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lunes, 16 de noviembre de 2020

JOSÉ FERNANDO GONZÁLEZ SÁNCHEZ

GONZÁLEZ SÁNCHEZ, José Fernando

[Jaca, 28 de mayo de 1836 / Madrid, 7 de julio de 1915]

José Fernando González Sánchez nació el día 28 de mayo de 1836 en la localidad de Jaca, en el Pirineo aragonés, hijo de José González Alonso y María Josefa Sánchez Loriente, y falleció en Madrid el 7 de julio de 1915, siendo el penúltimo superviviente de los que habían sido ministros durante la Primera República. Contrajo matrimonio con Aquilina Pérez Mainer, “mi dulce y amantísima esposa, que ha sido, por sus virtudes y amor nunca entibiado, el encanto de mi vida”, con la que tuvo cuatro hijos: Carlota, Gabriela, José María y María Josefa.

Hombre de aspecto débil y con tendencia a la hipocondría, a pesar de que alcanzó la longevidad, espíritu sensible y amante del arte y la cultura, aunque con tendencia a la melancolía, retraído y celoso defensor de su intimidad, a pesar de contar con muchos y buenos amigos, acabó convertido, por su rectitud, en un referente moral y en un consejero imprescindible. Un año antes de su muerte la prensa madrileña reseñaba que, con motivo de una recepción en el Palacio Real, coincidieron el rey Alfonso XIII y su hijo José María, y que el monarca le dijo: “Salude afectuosamente a su padre. Tendría mucho gusto en verle. Dígaselo así. Ya sé que es republicano, y profesando esas ideas hace cuarenta años, hace muy bien en perseverar en sus convicciones. Pero eso no importa. Dígale que venga por aquí”.

De familia económicamente modesta, desde muy pronto tuvo que abandonar su ciudad natal y trabajar para costearse sus estudios y ayudar a la precaria economía familiar. Marchó a Lérida para completar el Bachillerato y, posteriormente, cursó la carrera de Derecho en la Universidad de Zaragoza, obteniendo el grado de doctor en Leyes en la de Salamanca. A pesar de su intensa actividad periodística y política, profesionalmente se dedicó al ejercicio de la abogacía desde su despacho en el número 4 de la calle de Alfonso XII de Madrid.

Durante el período final del reinado de Isabel II, caracterizado por un creciente autoritarismo y la dificultad de ejercer las libertades públicas, se dedicó al periodismo, porque le permitía aumentar sus escasos ingresos tanto como cumplir con su vocación política, que siempre antepuso a criterios económicos, como se puso de relieve en 1857 con su renuncia a colaborar con el periódico oscense El Alto Aragón antes de que publicase su primer número, a pesar de que en el prospecto de presentación figuraba como uno de sus promotores. Sus primeros artículos aparecieron en La Nueva España cuando era casi un adolescente.

Ya establecido en la capital del reino, colaboró con las dos principales cabeceras de la corriente republicana: La Discusión, de Nicolás María Rivero y Francisco Pi y Margall, y La Democracia, de Emilio Castelar. Además fundó una agencia de información, Correspondencia Peninsular, que se ofrecía como servicio de corresponsalía para la prensa de provincias. En 1866 y 1867 redactó los capítulos correspondientes a las provincias de Huesca y Zaragoza de la Crónica General de España, un proyecto editorial que pretendía ofrecer una historia descriptiva e ilustrada de todas las provincias españolas. Ambas se publicaron, en una edición conjunta con la de la provincia de Teruel, escrita por Pedro Pruneda, en el año 1867. Siguió escribiendo en la prensa hasta el final de sus días; en 1914 todavía colaboró con el londinense The Times en un suplemento especial sobre España.

Su acción política en el Sexenio

El destronamiento de la reina Isabel II le llevó al primer plano de la vida pública española. Desde el 29 de septiembre de 1868 formó parte de la Junta Revolucionaria del barrio madrileño de Hospicio, nutrida por “individuos de los antiguos comités progresista, demócrata y unionista del distrito” y que se constituía “con el fin de asegurar en el mismo el orden de la libertad que Madrid acaba de conquistar en un sublime arranque de entusiasmo”. Muy pronto destacó por su actividad política, y tan pronto se decía que sería uno de los nuevos gobernadores civiles que la coalición de gobierno cedía al Partido Demócrata, como se anunciaba que dirigiría en Alicante un nuevo periódico bajo la cabecera de La Revolución, o figuraba como uno de los promotores de un Círculo de la Revolución junto a Nicolás Salmerón, Rafael María de Labra, Cristino Martos, Segismundo Moret, Ramón Chíes, Francisco Giner de los Ríos o Manuel Becerra.

A partir del mes de noviembre de 1868, tras la escisión del Partido Demócrata, se distinguió como uno de los militantes más destacados del Partido Republicano Federal en Madrid, y si el día 14 de ese mes se anunció la formación del comité republicano del madrileño distrito de Hospicio en el que ocupaba una vocalía, en abril de 1869 fue nombrado presidente honorario del Club republicano federalista de los radicales de Alicante.

Durante el reinado de Amadeo de Saboya se presentó a las elecciones legislativas convocadas para el mes de marzo de 1871 como candidato por la provincia de Alicante, perdiendo la votación por un margen muy ajustado y entre denuncias de presiones de los amadeístas a los electores del distrito. En las que se celebraron el 24 de agosto de 1872, concurrió como candidato republicano por la circunscripción de Huesca, obteniendo 2.142 de los 2.143 votos emitidos (a pesar de la oposición de los republicanos más intransigentes), incorporándose al Congreso de los Diputados el 19 de septiembre de ese año y permaneciendo en su escaño hasta el 22 de marzo de 1873, después de haber tenido la oportunidad de votar en favor de la República en la histórica sesión del 11 de febrero de ese año.

En su acción parlamentaria destacó como un buen orador, especialmente atento a los asuntos coloniales, como demuestra su firma al pie de un manifiesto hecho público el 3 de octubre de 1868 en el que se reclamaba “la conveniencia altísima de que la Madre patria, inmediatamente, comunique a nuestras provincias ultramarinas su firme voluntad de hacerlas entrar en la comunidad nacional, sin reservas, ni mistificación de género alguno”. Fue miembro de la Junta Directiva de la Sociedad Abolicionista española e hizo de la liberación de los esclavos en nuestras colonias una de sus prioridades políticas; dando cauce a este interés desde su escaño parlamentario con su intervención en la sesión que trató la esclavitud en Cuba el 7 de febrero de 1873. También promovió la construcción de una Cárcel Modelo que renovase el sistema penitenciario español e hizo campaña por la supresión de la pena de muerte. Como diputado, fue elegido vocal del Consejo de Gobierno y Administración del Fondo de Redención y Enganches del Servicio Militar.

Al proclamarse la República su nombre corría por los círculos políticos madrileños para ocupar distintos cargos institucionales: diplomático en alguna república americana indeterminada; director general de Contabilidad del Ministerio de Hacienda, un puesto que él rechazó con firmeza; o subsecretario general del mismo ministerio. Finalmente, en el mes de marzo, Estanislao Figueras le nombró director general de Instrucción Pública, sustituyendo a Cayetano Rosell que dimitió a petición propia, y el 30 de abril de 1873 se publicó su designación como Secretario General del ministerio de la Gobernación, que tenía como titular a Francisco Pi y Margall, cargo del que dimitió en la primera semana de junio del mismo año.

