ROMERO DE QUIÑONES, Ubaldo
[Ponferrada,
1843 / Madrid, agosto de 1914]
Ubaldo Romero de Quiñones nació en 1843
en la localidad leonesa de Ponferrada, hijo de Pascual Romero y de Dorotea
Quiñones, y falleció en Madrid en el verano de 1914. Tuvo, al menos, un
hermano, Vicente, que falleció en Barcelona en el verano de 1901 cuando estaba
al mando del segundo Batallón del Regimiento de Isabel II.
El 7 de octubre de 1873 contrajo
matrimonio en Madrid con Dolores Moreno González, con la que no tuvo hijos.
Durante su estancia en Guadalajara convivía con su ahijada, Santas Camacho.
Siguió la carrera de las armas y se
formó en la Academia militar de Caballería, arma en la que ascendió hasta el
grado de Coronel. Se destacó en el combate y ganó varias condecoraciones
castrenses, pero estuvo implicado en varias conspiraciones de carácter
republicano, una identidad política que marcó su biografía.
Militó en la corriente más
revolucionaria del Partido Republicano Federal, y colaboró estrechamente con
José Paúl y Angulo. Sin embargo, hacia 1871, abandonó el federalismo y se vinculó
a la Federación Regional Española de la Primera Internacional, a causa de su
radicalismo ideológico y de su estrecha amistad con el conocido anarquista
madrileño Tomás González Morago. Paul Lafargue, yerno de Karl Marx, le denunció
como miembro de la clandestina Alianza de la Democracia Socialista de Mijaíl
Bakunin, a pesar de que en una carta que escribió a Friedrich Engels reconocía
que no tenía ninguna prueba para poder afirmarlo públicamente.
Escritor
y periodista
Esta militancia política se tradujo,
como era normal en aquel tiempo, en una notable actividad periodística. Empezó
escribiendo en el republicano La Linterna
del Pueblo, en 1868, fue redactor de El
Combate, un órgano periodístico de
tendencia que era financiado por José Paúl y Angulo y en el que escribían
algunos internacionalistas de primera hora, como Francisco Córdoba López, y
dirigió La Ilustración Popular y,
según algunos autores, también La Caridad.
También escribió artículos en El Motín y otros periódicos avanzados. En estas
cabeceras se mostró como un periodista combativo y revolucionario, de ideología
algo confusa y del que se han señalado algunas alusiones antisemitas sobre la
banca judía.
Como
escritor, su obra es ingente, editando alrededor de un centenar de libros, con
su propio nombre o con el alias de Cantaclaro, con el que firmó la mayoría de
sus obras. También utilizó el seudónimo de Sexto Pompeyo en obras como El Pactum, entremés trágico-bufo escrito
en 1881 y en El General Motín, novela
publicada en Sabadell en 1886.
Exploró
casi todos los géneros: el ensayo, la literatura, la historia, el teatro... No
es de extrañar que una obra tan poliédrica recibiese valoraciones muy dispares.
Se definía como “escritor sociológico”, pero el historiador anarquista Max
Nettlau decía que sus libros tenían un “carácter social poco pronunciado”. El
historiador José Álvarez Junco Autor le consideró “demagogo” y para Andrés
Trapiello resulta “truculento”. El escritor Alejandro Sawa se arrepentía de
haber escrito “novelas truculentas, de un realismo zolesco exagerado, por el
estilo de Zahonero el de La carnaza, y Ubaldo Romero de Quiñones, el del
Lobumano”. Y de místico y hermético fue acusado por su obra Exteriorización de la doctrina esotérica del
Quijote, en la que sostenía “que el esplendor del imperio japonés”, que
había vencido en su guerra contra el Imperio ruso, “se debía a la difusión del Quijote”.
Sus
años en Guadalajara
En
1894 fue destinado a la capital alcarreña y fijó su residencia en el número 101
de la Calle de Jáudenes. Llegó con el grado de coronel y el empleo de jefe del
Regimiento de Reserva de Caballería de Guadalajara y fue nombrado
vicepresidente interino de la Comisión mixta de reclutamiento de la capital
alcarreña. Durante algún tiempo, estuvo a sus órdenes, como comandante del
Regimiento, el que años después sería responsable del desastre de Annual,
Manuel Fernández Silvestre.
En
Guadalajara tuvo problemas de salud, que fueron causa de que en 1897 se le
concediese un largo permiso por enfermedad y abandonó Guadalajara para
recuperarse, dirigiéndose en primer lugar a su ciudad natal de Ponferrada. En
noviembre de 1901 tuvo que ser operado, con éxito, por los doctores Muro e
Iparraguirre.
No
se vio libre en la Alcarria de las contrariedades derivadas de su actividad
política. En 1898 solicitó y obtuvo treinta días de licencia y viajó hasta
Portugal, hospedándose en Oporto. Un día decidió acudir a Noeda, una pequeña
población próxima, para asistir a la fundación de una asociación en defensa de
la instrucción pública. A su regreso a Oporto, fue apresado bajo la acusación
de “agente de propaganda democrática y no haber cumplido todos los deberes a
que están obligados los extranjeros”; imputación que se basaba, según el Diario de Noticias de Lisboa, en la
antigua colaboración de Romero de Quiñones en el periódico Discussao, que dirigía Alves da Veiga, que había sido el jefe civil
de la conspiración republicana del 30 de junio de 1891, sospechando la policía
que acudió para participar en una nueva conjura democrática y republicana.
