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jueves, 9 de enero de 2014

ISIDORO TERNERO GARRIDO

TERNERO GARRIDO, Isidoro
[Redecilla del Camino, 1833 / Espinosa de Henares, julio de 1899]

Nació en el pueblecito burgalés de Redecilla del Camino y falleció en la localidad alcarreña de Espinosa de Henares en los últimos días de julio de 1899. Pero, lejos de la imagen bucólica de los lugares en los que nació y murió, Isidoro Ternero Garrido tuvo una vida intensa y agitada. Contrajo un primer matrimonio con Florencia de la Peña Velasco, que falleció el 3 de septiembre de 1875, y con la que tuvo varios hijos: Francisco, Mariano y Asunción, y se casó en segundas nupcias con Pilar Roldán.
Cursó la enseñanza secundaria en un colegio de Carabanchel y estudió Derecho en la Universidad de Valladolid, donde obtuvo la licenciatura en jurisprudencia, pasando en 1856 a la Universidad Central de Madrid, donde alcanzó el grado de doctor con una tesis titulada “Influencia del cristianismo en el Derecho privado de la familia”, recibiendo la investidura de manos de Laureano Figuerola el 20 de junio de 1857. A lo largo de sus años de estudiante, tanto en Valladolid como en Madrid, se forjó una estrecha amistad con Manuel Ruiz Zorrilla, que no pudo erosionar la pasión que ambos pusieron en la lucha política desde ideas contrapuestas.

