TERNERO GARRIDO,
Isidoro
[Redecilla
del Camino, 1833 / Espinosa de Henares, julio de 1899]
Nació
en el pueblecito burgalés de Redecilla del Camino y falleció en la localidad
alcarreña de Espinosa de Henares en los últimos días de julio de 1899. Pero,
lejos de la imagen bucólica de los lugares en los que nació y murió, Isidoro
Ternero Garrido tuvo una vida intensa y agitada. Contrajo un primer matrimonio
con Florencia de la Peña Velasco, que falleció el 3 de septiembre de 1875, y
con la que tuvo varios hijos: Francisco, Mariano y Asunción, y se casó en
segundas nupcias con Pilar Roldán.
Cursó
la enseñanza secundaria en un colegio de Carabanchel y estudió Derecho en la
Universidad de Valladolid, donde obtuvo la licenciatura en jurisprudencia,
pasando en 1856 a la Universidad Central de Madrid, donde alcanzó el grado de
doctor con una tesis titulada “Influencia del cristianismo en el Derecho
privado de la familia”, recibiendo la investidura de manos de Laureano
Figuerola el 20 de junio de 1857. A lo largo de sus años de estudiante, tanto
en Valladolid como en Madrid, se forjó una estrecha amistad con Manuel Ruiz
Zorrilla, que no pudo erosionar la pasión que ambos pusieron en la lucha
política desde ideas contrapuestas.
Su acción política
Destacó
como activista político desde muy temprana edad. En junio de 1858 se presentó
como candidato en las elecciones para diputados provinciales en la provincia de
Valladolid, y más concretamente para el distrito de Tordesillas, obteniendo la
victoria según sus propias declaraciones a la prensa, aunque oficialmente se le negase un triunfo electoral que,
como todos los suyos, fue muy discutido.
El
día 11 de octubre de 1863 se celebraron elecciones legislativas en España, y en
la provincia de Guadalajara resultaron elegidos Isidoro Ternero por el distrito
de Guadalajara, Domingo Benito Guillén por Pastrana, Justo Hernández Pareja por
Brihuega, Diego García Martínez por Sigüenza y Mateo Alcocer por Molina de
Aragón. No deja de ser sorprendente que en un distrito como el de Guadalajara-Cogolludo,
donde el liberalismo progresista siempre gozó de la mças amplia base social y donde el
carlismo nunca consiguió un apoyo significativo, Isidoro Ternero obtuviese la
práctica totalidad de los votos emitidos, aunque sólo acudiesen a las urnas la
mitad de los electores con derecho a sufragio. Mientras tanto, liberales tan destacados como Justo Hernández y Diego García obtenían el acto en circunscripciones de gran influencia carlista, como eran las de Brihuega y Sigüenza, lo que para probar que hubo un acuerdo electoral entre partidos rivales.
Porque no
podía caber ninguna duda a los electores de la línea ideológica que abrazaba el
candidato, pues el 2 de diciembre de ese mismo año firmó una enmienda muy
explícita al discurso de contestación al de la corona, junto a los diputados
Antonio Aparisi Guijarro, León Galindo y de Vera, el marqués de González, José
García Gutiérrez y Manuel María Herreros, en la que estos parlamentarios hacían
una defensa encendida del tradicionalismo.
Ese
mismo mes de diciembre se presentaron dos textos en el Congreso de Diputados
solicitando, el primero, que España defendiese el poder temporal del Papa, y el
segundo, aún más radical, que exigía que se reintegrasen al poder del Sumo
Pontífice todos los territorios que se habían sustraído a su autoridad y
formaban parte de la Italia que se estaba unificando. Este último estaba
firmado por Isidoro Ternero y los demás diputados carlistas: Nocedal, Apasisi y
Guijarro... Mantuvo esta línea política hasta el final de la legislatura, en
junio de 1864.
Con
la Revolución Gloriosa, que en septiembre de 1868 expulsó del trono a Isabel
II, el carlismo insistió en la vía conspirativa para llevar a la jefatura del
Estado a su pretendiente, Carlos de Borbón y Austria-Este, aprovechando la
aparente debilidad del nuevo régimen monárquico que andaba en busca de un rey.
Se preparó una vasta conspiración carlista, civil y militar, que se
pronunciaría en la noche del 24 al 25 de julio de 1869 y que estaba dirigida
por Isidoro Ternero, por delegación expresa de Carlos VII. Como en tantas otras
ocasiones, la conjura fracasó pues los militares comprometidos no sacaron sus
tropas a las calles. Juzgado, junto con un numeroso grupo de clérigos de la
diócesis de Sigüenza, fue condenado en primera instancia como prófugo y finalmente absuelto en la llamada "causa de Sigüenza", y pudo volver al seno de su
familia gracias a la mediación de su amigo particular Manuel Ruiz Zorrilla.