El
coronel Romero de Quiñones permaneció preso varios días y, después de las
correspondientes conversaciones diplomáticas, fue puesto en la frontera
española. El gobierno le envió preso al castillo de la Aljafería de Zaragoza.
En enero de 1899, y atendiendo a su quebrantada salud, fue trasladado a
Guadalajara pues la justicia portuguesa no respondía a los exhortos del juez
instructor español, por lo que el proceso se dilataba sin que se sostuviesen
las acusaciones. Finalmente, el asunto que parecía de tanta gravedad, quedó en
nada.
A
pesar de tantos sinsabores, durante su estancia en Guadalajara mantuvo una
constante actividad pública. Desde 1894 fue un socio y conferenciante
entusiasta en el Ateneo Caracense, y cuando éste se integró en el Ateneo
Instructivo del Obrero, Ubaldo Romero de Quiñones mantuvo su celo hasta el
punto de que lo presidió entre 1900 y 1902, acompañado en las Juntas Directivas
por conocidos republicanos como Anselmo Arenas, Antonio Luengo, Tiburcio
Fernández o Felipe Pérez Cerrada. Durante su mandato merece la pena destacarse
la celebración del Certamen y exposición de Artes y Oficios, cuya inauguración
presidió, pero tuvo una participación tan constante como distinguida en
numerosas actividades a lo largo de los años.
Además,
fiel a sus inclinaciones obreristas, entre 1896 y 1905 participó frecuentemente como orador
en diversos actos que organizaban la Federación de Sociedades Obreras
arriacenses. Y en agosto de 1900 participó en la constitución de la sección
alcarreña de la Unión Iberoamericana, que tenía una composición muy plural,
como se puso de relieve en el amplio encuentro que convocó el 19 de noviembre
de 1901 y a la que también asistió.
Al
mismo tiempo colaboró en diversas publicaciones periódicas de la provincia. Su
primer artículo en la prensa alcarreña, “¡El mejor argumento!”, se publicó en El Atalaya de Guadalajara el 13 de
febrero de 1894 firmado con el seudónimo de Cantaclaro y era una apasionada
defensa de la República. Y a éste le siguieron colaboraciones en ésta y en
otras cabeceras, como el antiguo socialista Flores
y Abejas y el conservador La Región.
Su colaboración más constante fue con el liberal La Crónica, que en su número del 5 de enero de 1898 comenzó a
publicar por entregas la obra Mi religión
de León Tolstoi en versión de Romero de Quiñones. La publicación se interrumpió
cuando el semanario cambió de imprenta y el nuevo impresor, el católico Antero
Concha, se negó a tirar el periódico si seguía apareciendo el texto del
escritor ruso; al año siguiente el texto completo se publicó en un libro
editado en la Imprenta Provincial.
Su
colaboración con unas y otras cabeceras no le evitó verse implicado en el
conflictivo ambiente periodístico de su tiempo; si por un lado presidió algún
Consejo de Guerra contra periodistas locales, por otra parte fue padrino del
director de La Crónica, Santos Bozal,
en un litigio con el director de La
Verdad, el carlista Miguel Rodríguez de Juan.
En
Guadalajara escribió y dio a la imprenta algunas de sus obras más conocidas.
Publicó algunas novelas de marcado tono social pero no
muy alta calidad, como La Cariátide,
firmada bajo el seudónimo de Cantaclaro y editada en 1897 en la arriacense
Imprenta de Burgos, La Bestia, del
año 1901, o Evangelina, que publicó
en 1904 también bajo el seudónimo de Cantaclaro.
En
su etapa alcarreña había roto todos sus lazos con el anarquismo, como demostró
publicando en 1900 una obra con el significativo título de La neurosis anárquica, que también salió de la imprenta de Enrique
Burgos. Ese mismo año publicó La fórmula
resolutiva del socialismo racional, al año siguiente salió La moral democrática, en la que sostiene
que tiene que haber una moral pública pero critica a todas las religiones
positivas, y en 1902 fue Reflexiones a
Pablo, que era una durísima crítica a Pablo Iglesias en lo personal y en lo
ideológico, y un año después apareció La
verdad social o la redención económica.
También
hubo libros de carácter histórico, como la precoz biografía del
regeneracionista Basilio Paraíso, de 1899, y hasta alguno de temática militar,
como Principios de organización racional
y productiva del Ejército.
Sus últimos años
En
noviembre de 1903 abandonó la ciudad de Guadalajara, aunque volvió a visitar la
ciudad con mucha frecuencia y con muy distintos motivos. Trasladó su residencia
a Madrid y allí falleció en Madrid en agosto de 1914.
De
vuelta a Madrid, siguieron apareciendo distintas obras, de las que la prensa
alcarreña seguía dando puntual información: en el año 1905 vieron la luz Concepto real del Arte en Literatura, Concepto de la obediencia y La Democracia y el Ejército, en 1906
publicó La Trinidad, libro en el que
combatía abiertamente al comunismo anárquico y al ateísmo, elaborando un
completo programa económico, jurídico y político que debería ser llevado
adelante por sociedades obreras racionales, equitativas y justas, según sus
propias palabras reflejadas en el comentario que se recogió en la prensa de
Guadalajara. Con el paso del tiempo, y en una nueva pirueta ideológica, se fue acercando
a posiciones abiertamente cristianas, como se reflejaba en un nuevo libro
aparecido bajo el seudónimo de Cantaclaro
en 1908.
También fue presidente de la sección
española de la Liga de la Paz.
JUAN PABLO CALERO DELSO
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