Su acción política
Destacó como activista político desde muy temprana edad. En junio de 1858 se presentó como candidato en las elecciones para diputados provinciales en la provincia de Valladolid, y más concretamente para el distrito de Tordesillas, obteniendo la victoria según sus propias declaraciones a la prensa, aunque oficialmente se le negase un triunfo electoral que, como todos los suyos, fue muy discutido.
El día 11 de octubre de 1863 se celebraron elecciones legislativas en España, y en la provincia de Guadalajara resultaron elegidos Isidoro Ternero por el distrito de Guadalajara, Domingo Benito Guillén por Pastrana, Justo Hernández Pareja por Brihuega, Diego García Martínez por Sigüenza y Mateo Alcocer por Molina de Aragón. No deja de ser sorprendente que en un distrito como el de Guadalajara-Cogolludo, donde el liberalismo progresista siempre gozó de la mças amplia base social y donde el carlismo nunca consiguió un apoyo significativo, Isidoro Ternero obtuviese la práctica totalidad de los votos emitidos, aunque sólo acudiesen a las urnas la mitad de los electores con derecho a sufragio. Mientras tanto, liberales tan destacados como Justo Hernández y Diego García obtenían el acto en circunscripciones de gran influencia carlista, como eran las de Brihuega y Sigüenza, lo que para probar que hubo un acuerdo electoral entre partidos rivales.
Porque no podía caber ninguna duda a los electores de la línea ideológica que abrazaba el candidato, pues el 2 de diciembre de ese mismo año firmó una enmienda muy explícita al discurso de contestación al de la corona, junto a los diputados Antonio Aparisi Guijarro, León Galindo y de Vera, el marqués de González, José García Gutiérrez y Manuel María Herreros, en la que estos parlamentarios hacían una defensa encendida del tradicionalismo.
Ese mismo mes de diciembre se presentaron dos textos en el Congreso de Diputados solicitando, el primero, que España defendiese el poder temporal del Papa, y el segundo, aún más radical, que exigía que se reintegrasen al poder del Sumo Pontífice todos los territorios que se habían sustraído a su autoridad y formaban parte de la Italia que se estaba unificando. Este último estaba firmado por Isidoro Ternero y los demás diputados carlistas: Nocedal, Apasisi y Guijarro... Mantuvo esta línea política hasta el final de la legislatura, en junio de 1864.
Con la Revolución Gloriosa, que en septiembre de 1868 expulsó del trono a Isabel II, el carlismo insistió en la vía conspirativa para llevar a la jefatura del Estado a su pretendiente, Carlos de Borbón y Austria-Este, aprovechando la aparente debilidad del nuevo régimen monárquico que andaba en busca de un rey. Se preparó una vasta conspiración carlista, civil y militar, que se pronunciaría en la noche del 24 al 25 de julio de 1869 y que estaba dirigida por Isidoro Ternero, por delegación expresa de Carlos VII. Como en tantas otras ocasiones, la conjura fracasó pues los militares comprometidos no sacaron sus tropas a las calles. Juzgado, junto con un numeroso grupo de clérigos de la diócesis de Sigüenza, fue condenado en primera instancia como prófugo y finalmente absuelto en la llamada "causa de Sigüenza", y pudo volver al seno de su familia gracias a la mediación de su amigo particular Manuel Ruiz Zorrilla.
El fracaso de la estrategia militar y la aguda inestabilidad del régimen, que no encontraba un rey para España, animaron a los carlistas a optar por una estrategia política, basada en la participación electoral. En marzo de 1871 aspiró a un escaño en el Congreso carlista por la circunscripción de Miranda de Ebro, en unos comicios en los que los carlistas burgaleses decidieron presentar candidatos en todos los distritos de esa provincia, pero no salió elegido. Hubo numerosas denuncias de irregularidades en el censo electoral del distrito, señalándose que el total de votos emitidos fue de 10.000, aproximadamente, cuando la comarca sólo tenía censados unos 33.000 habitantes, lo que muestra que hubo una descarada alteración del censo, dándose el caso de pueblos en los que la suma de votos escrutados fue superior al número de habitantes registrado, incluyendo mujeres y niños. El diputado Luis Trelles Noguerol defendió en el Congreso la ilegalidad del escrutinio en la sesión que se celebró en 6 de mayo de 1871, aunque sin ningún resultado, pues las irregularidades se repitieron en comicios posteriores en la comarca más septentrional de la provincia de Burgos.
Sin embargo, en las siguientes elecciones legislativas, en abril de 1872, Isidoro Ternero solicitó a sus votantes que, respondiendo un acuerdo electoral del partido carlista con otras fuerzas de oposición, votasen a José Rivera Vázquez, el diputado que había usado un año atrás todas las argucias posibles para arrebatarle la victoria legítima en ese mismo distrito. Decía en su manifiesto: “Electores carlistas del distrito de Miranda: A votar como un solo hombre al candidato de la coalición don José Rivera; os lo suplica su contrincante del año pasado; os lo ruega el consecuente carlista vuestro paisano, vuestro amigo, vuestro correligionario político de siempre”. Pero, al final el acuerdo se rompió, pues los carlistas consideraron que los radicales no cumplían con lo pactado y no apoyaban con la fuerza suficiente a los candidatos carlistas en otros distritos de la provincia de Burgos, a pesar de lo que el radical José Rivera obtuvo el acta de diputado en los comicios de abril y agosto de 1872.
No por eso dejó de concurrir Isidoro Ternero a los comicios, y obedeciendo las instrucciones de la Junta Central carlista se presentó como candidato por el distrito gallego de Arzúa, lejos de su patria chica castellana y de su lugar de residencia habitual en Guadalajara. La propia prensa carlista reconocía las dificultades que presentaba esa circunscripción coruñesa para su candidato.
Fracasada también la vía política de acceso al poder, y aparentemente consolidado el rey Amadeo I de Saboya en el trono español, los carlistas optaron de nuevo por la vía insurreccional, comenzando en 1872 la Tercera Guerra Carlista. Durante este período permaneció en Madrid sin implicarse aparentemente en el conflicto y sin ser molestado por el gobierno, pero sin dejar de trabajar por la victoria del pretendiente; así, en marzo de 1873, le encontramos acogiendo y auxiliando a más de un centenar de guerrilleros carlistas presos, que fueron amparados por él y a quienes se permitió entrevistarse con sus familiares por intermediación suya. Los presos, encabezados por el comandante José Chacón y Casanova, hicieron público su emocionado agradecimiento en la prensa carlista que aún se editaba en Madrid.
Acabada la guerra, en febrero de 1876, el partido carlista se vio envuelto en luchas fratricidas entre las distintas corrientes ideológicas que se habían acogido bajo la bandera del pretendiente durante el Sexenio, pero que ahora, alejada cualquier posibilidad de victoria, se enfrentaban por la nueva orientación que unos y otros creían que debía tomar el carlismo. Isidoro Ternero, a pesar de su genuina fe católica, manifestó su firme oposición a la corriente del integrismo católico, que lideraban personajes como Alejandro Pidal y Mon, que muy pronto abandonó al partido carlista, o Ramón Nocedal, hijo del dirigente Cándido Nocedal.

