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domingo, 27 de enero de 2019

JOSÉ DE SAGARMÍNAGA SAEZ

SAGARMÍNAGA SAEZ, José de
[Santo Domingo de la Calzada, 1855 / Guadalajara, 29 de mayo de 1897]

José de Sagarmínaga Sáez fue un político y abogado de Guadalajara. Nació en 1855 en Santo Domingo de la Calzada, hijo de Leonardo Sagarmínaga López y de Nicasia Sáez Mayor, oriundos de la citada localidad riojana aunque las raíces familiares eran vizcaínas, y falleció en la capital alcarreña el 29 de mayo de 1897. Se casó con Felisa Sagarmínaga Delgado, natural del pueblo guadalajareño de Loranca de Tajuña, con la que tuvo tres hijos. Su hija Paz falleció a los dos días de nacer, el día 26 de enero de 1885, y sólo le sobrevivió su hija María del Pilar, que en el mes de noviembre de 1898 contrajo matrimonio en Valladolid, donde había nacido, con el entonces teniente de infantería Víctor Terradillos Prieto.
Siendo estudiante de Derecho se alistó en las tropas de Carlos VII durante la Tercera Guerra Carlista, combatiendo en el Maestrazgo y en el norte de la Península. Fue hecho prisionero y condenado a muerte, aunque le fue conmutada la pena capital por la deportación a la isla de Puerto Rico. Acabado el conflicto bélico, retornó a la Península y concluyó sus estudios de Leyes en la Universidad de Valladolid. Su hermano Juan, también deportado por carlista, retornó a La Rioja, falleciendo en la localidad de Haro el 25 de marzo de 1893, donde también ejercía la abogacía y era secretario de la Conferencia de San Vicente de Paúl.

