MARTÍN
GONZALEZ DEL ARCO, Marcelino
[Cespedosa de Tormes, 13 de marzo de
1888 / Guadalajara, 1940]
Marcelino Martín González del Arco nació
el 13 de marzo de 1888 en Cespedosa de Tormes, localidad de la comarca del Alto
Tormes, a unos sesenta kilómetros de la capital provincial. Realizó sus
estudios secundarios en Salamanca e ingresó en la Facultad de Ciencias de su
Universidad, donde obtuvo el grado de licenciado en Ciencias Físicas. Durante
su paso por las aulas universitarias entabló relación con el profesor Miguel de
Unamuno, que dejó en él una huella profunda.
Contrajo matrimonio con Baldomera
Rodríguez Martín, nacida en la ciudad de Salamanca y seis años menor que él, y
tuvieron tres hijos: Concepción, Marcelino y Manuela, que nacieron entre 1921 y
1926. En Guadalajara vivían en un piso al final de la calle popularmente
conocida como del Museo, en el número 29, frente al palacio de la Cotilla, que
era la residencia del conde de Romanones.
Su
carrera docente
Al concluir sus estudios, mostró su vocación por la docencia y desde 1914 ejerció como Inspector de Primera Enseñanza en las provincias de Palencia y Salamanca como funcionario interino. En 1913 concurrió, y aprobó dos años después, las oposiciones para catedrático de Física y Química y fue destinado al Instituto General y Técnico de Guadalajara, donde impartió la docencia en esa materia desde 1916 hasta 1937. En este centro educativo fue prácticamente todo menos director: secretario en la década de los años 20, presentando y publicando las Memorias correspondientes, vicedirector, organizó los laboratorios, cooperó en la revista que sacaron sus alumnos de la Federación Alcarreña Escolar...
En todas sus actividades en el Instituto
dejaba la impronta de su calidad humana e intelectual; hasta cuando leía la
preceptiva Memoria en la inauguración del nuevo curso, la prensa conservadora
no podía dejar de reconocer que “El secretario D. Marcelino Martín leyó la
Memoria de ritual. El prestigio del joven catedrático basta para darse cuenta
del trabajo que, saliéndose de los viejos moldes, rompió con la tradición, al escribir
unas cuartillas amenas, sonoras y concretas, que ofreció al público que
aplaudió con entusiasmo la bien redactada Memoria del insigne Catedrático de
Química”.
Fue, además, un firme valladar desde el
Ayuntamiento de la Escuela Laica y animador de la Escuela de Artes y Oficios
municipal, instalada en el edificio de la anterior generosamente cedido por
Fernando Lozano y Tomás de la Rica. También ejerció como Inspector de Enseñanza
Secundaria y fue autor de algunas obras didácticas, entre las que destaca un
manual escrito con Modesto Bargalló, catedrático de Ciencias en la Escuela
Normal de la capital alcarreña.
Muy pronto fue conocido y valorado más
allá de los límites de la provincia guadalajareña. Así, cuando para elaborar un
nuevo plan de estudios para el Bachillerato, el ministro de Instrucción Pública
Filiberto Villalobos se puso en contacto con algunos profesores de Instituto de
las distintas materias, eligió en Física y Química a los catedráticos de
Instituto Andrés León, Luis Olbés y Marcelino Martín para que participasen en
su diseño. El nuevo plan fue aprobado por el Consejo de Instrucción Pública y
el decreto se firmó el 29 de agosto de 1934.
Y cuando después de las elecciones de
1936 el nuevo gabinete del Frente Popular decidió acometer con urgencia las
reformas que actualizasen las iniciadas en 1931 y que le permitiesen aplicar su
programa político, creó el 26 de febrero de 1936 una “Junta de substitución
encargada de organizar cuanto se relacionase con la Segunda enseñanza y la
enseñanza profesional en su grado medio”, nombrada finalmente en abril de ese
año, a la que pertenecía Marcelino Martín junto a Luis Crespí Jaume y Martín
Navarro Flores, que también habían sido profesores del Instituto arriacense.
Su
acción política
Ya
en 1917 mostró públicamente sus simpatías por el socialismo, y junto al también
profesor del Instituto arriacense Segundo Sabio del Valle, firmó el manifiesto
de apoyo hacia Julián Besteiro, preso en el penal de Cartagena por pertenecer
al Comité de la Huelga General de ese año. En 1919 se afilió a la Agrupación
Socialista de Guadalajara, que había desaparecido antes de empezar el siglo XX,
después de ser la segunda que se fundó en toda España, y que fue reconstruida a
partir de 1911.
Desde su ingreso en el PSOE se convirtió
en su militante más destacado y en uno de los más activos. Representó a los
socialistas alcarreños en los Congresos Extraordinarios de 1919 y 1921, en los
que se solventó el ingreso del partido en la Tercera Internacional, en el XII Congreso del año 1928, en el también Extraordinario de
1931, celebrado a caballo de la proclamación de la Segunda República, y en el
Congreso ordinario de 1932, en el que formó parte de las comisiones de
“Cuestiones agrarias”, “Programa municipal”, “Cuestiones de orden interno” y
“Peticiones a los poderes públicos”. En estos comicios se mostró como un
militante moderado, más próximo a la corriente de ortodoxia marxista de Julián
Besteiro, catedrático de Lógica de la Universidad Central madrileña, con el que
tenía una afinidad de carácter que iba más allá de la identidad ideológica. Esa
inspiración besteirista, alejada tanto de las politiquerías de Indalecio Prieto
y del radicalismo de Largo Caballero, impregnó a la Agrupación Socialista de
Guadalajara.