Su lucha periodística
A partir de 1885 las dos tendencias del carlismo, en cuyo seno convivirán brevemente, iniciaron una incruenta guerra civil que se manifestaba, fundamental pero no exclusivamente, a través de los periódicos El Siglo Futuro, órgano de los seguidores de Ramón Nocedal, y La Fe, portavoz de sus rivales. Este último periódico había sido fundado y dirigido por Isidoro Ternero y Antonio Juan de Vildósola, dos conocidos dirigentes carlistas siempre leales al pretendiente carlista, aunque no siempre Don Carlos de Borbón y Austria-Este estuviese de acuerdo con ellos. En cualquier caso, La Fe se convirtió en el principal ariete contra el integrismo católico y el más firme baluarte de la dinastía proscrita.
Porque para Isidoro Ternero, su labor periodística sólo fue una prolongación de la lucha política en defensa del carlismo. En este campo, siempre consideró a Pedro de la Hoz, propietario y director de La Esperanza, como su maestro y a su muerte, en diciembre de 1865, envió una carta a su redacción iniciando así, junto con el marqués de Santa Cruz de Inguanzo, una suscripción para honrar la memoria de aquél con un mausoleo.
Para multiplicar fuerzas en la batalla periodística, nació El Cabecilla, un semanario que salía en Madrid desde septiembre de 1882 con el lema de "periódico montaraz de pura raza"; y aunque en la cabecera aparecía como su director Rafael Balanzátegui, lo cierto es que su propietario y editor era Isidoro Ternero. Las críticas contra sus rivales fueron tan feroces que Cándido Nocedal solicitó a su procurador que tomase medidas para demandar en los tribunales a Isidoro Ternero y Antonio Juan de Vildósola a consecuencia de lo publicado en el primer número de El Cabecilla.
Con el tiempo, los llamados neocatólicos de Pidal se integraron en el Partido Conservador, heredero del moderantismo liberal, y en el verano de 1888 Ramón Nocedal abandonó el carlismo con El Siglo Futuro y sus seguidores para fundar el Partido Integrista, mientras que Isidoro Ternero continuó siendo el jefe del partido carlista en la provincia de Guadalajara hasta el mes de marzo de 1891.

Su integración en el republicanismo radical
A partir de 1891 el partido carlista, depurado de integristas, reorganizadas sus mermadas huestes y bajo el firme liderazgo de su rey, acometió la imprescindible tarea de renovar y adaptar su ideario. Y este proceso de purificación de las desviaciones integristas pilotado de forma muy directa por Carlos de Borbón y Austria-Este supuso la marginación y desafección de uno de los carlistas que más había luchado por ello: Isidoro Ternero.
Desde la primavera de 1891 corrían rumores de su cercanía al republicanismo radical de Manuel Ruiz Zorrilla, un acercamiento que estaba basado en la antigua e íntima amistad de ambos políticos, que habían sido compañeros de colegio y habían vivido juntos mientras estudiaban en la Universidad de Valladolid. A los primeros chismes respondió con contundencia La Fe, que se refería á él diciendo: “Nació carlista, y morirá carlista; y para dejar de ser carlista, sería necesario que ocurriesen dos cosas: que la comunión carlista dejara de ser católica ante todo y sobre todo, cosa felizmente imposible, y que se formara un partido político no carlista, perfecta y profundamente católico, cosa, por desgracia, poco probable. D. Isidoro Ternero, es, desde los primeros años de su vida, íntimo amigo de D. Manuel Ruiz Zorrilla, y á esa amistad íntima jamás ha faltado D. Manuel Ruiz Zorrilla, a quien no se puede negar un corazón generoso y ciertas cualidades de hombre de Estado”.
Ni siquiera la prensa menos afín al carlismo daba crédito a este cambio ideológico, y apostillaba La Publicidad: “¿Cómo puede ser carlista un hombre que acaba de declararse zorrillista? Para que tal absurdo tuviese razón de ser sería preciso que D. Manuel y Don Carlos tuviesen idéntica aspiración”. Casi parecía que la supuesta noticia era un bulo propagado por sus antiguos enemigos los integristas, que acusaban a sus rivales de “mestizos” o sugestionados por el liberalismo.
Sin embargo, lo cierto es que Manuel Ruiz Zorrilla se acercó a la población vasco francesa de Biarritz en mayo de 1891 para encontrarse allí con sus amigos y correligionarios, a muchos de los cuales no había visto en sus más de quince años de exilio. Asistió Isidoro Ternero como amigo personal, pero en una comida celebrada el 7 de mayo, se levantó e hizo una declaración de fe republicana. Superada la estupefacción inicial, fue duramente criticado por sus antiguos correligionarios, a los que respondía “que se había quitado la boina de la cabeza para ponérsela en el corazón”.
A finales de ese año La Fe cerraba su andadura periodística para confluir con El Correo Español, órgano oficial del carlismo. Pero a Isidoro Ternero le correspondió hacer compatible su fe católica de siempre con su nuevo ideario republicano, una labor que no fue fácil y en la que él fue un pionero que abría un camino poco transitado en España entre las críticas de uno y otro lado. Contó con el apoyo de Manuel Ruiz Zorrilla, que le escribió una carta que se hizo pública en la que le decía: “Tú eres republicano progresista y eres sinceramente católico, lo cual es perfectamente compatible. En cualquier reunión de católicos á que asistas, representas dignamente á los progresistas, como en cualquier meeting de nuestro partido en que te encuentres puedes ostentar la representación de los católicos”.
En Guadalajara, otros le siguieron en ese difícil camino; Antonio Alcalde, republicano de Brihuega que se reconocía católico, publicó un artículo en el periódico republicano El Atalaya de Guadalajara del 9 de septiembre de 1892 en el que afirmaba que “el ateísmo” era una de las causas principales por las que los republicanos no eran más numerosos. Aunque El Legitimista de Valdepeñas, en su número del 14 de marzo de 1891, intentase minimizar el abandono de las filas carlistas de Isidro Ternero “y todos sus amigos de la provincia de Guadalajara, que serán lo menos… tres”, lo cierto es que nacía una grieta en la antigua alianza entre el trono y el altar que había comenzado en la Francia de la III República, con declaraciones como la del cardenal Lavigerie que no veía una incuestionable incompatibilidad entre catolicismo y republicanismo.
En el verano de 1899 acudió a Espinosa de Henares, a pocos kilómetros de Guadalajara, porque pocos días después se iba a inaugurar en este pueblo un convento de monjas de clausura que él había fundado en una antigua fábrica de harinas de su propiedad. Y allí, conservando su fe católica y permaneciendo fiel al republicanismo progresista, falleció en la última semana del mes de julio de 1899. Finalmente, el 19 de noviembre de ese mismo año su hija Asunción Ternero y su marido, Ignacio Mena, hicieron entrega a las clarisas de los bienes y terrenos necesarios para la fundación del convento, siguiendo la voluntad de Isidro Ternero.

