del siglo XX. Lo hacía siguiendo una tradición familiar, pues su padre ya había sido concejal de la capital en 1881, cuando los liberales volvieron al poder después del largo período de predominio conservador en los primeros años de la Restauración monárquica, y su hijo fue alcalde de Guadalajara durante los años más duros de la dictadura franquista (en un primer período entre 1941 y 1946 y, en una segunda etapa, entre 1949 y 1951).

Su carrera política se inició en 1899, recién cumplidos los veinticinco años, como candidato liberal en las elecciones municipales de ese año, a las que se presentaron los republicanos José Adán, Severiano Sardina, Lino Agustín, Félix Alvira, Rafael de la Rica, Manuel y José Diges, los liberales Antonio Molero Asenjo, Miguel Pérez Patiño, Lorenzo Vicenti, Bernardino Viejo del Pueyo, León Carrasco Gómez y Julio Ramírez Serrano y los carlistas Emilio Casado Batanero y Miguel Rodríguez de Juan. Los republicanos se hicieron con siete de las diez concejalías en disputa y ganaron en todos los distritos, con la excepción de aquel en el que se presentaba Miguel Fluiters, que fue el candidato más votado aunque con solo diecinueve papeletas de diferencia sobre los republicanos.

Esa victoria particular, que aliviaba parcialmente el desastre de su partido, ya mostraba el respaldo personal y las simpatías que Miguel Fluiters despertaba entre sus convecinos. Hasta el periódico conservador La Palanca no tenía más remedio que reconocer que “se granjeó la simpatía de su pueblo […] llegando a ser sin disputa el hombre más popular y más simpático, el que arrastró mayor fuerza de opinión, el que en elecciones manejó con más facilidad al pueblo, en suma, como suele decirse, el hombre del día, durante muchos años”. Este dominio fue tan evidente que Miguel Fluiters fue alcalde de Guadalajara desde el 1 de julio de 1909 hasta el 11 de octubre de 1918, casi diez años presidiendo el concejo arriacense de forma interrumpida, pues los gobiernos conservadores nunca se sintieron con fuerzas para desplazarle de la alcaldía.

Sin embargo, y siendo concejal del municipio guadalajareño, Miguel Fluiters participó en las maniobras irregulares para hurtar a los republicanos esta alcaldía, y la mayoría en el Ayuntamiento arriacense, lo que finalmente consiguieron en 1901 con acusaciones infundadas de corrupción y métodos claramente antidemocráticos. Pero poco le duró la satisfacción al recién nombrado teniente de alcalde, pues muy pronto los conservadores derribaron la nueva mayoría liberal del pleno municipal. Miguel Fluiters y los demás concejales de su partido en el Ayuntamiento de Guadalajara renunciaron a sus cargos municipales y escribieron una carta, que reprodujo íntegra La Crónica el 8 de marzo de 1903, en la que explicaban sus razones para dimitir de sus escaños municipales, culpando al gobierno conservador que los postergaba y ninguneaba y no, como algunos decían, por su deseo de que volviesen los concejales republicanos expulsados injustamente a ocupar los puestos de los que fueron desplazados; mediante otra carta similar, el alcalde José López Cortijo se adhirió a la protesta del resto de concejales liberales.

Para entonces, Miguel Fluiters ya formaba parte del núcleo de poder más íntimo del conde de Romanones en Guadalajara, del que fue un fiel escudero, llegando a afirmar que los concejales liberales arriacenses “en el orden político sólo atenderán a las inspiraciones del conde de Romanones, y en lo administrativo se ajustarán a la ley y a los dictados de su conciencia”. En el verano de 1902 ya formó parte de la comisión que preparaba el homenaje de la provincia al conde de Romanones al cesar como ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, cargo desde el que impulsó medidas eficaces para mejorar la situación del magisterio nacional que sufragó por suscripción popular un monumento en su honor que, en un pleno municipal celebrado el 26 de enero de 1912 bajo la presidencia de Miguel Fluiters, se aprobó instalar frente al Palacio del Infantado en la plaza que llevaba el nombre del cacique liberal. Y quince meses después, el 2 de mayo de 1913, el ayuntamiento de Guadalajara, con Miguel Fluiters a la cabeza, nombró al conde de Romanones hijo adoptivo de la ciudad.


