MÍNGUEZ SENÉN, Urbano
[Guadalajara,
1803 / 10 de marzo de 1868]
Urbano
Mínguez Senén nació en 1803 en Guadalajara, ciudad en la que residió casi toda
su vida en su domicilio del número 3 de la calle Mercado Nuevo, hoy de Luis
Pizaño, para cuya ampliación y alineamiento el Ayuntamiento arriacense le cedió
en 1849 una parte de la callejuela cerrada anexa a su vivienda. Era hijo de
Urbano Mínguez y Gregoria Senén.
Tuvo
un hermano, José Ignacio Mínguez Senén, que contrajo matrimonio con Victoria
Ranz Ruiz, y que falleció en 1880. Empleado de la Comisión Superior de
Instrucción Primaria de Guadalajara, ascendió hasta Oficial de Primera Clase
del Ministerio de Hacienda y estuvo muchos años destinado en Madrid.
Su labor docente
Ejerció
como maestro en la capital alcarreña y en 1833 se dio a conocer al remitir un
larguísimo texto a La Revista Española,
cuya redacción reconocía que no podía insertarlo por su extensión pero que, por
su interés, publicó un resumen de las líneas maestras del artículo, que estaba
dedicado a la reforma de la enseñanza, y que se basaba en tres puntos: refuerzo
de la ortografía, reformas en el gobierno de las escuelas y pago puntual y
suficiente de los salarios para que al magisterio acudan personas instruidas.
En
el Boletín Legislativo, Agrícola,
Industrial y Mercantil de Guadalajara del 29 de noviembre de ese año se
publicó un artículo sin firma, pero en términos muy parecidos, que suponemos
que había sido escrito por Urbano Mínguez. Y el 13 de diciembre apareció con su
firma un artículo sobre aspectos pedagógicos, y merece la pena resaltar que es
el único texto con autor conocido que salió en ese periódico, lo que deja en
evidencia el afán de protagonismo que siempre tuvo su autor.
Decidido
a proseguir estudios de magisterio, fue becado por la Comisión Superior de
Instrucción Primaria de la Provincia de Guadalajara para que los cursase en la
Escuela Normal Central de Madrid, que abrió sus puertas en 1834, bajo el
impulso reformista de los liberales. Concluidos sus estudios volvió a
Guadalajara, donde fue profesor de su Escuela Normal desde el momento de su
fundación en el año 1841, una sucesión profesional lógica pues el objetivo de
la Escuela Central madrileña era formar a maestros que divulgasen por las
provincias los métodos y enseñanzas que allí habían aprendido.
En
la prensa de Guadalajara, y muy significativamente en El Buen Deseo, publicó diversos artículos sobre educación que
ponían de relieve sus conocimientos pedagógicos; entre todos destacamos los que
dedicó en ese semanario a la importancia de la educación física de los niños,
asunto en el que fue un auténtico adelantado en la provincia, pero también
podemos leer otros trabajos sobre higiene infantil y de la madre, que tampoco
eran muy comunes.
Durante
la llamada Década Moderada se mantuvo ininterrumpidamente al frente de la
Escuela Normal de Guadalajara, y apoyó al gobierno del general Ramón María de
Narváez, como manifestó públicamente al adherirse al Manifiesto dirigido a la
reina para felicitarla por abortar la algarada revolucionaria de la primavera
de 1848, eco de la oleada insurreccional que sacudía a Europa, y que firmó con
otros alcarreños como Antonio Orfila Rotger, Bruno de la Peña, Cayetano de la
Brena, Agustín García Plaza o Pedro de Navascués.
Durante
el breve paréntesis del Bienio Progresista, fue cesado a causa de sus evidentes
simpatías por el régimen moderado y porque políticamente era tenido por
reaccionario. El concejo arriacense surgido de la revolución de 1854 le acusó
de ser cruel, altivo, intolerante, generoso en el castigo físico a los alumnos
y usurero en su actividad particular de prestamista.
Su
hermano José Ignacio también fue removido de su empleo como secretario de la
Comisión de Instrucción Primaria alcarreña; según explicó en sede parlamentaria
el diputado Diego García Martínez, “aparte de tener opiniones contrarias á la situación
actual, y de haber sido de los que más se habían ensañado con el partido
liberal, reunía la circunstancia de ser secretario de la junta de escuelas, é influía de un modo
extraordinario. Lástima da el saber, que una provincia que paga dos millones de
reales tiene 70 u 80 maestros que no saben leer. En este caso se encuentra el
de Aldeanueva, que ha sido separado por no saber escribir ni leer. No he podido
menos de tomar la palabra para manifestarlo así, como individuo que he tenido
la honra de ser de la junta de que se trata”. Es difícil ofrecer una prueba más
tangible del deplorable estado en que Urbano Mínguez al frente de la Escuela
Normal y la Inspección y su hermano José Ignacio como secretario de la
Comisión, mantenían la enseñanza primaria en la provincia de Guadalajara.
