LÓPEZ Y ESPILA, León
[San
Clemente, 1799 / Madrid, 1873]
Nació
en 1799 en la localidad conquense de San Clemente, hijo de una familia de ricos
propietarios agrarios. Para poder estudiar, durante su juventud, residió varios
años en la ciudad de Guadalajara. Vuelto a su pueblo natal, después del
pronunciamiento de Rafael del Riego en enero de 1820, mostró públicamente su
simpatía por el régimen constitucional y entró a formar parte de la Milicia
Nacional.
Cuando
en 1823 el gobierno liberal fue derribado por los absolutistas, se vio forzado
a abandonar la provincia de Cuenca ante la inquina de sus convecinos realistas
que, inducidos por el clero, estuvieron a punto de lincharle en la plaza de San
Clemente y que, finalmente, consiguieron que se le abriesen varias causas
judiciales, en las que fue declarado inocente pero que agotaron su patrimonio
particular.
Para
sustraerse de la hostilidad de sus convecinos, abandonando a su esposa y al
resto de su familia, se trasladó a la ciudad de Granada, donde entró en contacto
con la clandestinidad liberal y perteneció al mismo círculo revolucionario que
Mariana Pineda. En 1827 fue detenido y puesto a disposición de José Salelles y
Palos, regente de la chancillería de Granada e Intendente interino de Policía
en esa capital andaluza, que consiguió desvelar las instrucciones para los
conjurados que habían sido escritas con tinta simpática en las cartas que se le
aprehendieron en el momento de su detención.
Acusado
formalmente de conspiración contra el rey Fernando VII, su causa fue instruida
por Ramón Pedrosa, alcalde del crimen de la Chancillería granadina y juez regio
encargado de estas causas, que le tuvo incomunicado y encadenado en un lóbrego
calabozo durante casi tres meses. Sin embargo, y para su fortuna, no fue el encargado
de dictar la sentencia, pues a raíz de la agitación de los absolutistas más
intransigentes, Ramón Pedrosa fue suspendido temporalmente de su cargo y José
Salelles encerrado en el castillo de Murviedro, junto a Sagunto. Según él mismo
reconocía, sólo estas circunstancias le salvaron del patíbulo y redujeron su
condena a ocho años de cárcel en el presidio de Ceuta, especialmente riguroso.
Gracias
a su formación y a los recursos que le enviaba su familia, fue empleado en las
dependencias del Hospital del presidio ceutí y pudo dedicarse a los negocios.
En 1830, conocedor de que José María Torrijos había llegado a Gibraltar para
organizar un levantamiento liberal, en el que participaban sus antiguos
compañeros de Granada, consiguió escapar de Ceuta y desembarcar en el vecino
territorio marroquí para llegar a Tetuán. De allí fue enviado por las
autoridades marroquíes a Tánger donde, traicionado, fue entregado al cónsul
español en esa ciudad que, atado y amordazado, lo envió de vuelta a Ceuta.
Interceptados por el Bajá, León López y Espila no encontró otra forma de salvar
su vida que renegar del cristianismo y convertirse al islam, evitando su
extradición y asegurando así su permanencia en territorio marroquí.
Una
vez a salvo, no tuvo otro objetivo que incorporarse a la lucha política en
España, pero el fracaso de la invasión de José María Torrijos el 2 de diciembre
de 1831 le impidió llevar a cabo su propósito. Decidido a abandonar Marruecos y
ansioso por trasladarse a Francia, donde después de la revolución de 1830 soplaban
vientos favorables para los liberales españoles, en 1832 consiguió embarcar y
llegar al puerto de Marsella, para viajar después a Tours y París. No fueron
fáciles para él sus años en Francia; tuvo que presentarse ante el arzobispo parisino
para ser acogido en el seno de la Iglesia Católica, aunque su conversión al
Islam había sido su último recurso para librarse del patíbulo, y sufrió severas
penurias económicas que sólo fueron aliviadas por la solidaridad de Pedro
Méndez de Vigo, Álvaro Flórez Estrada, la viuda de José María Torrijos y otros
exiliados españoles con una posición económica más desahogada.
Todavía
tuvo que esperar en Francia varios años hasta que le llegó la amnistía personal
y se le permitió volver a España. Aunque aún en vida de Fernando VII, y como
consecuencia de las cambiantes circunstancias políticas, se decretó en 1832 una
primera y restrictiva amnistía, que fue ampliada por otras medidas posteriores,
hasta abril de 1835 no pudo regresar, entrando por La Junquera para dirigirse a
Barcelona y, finalmente, llegar a Madrid.