El fracaso de la estrategia militar y la aguda
inestabilidad del régimen, que no encontraba un rey para España, animaron a los
carlistas a optar por una estrategia política, basada en la participación
electoral. En marzo de 1871 aspiró a un escaño en el
Congreso carlista por la circunscripción de Miranda de Ebro, en unos comicios
en los que los carlistas burgaleses decidieron presentar candidatos en todos
los distritos de esa provincia, pero no salió elegido. Hubo numerosas denuncias
de irregularidades en el censo electoral del distrito, señalándose que el total
de votos emitidos fue de 10.000, aproximadamente, cuando la comarca sólo tenía
censados unos 33.000 habitantes, lo que muestra que hubo una descarada
alteración del censo, dándose el caso de pueblos en los que la suma de votos
escrutados fue superior al número de habitantes registrado, incluyendo mujeres
y niños. El diputado Luis Trelles Noguerol defendió en el Congreso la ilegalidad del
escrutinio en la sesión que se celebró en 6 de mayo de 1871,
aunque sin ningún resultado, pues las irregularidades se repitieron en comicios
posteriores en la comarca más septentrional de la provincia de Burgos.
Sin
embargo, en las siguientes elecciones legislativas, en abril de 1872, Isidoro
Ternero solicitó a sus votantes que, respondiendo un acuerdo electoral del
partido carlista con otras fuerzas de oposición, votasen a José Rivera Vázquez,
el diputado que había usado un año atrás todas las argucias posibles para
arrebatarle la victoria legítima en ese mismo distrito. Decía en su manifiesto: “Electores carlistas del distrito de Miranda: A votar como
un solo hombre al candidato de la coalición don José Rivera; os lo suplica su
contrincante del año pasado; os lo ruega el consecuente carlista vuestro
paisano, vuestro amigo, vuestro correligionario político de siempre”. Pero, al
final el acuerdo se rompió, pues los carlistas consideraron que los radicales
no cumplían con lo pactado y no apoyaban con la fuerza suficiente a los
candidatos carlistas en otros distritos de la provincia de Burgos, a pesar de
lo que el radical José Rivera obtuvo el acta de diputado en los comicios de
abril y agosto de 1872.
No
por eso dejó de concurrir Isidoro Ternero a los comicios, y obedeciendo las
instrucciones de la Junta Central carlista se presentó como candidato por el
distrito gallego de Arzúa, lejos de su patria chica castellana y de su lugar de
residencia habitual en Guadalajara. La propia prensa carlista reconocía las
dificultades que presentaba esa circunscripción coruñesa para su candidato.
Fracasada
también la vía política de acceso al poder, y aparentemente consolidado el rey
Amadeo I de Saboya en el trono español, los carlistas optaron de nuevo por la
vía insurreccional, comenzando en 1872 la Tercera Guerra Carlista. Durante este
período permaneció en Madrid sin implicarse aparentemente en el conflicto y sin
ser molestado por el gobierno, pero sin dejar de trabajar por la victoria del
pretendiente; así, en marzo de 1873, le encontramos acogiendo y auxiliando a
más de un centenar de guerrilleros carlistas presos, que fueron amparados por
él y a quienes se permitió entrevistarse con sus familiares por intermediación
suya. Los presos, encabezados por el comandante José Chacón y Casanova,
hicieron público su emocionado agradecimiento en la prensa carlista que aún se
editaba en Madrid.
Acabada
la guerra, en febrero de 1876, el partido carlista se vio envuelto en luchas
fratricidas entre las distintas corrientes ideológicas que se habían acogido
bajo la bandera del pretendiente durante el Sexenio, pero que ahora, alejada
cualquier posibilidad de victoria, se enfrentaban por la nueva orientación que
unos y otros creían que debía tomar el carlismo. Isidoro Ternero, a pesar de su
genuina fe católica, manifestó su firme oposición a la corriente del integrismo
católico, que lideraban personajes como Alejandro Pidal y Mon, que muy pronto
abandonó al partido carlista, o Ramón Nocedal, hijo del dirigente Cándido
Nocedal.
Su lucha periodística
A
partir de 1885 las dos tendencias del carlismo, en cuyo seno convivirán
brevemente, iniciaron una incruenta guerra civil que se manifestaba,
fundamental pero no exclusivamente, a través de los periódicos El Siglo Futuro, órgano de los
seguidores de Ramón Nocedal, y La Fe,
portavoz de sus rivales. Este último periódico había sido fundado y dirigido
por Isidoro Ternero y Antonio Juan de Vildósola, dos conocidos dirigentes
carlistas siempre leales al pretendiente carlista, aunque no siempre Don Carlos
de Borbón y Austria-Este estuviese de acuerdo con ellos. En cualquier caso, La Fe se convirtió en el principal
ariete contra el integrismo católico y el más firme baluarte de la dinastía
proscrita.