Su actividad profesional
Afincado en la provincia de Guadalajara, donde su familia había sido desterrada a causa de sus simpatías por el carlismo, residió en el pueblo de Loranca de Tajuña, antes de trasladarse a la capital alcarreña, para vivir en el número 17 de la calle de Jáudenes, la vía que tradicionalmente se ha llamado “la Carrera”, donde ejerció la abogacía con éxito, interviniendo en numerosos procesos, sin rehuir aquellos que tenían una clara motivación política, como cuando defendió a Julián del Amo por criticar el caciquismo del alcalde de Atienza.
Junto al abogado liberal Tomás Bravo y Lecea emprendió desde Guadalajara una exitosa movilización de los Colegios de Abogados de aquellas provincias que no eran sede de una Audiencia Territorial, según la nueva regulación de la administración de justicia. En la primera semana de mayo de 1893 se celebró una asamblea en la madrileña Academia de Jurisprudencia, que cedió sus salones gracias a la protección de Antonio Cánovas del Castillo que era entonces su presidente, a la que acudieron sesenta y dos abogados en representación de veintiocho colegios profesionales. Los allí reunidos decidieron formar una comisión, de la que Bravo y Lecea y Sagarmínaga formaban parte, para negociar que sus intereses no se viesen perjudicados por la reforma que proponía el ministro Eugenio Montero Ríos.
La actitud reivindicativa de estos dos jóvenes abogados fue causa de disgustos y sinsabores en Guadalajara; los abogados Antonio Molero y Asenjo, Baltasar Zabía, Pedro López Palacios Godín, Manuel González Ruiz, Emilio García de la Peña, Lope Hernández, Miguel Rodríguez de Juan y Victoriano Ciruelos y Esteban se opusieron a alguna de las medidas de presión adoptadas por los abogados más reivindicativos, que incluían la liquidación del Colegio de abogados de Guadalajara. Este litigio enfrentó a amigos entrañables, como Molero y Bravo y Lecea, y a compañeros políticos, como los carlistas Sagarmínaga y Rodríguez de Juan, que llegaron a cruzarse cartas acusatorias en la prensa nacional. Finalmente, la Junta de gobierno de la Audiencia, que era la instancia competente para resolver el conflicto, acordó declarar legal y legítimamente constituida a la Junta directiva del Colegio de Abogados de Guadalajara liderada por Sagarmínaga y Bravo y Lecea y desautorizar a la mayoría de los colegiados de la provincia.
Desde ese momento, fue un personaje activo y requerido en la vida económica y social de la provincia, como lo prueba su elección como vocal de la Junta Directiva de la Cámara de Comercio de Guadalajara y de la Junta Directiva del Casino de Guadalajara. Pero nada muestra mejor su reconocimiento personal, más allá de su filiación ideológica, que su elección en 1891 como primer presidente del Ateneo Instructivo del Obrero, cargo en el que se mantuvo hasta 1893, a pesar de su juventud y de que los promotores de la sociedad eran republicanos o provenían del obrerismo marxista, pero que no dudaron en ponerle al frente en esos primeros y difíciles momentos de lo que fue la institución más activa y longeva de la cultura alcarreña contemporánea.
Este amplio aprecio de su vecinos lo recogía en su nota necrológica el portavoz carlista El Correo Español, que escribía el 31 de mayo de 1897: "Sagarmínaga, era siempre el lealísimo carlista, que imponía a todos, aun a los adversarios más radicales, el respeto a sus opiniones y creencias, siempre por él, en todos los centros y ante toda clase de personas, victoriosamente mantenidas. De carácter expansivo y franco, de índole jovial, de corazón noble, de fe profunda, tenía simpatías numerosísimas, nombre honrado y amigos entrañables en cuantos lo conocían. Guadalajara ha de sentir mucho su muerte". Y así fue, porque en El Liberal de la misma fecha se podía leer: "Joven todavía y de bondadosísimo carácter, su muerte ha sido muy sentida en esta población, donde el finado gozaba de generales simpatías".
Su actividad política
Devuelto el Carlismo a la legalidad en 1881 por el gabinete liberal de Práxedes Mateo Sagasta, los carlistas de Guadalajara se encontraron sin un jefe político de renombre, pues desde el final de la Tercera Guerra Carlista, en febrero de 1876, habían abandonado sus filas sus jefes más reconocidos: los abogados Manuel María Vallés y Juan Carrasco, el historiador Juan Catalina García López, el obispo Narciso Martínez Izquierdo...
Fue entonces José de Sagarmínaga quien tomó el relevo. Políticamente, se dio a conocer públicamente en 1886 con un vehemente discurso pronunciado desde el balcón del ayuntamiento arriacense con motivo del incidente de las Islas Carolinas, una posesión española del Océano Pacífico reclamada por Alemania en 1885. La inesperada deserción de Isidoro Ternero Garrido le dejó sólo al frente del carlismo alcarreño y desde ese momento animó la reorganización del partido carlista en esas tierras, donde la prensa del partido reconocía que "¿Es que ya no hay carlistas en esta población? Muchos hay, pero pocos los fuertes y muchos los tímidos". Como con motivo del ejercicio de la abogacía, recorrió en diversas ocasiones toda la provincia, aprovechando siempre estos viajes de carácter profesional para extender y afianzar la actividad carlista por toda Guadalajara, alcanzó un éxito indiscutible y en 1896 ha había en la provincia ciento veintinueve Juntas Locales carlistas.
Revitalizó las filas carlistas y, poco a poco, su partido fue contando con otros dirigentes de prestigio: Claro Abánades y Benigno Bolaños Eneas en el Señorío de Molina, Miguel Rodríguez de Juan y Agapito Frías en Guadalajara, Severiano Andrés en Sigüenza… Y publicaron diversas cabeceras de orientación carlista, entre las que podemos destacar, en la ciudad de Guadalajara, La Verdad y El Padre Arriaco, en las que escribió José de Sagarmínaga.
La expansión y consolidación del carlismo alcarreño se puso en evidencia pocas semanas antes de su muerte, con el motín carlista en el pueblo de Millana, que estuvo a punto de traducirse en una insurrección armada. Sin embargo, no consiguieron ningún éxito electoral y ni en las Cortes ni en el Ayuntamiento de la capital hubo representantes del partido carlista durante la Regencia de María Cristina de Habsburgo. De hecho, José de Sagarmínaga se presentó como candidato a diputado a Cortes por Brihuega en 1893 y a concejal de Guadalajara en 1895, sin que fuese elegido en ninguna de las dos ocasiones.
Esta actividad social y sobre todo política también le dio sinsabores, hasta el punto de que en la primavera de 1892 llegó a nombrar padrinos en una cuestión personal surgida de unos escritos insultantes que fueron publicados en la prensa, aunque todo parece indicar que las diferencias se resolvieron satisfactoriamente y sin derramamiento de sangre.
A su muerte, dejó tan escasa fortuna que su viuda tuvo que solicitar la pensión de orfandad como hija del comandante de caballería Gervasio Sagarmínaga, que ascendía a 1.125 pesetas anuales, por serle insuficiente el patrimonio familiar, y se trasladó a Leganés.
JUAN PABLO CALERO DELSO