Cuando este líder federal pasó a hacerse cargo de la jefatura del Estado, el 11 de junio de 1873, le nombró ministro de Gracia y Justicia en su primer gabinete, hasta que el 28 de junio fue reemplazado por su paisano Joaquín Gil Bergés. El 19 de julio de 1873, ya bajo la presidencia de Nicolás Salmerón, fue nombrado ministro de Fomento, en sustitución de Ramón Pérez Costales, cargo que ocupó hasta el 4 de septiembre de 1873, cuando Nicolás Salmerón fue sustituido al frente de la República por Emilio Castelar.

De su breve paso por los gobiernos republicanos destaca su iniciativa para establecer mecanismos de mediación y conciliación en las luchas sociales, que se estaban viendo recrudecidas por el desarrollo de la Primera Internacional. De hecho, en la primavera de 1871 había asistido a una reunión, abiertamente proclamada “antisocialista”, que pretendía contrarrestar la propaganda internacionalista de las conferencias dominicales de San Isidro, comprometiéndose José Fernando González a escribir un folleto sobre las clases conservadoras.

El 14 de agosto de 1873 el Diario de Sesiones de las Cortes publicó un Proyecto de ley presentado por José Fernando González “creando jurados mixtos para dirimir las diferencias que puedan surgir entre propietarios y obreros”, con el propósito de responder “a esta necesidad de los tiempos, y cediendo de buen grado a los clamores de la opinión unánime, que demanda reformas sociales que, sin destruir las bases en que el edificio social descansa, ni lastimar derechos adquiridos, ni quebrantar violentamente respetables tradiciones, faciliten a las clases trabajadoras los medios necesarios para mejorar su condición y elevar el nivel de su bienestar moral y material”. Su cese al frente del Ministerio frustró su iniciativa, lo mismo que otras que en este mismo sentido promovió el también ministro Eduardo Benot.

Durante el tiempo que estuvo al frente de la cartera de Fomento, este ministerio era el responsable del sistema educativo y José Fernando González se mostró especialmente preocupado por las enseñanzas artísticas, siendo, con el también republicano Eduardo Chao Fernández, un firme defensor de que el Arte fuese una asignatura propia del Bachillerato, lo que no se consiguió hasta casi medio siglo después de cesar en esa responsabilidad ministerial. En esta misma línea hay que recordar que fue él quien, como ministro, estableció la sección de Música en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, por lo que en 1913 se barajó la posibilidad de elegirle como académico de la institución. Buena prueba de su afición musical fue el donativo que, siendo senador por Guadalajara, ofreció para sufragar las clases de música del Ateneo Instructivo del Obrero de la capital alcarreña.

No le faltaba experiencia en la gestión educativa, pues en 1869 había sido nombrado secretario de la Universidad Central madrileña, con Fernando de Castro como rector, iniciando entonces una estrecha colaboración con los krausistas españoles, y más particularmente con Francisco Giner de los Ríos, a quien apoyó como promotor y socio de la Institución Libre de Enseñanza.

En la legislatura constituyente republicana, cuyas elecciones se celebraron el día 10 de mayo de 1873, se presentó como candidato por las circunscripciones de Dolores, en la provincia de Alicante, donde ganó con 5.714 sufragios que representaban el 65% de los votos, y de Huesca, donde mereció el apoyo de 5.306 electores de las 5.312 papeletas emitidas. En la sesión parlamentaria del 17 de junio de 1873 optó por el acta del distrito de Huesca, renunciando a la representación de la provincia alicantina.

Su actividad parlamentaria en la Restauración

El 1 de enero de 1874 el golpe de Estado del general Manuel Pavía puso punto final a la república democrática, acto de violencia que José Fernando González denunció públicamente, y en enero de 1875, y como consecuencia del pronunciamiento del general Arsenio Martínez Campos, volvió a España la monarquía con la entronización de Alfonso XII de Borbón, hijo de la derrocada reina Isabel II. José Fernando González, siempre coherente con sus ideas, optó por abandonar el país en septiembre de 1876 y trasladarse en un primer momento a la ciudad portuguesa de Oporto, para establecerse más adelante en París y, posteriormente, en Hendaya, ganándose la vida con artículos periodísticos en publicaciones de diversos países.

En 1881, cuando el nuevo gobierno del antiguo progresista Práxedes Mateo Sagasta alivió las rigideces políticas de los primeros años y amplió el marco de libertades políticas, volvió a fijar su residencia en Madrid, compatibilizando desde 1882 su dedicación profesional a la abogacía con la actividad política, siempre desde las filas del republicanismo.

En el año 1886 se presentó a las elecciones legislativas por la circunscripción de Huesca en pugna con el también republicano Emilio Castelar, un reflejo de las profundas divisiones que sufrían las fuerzas antimonárquicas. Después de una campaña muy bronca entre estos dos únicos candidatos, Castelar, que ya había ocupado el mismo escaño en la legislatura anterior, obtuvo 974 votos y José Fernando González solo recibió 569 papeletas, a pesar de ser su tierra natal.

Sin embargo, fue elegido senador por la provincia cubana de Puerto Príncipe para las legislaturas de 1887, 1888, 1889 y 1890; tres años después ocupó un escaño en la Cámara Alta en representación de la Sociedad Económica de La Habana (Cuba) durante las legislaturas de 1893, 1894, 1895, 1898 y 1899. Terminadas las guerras coloniales con la independencia de Cuba, fue elegido senador por la provincia de Guadalajara para las legislaturas de 1899, 1900, 1901 y 1902, siendo en este último caso el único senador republicano en la Cámara.

Su elección como senador por Guadalajara fue la consecuencia de las negociaciones entre el Partido Liberal, liderado en tierras alcarreñas por el conde de Romanones, y los republicanos guadalajareños, cuya fuerza electoral no solo era indudable sino que era indispensable para que los liberales mantuviesen su representación parlamentaria cuando, como en el año 1899, los conservadores estaban el frente del gobierno de Madrid. El pacto se mantuvo en 1901, con hegemonía liberal, a la vista de los resultados electorales: el liberal-republicano posibilista Bruno Pascual Ruilópez obtuvo 330 votos, el liberal Juan Ranero Rivas, se hizo con 327 votos, el republicano José Fernando González recibió 307 votos, y el liberal Luis Fernández Heredia solo se hizo con 161 votos, siendo designados senadores los tres primeros y quedando sin escaño el tercer liberal. Fue el prestigio de José Fernando González lo que llevó a los republicanos de Guadalajara a postularle como senador, a pesar de no tener ninguna vinculación con la provincia y de no carecer de personalidades de valía.

Buena parte de ese prestigio se lo había ganado con su actitud política ante la cuestión colonial, asunto en el que ya había destacado durante el Sexenio y que siguió siendo objeto de su atención como senador por Cuba. Si bien es cierto que cuando se inició el conflicto colonial no dudo en declarar que “soy republicano y moriré siéndolo, pero tratándose de la honra y dignidad de la patria no me acordaré de lo que soy y estaré al lado del Gobierno, sin perjuicio de pedirle en su día las responsabilidades que le alcancen”, no por eso dejó de ser un agudo crítico de la restauración monárquica y de sus políticas desde su escaño. Consumado el Desastre del 98, y frente a quienes añoraban un pasado colonial, José Fernando González salió de la guerra en Cuba y Filipinas con una convicción fuertemente europeísta.

Sus últimos años

El final de su actividad parlamentaria en 1902 no puso punto final a su actividad política, aunque le apartó de la primera línea. En el año 1911 se constituyó un nuevo partido, la Unión Republicana, que pretendía superar las luchas cainitas que desgarraban a las distintas familias antimonárquicas y que habían desgarrado al partido homónimo desde el principio. A pesar de que el proyecto le pareció a José Fernando González “mejor intencionado, que realizable”, finalmente fue elegido presidente de honor en la asamblea que celebró el partido el día 15 de febrero de 1911, junto a Joaquín Gil Berges, Benito Pérez Galdós y Gumersindo de Azcárate.