A pesar de este cierto sectarismo partidario, lo cierto es que Miguel Fluiters fue el responsable, en muy buena medida, de la modernización de la ciudad y muchas de sus iniciativas siguen marcando la vida de los alcarreños. Por ejemplo, fue él quien, siendo todavía concejal, propuso en junio de 1902 que las fiestas de la ciudad se trasladasen al mes de septiembre, pues al celebrarlas en octubre, como era tradicional, se malograban muchos espectáculos y actividades por las lluvias.

Pero sobre todo es recordado por sus proyectos para remozar el casco urbano de Guadalajara para lo que consideró necesario, según sus propias palabras, “proceder al derribo del Convento de Santa Clara y la manzana comprendida entre el arco de la Plaza, calle Mayor y travesía del Museo”. Y, efectivamente, en 1909 se derribó el arco que, desde la Plaza Mayor, daba un estrecho acceso a la Calle Mayor Baja y, en septiembre de 1911, se demolieron las tapias del expropiado convento de Santa Clara, dando lugar a la configuración urbana que hoy conocemos. Esta última medida contó con el apoyo de los concejales Manuel Diges, republicano, y Luis Martín Lerena, dirigente de la Federación de Sociedades Obreras, y la oposición del Obispo Auxiliar de Toledo y de los sectores integristas católicos alcarreños, provocando tal enfrentamiento que los músicos de la banda se negaron ese año a tocar en la procesión de San Antonio.

Miguel Fluiters también expropió algunas propiedades para ampliar el arranque de la calle Mayor Alta, reformó las Casas Consistoriales, el Teatro Principal y las escuelas de la ciudad. Embelleció Guadalajara con sus parques, construyendo el quiosco de la música del parque de la Concordia y plantando el pequeño pinar que lo rodeaba parcialmente e impulsó la Fiesta del Árbol con el propósito de cubrir con arbolado el actual parque de San Roque. Y también durante su mandato se amplió significativamente el casco urbano arriacense, primero con la construcción del grupo escolar de las Cruces y después con la compra a la congregación religiosa de las Concepcionistas Franciscanas de una gran parcela en esa misma zona, en lo que hoy es el Paseo de Fernández Iparraguirre, iniciando así la expansión de la ciudad a través de ese eje viario.

Aunque, seguramente, su contribución principal al desarrollo y modernización de la capital alcarreña fuese su apoyo decidido a la instalación en Guadalajara de las fábricas de La Hispano, de aviación y de automóviles. Durante la Primera Guerra Mundial el reino de España permaneció neutral, lo que le convirtió en un proveedor privilegiado para ambos contendientes; pero, aunque la sociedad española estaba dividida, el rey Alfonso XIII y los liberales, como el conde de Romanones, simpatizaban con los aliados. Para aprovechar el impulso industrializador que supuso el conflicto y para colaborar con los ejércitos aliados, primeros beneficiarios de la producción de La Hispano-Suiza, se decidió abrir una nueva factoría fuera de Cataluña. El amor del monarca a los automóviles y el deseo del conde de Romanones de seguir mostrándose como benefactor de la provincia, abrieron la posibilidad de instalar la fábrica en las cercanías de Madrid, y más concretamente en Guadalajara.