En
1856, tras la caída del general Baldomero Espartero y la vuelta de los
moderados al poder, aunque fuese brevemente, movió sus influencias políticas
para ser nombrado Inspector de Instrucción Primaria de Guadalajara, desplazando
al que lo había sido durante el Bienio Progresista, con aprovechamiento, Rafael
Sánchez Cumplido, que fue desplazado a Cáceres. No volvió a la dirección de la
Escuela Normal pero permaneció al frente de la Inspección educativa hasta
diciembre de 1866, cuando se le concedió la jubilación como Inspector de
Primera Enseñanza de Guadalajara a causa de su “imposibilidad física” para
ejercer el puesto.
Fue
autor de una obrita de sólo 48 páginas, Elementos
de Gramática española, publicada en 1841 en la Imprenta madrileña de
Antonio Mateis Muñoz y que conoció en 1845 una nueva edición reeditada en el
taller tipográfico de Gregorio Salcedo, y de un Compendio de gramática castellana, que su publicó en 1853 en la
Imprenta de José González de Madrid.
También
probó fortuna durante la fiebre minera de Hiendelaencina, y llegó a solicitar y obtener
permiso para una explotación minera en esa localidad, recibiendo autorización
gubernativa para marcar los límites de su demarcación en noviembre de 1854,
aunque no parece que las prospecciones diesen los resultados apetecidos.
Las Sociedades de Socorros Mutuos
En
1842 se inscribió como socio, con el número 119, en la Sociedad General de
Socorros Mutuos entre Profesores de Instrucción Pública, una de las primeras
que se constituyeron con ámbito nacional a raíz de la legislación que las
permitía en 1839 y del impulso que les dio la regencia progresista a partir de
1840. Mantuvo su cotización durante veinticinco años y en diciembre de 1866
solicitó la pensión que le concedían los Estatutos de la citada Sociedad.
En
la primavera de 1846 apareció en Guadalajara un proyecto periodístico bajo la
cabecera de El Buen Deseo, un
semanario en el que colaboraban José García Sanz, Urbano Mínguez, Juan Jimeno y
Gaspar Serrano, entre otros colaboradores como Ubaldo Pasarón Lastra. Se
editaba en la Imprenta de Ruiz y en sus páginas se recogían numerosos artículos
de opinión y de divulgación agrícola, económica y cultural, pero escasas
noticias de actualidad de la provincia.
Es
en El Buen Deseo donde encontramos
artículos de Urbano Mínguez sobre la necesidad de la higiene entre los
trabajadores y sobre las Sociedades de Socorros Mutuos. Reconocía el conflicto
social que se insinuaba en Guadalajara y sostenía que “la lucha entre el más y
menos se mantendrá viva, mientras no se establezcan medios que la neutralicen;
y no estará demás decir que el pobre se contenta con poco: digásele cómo se lo
ha de proporcionar, y aún socórrasele”. Frente a la lucha social, proponía la
cooperación y la solidaridad como mejor medio para solucionar los problemas
sociales, pues “el autor de la naturaleza ha querido que el hombre nazca débil
e incapaz de favorecerse durante muchos años, y hasta imposibilitado de pedir
por algún tiempo lo que necesita, para que la sociedad le sea necesario. Mal
han pensado aquellos filósofos, que han sostenido que los hombres establecieron
la sociedad tan solo para ponerse al abrigo de las violencias de los que
pudieran atentar contra la conservación de la especie”. Por el contrario,
alegaba que “si la sociedad es inherente al hombre porque así lo quiso el
Criador ¿qué medio más propio para formar la pública felicidad que crear
asociaciones? Y si la asociación es necesaria en todo tiempo ¿cuánto más lo
será, cuando la pobreza, por las calamidades que venimos sintiendo de medio
siglo a esta parte, crece?”. Estas asociaciones nacidas al calor de la crisis
social, debían de ser tuteladas por la burguesía, pues para Urbano Mínguez, “los ricos” debían “fomentar toda
asociación cuyo objeto sea aliviar la suerte de los menos afortunados” porque
“la religión les obliga a ello” y porque “los menesterosos”, sin su dirección
“¿qué harían solos?, ¿quién los guardaría?, ¿a qué no estarían expuestos?”.
Pasando
de las palabras a los hechos, y en ese mismo año de 1846, consiguió fundar una Sociedades de Socorros Mutuos, de ámbito
provincial y con carácter católico, antes de
que acabase el siglo se fundaron otras
ocho asociaciones confesionales, de la que no tenemos muchas noticias, lo que
nos permite deducir que ni sumó muchas adhesiones ni se consolidó más
allá de sus primeros años de vida.
JUAN PABLO CALERO DELSO
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