Todos ellos, excepto Joaquín Gil Bergés, se desentendieron completamente del proyecto por medio de una carta pública en la que sostenían que “por los periódicos nos hemos enterado, no sin sorpresa, que por la Asamblea que acaba de celebrarse hemos sido nombrados presidentes honorarios del Directorio y de la Junta Consultiva de Unión Republicana. Agradecemos el honor, pero no lo aceptamos. Conocidas son de ustedes, o deben serlo, las manifestaciones que hemos hecho, por requerimiento de los iniciadores de la Asamblea, excusándonos de contribuir, ni en poco ni en mucho, a ese empeño que, a nuestro juicio, implica grave daño para la causa por cuyo triunfo luchamos”.

Muy poco después, otro grupo de destacados republicanos encabezados por Melquiades Álvarez y Gumersindo de Azcárate decidió impulsar un nuevo partido político que, en un primer momento, se llamó Republicano Reformista. Aunque en la prensa del momento apareció vinculado a este proyecto desde sus primeros pasos en el verano de 1912, y que en general se le asocia a esta corriente, seguramente se acerque más a la verdad la opinión vertida en La Ilustración Financiera del 28 de octubre de 1913: en “las cartas de los señores D. José Fernando González y D. Benito Pérez Galdós, leídas al final de la comida, se vio que, por entre sus elocuentes frases, se deslizaba el tributo de amistad personal rendido al Sr. Álvarez, pero sin pasar de una adhesión platónica a las orientaciones por las que iba a emprender su rumbo el insigne tribuno”. Así se desprende también de la prensa, que comentaba, con motivo de un acto del partido, que “no quiso contarse entre los que se sentaron a la mesa con el jefe del reformismo en el Hotel Palace”.

Sin embargo, fue elegido, aunque fuese con carácter honorífico, miembro de la Junta Central provisional del Partido Reformista en enero de 1913 y de la que se constituyó definitivamente en febrero de 1914, así como de los comités del Partido Reformista de los distritos madrileños de Congreso, de Buenavista, de Centro, de Inclusa y de Universidad. Incluso, ante una crisis de gobierno, “se hablaba de que un candidato a ocupar un ministerio sería un antiguo ministro, y se barajaba el nombre de José Fernando González”. Se hizo pública por entonces una carta en la que manifestaba que “el que sea, y quiera ser siempre mientras viva, fiel a la causa de la República, no impide ciertamente que desee para mi patria, aunque sea bajo la Monarquía, una amplísima legalidad común, dentro de la cual pueda realizarse ordenadamente la vida progresiva de este nuestro pobre país, y ejercer cada cual con dignidad los derechos todos de su ciudadanía”.

Falleció en Madrid el día 7 de julio de 1915, recibiendo sepultura en el cementerio católico de la Sacramental de Santa María de la Almudena. El también ministro republicano Luis de Zulueta dijo de él en su necrológica en la revista España: “Fue sobre todo, una conciencia. Perteneció a aquel grupo de varones íntegros que, a pesar de sus defectos y de sus errores, dignificaron la política enlazándola con las ideas generales y rigiéndola según los principios éticos”.

JUAN PABLO CALERO DELSO

lunes, 2 de noviembre de 2020

GREGORIO HERRÁINZ DE HERAS

HERRÁINZ DE HERAS, Gregorio
[Leganiel, 9 de mayo de 1842 / ]


Gregorio Herráinz de Heras (o de las Heras) nació en el pueblo de Leganiel, en la comarca de la Alcarria conquense, el día 9 de mayo de 1842. Era hijo de Felipe Herráinz de Parada, que ejercía como maestro de niños en aquella localidad, y de Juana de las Heras, tras cuyo fallecimiento su marido se hizo sacerdote. A pesar de contar con escasa fortuna familiar, Gregorio Herráinz estaba emparentado con los Guzmán y Manrique, que formaban parte de la elite política y económica alcarreña. En 1869 contrajo matrimonio en la ciudad de Guadalajara y, tres años después, nació su único hijo, que falleció en Valladolid el día 19 de septiembre de 1881.
En el año 1858 inició sus estudios en la Escuela Normal de Cuenca, con un permiso personal por no alcanzar la edad reglamentaria, pero para el segundo curso se trasladó a la Central de Maestros de Madrid, donde completó su carrera habiendo obtenido sobresaliente en todas las asignaturas y donde obtuvo en el año 1860 el diploma para la enseñanza a sordomudos y ciegos. La necesidad de ayudar en los estudios a sus tres hermanos pequeños le obligó, por la escasez de recursos económicos familiares, a opositar con éxito a la plaza de maestro de la Escuela de Hiendelancina, donde impartió clase muy pocos meses.
Ingresó por oposición en el Cuerpo de Profesores de Escuelas Normales el 16 de enero de 1864, con solo veintiún años de edad y se jubiló, “por haber cumplido la edad reglamentaria”, mediante un Real Decreto firmado el 9 de septiembre de 1918, cuando era el número uno del escalafón de profesores numerarios de Escuelas Normales y director de la de Zaragoza. Su primer destino fue como tercer profesor de la Sección de Letras en la Escuela Normal de Oviedo, en la que solo permaneció hasta el día 17 de Mayo de 1865, cuando consiguió el traslado a la de Guadalajara, ciudad en la que residió durante doce años.