domingo, 20 de enero de 2019

VÍCTOR SÁINZ DE ROBLES

SÁINZ DE ROBLES PÉREZ, Víctor
[Arnedo, 12 de abril de 1831 / Viana, 1914]

Víctor Tiburcio Valeriano Sainz de Robles y Pérez nació el 12 de abril de 1831 en la localidad riojana de Arnedo, y fue bautizado en su parroquia de Santo Tomás Apóstol. Era hijo de Joaquín Sainz de Robles y de Juana Pérez.
En su localidad natal completó sus estudios de enseñanza primaria y al concluirlos cursó durante tres años Latín y Humanidades en la Preceptoría de Arnedo, mereciendo el título de Preceptor de Humanidades. Pasó a cursar estudios de Bachillerato en los Institutos de segunda enseñanza de Soria y Logroño, ingresando en los seminarios de Logroño y Burgos, donde realizó cuatro años de Teología y uno de Derecho Canónico, pero sin llegar a recibir las órdenes sacerdotales.
Al abandonar el seminario se matriculó en la Universidad de Valladolid para cursar la carrera de Jurisprudencia, obteniendo el título de Bachiller en Leyes en la Universidad Central de Madrid. Inició los estudios para el grado de Doctor en 1858, pero los abandonó antes de poder ganar el doctorado para dedicarse a ejercer la docencia en la Universidad compostelana.

