HERNANDO ESPINOSA, Benito
[Cañizar, 1846 / Guadalajara, 24 de julio de 1916]
Benito
Hernando Espinosa nació en el pueblo alcarreño de Cañizar el 21 de marzo de
1846 y falleció en la ciudad de Guadalajara el día 24 de julio de 1916. Era su
padre Juan de Dios Hernando, que ejercía en esa localidad el oficio de
cirujano, y fue el mayor de los hijos de la familia, al que siguieron sus dos
hermanas: Emilia y Ángela. Contrajo matrimonio con la granadina María Monge,
con la que tuvo cuatro hijos; sin embargo, ni su esposa ni ninguno de sus hijos
le sobrevivió, por lo que pasó solo los últimos años de su vida.
Cursó
los estudios primarios en la escuela de Cañizar, de la que era maestro Manuel
Pareja. Al llegar a la edad del iniciar el Bachillerato, marchó a la capital
alcarreña, pues aunque la familia no andaba sobrada de recursos, en la plaza de
San Andrés (en un edificio que luego ocupó el número 18 de la calle Mayor Baja)
vivía su abuela paterna que le acogió y gracias a la cual pudo matricularse y
completar la enseñanza secundaria.
Al
principio le atrajo el teatro y con sólo doce años organizó una compañía de
aficionados con la que representó el Don
Juan Tenorio de José Zorrilla, pero reclamado por su familia, se dedicó al
estudio y abandonó las representaciones, aunque toda su vida mantuvo un enorme
interés y afición por el arte en general, y muy especialmente por la música y
por la pintura. En sus últimos años, cuando la enfermedad le dejó postrado,
gastaba el tiempo en escribir comentarios históricos y artísticos a colecciones
de postales que se hacía llevar y que distribuía entre sus amigos.
Aunque
la mejor prueba de su amor por la pintura es la anécdota que asegura que en
1882 fue el modelo que sirvió al pintor aragonés Francisco Pradilla Ortiz para
representar al rey Boabdil en su famoso cuadro La rendición de Granada, que le había sido encargado por el Senado;
desde luego, el parecido es muy notable.
Bajo
el magisterio de sus profesores José Julio de la Fuente, catedrático de
Historia, y Román Biel, de Latín, terminó con notable aprovechamiento sus
estudios de Bachillerato y tuvo que elegir su futura orientación profesional. A
pesar de la influencia de su padre, que le empujaba al ejercicio de la
medicina, y de un pariente que era profesor de la Academia de Ingenieros
militares de Guadalajara, que le animaba a ingresar en la milicia, optó por
cursar estudios de Ciencias en la Universidad Central de Madrid.
Su carrera profesional
De
nuevo se interponían las dificultades económicas de la familia, pero la acogida
que le dispensó en la Corte su tío Pedro Espinosa, cura de la parroquia de San
Sebastián de Madrid, le permitió vivir en su casa y poder matricularse en la
madrileña Facultad de Ciencias. Y allí, en un ambiente clerical, creció y
maduró Benito Hernando, que fue siempre un hombre muy religioso, de profundas
convicciones católicas que nunca encontró incompatibles con la ciencia.
En
1867 obtuvo la licenciatura en Ciencias Físico-químicas y al año siguiente ganó
el doctorado en esa misma disciplina con una tesis titulada “Necesidad del estudio profundo de la química analítica
para el adelantamiento de las ciencias y de las Artes provechosas á la pública
prosperidad”. Fue Ayudante y Auxiliar en la Cátedra de Química general
que regentaba Ramón Torres Muñoz de Luna, llegando a ocupar interinamente esa
Cátedra. Ya alumno de la Facultad de Ciencias, optó por simultanear sus
estudios con los de Medicina, pensando siempre en dedicarse a la enseñanza y
nunca en ejercer como médico. En 1869 alcanzó esta segunda licenciatura en
Medicina y en 1870 mereció el doctorado en esta misma Facultad, mientras se
formaba como alumno interno en el Hospital de San Carlos.
Disponiendo
de ambas licenciaturas, y dotado como estaba de una brillante inteligencia, en
1872 ganó con facilidad la Cátedra de Terapéutica de la Facultad de Medicina de
la Universidad de Granada. A partir de entonces, y durante su
carrera profesional, fue miembro de los tribunales
encargados de la provisión de diferentes cátedras de Medicina. Además, en
1877 participó en el Congreso Médico Andaluz,
animado por el doctor Juan Creus, también alcarreño y también catedrático en la
Facultad granadina.
En la
ciudad andaluza fue, durante un corto período, director del Hospital de San
Juan de Dios y, al mismo tiempo, atendía a un grupo de enfermos de lepra y daba
clases de Dermatología a alumnos libres y de forma desinteresada. Como
resultado de esa experiencia en 1881 publicó, a sus expensas y sin apoyo
económico, De la lepra en Granada, que
según sus palabras es “una recopilación de las investigaciones hechas en la
Cátedra Libre de Dermatología de la Facultad de Medicina de Granada, desde el
curso 1871 a 1872 hasta la fecha”, libro que fue muy bien recibido tanto en
España como en el extranjero. En 1885 tuvo una actitud tan altruista con motivo
de la epidemia de cólera que asoló ese año al país que se le concedió la Cruz
de Beneficencia, que sin embargo rechazó.