Porque
para Isidoro Ternero, su labor periodística sólo fue una prolongación de la
lucha política en defensa del carlismo. En este campo, siempre consideró a
Pedro de la Hoz, propietario y director de La
Esperanza, como su maestro y a su muerte, en diciembre de 1865, envió una
carta a su redacción iniciando así, junto con el marqués de Santa Cruz de Inguanzo,
una suscripción para honrar la memoria de aquél con un mausoleo.
Para
multiplicar fuerzas en la batalla periodística, nació El Cabecilla, un semanario que salía en Madrid desde septiembre de 1882 con el lema
de "periódico montaraz de pura raza"; y aunque en la cabecera
aparecía como su director Rafael Balanzátegui, lo cierto es que su propietario
y editor era Isidoro Ternero. Las críticas contra sus rivales fueron tan
feroces que Cándido Nocedal solicitó a su
procurador que tomase medidas para demandar en los tribunales a Isidoro Ternero
y Antonio Juan de Vildósola a consecuencia de lo publicado en el primer número
de El Cabecilla.
Con
el tiempo, los llamados neocatólicos de Pidal se integraron en el Partido
Conservador, heredero del moderantismo liberal, y en el verano de 1888 Ramón
Nocedal abandonó el carlismo con El Siglo
Futuro y sus seguidores para fundar el Partido Integrista, mientras que
Isidoro Ternero continuó siendo el jefe del partido carlista en la provincia de
Guadalajara hasta el mes de marzo de 1891.
Su integración en el
republicanismo radical
A
partir de 1891 el partido carlista, depurado de integristas, reorganizadas sus
mermadas huestes y bajo el firme liderazgo de su rey, acometió la
imprescindible tarea de renovar y adaptar su ideario. Y este proceso de
purificación de las desviaciones integristas pilotado de forma muy directa por
Carlos de Borbón y Austria-Este supuso la marginación y desafección de uno de
los carlistas que más había luchado por ello: Isidoro Ternero.
Desde la primavera
de 1891 corrían rumores de su cercanía al republicanismo radical de Manuel Ruiz
Zorrilla, un acercamiento que estaba basado en la antigua e íntima amistad de
ambos políticos, que habían sido compañeros de colegio y habían vivido juntos
mientras estudiaban en la Universidad de Valladolid. A los primeros chismes
respondió con contundencia La Fe,
que se refería á él diciendo: “Nació carlista, y morirá carlista; y para dejar de ser carlista, sería
necesario que ocurriesen dos
cosas: que la comunión carlista dejara de ser católica ante todo y sobre todo,
cosa felizmente imposible, y que se formara un partido político no carlista, perfecta y profundamente católico,
cosa, por desgracia, poco
probable. D. Isidoro Ternero, es, desde
los primeros años de su vida, íntimo amigo de D. Manuel Ruiz Zorrilla, y á esa amistad
íntima jamás ha faltado D. Manuel Ruiz Zorrilla, a quien no se puede negar
un corazón generoso y ciertas
cualidades de hombre de Estado”.
Ni siquiera la prensa menos afín al carlismo daba crédito a este cambio
ideológico, y apostillaba La Publicidad:
“¿Cómo puede ser carlista un hombre que acaba de declararse zorrillista? Para
que tal absurdo tuviese razón de ser sería preciso que D. Manuel y Don Carlos
tuviesen idéntica aspiración”. Casi parecía que la supuesta noticia era un bulo
propagado por sus antiguos enemigos los integristas, que acusaban a sus rivales
de “mestizos” o sugestionados por el liberalismo.
Sin embargo, lo cierto es que Manuel Ruiz Zorrilla se acercó a la
población vasco francesa de Biarritz en mayo de 1891 para encontrarse allí con
sus amigos y correligionarios, a muchos de los cuales no había visto en sus más
de quince años de exilio. Asistió Isidoro Ternero como amigo personal, pero en
una comida celebrada el 7 de mayo, se levantó e hizo una declaración de fe
republicana. Superada la estupefacción inicial, fue duramente criticado por sus
antiguos correligionarios, a los que respondía “que
se había quitado la boina de la cabeza para ponérsela en el corazón”.
A finales de ese año La Fe cerraba su andadura periodística
para confluir con El Correo Español,
órgano oficial del carlismo. Pero a Isidoro Ternero le correspondió hacer
compatible su fe católica de siempre con su nuevo ideario republicano, una
labor que no fue fácil y en la que él fue un pionero que abría un camino poco
transitado en España entre las críticas de uno y otro lado. Contó con el apoyo
de Manuel Ruiz Zorrilla, que le escribió una carta que se hizo pública en la
que le decía: “Tú eres republicano
progresista y eres sinceramente católico, lo cual es perfectamente compatible.