Su práctica docente
El 31 de diciembre de 1858 fue encargado de impartir la asignatura de Historia Universal en la Universidad de Santiago de Compostela y dos años después, desde el 21 de agosto de 1860, fue profesor de Estudios críticos de los prosistas griegos y latinos en la Universidad de Oviedo, puesto al que renunció en 1863 por haber aprobado unas oposiciones a catedrático de Instituto.
El 31 de enero de 1863 se incorporó como catedrático por oposición de Latín y Griego en el Instituto de segunda enseñanza de Soria, pasando desde el 1 de diciembre de 1864 a ocupar la Cátedra de Retórica en el mismo centro educativo de esa capital castellana. El 27 de abril de 1865 fue enviado en comisión de servicios al Instituto de Guadalajara para responsabilizarse de la dirección del centro, vacante por el traslado a Bilbao de José Julio de la Fuente, y asumir la Cátedra de Latín y Griego; pero, como ya le había sucedido en Soria, pasó a ocupar la Cátedra de Retórica desde el mes de julio de 1865. El 15 de octubre de 1866, y con motivo de una reforma educativa, fue nombrado catedrático de Perfeccionamiento de Latín y principios generales de Literatura.
Durante esos años, y por su cargo de director del Instituto de segunda enseñanza, fue vocal en las Juntas Provinciales de Instrucción Pública, de Estadística y de Agricultura, Comercio e Industria, además de formar parte de la Comisión Provincial de Monumentos y en el mes de marzo de 1867 fue nombrado individuo correspondiente en Guadalajara de la Real Academia de la Historia, un nombramiento que se debía más a su orientación ideológica y a las influencias políticas que a sus méritos para ser académico, pues no se le conocía ninguna publicación ni ningún trabajo que le hiciese acreedor de tan notable distinción; aunque sí hemos encontrado algún artículo de asunto profesional, por ejemplo solicitando subidas salariales o criticando el adoctrinamiento religioso en perjuicio de la Filosofía, en La Enseñanza.
La Revolución Gloriosa de septiembre de 1868, que puso fin al gobierno moderado y a la monarquía isabelina, trastornó profundamente su carrera docente. La Junta Revolucionaria de Guadalajara forzó su cese el 5 de octubre por su hostilidad al nuevo régimen y fue sustituido en la dirección del Instituto por el profesor Simón García y García. Además, se derogó la última reforma educativa isabelina y volvió a ocupar su Cátedra de Retórica, plaza que le fue ratificada por el regente, el general Francisco Serrano, el 19 de julio de 1870.
De ideas profundamente conservadores, a lo largo de todo el Sexenio se mostró firme partidario del pretendiente Carlos VII y durante el Sexenio ocupó la vicesecretaría del Comité Local y una vocalía en la Junta Provincial de Guadalajara del partido carlista, junto a Manuel Pérez Villamil, Manuel María Vallés, Cirilo de la Fuente y algún otro, sufriendo por ello la confiscación de sus bienes con motivo de la Tercera Guerra Carlista.

Su traslado a Pamplona
Incómodo con el ambiente de una ciudad tan progresista como Guadalajara, en la primavera de 1871 pidió el traslado a la Cátedra de Historia del Instituto de Zaragoza, pero no ganó esa plaza, así que el 25 de septiembre de 1871 solicitó y se le autorizó la permuta de su puesto con Miguel Avellana y marchó a Pamplona para integrarse en el claustro de su Instituto, del que fue nombrado secretario, escribiendo las correspondientes memorias de cada curso desde 1879 hasta 1891, y director desde el 8 de junio de 1899. Aunque en 1890 solicitó una permuta con el catedrático José Ríus y Foraster, el profesor Víctor Sainz de Robles permaneció en ese centro de segunda enseñanza hasta su jubilación, que se aprobó por la Regente María Cristina de Habsburgo-Lorena el día 18 de marzo de 1901, teniendo como alumno a Pío Baroja.
Se integró plenamente en el ambiente cultural de la sociedad pamplonesa, que a su llegada se hallaba en vísperas de la insurrección que dio paso a la Tercera Guerra Carlista, y a finales de la década de 1880 fue elegido concejal en la capital navarra. Desde su llegada al Instituto de Pamplona pasó a ser académico correspondiente en Navarra de la Real Academia de la Historia; fue el que más tiempo permaneció en esa categoría de todos los correspondientes en el antiguo reino, pero se echa de menos que durante tantos años no publicase ninguna obra o trabajo de interés y nivel académico. Como en Guadalajara, formó parte de la Comisión de Monumentos de Navarra, llegando a ocupar algún cargo directivo, y de la Junta Provincial de Instrucción Pública. También fue elegido, al menos en los años 1883 y 1885, para actuar como jurado en el Certamen Científico, Literario y Artístico convocado por el Ayuntamiento.
A partir de 1900 tramitó distintos escritos solicitando su jubilación, a pesar de no haber cumplido los preceptivos setenta años de edad, alegando incapacidad física y presentando algunos certificados médicos en los que se relataban sus dolencias. Aunque el expediente fue muy recomendado por varios políticos de su tiempo, como el marqués de Vadillo que ocupaba entonces la cartera de Gracia y Justicia, no se le concedió la dispensa y no se jubiló hasta cumplir la edad reglamentaria. Después, continuó residiendo en Navarra, con domicilio en la localidad de Viana, tan cercana a su Rioja natal, donde falleció en 1914.
JUAN PABLO CALERO DELSO

domingo, 13 de enero de 2019

JOSÉ ROGERIO SÁNCHEZ GARCÍA

SÁNCHEZ GARCÍA, José Rogerio
[Valladolid, 26 de marzo de 1876 / Madrid, 19 de septiembre de 1949]