Sus años en Guadalajara
Durante su estancia en Guadalajara continuó con sus estudios y realizó el curso especial de Dibujo Lineal Hendricks en la Escuela Normal Central madrileña, que le subvencionó la Diputación Provincial a causa de una situación económica particular tan penosa que en el acta del 5 de febrero de 1870 de la corporación provincial se recoge la decisión de conceder a Gregorio Herráinz de las Heras, “profesor tercero de la Escuela Normal de Maestros de esta provincia, una habitación que existe sin ocupar en el referido establecimiento, atendiendo al corto sueldo que disfruta”, cuando ya había contraído matrimonio.
En tierras alcarreñas desplegó una incansable actividad docente, impartiendo clases gratuitamente en el Círculo Mercantil y en la Escuela nocturna para adultos de la capital. En el año 1872 publicó el libro Modo de propagar la instrucción primaria en las poblaciones agrícolas y clases jornaleras, que era el lema del concurso público que había convocado la Sociedad Económica Matritense y en el que obtuvo el primer premio. En esta obra se muestra como un profundo conocedor de todas las circunstancias de la vida cotidiana de los campesinos, entre los que creció, y ofrece soluciones políticas en la línea del republicanismo contemporáneo más avanzado, manifestándose como un reformador social laico.
Durante el Sexenio Revolucionario se puso en marcha en Guadalajara la Escuela Normal de Maestras, una medida que suponía un avance muy significativo para la condición de la mujer en tierras alcarreñas y que abrió sus puertas en el año 1872 bajo el impulso de Gregorio Herráinz, que fue su primer Secretario y el redactor de su Reglamento. Continuó impartiendo clase en la Normal de Maestros y en la Exposición Provincial de Guadalajara de 1876 fueron premiados sus programas razonados de las asignaturas de Gramática, Geografía e Historia.
Formó parte de las Juntas Local y Provincial de Instrucción Pública de Guadalajara; de la primera, en 1873 como representante del Ayuntamiento; y de la segunda como padre de familia por nombramiento del Presidente del Poder ejecutivo del día 12 de Setiembre de 1874. En la capital alcarreña, y por su iniciativa, la Junta adquirió “dos nuevos locales a largo plazo de arrendamiento para dejar otros de todo punto inadecuados e insalubres; el material aumentó considerablemente y por medios extraordinarios, y el Magisterio percibió cuanto se le debía por atrasos”.
Igualmente promovió la unión profesional de los docentes de Primera Enseñanza, en el convencimiento de que “si la asociación existiera entre los maestros, cuando se echa encima un proceso electoral, estudiarían las condiciones de la lucha, designarían su candidato propio para cada uno de los distritos que permitieran concebir juiciosas esperanzas de éxito”. Con ese propósito, Gregorio Herráinz de las Heras elaboró con precisión y amplitud un proyecto de asociacionismo corporativo de los maestros que hizo público, aunque reconocía las dificultades de llevar a la práctica su propuesta, pues al ser el Magisterio una “colectividad que se ramifica casi por todas las localidades, ofrece, sin embargo, un cuadro desgarrador de disgregación y presenta rotos los mil vínculos de enlace que habrían de ser sus inagotables focos de prestigio, de fuerza y de bondad”. A pesar de todo, en 1873 se celebró en la Universidad Central madrileña una Asamblea del Magisterio nacional, a la que fue enviado como representante de la provincia de Guadalajara, siendo nombrado miembro de la comisión redactora del Reglamento de una efímera Asociación Nacional del Magisterio, que finalmente se constituyó en la provincia de Guadalajara en 1874, siendo nombrado Gregorio Herráinz su primer presidente.
También se implicó en las luchas políticas de la provincia en aquel agitado período. El día 29 de septiembre de 1868 fue uno de los dirigentes políticos que accedió a la Casa Consistorial de Guadalajara para proclamar el destronamiento de Isabel II y el triunfo de la Revolución. En 1869 se alineó con la escisión republicana, siguiendo a su pariente José Guzmán y Manrique Ruiz que ese mismo año fue elegido para ser el primer presidente provincial del Partido Republicano Federal. Gregorio Herráinz formó parte del Comité Local Republicano de la capital alcarreña junto a Hilarión Guerra Preciado, Emilio Carrasco, Vicente García Ron, Crispín Ortega, Agapito Gutiérrez y Fernando Artega y en junio de 1873 salió elegido concejal en la ciudad de Guadalajara con el apoyo de los republicanos. También se dice que dirigió un periódico en esta capital, aunque no hemos podido confirmarlo por haber desaparecido todos los ejemplares de la prensa provincial en los años del Sexenio.
Tras su marcha, Gregorio Herráinz siguió visitando la provincia y en el año 1909, cuando ya era director de la Escuela Normal de Zaragoza, pasó el verano en Sigüenza.

Su actividad profesional
En 1876, con el regreso de la monarquía borbónica en la figura de Alfonso XII, solicitó y obtuvo su traslado a la Escuela Normal de Soria, para la que fue nombrado segundo maestro mediante una Real Orden fechada el día 15 de diciembre de 1876 y donde cesó el 12 de febrero de 1877, después de haber solicitado una licencia de quince días, por lo que apenas impartió clase durante dos meses en esa capital castellana, regresando a la Escuela de Guadalajara.
Pero su retorno a tierras alcarreñas fue muy breve, pues el 15 de enero de 1878 se incorporó a la Escuela Normal de Valladolid. Desengañado de la lucha política partidista tras el final del Sexenio Revolucionario, aunque siempre estuvo identificado con las ideas de progreso y laicismo, en la ciudad vallisoletana se volcó en la actividad periodística, dirigiendo una revista profesional del Magisterio y asumiendo las labores de primer redactor de diario El Norte de Castilla hasta principios de 1882, además de dar clases particulares para aumentar sus menguados ingresos. En el año 1878 redactó, por encargo del Ayuntamiento vallisoletano, una Memoria sobre el estado de la educación e instrucción de las escuelas públicas de Valladolid.
La muerte de su único hijo en septiembre de 1881 le sumió en una profunda tristeza y le hizo imposible continuar viviendo en la misma ciudad, por lo que solicitó y obtuvo en diciembre de 1881 su traslado a la Escuela Normal de Segovia, de la que fue nombrado director y a la que se incorporó en febrero de 1882, residiendo en el segundo piso del número 10 de la calle Juan Bravo de esa ciudad. Durante su estancia en Segovia, y necesitado de ocupaciones que le distrajesen del enorme pesar por el fallecimiento de su hijo, se dedicó preferentemente a la defensa de los intereses de los maestros por medio del Boletín del Magisterio de la Provincia de Segovia, nacido por iniciativa de Valentín Fuentes Gonzalo pero del que en abril de 1882 se hizo cargo Gregorio Herráinz de las Heras con tanta consagración que su traslado en julio de 1899 supuso el cierre del citado boletín.
Como director de la Escuela Normal segoviana tuvo que reorganizar completamente este centro educativo, desatendido durante años por distintas circunstancias, hasta el punto de que solo estaban matriculados una veintena de alumnos. Ordenó el archivo del centro, redactó y consiguió que fuese aprobado el reglamento interior de la Escuela, restableció los registros de contabilidad interna, mejoró la biblioteca, estableció un laboratorio de Física e instaló, siendo la Normal de Segovia la primera en hacerlo, estaciones telegráficas y telefónicas, además de fomentar las excursiones escolares. Por motivo de su cargo, formó parte desde su llegada a tierras segovianas de la Junta Provincial de Instrucción Pública, que él se encargó de revitalizar y de que se reuniese con la debida regularidad, consiguiendo normalizar los sueldos de los maestros, anulando las retribuciones en especie que aún percibían algunos maestros rurales y alcanzado el objetivo de que todos los haberes del Magisterio se percibiesen del Habilitado de Clases Pasivas correspondiente.
En 1898 concursó para la Escuela Normal de Zaragoza y fue propuesto por el Consejo de Instrucción Pública para ocupar allí una plaza, pero una reforma de los centros normalistas aprobada por el Ministerio de Fomento rebajó la categoría de la de Zaragoza, por lo que en 1899 Gregorio Herráinz solicitó se revocase ese nombramiento y se la destinase a otro centro de superior categoría, lo que fue desestimado en primera instancia. Seguramente como consecuencia de este contencioso, el 15 de junio de 1900 quedó afecto a la Subsecretaría del Ministerio de Instrucción Pública, para poco después ser nombrado director de la Escuela Normal de Zaragoza, pues en 1905 ya formaba parte, con el rector de la Universidad aragonesa Mariano Ripollés Baranda, del comité que se formó en Zaragoza para organizar la Exposición Pedagógica Universal de 1905.
Participó Gregorio Herráinz en otros Congresos Pedagógicos; en el primero, celebrado en Madrid en 1882 por iniciativa del Fomento de las Artes, contribuyó con una ponencia titulada “Reformas que reclaman nuestras Escuelas Normales. Instituciones pedagógicas que con ellas deben concurrir a la formación de los maestros y elevar la cultura de la mujer: carácter de esta cultura”, que fue muy aplaudida y alabada por Claudio Moyano; y aunque en ella apoyaba la formación cultural de las mujeres, sus argumentos son hoy difíciles de entender: “Como en el sexo fuerte se dan extraños contrasentidos, ejemplares afeminados, que prefieren quehaceres mujeriegos, sin que por eso se destruya, ni tan siquiera se quebrante la tendencia general, en el débil se presentan también caracteres varoniles, aptitudes mentales salientes y privilegiadas, que inclinan, que arrastran hacia los profundos veneros de la ciencia: no les cerremos la entrada”. El tercer Congreso Pedagógico se desarrolló en Madrid en octubre de 1892, en conmemoración de la llegada de Colón a tierras americanas, por lo que tuvo carácter internacional; en él su ponencia trató de los “Requisitos que deben exigirse para el ejercicio de la primera enseñanza, pública y privada. Por quién, cómo de qué manera deben nombrarse y pagarse los maestros públicos”.
También participó, en varias ocasiones como presidente, en tribunales oficiales para oposiciones del Magisterio. Y el 23 de enero de 1882, a propuesta del rector de la Universidad de Valladolid, se le distinguió con el título de Caballero de la Real Orden de Carlos III, en atención a sus méritos en la enseñanza.