En cualquier reunión de católicos á que asistas, representas dignamente á los
progresistas, como en cualquier meeting
de nuestro partido en que te encuentres puedes ostentar la
representación de los católicos”.
En Guadalajara,
otros le siguieron en ese difícil camino; Antonio Alcalde, republicano de
Brihuega que se reconocía católico, publicó un artículo en el periódico
republicano El Atalaya de Guadalajara
del 9 de septiembre de 1892 en el que afirmaba que “el ateísmo” era una de las
causas principales por las que los republicanos no eran más numerosos. Aunque El
Legitimista de Valdepeñas, en su número del 14 de marzo de 1891, intentase
minimizar el abandono de las filas carlistas de Isidro Ternero “y todos sus
amigos de la provincia de Guadalajara, que serán lo menos… tres”, lo cierto es
que nacía una grieta en la antigua alianza entre el trono y el altar que había comenzado en la Francia de la III República, con declaraciones como la del cardenal Lavigerie que no veía una incuestionable incompatibilidad entre catolicismo y republicanismo.
En
el verano de 1899 acudió a Espinosa de Henares, a pocos kilómetros de
Guadalajara, porque pocos días después se iba a inaugurar en este pueblo un
convento de monjas de clausura que él había fundado en una antigua fábrica de
harinas de su propiedad. Y allí, conservando su fe católica y permaneciendo
fiel al republicanismo progresista, falleció en la última semana del mes de
julio de 1899. Finalmente, el 19 de noviembre de ese mismo año su hija Asunción Ternero y su marido, Ignacio Mena, hicieron entrega a las clarisas de los bienes y terrenos necesarios para la fundación del convento, siguiendo la voluntad de Isidro Ternero.
Actividad económica
En su número del 7 de mayo de 1863 reproducía el
periódico carlista La Esperanza esta
noticia publicada en otro medio: “La magnífica finca denominada Maluque, en la
provincia de Guadalajara, propiedad del señor duque de Osuna, cuya venta
anunciamos días pasados, ha sido adjudicada, como mejor postor, en la cantidad
de 2.200.000 rs. al joven y simpático Dr. D. Isidoro Ternero, rico propietario
de aquella provincia, en la que está contribuyendo considerablemente á
desarrollar su agricultura, consumiendo con sus dos fábricas de harinas la
mayor parte de la cosecha que la misma recolecta”.
Efectivamente, Isidoro Ternero se había convertido en un
rico propietario gracias a sus fábricas de harinas de Guadalajara, de las que
obtenía importantes beneficios, aunque tenía su residencia en Madrid, en
el número 25 de la calle Concepción Gerónima. Su
fama se extendió de tal modo que en
la revista satírica Gil Blas se podía
leer que "de Guadalajara escriben que ha estado por allí el general
carlista Cabrera, y que visitó en Espinosa la fábrica de harinas".
Da
idea de su rico patrimonio personal que en 1866 el Diario Oficial de Avisos de
Madrid publicó una citación a su nombre para que pasase por el juzgado del
distrito madrileño de Inclusa a reconocer su firma en un pagaré de 100.000
reales de vellón y orden de pago del marqués de Salamanca. En 1867 se abrió un
concurso de acreedores por orden judicial, que se resolvió, parcialmente, con
la entrega de 600 fanegas de trigo depositadas en el apeadero de Maluque, junto
al pueblo de Mohernando, y en Yunquera de Henares.
No
debieron de conseguir sus acreedores que saldase todas sus deudas, pues en el Diario Oficial de Avisos de Madrid se
insertaba el 23 de octubre de 1870 y el 17 de noviembre de 1871 sendos avisos
de una subasta de créditos no cobrados de la Sociedad de Crédito y Fomento
Banco de Madrid, entidad financiera que estaba en proceso de liquidación, entre
los que se incluían dos, por un importe total de 106.500 reales, a nombre de
Isidoro Ternero. En agosto de 1872, se convocó una junta de acreedores para
cerrar el concurso y cobrar las deudas pendientes. Y, sin embargo, ese mismo
año era uno de los doce mayores contribuyentes de la provincia de Guadalajara,
al nivel que el resto de grandes fortunas alcarreñas, incluso nobiliarias.
Todo parece indicar que las mermas en tan importante
patrimonio y las deudas contraídas no se debían a la mala gestión de
propietario y administradores, sino que tenían su raíz en las cuantiosas sumas
que Isidoro Ternero entregó a la causa carlista, estando a punto de arruinarse
sufragando conspiraciones y periódicos en favor del partido carlista y de sus
reyes.
JUAN PABLO CALERO DELSO
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