Ante esta eventualidad, Miguel Fluiters se implicó a fondo para conseguir que las fábricas se estableciesen en su ciudad. Finalmente, el 4 de abril de 1917 comenzaron las obras de construcción de esas factorías, que cambiaron completamente la fisonomía de Guadalajara. Numerosas familias obreras acudieron a la capital alcarreña y, ante la habitual falta de viviendas, surgieron nuevos barrios en la Estación y el Cerro del Pimiento,

La apertura de La Hispano alivió el desempleo crónico que sufrían muchos trabajadores de Guadalajara, un grave problema como reconocía Miguel Fluiters: “Este asunto de la crisis obrera es mi preocupación constante, porque entiendo que en Guadalajara no debiera existir, porque creo que tenemos medios sobrados para evitarla cuando se presenta y aun para no dar lugar a que llegue a presentarse”. Hay que reconocer que desde la alcaldía se esforzó por mantener una relación privilegiada con los sindicatos, y el conjunto de los trabajadores, de su ciudad.

Desde 1910 procuró que se abriese una Escuela de Artes y Oficios que permitiese formar a los trabajadores alcarreños, muchos de los cuales eran jornaleros sin oficio concreto que se empleaban en distintos trabajos según las necesidades y las tareas estacionales. A pesar de su empeño, y de la oferta de colaboración de la Escuela Laica que dirigía Tomás de la Rica, en 1916 hubo que renunciar al proyecto por la oposición frontal del conde de Romanones, a través de Manuel Brocas que era su secretario personal. Cuando, finalmente, se puso en marcha esta Escuela, Miguel Fluiters ya no era alcalde.

 

Esta sintonía entre el alcalde y los trabajadores se puso otra vez de manifiesto el 21 de septiembre de 1911, cuando los obreros de la capital secundaron unánimemente una huelga nacional sin que hubiese ningún incidente, pues la mayoría de los huelguistas convirtieron la jornada de paro en un agradable día de campo. Sin embargo, y parece ser que siguiendo instrucciones de Romanones, hubo un notable despliegue de la Guardia Civil, tres obreros fueron detenidos en el interior del Centro de Sociedades Obreras, que había sido clausurado lo mismo que el periódico Juventud Obrera. A pesar de esta represión gratuita, la UGT felicitó al alcalde Miguel Fluiters por su actitud. No es de extrañar que, el 14 de febrero de 1917, la Federación de Sociedades Obreras, adherida a la UGT, pidiese que se diese el nombre de Miguel Fluiters a la calle Mayor Baja, como reconocimiento a sus desvelos por la ciudad y por la clase obrera, y que la calle Mayor Alta se llamase, en lo sucesivo, Calle Mayor. El 15 de abril de 1917 la ciudad de Guadalajara no solo bautizó con su nombre a su calle principal, sino que le tributó un agradecido homenaje.

Pero, paradójicamente, sus principales logros fueron la causa de su caída en desgracia. En el verano de 1918 estalló en Guadalajara una crisis de subsistencias, de las que se repetían cada pocos años, y la subida del precio del pan por las tahonas de la ciudad provocó una manifestación de mujeres, encabezada por Juana Aragonés La Chaleca. Pero la apertura de La Hispano había cambiado el perfil de la ciudad; el 6 de agosto de 1918 a las mujeres se les sumaron los obreros desencadenando una huelga general en la ciudad. El gobernador civil, Diego Trevilla Paniza, sacó a la calle a la Guardia Civil que en la Plaza de Marlasca disparó sobre la multitud, provocando un muerto y varios heridos de distinta consideración. Estos sucesos conmocionaron a toda la ciudad; desde que en 1823 una turbamulta absolutista se levantó contra Moreno y Marlasca, no había habido derramamiento de sangre en la ciudad en ninguna crisis, golpe de Estado o revolución.

Aunque Miguel Fluiters se encontraba fuera de Guadalajara atendiendo a sus asuntos particulares y al frente del municipio estaba Vicente Pedromingo de la Riva, los manifestantes primero se dirigieron a su domicilio particular, solicitando que el servicio doméstico de su casa se sumase a la huelga, y luego le culparon de la represión, a pesar de que ya había dado pruebas de su oposición a la adopción de medidas drásticas en los conflictos sociales. Incapaz de resistir la presión ciudadana, en octubre de ese mismo año renunció a la alcaldía y, prácticamente, puso fin a su carrera política, si bien no permaneció ajeno lo que pasaba en su ciudad y provincia.