Además, fue el director de Avante, el primer órgano periodístico de
la Agrupación Socialista de Guadalajara. En el siglo XX la Federación de
Sociedades Obreras de Guadalajara ya había contado con dos órganos
periodísticos: La Alcarria Obrera,
entre 1906 y 1911, y Juventud Obrera,
entre 1911 y 1920, pero ninguno de los dos fueron nunca considerados órganos
socialistas, atendiendo a la pluralidad de corrientes que convergían en la UGT
alcarreña. En 1920 los socialistas optaron por tener un portavoz orgánico y
sometido a la obediencia del partido y fundaron Avante, que pusieron bajo la dirección de Marcelino Martín. Eso le
permitió, ya durante los años previos a la Segunda República, formar parte de
la Asociación de la Prensa de Guadalajara y ocupar alguno de sus cargos
directivos. No cabía duda de que el periódico cumplía sus objetivos de
agitación de los espíritus, pues los católicos advertían: “Nadie puede leer Avante sin gravar mortalmente su
conciencia”. Cuando el 18 de abril de 1931 ocupó la alcaldía de la capital alcarreña, pasó el testigo de la responsabilidad del periódico a Gabriel Vera, aunque siguió colaborando con ésa y otras cabeceras de la prensa de la izquierda alcarreña, como Ruta.
Pero la actividad más interesante que
desarrolló, sobre todo entre 1927 y 1931, fue la extensión del PSOE más allá de
los límites de la ciudad y de sus habituales círculos de los trabajadores
urbanos. Junto a Miguel Bargalló, Gregorio Tobajas y alguno más, realizó
numerosas giras de propaganda que atrajeron a las filas socialistas a un buen
número de campesinos y que fueron la base del éxito que permitió a su partido
romper, aunque fuese parcialmente, la hegemonía del cacicazgo romanonista.
Su
actividad social
Marcelino Martín se convirtió en el
mejor propagandista del PSOE en la provincia de Guadalajara, a causa de su indudable
magisterio entre los alumnos del Instituto de Guadalajara, algunos de los
cuales como Antonio Buero Vallejo colaboraron con él en distintas iniciativas;
su indiscutible prestigio intelectual y su constante cercanía a los vecinos de
la ciudad, se ponía en evidencia todas las tardes en la concurrida tertulia a
la que asistía en el Café de Columnas de la capital alcarreña y que fue una
cátedra de sabiduría popular y formación política.
El 17 de noviembre de 1924 ingresó en la
Logia Ibérica número 7 de Madrid y su iniciación masónica se hizo el 8 de abril
de 1925, junto con Miguel Bargalló Ardevol, formando ambos parte del Triángulo
masónico de Guadalajara con Miguel Benavides Shelly, que ya había sido iniciado
años atrás. Con nuevos hermanos, levantaron en 1927 la Logia Arriaco, donde
tenía el nombre simbólico de “Salamanca”.
También fue socio del Ateneo Instructivo
del Obrero y ya en 1924 ocupó la vicepresidencia de este centro obrero en la
Junta elegida para ese año. Sin embargo, desarrolló prioritariamente su
actividad cultural por medio de la Casa del Pueblo, que en esos años dispuso de
biblioteca y gimnasio, ofrecía clases para adultos y sostenía los equipos de la
Sociedad Deportiva Obrera.
Su participación en las
instituciones de la República
Toda
la labor de extensión y crecimiento del PSOE y todo el prestigio social
acumulado se tradujeron en una presencia institucional destacada desde el mismo
momento de proclamarse la Segunda República. No carecía de experiencia, porque
ya había salido elegido concejal del municipio arriacense en las elecciones de
1922, en las que se presentó abiertamente como candidato socialista. Esta
experiencia se vio reforzada durante la Dictadura de Primo de Rivera, pues
mientras el movimiento libertario, y su expresión organizada que era la CNT,
fueron puestos fuera de la ley y perseguidos, los socialistas no sólo fueron
tolerados sino que se reservaron en el Ayuntamiento concejalías para los representantes
obreros, que ocuparon Luis Martín Lerena ó Miguel Bargalló.
Volvió
a ser elegido concejal en los comicios del 12 de abril de 1931, en los que la
conjunción republicano-socialista derrotó a la candidatura monárquica apoyada
por el conde de Romanones; habían pasado treinta años desde que los liberales
desplazaron irregularmente a una mayoría de republicanos federales, con el
alcalde Manuel Diges Antón al frente de ese mismo Ayuntamiento. Como electo en
esas elecciones, le correspondió con Jorge Moya de la Torre proclamar la
República desde el balcón de las Casas Consistoriales en la tarde del 14 de
abril. Cuatro días después fue elegido alcalde de la capital alcarreña, cargo
en el que se mantuvo hasta el 15 de enero de 1934.