Catedrático, escritor y político español. Nació en Valladolid el día 26 de marzo de 1876 y murió en Madrid el 19 de septiembre de 1949, residiendo en la ciudad de Guadalajara entre 1907 y 1910, donde su esposa, María Almudena, dio a luz a uno de sus hijos en el mes de octubre del año 1909 y a una hija en marzo de 1911.

Actividad docente
Después de finalizar sus estudios de segunda enseñanza, en 1890 se matriculó en las Facultades de Derecho y de Filosofía y Letras en la madrileña Universidad Central, doctorándose en 1897 con una tesis sobre "La obra de Lutero". Concluidos sus estudios, opositó hasta conseguir una plaza de Catedrático de Literatura. El 10 de junio de 1902 aprobó las oposiciones y estuvo destinado, sucesivamente, en los Institutos de Reus y Ciudad Real, de los que pasó a los de Santander y Figueras. En 1906 ganó la cátedra en el de Cuenca y, en enero de 1907, llegó a al Instituto de Guadalajara, donde ocupó el cargo de vicedirector al curso siguiente.
Durante su estancia en Guadalajara, además de dar clase en el Instituto, fundó y dirigió la Academia General de Estudios Superiores que, instalada en el número 23 de la calle Mayor Alta, impartía clases para estudiantes de Derecho y Filosofía y Letras, aspirantes de los cursos preparatorios de Medicina, Farmacia e Ingenieros, enseñanza de Magisterio y oposiciones de Ayudantes de Ingenieros, Sobrestantes, Correos y Telégrafos o Aduanas.
Aunque la prensa local se hizo eco en 1908 de una oferta para trasladarse a la Universidad de Liverpool para hacerse cargo de la Cátedra de Lengua y Literatura Española, permaneció en Guadalajara hasta que el 31 de diciembre de 1910 cesó para trasladarse al Instituto de Bachillerato de Teruel, al que no se incorporó, pues fue destinado en comisión de servicios a Madrid, en donde primero fue catedrático del Instituto San Isidro, del que llegó a ser nombrado director, y más adelante ocupó la cátedra de Principios de Filosofía en la Escuela Superior de Magisterio, “un centro específicamente fundado para la formación de los futuros profesores de escuelas normales e inspectores de enseñanza primaria, […] un centro de cultura y de ciencia pedagógica abierto a las ideas y a las prácticas innovadoras que en aquel momento se estaban produciendo en otros países”, por decirlo con las palabras del investigador Antonio Viñao.
A partir de 1916, José Rogerio Sánchez emprendió una cruzada particular para mejorar la formación pedagógica del profesorado de Bachillerato. Esta actividad divulgadora culminó en 1922 con la publicación de una revista, La Segunda Enseñanza, que a partir del año siguiente se convirtió en portavoz de la Asociación Nacional de Catedráticos de Instituto con el nombre de Revista de Segunda Enseñanza, manteniéndose bajo su dirección hasta 1927. En esos años, previos a la Dictadura primorriverista, fue miembro del Consejo de Instrucción Pública, máximo órgano de gobierno de la enseñanza pública, siempre controlado por los partidos del turno dinástico, y también ocupó el puesto de Inspector General de Enseñanza.
Además, elaboró numerosos libros de texto para Bachillerato, que fueron muy utilizados en esos años: Historia de la lengua y literatura españolas, Historia de la Lengua y Literatura españolas, de la que conocemos hasta una quinta edición en 1928, Antología de textos castellanos, que antes de la Guerra Civil tuvo seis ediciones, Prácticas de lengua española, que se publicó en Madrid en 1929, Compendio de literatura Universal, Preceptiva literaria y composición, La historia literaria en los textos de 1933, o El teatro poético... hasta acercarse al centenar de títulos y ediciones a lo largo de toda su vida.