Actividad social

Esta acción política estaba acompañada, necesariamente, de una actividad social muy destacada. En el mes de marzo de 1897 fue elegido tesorero de la Cruz Roja provincial, dos años después ocupó el mismo cargo en la primera Junta Directiva de la Cámara de Comercio de Guadalajara, en la que Basilio Paraíso era presidente honorario, y en la junta provincial de la Liga de Contribuyentes. En noviembre de 1907 formó parte de una comisión municipal establecida para gestionar la Tienda-Asilo arriacense, a la que pertenecían algunos concejales y otros ciudadanos ajenos a la corporación municipal entre los que se encontraba la plana mayor del romanonismo local: Antonio Vicenti, Miguel Fluiters y Vicente Pedromingo.

También mostró su preocupación por la infancia y la juventud; si un día apoyó desde el Ayuntamiento una instancia suscrita por José Linares, capitán de Caballería, solicitando colaboración para formar en Guadalajara un batallón infantil con el objetivo de “instruir a los niños en el arte militar”, años después presidió como alcalde el acto de juramento a su bandera de los boy-scouts y en 1908 fue el representante de los padres de alumnos en la Junta Provincial de Instrucción Pública.

Fue tal su popularidad que fue llamado para formar parte del jurado de un concurso de jotas que se celebra en la Plaza de Toros de Guadalajara, con asistencia de joteros venidos de distintos puntos de Aragón, pero también fue académico de la Real Academia Hispano-americana de Ciencias y Artes y obtuvo la Gran Cruz del Mérito Militar y la Medalla de la Batalla de Villaviciosa.

En su juventud fue un gran aficionado al teatro, como su hermana Carmen y su cuñado Cándido Cubillo, llegando a formar parte del grupo artístico del casino de La Peña y hasta, ocasionalmente, la prensa de Madrid publicó reseñas como esta: “se ha estrenado con gran éxito en el teatro de la Peña el juguete cómico-lírico titulado ¡Púm! en cuyo desempeño distinguiéronse notablemente la Sra. Cordavias y los Sres. Burgos, Cubillo, Ibargüen, Martínez y Fluiters”.

También se implicó en la defensa de sus intereses económicos. El 5 de abril de 1903 se celebró una asamblea de los propietarios agrícolas de la capital con el objetivo de elegir una comisión gestora encargada de adaptar el viejo Cabildo de Labradores a las circunstancias y condiciones propias del siglo XX, aprovechándose de una ley sobre Comunidades de Labradores, aprobada el 8 de julio de 1898 y de las normas de aplicación de esta ley, aprobadas el 19 de septiembre de 1902. Formada por Ángel Campos García, Ricardo Núñez Chinchón, Cruz López Cascajero, Jerónimo Sáenz Verdura, Leocadio Raposo Andrés y Miguel Fluiters Contera, esta Junta Organizadora tenía como misión principal constituir la sociedad de acuerdo a las leyes vigentes y elaborar unas nuevas Ordenanzas y un nuevo Reglamento que pudiesen ser estudiados y aprobados por el conjunto de los socios. El 23 de agosto de 1903 se celebró en las dependencias de la Diputación Provincial una nueva asamblea en la que se aprobaron los nuevos instrumentos legales y de gobierno interno del Cabildo, siendo remitidas al Gobernador Civil las Ordenanzas de la sociedad para que fuesen refrendadas por la primera autoridad provincial. Esta renovada sociedad agraria estaba fuertemente vinculada al Partido Liberal, por lo que fue uno de los instrumentos más eficaces del cacicazgo romanonista en la ciudad que apuntaló la carrera política de Miguel Fluiters Contera.