En
las elecciones para Cortes Constituyentes celebradas en el mes de junio de 1931
se presentó como candidato en la lista de la conjunción republicano-socialista
y salió elegido con un amplio respaldo electoral, aunque el conde de Romanones
volvió a conseguir un acta por la circunscripción única de la provincia
alcarreña. En el Congreso participó en los debates para la elaboración de la
Constitución de 1931 y perteneció a las Comisiones de Agricultura, de Guerra y
de Reglamento. Suscribió con su amigo Rodolfo Llopis, y algún diputado
socialista más, una enmienda al artículo 46 del proyecto constitucional sobre
la Escuela Única, que se convirtió en el 48 del texto definitivo. También fue
uno de los diputados que votaron a favor de la enseñanza en catalán, tal y como
venía recogida en el articulado del Estatuto de Cataluña.
Como
diputado por Guadalajara fue muy reseñable su campaña para salvar la factoría
de La Hispano y mantener el empleo para sus obreros, que eran la base electoral
de las izquierdas. La incomprensión del gobierno republicano en general, y de
Manuel Azaña en particular, le pasó factura al PSOE como le advertía Marcelino
Martín en un telegrama que le remitió: “600 obreros que han trabajado con
nosotros por traer la República y por extirpar el caciquismo tienen derecho a
no recibir como pago de su abnegación un porvenir de hambre y de miseria”.
En
las elecciones de noviembre de 1933, como candidato del Partido Socialista, y
en las de febrero de 1936, en la lista del Frente Popular, volvió a concurrir,
pero no consiguió obtener el acta de diputado en ninguna de las dos ocasiones,
aunque en estos últimos comicios la lista unitaria de las izquierdas obtuviese
la victoria en la capital alcarreña y en casi un centenar de pueblos de la
provincia. Sin embargo en las elecciones para compromisarios para la elección
de nuevo presidente de la República, celebradas en el mes de junio en un clima
de exaltación política, ganó a las derechas e incrementó el número de sus
votos.
En
vísperas de la Guerra Civil, y como consecuencia del respeto que en todos
inspiraba, fue uno de los elegidos para ponerse en contacto con los jefes y
oficiales de la guarnición de Guadalajara, que en todo momento le confirmaron
su lealtad al legítimo gobierno republicano. Y él, que había formado parte en
octubre de 1934 del Comité Revolucionario de la provincia, no sospechó que esas
declaraciones eran tan sólo una argucia para dar tiempo a que el golpe militar
se consolidase en las provincias vecinas.
El Instituto para Obreros de
Madrid
El
1 de febrero de 1937 se anunciaba públicamente la apertura del Instituto para
Obreros de Valencia, al que siguieron los de Sabadell, seguramente no por
casualidad la patria chica de los hermanos Bargalló, luego Barcelona y,
finalmente, Madrid. El final de la Guerra Civil impidió que se abriesen nuevos
centros que ya estaban proyectados. El objetivo de estos Institutos para
Obreros era formar a las élites intelectuales del futuro más inmediato,
extraídas de las filas de la clase trabajadora. Así jóvenes de familias obreras
que no habían podido estudiar por haber tenido que ayudar al sustento familiar
desde muy temprana edad, tenían ahora la oportunidad de ingresar, después de un
riguroso examen, en estos Institutos y completar dos cursos en un sólo año, con
el propósito de acelerar su ingreso en la Universidad y ser los profesionales e
intelectuales de mañana. Además, para ingresar en los Institutos se exigía un
aval de un sindicato.
Marcelino
Martín, que había seguido dando clases en el Instituto durante el conflicto
bélico, fue nombrado Comisario-Director del Instituto para Obreros de Madrid,
instalado en un palacete de la calle de José Abascal con magníficas
instalaciones, laboratorios excelentemente dotados y amplios jardines. Se
escogió, además, un profesorado selecto y que compartía los propósitos del
proyecto; del Instituto de Guadalajara se integraron en el claustro de
profesores del Instituto Obrero de Madrid su director y José Robledano,
profesor de dibujo.
A
punto de terminar la Guerra Civil, Marcelino Martín emprendió la huida, como
tantos, hacia el puerto de Alicante, con la secreta esperanza de ser rescatado
por algún barco y marchar al exilio. No tuvo esa posibilidad y fue detenido y
encerrado, como tantos otros, en el castillo de Santa Bárbara, a la espera de
ser identificado y trasladado a Guadalajara. En la capital alcarreña fue
juzgado, condenado a muerte el 21 de diciembre de 1939 bajo la acusación de
haber incitado al asesinato, aunque no se pudo probar ningún caso concreto, y
fusilado el 26 de abril de 1940.
Su
frío asesinato en la tapia del cementerio arriacense conmovió a la ciudad, que
acogió con respeto a su viuda e hija. Muchos vecinos criticaron y condenaron en
el interior de sus conciencias la muerte de un hombre bueno, que mereció como
pocos el título de “apóstol de la cultura popular”.
JUAN
PABLO CALERO DELSO
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