También editó manuales de otras asignaturas, especialmente de las relacionadas con la filosofía, como los libros Psicología General, cuya segunda edición es de 1933, y Lógica, que apareció en 1935, ambos escritos con Vicente Feliú Egidio, o su Teoría del conocimiento, editado por Bosch en Barcelona. Fue coautor, con Alfonso Retortillo y Tornos, profesor de Historia en la Escuela Normal de Maestro de Madrid, de una serie de libritos de Historia dedicados a cada una de las eras en las que, tradicionalmente, se ha dividido esta ciencia y que fueron editados en la segunda década del siglo XX por la madrileña librería de los Sucesores de Hernando.
Su interés por estos asuntos le llevó en el año 1933 a solicitar a la Junta para Ampliación de Estudios una pensión para conocer de primera mano la organización de la Segunda Enseñanza en Bélgica y Holanda, que le fue concedida. Alegaba en su petición que llevaba varios años dedicado al estudio de estos temas sin haber percibido ninguna ayuda por ello, aunque se olvidaba mencionar que había ocupado cargos políticos remunerados.
Actividad política
Contrastaban sorprendentemente sus propuestas de renovación pedagógica, muy próximas a los planteamientos de la Institución Libre de Enseñanza, con su marcado conservadurismo político, del que ya había dado pruebas en 1906 acudiendo a la Asamblea Regional de las Corporaciones católico-obreras del Norte en representación de Santander y en la que presentó una Memoria para la organización de una Federación católica-obrera de ámbito nacional.
Durante su estancia en la provincia de Guadalajara también se preocupó, con poco éxito, de fomentar el catolicismo católico agrario, que tenía una sólida implantación en la diócesis de Sigüenza pero que era muy débil en la Alcarria y la Campiña; así en el verano de 1909 asistió a sendas asambleas de agricultores que se celebraron en Sacedón y Pastrana, pero que no tuvieron el éxito esperado. Y ese mismo año José Rogerio Sánchez cosechó un nuevo fracaso en su intento de acceder al concejo arriacense en las listas del Partido Conservador.
También en 1909 promovió un Círculo Católico Obrero en Guadalajara. En su Junta Directiva, que él mismo presidía, estaban presentes los principales políticos conservadores de la ciudad, como Jerónimo Vallejo, Severino Emperador, Elicio Cotayna o el sacerdote José Cicuéndez. El carácter excesivamente partidista y las retrógradas ideas sociales de sus dirigentes fueron con toda seguridad las causas de su rápida desaparición, ante la incapacidad de atraer a las masas obreras con esos postulados. Finalmente, el día 23 de enero de 1910 se abrió en Guadalajara un Círculo Católico Obrero bajo la advocación de San Ildefonso, de nuevo promovido por el catedrático José Rogerio Sánchez apoyado por algo menos de un centenar de socios, pero con el aliento del cardenal de Toledo y del canónigo Hilario Yaben, que intervino en el acto de inauguración con una conferencia sobre La Iglesia, es y ha sido la amparadora y protectora del obrero. Al año siguiente, y trasladado a Madrid su primer promotor, lo presidió Pedro Archilla Salido, y como secretario continuó Cristóbal Riesco Lorenzo, dos catedráticos del Instituto que en 1914 abandonaron la ciudad y se trasladaron al Instituto madrileño Cardenal Cisneros y al Instituto de Salamanca, respectivamente. Con su marcha, el Círculo Católico entró en decadencia y su nuevo presidente, Elicio Cotayna, se conformaba con intentar volver a abrir la escuela del Círculo.
Fue asiduo colaborador de la revista La Paz Social, la más importante de las publicaciones que el catolicismo social tenía entonces en España, comenzando sus colaboraciones en el año 1910; en sus páginas solía tratar temas de educación como, por ejemplo, su artículo “Ampliemos la instrucción de los Círculos Católicos” que apareció en el número del mes de abril de 1914. Asimismo, impartió varias charlas en el Centro de Defensa Social de Madrid.