A
su regreso publicó el libro Los
cristianos de Calomarde y el renegado por fuerza, que salió de la madrileña
imprenta de Fernández Angulo en el mes de septiembre de 1835, una obra
excepcional porque relata la aventura de los liberales hispanos exiliados en el
norte de África durante el reinado de Fernando VII, un grupo ciertamente muy
reducido pero cuyo destierro nada tuvo que ver con el de los que se instalaron
en París o Londres. Aunque él lo presenta como un relato rigurosamente veraz, y
seguramente la mayoría de lo que cuenta y describe ocurriese realmente, parece
evidente que algunos de los episodios o personajes están teñidos por el
romanticismo de la época. Y si el estilo no es muy cuidado y en ocasiones
resulta demasiado coloquial, no se puede negar que es ágil y muy personal, lo
que da al libro un cierto atractivo y refuerza la autenticidad del relato.
Hoy en día, el principal interés que despierta este libro es el de una narración costumbrista que nos cuenta, desde dentro y en primera persona, las costumbres y formas de vida en el norte de África en esos años. Si las Cartas Marruecas de José Cadalso nos mostraban la España de su tiempo, bajo el recurso literario de un autor marroquí, León López y Espila entra de lleno en la moda orientalista de principios de siglo y nos ofrece un panorama de Marruecos visto con ojos españoles.
Hoy en día, el principal interés que despierta este libro es el de una narración costumbrista que nos cuenta, desde dentro y en primera persona, las costumbres y formas de vida en el norte de África en esos años. Si las Cartas Marruecas de José Cadalso nos mostraban la España de su tiempo, bajo el recurso literario de un autor marroquí, León López y Espila entra de lleno en la moda orientalista de principios de siglo y nos ofrece un panorama de Marruecos visto con ojos españoles.
La
amnistía que le concedió la Reina María Cristina de Borbón, regente de su hija
Isabel II, le habilitaba para ocupar cargos públicos, que eran apetecidos por
aquellos que habían perdido años y haciendas en defensa del régimen
constitucional. A poco de llegar, León López fue nombrado archivero de los
Guardias de la Real Persona, con un sueldo anual de 12.000 reales y en abril de
1836 se le designó Tesorero de Rentas de la provincia de Guadalajara, volviendo
a residir en la capital alcarreña. Más adelante, fue destinado en la provincia
de Ávila, y allí se encontraba en septiembre de 1840, cuando una rebelión
progresista colocó al general Baldomero Espartero al frente del país como
Regente y forzó el exilio de la reina María Cristina de Borbón, formando parte
como vocal de la Junta Revolucionaria abulense que presidía Joaquín Pérez, y
ejerciendo en un primer momento como Intendente de la provincia, siendo también
nombrado Secretario Honorario de Su Majestad.
Desde
ese momento, León López y Espila alternó sus nombramientos como Tesorero
Provincial y otros puestos similares durante los breves períodos de gobierno
progresista, con la persecución y el ostracismo que sufría cuando los moderados
llegaban al poder. Si en 1840 perteneció a la Junta Revolucionaria de Ávila, en
julio de 1854 le encontramos en la Junta de Gobierno de la provincia de
Guadalajara, constituida el 21 de julio de 1854 como consecuencia del
pronunciamiento del general Leopoldo O’Donnell que volvió a poner al general
Baldomero Espartero al frente del gobierno de la nación, y de la que formaban
parte José María Medrano López-Soldado, José Domingo de Udaeta, José Serrano,
José Martínez, Diego García Martínez, Joaquín Sancho Garrido, Casimiro López
Chávarri y Cayetano de la Brena. Aunque más tarde abandonó la provincia
alcarreña, su familia siguió vinculada a Guadalajara.
También
apoyó la Revolución Gloriosa de septiembre de 1868 que, a pesar de estar
próximo a cumplir los 69 años de edad, le devolvió su puesto como contador de
primera clase en el Tribunal de Cuentas, hasta que las reformas administrativas
emprendidas por la Primera República le volvieron a declarar cesante, por lo
que el periódico antimonárquico La
Discusión publicó un artículo reconociendo sus méritos y recomendando que
no fuese olvidado por el gobierno de un régimen que León López y Espila “mira
con júbilo [como] la realización de la idea que él ha sostenido en su larga
vida con abnegación admirable”. Pero nada se hizo, y en la segunda quincena de
octubre de 1873 la Junta de pensiones civiles aprobó concederle la jubilación,
cuando cumplía los 72 años de edad.
En
los períodos en que estuvo cesante se ocupó de sus negocios particulares, y así
sabemos que fue director gerente de la Compañía minera Segundos Palacios y
Golondrinos. Además, el 24 de noviembre de 1860 publicó la Gaceta una Real Orden del gobierno que le concedía “el domino a
perpetuidad de las aguas halladas por medio de investigaciones subterráneas en
los terrenos del común en la villa de Mancha Real”, en la provincia de Jaén.
Como prueba de su lealtad al
liberalismo progresista, estaba “condecorado con las cruces y placas del valor
cívico en grado heroico, de sufrimiento por la patria, del pronunciamiento del
54, del año 72, de la Milicia Nacional y otras muchas”.
JUAN PABLO CALERO DELSO
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