Gramático y filólogo
Buena parte de su tiempo lo dedicó Gregorio Herráinz a estudiar la Gramática de la lengua castellana, aunque casi nunca obtuvo reconocimiento; sabemos que en 1894 Unamuno calificaba, sin haberlo leído, de “chinchorrerías y armas al hombro” un folleto suyo recién publicado en Segovia. Su primera obra fue una Gramática castellana teórico-práctica en todas sus partes. Obra acomodada a las necesidades de esta enseñanza en las Escuelas Normales, que se publicó en Madrid 1869 y al año siguiente salió de imprenta un Compendio de gramática castellana, razonada y al alcance de los niños para facilitar su uso como libro de texto.
Años después, ya destinado como director de la Escuela Normal de Segovia, y quizás bajo la influencia del filólogo Matías Salleras que le había precedido en ese cargo, volvió a interesar por la filología y publicó en 1885 su Consultor ortográfico de cartera o Compilación suma de lo conducente a la solución de dudas en el acto de escribir y un Tratado de gramática razonada con aplicación decidida y constante al estudio del idioma español, ambos impresos en el establecimiento tipográfico segoviano de F. Santiuste. Todavía un año después publicó Contra privilegio, escalpelo o Examen crítico de las obras de la Academia de la Lengua. En sus libros se implicó en los debates contemporáneos sobre la lengua castellana, oponiéndose a la ortografía fonética y defiende la etimológica.
Como consecuencia de su actividad profesional, también publicó varios libros de tema pedagógico, entre los que merece la pena destacarse Reformas sobre Primera Enseñanza, que vio la luz en Segovia en 1884; una recopilación de sus Conferencias pedagógicas celebradas en Segovia durante la última decena de Agosto de 1888; su Tratado de Antropología y Pedagogía, editado por la madrileña Librería de la Viuda de Hernando y Compañía en 1896; Evolución progresiva de la educación, alcance de esta en el día y sus consecuencias, que apareció en Zaragoza en 1903; una Reseña Histórica de la Escuela Normal Superior de Maestros de Zaragoza desde su fundación en 1844 a fin del año académico de 1905-1906, que fue editada en 1907 en la Imprenta del Hospicio Provincial de Zaragoza; y su Resumen de un Curso de Estudios Superiores de Pedagogía, que salió de la misma imprenta zaragozana en 1912. En 1879 publicó en Valladolid las Conferencias agrícolas al calor del hogar, que una Real orden de 8 de Junio de 1880 declaró libro texto de lectura oficial para las escuelas de niños y de adultos, por lo que conoció tres ediciones; además fue obra premiado en la Exposición Agrícola Vallisoletana.
JUAN PABLO CALERO DELSO

jueves, 1 de octubre de 2020

CALIXTO RODRÍGUEZ GARCÍA

RODRÍGUEZ GARCÍA, Calixto
[Gijón, 29 de abril de 1848 / Madrid, 8 de abril de 1917]

Calixto Rodríguez García nació en la ciudad asturiana de Gijón el día 29 de abril de 1848 y falleció en Madrid el 8 de abril de 1917, diez días antes de cumplir sesenta y nueve años. Era sobrino de Tomás Zarracina Rodríguez, un asturiano de fuertes convicciones republicanas y un notable espíritu emprendedor, que fundó una fábrica de sidra achampañada en 1857, una panadería mecánica en 1863, una fábrica de chocolates en 1877, otra de harinas en 1890 y que en 1875 abrió una serrería y factoría dedicada sobre todo a la producción de cajones. Un ideario político y un afán empresarial que, evidentemente, heredó su sobrino Calixto Rodríguez.
Contrajo matrimonio con la aragonesa Martina Lorente Soriano, “amante compañera de su vida” según la nota necrológica de la prensa local, que falleció el día 2 de noviembre de 1902, siendo enterrada en el panteón familiar en Cervera de la Cañada, junto a Calatayud, aunque en su testamento dejó un legado para la provincia alcarreña. Como no tuvieron hijos, el matrimonió prácticamente prohijó a algunos de sus sobrinos y, tres años después de enviudar, Calixto Rodríguez casó en segundas nupcias con una de sus sobrinas, María Lorente Jiménez, con la que tampoco tuvo descendencia.
Abandonó su Asturias natal para ingresar en la Escuela de Ingenieros de Montes, que hasta 1870 tuvo su sede en el castillo madrileño de Villaviciosa de Odón. Terminó sus estudios en 1869 y en el escalafón correspondiente a 1871 ya figuraba como aspirante de primera a ingeniero de montes del Estado. Al año siguiente obtuvo en Guadalajara su primer destino y en 1905 alcanzó la categoría de Ingeniero Jefe de Primera Clase, aunque en situación de supernumerario, pues muy pronto abandonó la función pública para dedicarse a la actividad empresarial privada.

Su actividad económica
Con motivo de su cargo, muy pronto visitó el Señorío de Molina “con objeto de hacer el señalamiento de los productos forestales que han de utilizarse con arreglo al plan general del presente año [de 1877]”. Año y medio después se publicó en La Voz de Guadalajara un artículo anónimo, que podemos atribuirle sin mucha posibilidad de error, en el que afirmaba que la sequía se debía, en gran medida, a la “destrucción de la arboleda” y que si no se le ponía remedio con una activa política de repoblación forestal se condenaba a nuestra tierra a una aridez general y prolongada. Como consideraba que “aún es tiempo para nosotros; todavía contamos con medios de defensa contra la calamidad”, proponía un plan nacional para repoblar los montes, detallando cómo obtener la financiación necesaria para acometerlo.
A este empeño particular por la repoblación forestal se le sumó, en primer lugar, el tratado comercial que España y Francia firmaron en 1879, que redujo significativamente el arancel que pagaban la resina y sus derivados que se importaban de este país, lo que perturbó el mercado español de estos productos. Y, en segundo lugar, los apuros económicos del duque de Medinaceli, que irregularmente había puesto a su nombre tierras comunales de los dieciocho pueblos de ese antiguo ducado, iniciando así un pleito por la propiedad de tan extensas fincas en el nordeste de la provincia guadalajareña que, solo un siglo más tarde, ganaron los vecinos.
Harto el duque de Medinaceli de los problemas derivados de la disputa por su propiedad, y necesitado de liquidez, vendió sus tierras a Calixto Rodríguez, que en el año 1880 todavía era ingeniero segundo de Montes de la provincia de Guadalajara a las órdenes de Miguel Fernández Balmaseda. Pero en 1882 abría sus puertas la fábrica de resinación de Mazarete, en el Señorío de Molina, que aprovechaba la materia prima extraída de los pinares del antiguo ducado de Medinaceli y de la comarca molinesa para obtener los distintos productos derivados (resina, clorofonía, trementina…), que eran transportados por carretera, a través de Maranchón, hasta la localidad soriana de Medinaceli, desde cuya estación de ferrocarril eran distribuidos a todo el territorio nacional.
El día 20 de enero de 1898 se formalizaron las escrituras de una nueva empresa, bajo la denominación social de La Unión Resinera Española Sociedad Anónima, con un capital de cinco millones de pesetas repartido entre los empresarios resineros Calixto Rodríguez y Francisco Javier Gutiérrez Cosío, los tres socios de la resinera Falcón, Ruiz y Llorente y los financieros vascos Enrique Aresti, Víctor Chávarri y Plácido Allende, los únicos que contribuyeron con sus capitales, pues los primeros solo aportaron a la sociedad sus fábricas y derechos de explotación forestal. Fueron designados Enrique Aresti Torre como presidente y Calixto Rodríguez García como gerente.
El éxito de la nueva compañía fue indudable; en 1901 ya contaba con diez factorías que aprovechaban cerca de cinco millones de pinos y el capital social se amplió hasta veinte millones de pesetas. También diversificó tanto sus mercados, dedicando a la exportación parte de su producción, como sus aprovechamientos, pues a la resina y sus derivados sumó la madera, las cortezas y los piñones. En 1904 la Unión Resinera amplió a Andalucía sus expectativas de explotación forestal, al mismo tiempo que obtenía los derechos de explotación de los pinares de la provincia de Guadalajara, por cesión de Calixto Rodríguez, que en 1905 fue designado nuevo presidente de la compañía, alcanzando así el cénit de su actividad empresarial y de su proyección social: dos años después fue nombrado Hijo Adoptivo de Molina de Aragón y se puso su nombre a la céntrica calle de las Tiendas molinesa.