Con la llegada de la Dictadura del general Miguel Primo de Rivera, con la que se identificó estrechamente, pudo acceder a distintos cargos políticos, siempre dentro del área educativa. En 1924 entró a formar parte de la Comisión Permanente del Consejo de Instrucción Pública y en 1927 fue nombrado Director General de Enseñanza Primaria.
En la República y la Guerra Civil
En 1931 era uno de los intelectuales más conocidos de la derecha más conservadora y antirrepublicana; nos cuenta César González Ruano en sus memorias (Mi medio siglo se confiesa a medias) que en 1934 hizo una cuidada edición de bibliófilo de su libro Aún y distribuyó la tirada de sesenta ejemplares a sus amigos, entre los que se encontraba José Rogerio Sánchez junto a la elite de la derecha más intransigente del momento.
En los últimos días de julio de 1936 fue cesado como catedrático por el gobierno republicano, pero en febrero de 1940 figuraba de nuevo en el escalafón, bastante expurgado por la intransigente depuración franquista, como catedrático de Segunda Categoría y fue nombrado director del Instituto San Isidro de Madrid, puesto que ya había desempeñado antes de 1931; en el citado centro de enseñanza hay un retrato suyo pintado por José Nogué.
Durante la Guerra Civil formó parte de la Comisión dictaminadora de los libros de texto que se han de usar en las escuelas nacionales, establecida el 20 de agosto de 1938, junto a Alfonso García Valdecasas, Tiburcio Romualdo de Toledo, Javier Lasso de la Vega, José Ibáñez Martín, José María Albareda Herrera y José Oñate Guillén. Su cometido era dictaminar “el contenido religioso, moral, patriótico, pedagógico, científico, literario, tipográfico y el precio de venta” del material escolar, es decir, censurar los libros de texto.
No es de extrañar que sus propios manuales siguiesen editándose y consiguieran una mención honorífica especial del Ministerio de Educación Nacional franquista porque todo en este libro tiende a la glorificación de España. Conocemos pocos libros de texto en los que su autor señale con más diafanidad una preocupación honda, patriótica y magistral por formar y educar al niño español”. Al terminar la guerra, continuó editando nuevos libros de texto adaptados a las directrices del nuevo régimen franquista, como sus Textos y ejercicios para la práctica literaria en 1941. Y fue, prácticamente, el único catedrático de Instituto que quedó expresamente "exento de depuración" según el expediente que elaboró el Ministerio de Educación Nacional.
Con el franquismo los reconocimientos fueron en aumento y en 1940 fue elegido académico de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, en la que ingresó en 1941, tomando el relevo del cardenal Isidro Gomá, y ocupando un puesto en su Comisión de Interior y Hacienda desde 1944 hasta su fallecimiento. Durante esos últimos años mantuvo su vinculación con la provincia alcarreña y así, en diciembre de 1946, intervino en el homenaje que se tributó en Madrid al molinés Claro Abánades al concedérsele la Cruz de Alfonso X.
También escribió algunas obras literarias, entre las que citaremos su primer libro titulado Nueve cuentos y editado en Madrid en 1900, o dos novelas cortas tituladas Viaje perdido y La confesión de Fray Lamberto que fueron publicadas durante su estancia en Guadalajara en un volumen conjunto con el título de Los tristes destinos que, en 1911, tuvo una nueva edición de la mano de la Editorial Perlado, Páez y Compañía. Y en 1910 publicó, en la colección Biblioteca Patria, una novela corta titulada En busca de la vida.
JUAN PABLO CALERO DELSO