JUAN PABLO CALERO DELSO

viernes, 4 de marzo de 2022

FRANCISCO DE EYRÉ MOSQUERA

EYRÉ MOSQUERA, Francisco de

[Chantada, 1818 / Guadalajara, 23 marzo de 1866]

Francisco de Eyré Mosquera nació en 1818 en la parroquia de San Xoán da Laxe que pertenece al municipio de Chantada, en la provincia de Lugo, y falleció en Guadalajara alrededor de las doce horas del día 23 de marzo de 1866. Era hijo de Teresa Mosquera Pérez y de Juan de Eyré, que provenía de una familia de origen irlandés asentada en Galicia desde el siglo XVI como consecuencia de las persecuciones religiosas contra los católicos en el Reino Unido. Permaneció soltero.

En el año 1836 obtuvo el título de Bachiller en Teología, el 19 de febrero de 1846 alcanzó la Licenciatura en Jurisprudencia y el 21 de febrero de 1856 la Licenciatura en Derecho Canónico. Durante los años de 1846 y 1847 ejerció como abogado en la comarca de Chantada y, a partir de 1850 actuó en los juzgados de Primera Instancia de Quiroga, en Lugo, y de Pola de Laviana, en Asturias.


 Su destino en Guadalajara

Al mismo tiempo, intentaba hacer carrera como funcionario en la incipiente Administración Pública del recién estrenado Estado liberal. El 23 de junio de 1849 fue nombrado Visitador de la renta del papel sellado y documentos de giro de la provincia de Cádiz, dependiente de la Dirección General de Rentas Estancadas del Ministerio de Hacienda, pero apenas permaneció un año en este puesto, retornando, como hemos señalado, al ejercicio libre de la abogacía en su tierra natal.

El 31 de diciembre de 1856 fue nombrado Oficial Cuarto de la Administración de Bienes Nacionales de la provincia de Cádiz con un sueldo 6.000 reales anuales, hasta que el 28 de julio de 1857 fue enviado, como Oficial Segunda de la Sección de Minas y Montes, a Ciudad Real, por no haberse presentado en plazo el funcionario que había sido designado para ese puesto. El día 20 de septiembre tomó posesión de su cargo en esa provincia manchega, donde también estuvo muy poco tiempo, pues el 5 de abril de 1858 la reina Isabel II firmó su traslado, con el mismo nivel y en la misma sección, a la provincia de Guadalajara con un salario anual de 8.000 reales.

Desde el 27 de abril de 1858 no solo trabajó sino que también fijó su residencia en la ciudad arriacense, pues el Diario Oficial de Avisos de Madrid informaba en su número del día 25 de mayo del año siguiente que en la administración central de Correos estaba retenida por falta de franqueo una carta dirigida a Francisco Eyré en Guadalajara. El 29 de noviembre de 1858 fue ascendido a Oficial Primera y Jefe de la Sección de Minas y Montes de la provincia alcarreña con un sueldo de 10.000 reales.

Pero en el año 1859, y por iniciativa de su titular el Marqués de Corvera, se procedió a una reorganización del Ministerio de Fomento modificándose su estructura interna y, como resultado de esta renovación, el 12 de junio de 1859 la reina Isabel II le nombró Oficial Segundo de la nueva Sección de Fomento en Guadalajara, que tenía como jefe a Andrés González Ponce, conservando las mismas retribuciones. Finalmente, el día 6 de mayo de 1861 fue ascendido por antigüedad a Oficial de primera clase, manteniendo su plaza en la misma ciudad, y conservando este mismo puesto y destino hasta su fallecimiento el 23 de marzo del año 1866.

Durante sus años en tierras alcarreñas se vio aquejado por graves problemas de salud, una “gastralgia crónica” según el doctor Román Atienza que era su médico en Guadalajara, que le obligó a solicitar distintos permisos para ausentarse de su puesto de trabajo y recuperar su maltrecha salud. Si ya en julio de 1857 pidió una prórroga de un mes para su toma de posesión en Ciudad Real por su mal estado de salud, en 1858 solicitó una licencia de dos meses, que finalmente se prorrogó otros tres meses más, por el mismo motivo y aún pidió una más al año siguiente. Desde luego, no debía de gozar de muy buena salud pues murió con solo cuarenta y siete años.