Pero a partir de 1907 las disensiones internas mermaron su autoridad en el Consejo de Administración de la Unión Resinera, divergencias que, según algunos, tenían su origen en la distinta orientación que se quería dar a la actividad empresarial y que, según otros, tenían sobre todo un trasfondo político. En cualquier caso, el 12 de julio de 1909 Calixto Rodríguez vendió a la Unión Resinera la fábrica de Mazarete y los pinares de la comarca, rompiendo definitivamente con el proyecto empresarial que había iniciado casi diez años atrás. Aunque intentó defender su gestión publicando el folleto En advertencia debida y defensa obligada, fue denunciado públicamente en un libelo escrito por el diputado provincial molinés Juan Megino Ruiz, que salió absuelto en el pleito en el que Calixto Rodríguez le acusó de injurias.
No por eso renunció Calixto Rodríguez a la explotación forestal en Guadalajara y en el año 1910 inauguró una nueva fábrica de resinación en la localidad de Anquela del Ducado con el nombre de La Avellaneda, que disponía de un sistema propio de destilación, patentado por Calixto Rodríguez que era su único propietario, y contaba con maquinaria muy moderna importada desde Estados Unidos. Pero el 18 de agosto de 1910, La Avellaneda se vio seriamente afectada a causa de un incendio, provocado por la imprudencia de uno de sus operarios, en el que la factoría sufrió cuantiosas pérdidas, valoradas en 500.000 pesetas, y la destrucción de más de doce mil kilos de producto, poniéndose así punto final a la empresa.
Otra de las áreas de interés económico de Calixto Rodríguez fue la electricidad. El 23 de junio de 1905 solicitó, para la Sociedad Electra Popular de Valladolid, una licencia para instalar una red eléctrica en la ciudad vallisoletana, alimentada por el salto de agua de El Porvenir, en Zamora, que era propiedad de la citada compañía, a lo que se sumaban cuatro generadores de vapor situados en un edificio en la propia ciudad. El Ayuntamiento de Valladolid fue autorizando, a lo largo del año 1906, todas las iniciativas de Calixto Rodríguez, que llamó a su sobrino Isidro Rodríguez Zarracina para que dirigiese la nueva empresa, que en 1908 absorbió a la rival Sociedad Eléctrica Castellana. Y el día 13 de julio de 1906, junto a Fernando Villaamil Iglesias y Luis Castillo Gogorza, fundó ante el notario bilbaíno Agustín Malfaz la Sociedad Anónima Electra de Viesgo, en Cantabria, que se hacía con los derechos de explotación que la Sociedad General de Centrales Eléctricas tenía adjudicados en Santander; con el paso de los años se transformó en una de las más importantes compañías eléctricas españolas.
Calixto Rodríguez también invirtió en la industria minera, una de las actividades económicas más rentables en la España de la Restauración; antes de acabar el siglo XIX, compró una mina de cobre en Checa, aunque no le dio los rendimientos esperados. Fuera de la provincia, fue el gerente y promotor, junto con otros inversores, de la Compañía de Azufres, una sociedad anónima con un capital de 2.000.000 de pesetas, la mitad mediante 2.000 acciones al portador de 500 pesetas cada una y otro millón en obligaciones. Su objetivo era vender la producción azufrera que debía entregarles La Minera Industrial de Hellín y otros negocios relacionados con el azufre.

Su actividad política
Calixto Rodríguez se declaraba republicano “de toda la vida” y desde su llegada a Guadalajara participó en la política provincial desde las filas republicanas. El 9 de mayo de 1880, antes de la liberalización del régimen por Sagasta, participó en la fundación de La Verdad, un “Semanario Científico y Literario, de Instrucción Pública, Intereses Generales y Materiales, Noticias y Anuncios” que siguió saliendo hasta la primavera de 1883. Nació con solo cuatro páginas pero con una firme vocación popular que demostraba ofreciendo la suscripción más económica de toda la prensa provincial: cincuenta céntimos al trimestre. Su redacción y administración se encontraba en el número 21 de la calle de San Lázaro, sede de la Imprenta de Ruiz, en la que se editaba el semanario y en la que trabajaba Tomás Gómez, fundador de la publicación, aunque a causa de la restrictiva legislación de imprenta vigente, figuraron como sus directores el abogado Tomás Sancho o José Ruiz, propietario del taller tipográfico. Colaboraban en La Verdad Calixto Rodríguez y otros militantes republicanos como Manuel González Hierro y Miguel Mayoral Medina. No fue ésta su única aventura periodística de carácter republicano de Calixto Rodríguez, que en el mes de octubre de 1897 sacó a la calle El Molinés, periódico destinado también a la defensa de sus intereses económicos y políticos en ese distrito; de vida muy efímera, ya que dejó de publicarse en 1898.
En el fragmentado espacio político republicano, Calixto Rodríguez se alineó con el Partido Republicano Progresista, que lideraba Manuel Ruiz Zorrilla, presidiendo durante muchos años el Comité provincial y siendo su dirigente más destacado en tierras de Guadalajara. La deserción de buena parte de sus correligionarios hacia las filas del conde de Romanones, sobre todo a partir de 1905, y la traición en 1908 de alguno de sus más compañeros más estrechos, como Gerardo López Rubio y Félix Alvira, no hicieron mella en su lealtad a la causa de la República, y mientras vivió y representó en las Cortes al Señorío molinés siempre se declaró republicano ferviente, apoyando decididamente en 1907 la elección de Juan Sol y Ortega como senador por Guadalajara.
Este carácter progresista y el decidió impulso que dio a la economía de la región más oriental de la provincia de Guadalajara le han granjeado una fama de “buen cacique” que se alimenta de algunos hechos incontestables, como la huelga de los trabajadores de la Unión Resinera en protesta por su relevo al frente de la compañía y en defensa de su gestión o su generosa aportación monetaria a distintas iniciativas, desde la traída de aguas a algunos municipios al sostenimiento del Hospital de Molina de Aragón regido por las religiosas de Santa Ana. Como decía en su nota necrológica Flores y Abejas, “prodigó a manos llenas los favores, a cambio de los cuales cosechó andando los tiempos no pocas ingratitudes”.
Pero no se puede olvidar que el trabajo de los resineros era de una extrema dureza y que las condiciones laborales en las factorías resineras eran muy penosas; como señalaba Flores y Abejas en su número del 14 de octubre de 1906: “los resineros agonizan lenta y desapercibidamente, con el estómago vacío, el cerebro más vacío aún, la carne emporcada por la miseria, los músculos quebrantados por la penosa labor, la sangre anémica y los sentimientos embozados con un jesuitismo arraigado, con una falsedad notable. Muchos de ellos viven solos, sin hogar fijo, sin familia, sin cariño de nadie. Y hacen bien; porque para marchar a tumbos por el camino de la vida, es preferible que sucumban ellos solos”.
Sin embargo, Calixto Rodríguez hizo todo lo posible por evitar la sindicación de los trabajadores de su empresa; en 1894 los resineros de Mazarete se vieron forzados a desconvocar una huelga por la presión de Calixto Rodríguez y la presencia opresiva de la Guardia Civil. Y en agosto de 1906 el semanario El Socialista llegó a hacerse eco de la persecución que el diputado republicano y la empresa Unión Resinera habían desatado contra el sindicato local de Las Navas de Oro, un pueblo segoviano que, como muchos de la comarca molinesa, vivía de la explotación forestal de la resina a cargo de la citada compañía. La persecución había hecho disminuir sensiblemente el número de adherentes a la Sociedad obrera y ponía en peligro su misma existencia por la animadversión de Calixto Rodríguez, especialmente dirigida al presidente e impulsor del citado Sindicato. Tampoco escasearon los incidentes en tierras de Guadalajara, como prueba el tumulto popular en Luzón en 1908 contra los guardas de Calixto Rodríguez y la Resinera.