En
Granada fue, sobre
todo, un profesor que supo agrupar en torno a él a una legión de alumnos
entusiastas y fieles discípulos. Uno de ellos, el doctor Velasco Pajares,
destacaba su labor docente; en un artículo publicado en el diario ABC el
16 de marzo de 1918 se preguntaba: “¿Por qué, pues, la figura médica de este
hombre se agranda cada día, y apenas iniciada la idea de honrar su memoria se agrupa la clase médica española, con rara unanimidad? La
razón se halla en que supo ser maestro”.
En 1887 se trasladó a la misma
Cátedra de Terapéutica en la Universidad Central, donde permaneció el resto de
su vida profesional. En la universidad madrileña
coincidió con Santiago Ramón y Cajal, que ya conocía sus estudios y trabajos. A
pesar de la diferencia de ideas, se entabló entre ellos tan fuerte amistad que
el doctor Benito Hernando ejerció como el médico de confianza de la familia del
Premio Nobel. Santiago Ramón y Cajal en la segunda parte de
su libro Historia de mi labor científica
dedicó un capítulo a glosar la “Semblanza de algunos de mis amigos y colegas de
facultad hoy desaparecidos”, donde recogía su relación con Benito Hernando
junto a Julián Calleja, Francisco Letamendi...
El
13 de abril de 1893 fue elegido nuevo académico de número de la Real Academia
Nacional de Medicina, tomando posesión el 31 de marzo de 1895 con un discurso
titulado “Algunos detalles del tratamiento de las enfermedades sifilíticas del
sistema nervioso”, que fue contestado por el doctor Federico Rubio Galli.
Pronunció
los discursos inaugurales de los cursos 1877-1878 en la Universidad de Granada
y 1898-1899 en la Central de Madrid, que fueron editados. En éste último,
titulado “IV Centenario de algunas fundaciones del cardenal Cisneros”, trató
“sobre la obra del cardenal Cisneros, como fundador de varios centros de
enseñanza, como la Universidad de Alcalá de Henares, y benéficos”, según
noticia de la prensa.
Su personalidad
Fumador
empedernido, que encendía un cigarrillo con el anterior, tuvo una salud
quebradiza, que le obligó a pedir anticipadamente la jubilación por no poder
atender sus obligaciones docentes, retiro que se le concedió en mayo de 1908.
Quebrantado por la enfermedad, que finalmente le dejó paralítico, se retiró a
Guadalajara, a la misma casa en la que había vivido con su abuela en los
felices años del Bachillerato.
A su
muerte se le tributaron varios homenajes. En la ciudad de Guadalajara, donde
vivió y donde murió, el 15 de abril de 1917 se convocó un sencillo homenaje, en
el que se colocó una placa en su recuerdo en la calle del Museo, donde se
encontraba el Instituto en el que había estudiado, y finalmente se le cambió el
nombre a esta vía, que fue rebautizada como calle del doctor Benito Hernando.
Por
su parte, la Real Academia de Medicina organizó en Madrid un acto el 15 de
abril de 1918 en el Anfiteatro de Hospital de San Carlos, que estuvo totalmente
ocupado, donde intervinieron el doctor Carlos María Cortezo, Manuel Tolosa
Latour, Andrés Manjón, que envió unas cuartillas que fueron leídas, y otros
muchos, que glosaron su personalidad y sus distintas facetas: artística,
historiador, científico y profesor. La revista El Siglo Médico instituyó un premio para el mejor alumno de
Terapéutica de la Facultad de Medicina de Madrid, que se dotó con el donativo
de varios médicos y profesores.
Hombre
de una cultura vastísima, era muy amante de la conversación, que solía salpicar
con sus amplios conocimientos en tan variadas materias, por lo que algunos le
consideraban pesado y reiterativo, pero sus jóvenes alumnos apreciaban los
datos y experiencias que les proporcionaba con amenidad, porque además
cultivaba la ironía y el sentido del humor. Al mismo tiempo, a los que se le
acercaban por primera vez les parecía despegado y desabrido, aunque tenía un
carácter brusco y muy emotivo.
Quizás
nada retrate mejor al personaje que la anécdota que José Luis Puerta recupera en
un artículo titulado “El doctor Pío Baroja”, donde cuenta que el doctor Benito Hernando “se empeñaba en sus clases en explicar
que en los territorios ricos en metales, como era el caso de Vascongadas, ‘la
gente era más escrofulosa y más torpe que en otras tierras’. Y, al terminar
semejante explicación, buscaba la mirada de su vecino [...] para provocarle.
Como Baroja no se quería dar por enterado, un día en clase le espeta
directamente esta pregunta: ‘¿Usted no ha notado que hay muchos vascos torpes y
con la mandíbula colgante?’. El estudiante le responde que no, pero el profesor
insiste en la pregunta, mientras que las risas y el ambientillo de la clase
suben de tono, por lo que el alumno se ve forzado a responder de otra manera: ‘No,
señor; no he notado que los vascongados sean más brutos que los de Guadalajara’.
La situación se sale de madre y se intercambian los consabidos: ‘usted esto no
me lo dice en la calle’, ‘ahora mismo’, etcétera. La refriega se da por
concluida cuando el profesor le indica a su discípulo: Vaya usted a otra
Universidad”. Y así lo hizo el futuro médico y escritor Pío Baroja Nessi.
JUAN PABLO CALERO DELSO
No hay comentarios:
Publicar un comentario