Merece la pena destacar su profunda religiosidad, puesta repetidamente de manifiesto mientras residió en la capital alcarreña. Así el 8 de diciembre de 1864 se publicaron en La Esperanza, el portavoz oficioso del carlismo, una larga serie de preces remitidas por sus lectores en defensa del Papa Pio IX contra “las acometidas de los infieles modernos”, entre las que figura este poema remitido por Francisco de Eyré: “Tu santo amparo. Madre, nos presta cariñosa, / y da también consuelo al Pontífice-Rey; / La Iglesia es nuestro escudo, protégela amorosa, / que ella es seguro puerto de tu cristiana grey”. Y en 1865, también en la edición del 8 de diciembre por ser la festividad de la Inmaculada Concepción, se incluía otra breve oración remitida igualmente por Eyré a La Esperanza. Y también encontramos su nombre en el diario El Pensamiento Español, de orientación carlista.

Su evidente proximidad al partido carlista ni impidió que su carrera administrativa se desarrollase durante el Bienio Progresista ni que en el año 1859 el entonces gobernador civil de Guadalajara, Pedro Celestino Argüelles de la Unión Liberal, anotase en un informe de su hoja de servicios que su conducta política era “recomendable”.

Su estudio fotográfico

Francisco de Eyré Mosquera abrió en Guadalajara el primer estudio fotográfico de la provincia y uno de los primeros que se establecieron en España lejos de los grandes núcleos urbanos. Seguramente se inauguró en 1862, el mismo año que Jean Laurent recorrió por primera vez esa provincia, pues hemos visto alguna CDV con su sello y firmada y fechada en ese año por el retratado, y terminó su peripecia vital en marzo de 1866 con su fallecimiento.

Parece ser que, en opinión de Luis Enrique Cabrera, el estudio estuvo situado en el número 44 de la Calle Mayor Alta de la capital alcarreña, prácticamente en la esquina con la Plaza de Santo Domingo. Durante algún tiempo el establecimiento de fotografía lo regentó exclusivamente Francisco de Eyré, cuyo nombre es el único que aparece en algunas de las fotografías que se conservan, y en otro período lo codirigió con Vicente Vázquez, un joven y casi adolescente vecino de Guadalajara, apareciendo en este caso las imágenes bajo el sello comercial de Eyré y Vázquez. Tras el fallecimiento de Francisco de Eyré, y hasta 1870 aproximadamente, las fotografías comercializadas están firmadas solo por Vicente Vázquez.

El proceso de reproducción fotográfica más utilizado por Eyré y Vázquez fue el de la copia a la albúmina, un procedimiento inventado en 1849 por el francés Louis Désiré Blanquart-Evrard e introducido en España dos años después por el sevillano Francisco de Leygonier. Y el formato más común de su trabajo fotográfico fue la CDV, o Carte de Visite, con retratos individuales o familiares de vecinos de Guadalajara, aunque sabemos que no fue el único utilizado. Como decoración para las fotos de estudio se usó mobiliario de la época, una balaustrada y un forillo o pequeño telón que insinuaba un paisaje que cubría el fondo de la imagen.

Un número significativo de los retratos que han llegado hasta nosotros, que no suman medio centenar, corresponden a militares de la Academia de Ingenieros, lo que se explica porque al año siguiente de la visita del británico Charles Clifford a Guadalajara, en 1856, para tomar las primeras fotografías de la ciudad, el fundador de esta Academia, el general Antonio Remón Zarco del Valle, propuso que desde ese curso se tomase una placa de todos los alumnos que ingresasen en la Academia, con el objetivo de que, cuando lo mereciesen, esa fotografía pudiese ser incorporada a la Galería de Retratos que existía en el edificio de la Academia. Quizás con este propósito muchos militares pasaron por el estudio de Francisco de Eyré.

JUAN PABLO CALERO DELSO