Su actividad parlamentaria
Las elecciones generales de 1891 fueron, sin que entonces nadie lo sospechase, decisivas para la provincia de Guadalajara. Álvaro de Figueroa presentó su candidatura frente a su propio hermano y al margen del turno pactado entre liberales y conservadores; por primera vez concurrió un candidato obrero, Modesto Aragonés con el aval del PSOE, y el republicano Calixto Rodríguez García ganó por primera vez el escaño en la circunscripción de Molina de Aragón.
Fue elegido para representar a Molina de Aragón en el Congreso en los comicios de 1891 (aunque en las actas electorales del distrito se recogen varias protestas y algunos incidentes menores, prueba de las resistencias encontradas para asentar su liderazgo caciquil), 1893, 1898, 1899, 1901, 1903, 1905, 1907, 1909 y 1910, aunque en estos dos últimos casos se anulase su acta de diputado por graves irregularidades en el proceso electoral. Únicamente quedó sin escaño en los comicios de 1896, por el retraimiento electoral republicano, aunque en 1898, a pesar de la campaña de diversas personalidades y corrientes antidinásticas pidiendo el retraimiento en las elecciones y llegando a aconsejar a sus partidarios coger el fusil revolucionario en lugar de la papeleta electoral, Calixto Rodríguez se presentó a los comicios y obtuvo de nuevo su acta de diputado, mostrando mayor fidelidad a sus compromisos económicos con la Unión Resinera que a su lealtad política.
Sus resultados electorales se aproximaron al 100% de los votos emitidos en muchas convocatorias o mostraron un respaldo popular muy alto, como en los comicios de 1901 donde cosechó más papeletas que el conde de Romanones, a pesar de tener un censo electoral más reducido. Incluso en los procesos electorales en los que no había alternativa al candidato republicano y su triunfo era seguro; así en las elecciones del año 1907 Calixto Rodríguez fue el único candidato que concurrió en el Señorío, lo que le aseguraba la victoria, y aún así, en una auténtica demostración de fuerza, obtuvo un total de 9.134 sufragios.
En las elecciones de 1901 el Conde de Romanones plantó cara a los republicanos con el objetivo de arrebatarles este distrito, empleando los mismos métodos caciquiles que él mismo utilizaba en el resto de la provincia y que Calixto Rodríguez usaba en el Señorío. Respondieron los republicanos pleiteando con desfachatez contra varios vecinos de algunos pueblos de la circunscripción de Molina de Aragón acusándoles de diversos delitos electorales que, presumiblemente, habrían beneficiado a la candidatura afecta al Conde de Romanones. Los partidarios de la república perdieron el pleito y, viendo amenazado su acta de diputado, decidieron pactar con Álvaro de Figueroa.
En 1903 los liberales no presentaron batalla en el distrito molinés para no dividir las fuerzas progresistas frente al posible candidato del Partido Conservador, que en ese momento formaba gobierno. Pero el pacto se impuso en 1905, con un gabinete liberal, y se mantuvo en 1907, forzosamente unidos frente a las medidas adoptadas por Antonio Maura para garantizar la libertad del sufragio. En ambas ocasiones, Calixto Rodríguez mantuvo el acta de diputado por Molina de Aragón mientras el liberal Santos López-Pelegrín y Bordonada obtenía un puesto como senador por la misma demarcación, ambos como candidatos únicos. La prensa provincial de la época recogió el descontento que este acuerdo había producido entre los trabajadores, especialmente en el Señorío, donde aumentó significativamente la abstención entre la clase obrera que estaba empezando a desconfiar de los partidos antimonárquicos.
En el año 1908, perdida completamente la iniciativa política frente a la Federación de Sociedades Obreras de Guadalajara, los Comités Republicanos de la provincia acordaron adherirse al Bloque de Izquierdas rompiendo su política tradicional de alianzas en la Alcarria, orientada exclusivamente a los liberales, y aislando aún más a Calixto Rodríguez, que solo podía mantener su escaño ligando su suerte al Conde de Romanones. En ese año el hasta entonces máximo dirigente republicano de la región, rompió con sus correligionarios del resto de la provincia, dividiendo y desprestigiando definitivamente a las candidaturas republicanas.
Huérfano de apoyos, para las elecciones de 1909 Calixto Rodríguez no tuvo más remedio que pactar en condiciones de inferioridad con el Conde de Romanones. A partir de ese momento liberales y republicanos molineses vivieron de nuevo una fugaz luna de miel, como se pudo comprobar en esos comicios, en los que la alianza entre los partidarios de ambos caciques será evidente. Como resultado de este acuerdo, Calixto Rodríguez fue elegido una vez más para representar a Molina de Aragón en la madrileña Carrera de San Jerónimo.
Pero, como resultado del nuevo espíritu anticaciquil difundido por Antonio Maura, de la fortaleza del Conde de Romanones, aupado de nuevo al gobierno, y de la debilidad de Calixto Rodríguez, las repetidas denuncias de irregularidades en los comicios de 1909 provocaron que el diputado republicano viese rechazada su elección por sus prácticas caciquiles. Se decidió que se celebrasen elecciones parciales en el Señorío el 25 de octubre de 1909, en las que venció el candidato romanonista Segundo Cuesta, siendo a su vez elegido alcalde de Molina de Aragón el republicano Eduardo López Ayllón, como fruto del renovado pacto electoral.
En las elecciones celebradas en la primavera de 1910 de nuevo venció el dirigente republicano, aunque las malas lenguas afirmaban que su victoria le había costado 40.000 ó 50.000 duros. Pero las denuncias de irregularidades fueron tan graves que, tras la visita al Señorío del juez de la capital Enrique de Frera, se anuló de nuevo el acta de diputado nacional del dirigente republicano, alegándose de nuevo numerosas ilegalidades durante el proceso electoral y, además, se impedía que se repitiese la votación en el distrito molinés hasta la convocatoria de un nuevo proceso electivo, castigando sin representación a toda la comarca, pero dando tiempo a que se diluyese la red de intereses e influencias que el diputado republicano había levantado en esos años.

Su actividad social
Desde un primer momento Calixto Rodríguez se integró en la sociedad alcarreña. Sirvan como ejemplos la conferencia que impartió en 1878 en el Ateneo Científico, Literario y Artístico arriacense sobre “El positivismo como sistema que realiza la idea de progreso”, dentro de un ciclo en el que participaron Diego García Martínez, Miguel Mayoral Medina y Francisco Fernández Iparraguirre, o su pertenencia a la Junta Directiva de la sociedad nacida en 1883 para organizar los carnavalescos bailes de máscaras en el Teatro de Guadalajara, junto a Cirilo López, Manuel González Hierro, José Fluiters y Tomás Sánchez, entre otros.
Sin embargo, desde que se trasladó a vivir al Señorío molinés, su presencia social en el resto de la provincia disminuyó significativamente. Además, la actividad parlamentaria le retenía mucho tiempo en la capital del reino, hasta el punto de que fue elegido vocal de la Junta Directiva del Casino de Madrid para el año 1900.
JUAN PABLO CALERO DELSO

martes, 15 de septiembre de 2020

MARÍA DEL CARMEN OÑA ESPER

OÑA ESPER, María del Carmen
[Sanlúcar de Barrameda, 30 de julio de 1884 / Madrid, abril de 1932]

María del Carmen Oña Esper nació en la localidad de Sanlúcar de Barrameda, en la provincia de Cádiz, el día 30 de julio de 1864 y falleció en la ciudad de Madrid en el mes de abril de 1932. Tuvo al menos un hermano, Inocencio, que en el año 1890 consiguió también el título de licenciado en Filosofía y Letras en la Universidad Central madrileña.
En 1887 comenzó sus estudios de Bachillerato en el Instituto de segunda enseñanza de Sevilla, siendo la primera mujer que, en la capital andaluza, optó por la matrícula oficial y que acudió a clase con sus compañeros. Esta singularidad, ser la primera mujer que asistía regularmente a las aulas y ser la única junto a más de medio centenar de alumnos varones, pusieron de manifiesto que las dificultades de las jóvenes para su acceso a la instrucción no se circunscribían al marco legal vigente. María del Carmen Oña nos dejó, por medio de un artículo titulado “Digno de memoria”, que se publicó en la revista barcelonesa La Universidad en su número de febrero de 1888, un testimonio de su experiencia: cuando “apareció como llovida entre ellos, la primera impresión fue de sorpresa; pero a la salida, como ya estaban bien enterados de lo que se trataba, fue otra cosa. […] el silencio hubiera sido en aquellos momentos la esencia de la oportunidad, […] lo que hubo fue un millón de escolares que se desahogaron en la silba más espantosa que jamás oyeron oídos humanos”. No fue el único; en la revista de La Ilustración de Barcelona del 13 de enero de 1889 publicó otro artículo con el título de “Ella y ellas”.
Ni este acoso ni la segregación que soportó, debía concurrir acompañada de un familiar y entrar la primera en el aula para sentarse junto al profesor y separada del resto de alumnos, no la desanimaron, pero la convencieron para pedir el traslado al Instituto Cardenal Cisneros de Madrid, donde se matriculó para el curso de 1888 y donde realizó el examen final del Bachillerato el día 24 de junio de 1892, mereciendo la nota de Sobresaliente.
En 1895, con 31 años ya cumplidos, María del Carmen Oña se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid, siendo la primera alumna del Instituto de Sevilla, junto con Ester Alonso López, que se matriculó en una Universidad española. Mediante una Real Orden del 11 de junio de 1888 se había regulado el acceso de las mujeres a los estudios universitarios superiores, pero se establecían una larga serie de limitaciones que hacían muy difícil que una mujer se matriculase en la Universidad española, por lo que volvió a encontrarse con dificultades semejantes a las que padeció en el Instituto sevillano. En solo tres cursos aprobó todas las asignaturas, y el 20 de junio de 1898 obtuvo la licenciatura, obteniendo un Sobresaliente en el examen de grado. En los cursos de 1901 y 1902 se matriculó en las asignaturas para el Doctorado, pero no llegó a defender la tesis, pues se impusieron sus obligaciones como profesora.

En la Escuela Normal de Guadalajara
En 1899 había conseguido el título de Maestra Superior y al año siguiente comenzó su actividad docente en la Escuela Normal de Valladolid. En 1905 obtuvo una plaza, como profesora interina, en la Normal de Pontevedra, y por una Real Orden de 14 de julio de 1909 fue nombrada, en virtud de oposición, profesora numeraria de la Sección de Ciencias de la Escuela Normal Superior de Maestras de la misma ciudad gallega. En 1913 se trasladó, mediante concurso, a la Normal de Maestras de Guadalajara como numeraria de su Sección de Ciencias. Después de ampliar estudios en la Escuela Superior del Magisterio en el curso 1913-1914, se encargó de todas las asignaturas de Pedagogía en la Normal de Maestras alcarreña, permaneciendo en activo hasta su muerte en el mes de abril de 1932.
Sin embargo, en 1931 presentó su solicitud para ocupar una plaza de profesora de Pedagogía en la Escuela Normal de Maestros de Madrid, pero su petición fue desestimada por no cumplir todos los requisitos exigidos y no pudo participar en el concurso de traslados. Para entonces era una de las cincuenta primeras profesoras del escalafón de las Escuelas Normales y disfrutaba de un sueldo de 12.000 pesetas anuales.
Si había sido una de las pioneras en el acceso a la enseñanza media y una de las primeras mujeres licenciadas en España, también fue innovadora en su labor docente en Guadalajara. En el año 1915 se le abrió un expediente disciplinario “con motivo de varias excursiones que hizo a Madrid con alumnas” de la Escuela Normal de Guadalajara, aunque finalmente el expediente quedó sobreseído. Igualmente, llevó a las aulas este espíritu de renovación, desarrollando, por ejemplo, su método activo conversacional, sobre el que publicaría un interesante artículo.
A partir de 1916 encontró un ambiente más propicio en las Escuelas Normales para Maestros y Maestras alcarreñas, con la incorporación de nuevos profesores, entre los que destacaban los hermanos Bargalló, que desde Guadalajara animaron una profunda renovación teórica y práctica de la enseñanza primaria. En 1921 fundaron la Asociación del Profesorado de Escuelas Normales, a cuya primera Junta Directiva perteneció María del Carmen Oña, que tenía como portavoz a la Revista de Escuelas Normales en la que ella colaboraba. Fue vicepresidenta de la Sociedad para el estudio del niño, una organización nacida en 1917 como consecuencia de las charlas de pedagogía experimental que se habían impartido pocos meses atrás en Guadalajara bajo la organización del profesor Alberto Blanco Roldán, y que presidía el conde de Romanones. Y en 1924 ingresó en la Asociación Española para el Progreso de las Matemáticas, junto a Pilar Blasco Medrano y Visitación Puertas Latorre, también profesoras de la Normal alcarreña.
Hasta en siete convocatorias, entre los años 1910 y 1929, solicitó María del Carmen Oña una de las becas que concedía la Junta para la Ampliación de Estudios para realizar viajes de estudio al extranjero. Finalmente, entre los meses de abril a octubre de 1930 fue pensionada para el estudio de la pedagogía en las Escuelas Normales, visitando centros e instituciones educativas en Francia, Suiza y Bélgica (como la Universidad de la Sorbona, donde recibió clases, la Escuela Normal de Saint Cloud o algunas escuelas basadas en la pedagogía de Decroly) y entrevistándose con reconocidos profesores como el sicólogo Henry Wallon.
Fue, además, una entusiasta defensora de la Naturaleza; impulsó la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Guadalajara y a su iniciativa se debió la apertura y funcionamiento de un "consultorio para irracionales", es decir, de un centro veterinario en la capital alcarreña.
JUAN PABLO CALERO DELSO