Actividad económica
En su número del 7 de mayo de 1863 reproducía el periódico carlista La Esperanza esta noticia publicada en otro medio: “La magnífica finca denominada Maluque, en la provincia de Guadalajara, propiedad del señor duque de Osuna, cuya venta anunciamos días pasados, ha sido adjudicada, como mejor postor, en la cantidad de 2.200.000 rs. al joven y simpático Dr. D. Isidoro Ternero, rico propietario de aquella provincia, en la que está contribuyendo considerablemente á desarrollar su agricultura, consumiendo con sus dos fábricas de harinas la mayor parte de la cosecha que la misma recolecta”.
Efectivamente, Isidoro Ternero se había convertido en un rico propietario gracias a sus fábricas de harinas de Guadalajara, de las que obtenía importantes beneficios, aunque tenía su residencia en Madrid, en el número 25 de la calle Concepción Gerónima. Su fama se extendió de tal modo que en la revista satírica Gil Blas se podía leer que "de Guadalajara escriben que ha estado por allí el general carlista Cabrera, y que visitó en Espinosa la fábrica de harinas".
Da idea de su rico patrimonio personal que en 1866 el Diario Oficial de Avisos de Madrid publicó una citación a su nombre para que pasase por el juzgado del distrito madrileño de Inclusa a reconocer su firma en un pagaré de 100.000 reales de vellón y orden de pago del marqués de Salamanca. En 1867 se abrió un concurso de acreedores por orden judicial, que se resolvió, parcialmente, con la entrega de 600 fanegas de trigo depositadas en el apeadero de Maluque, junto al pueblo de Mohernando, y en Yunquera de Henares.
No debieron de conseguir sus acreedores que saldase todas sus deudas, pues en el Diario Oficial de Avisos de Madrid se insertaba el 23 de octubre de 1870 y el 17 de noviembre de 1871 sendos avisos de una subasta de créditos no cobrados de la Sociedad de Crédito y Fomento Banco de Madrid, entidad financiera que estaba en proceso de liquidación, entre los que se incluían dos, por un importe total de 106.500 reales, a nombre de Isidoro Ternero. En agosto de 1872, se convocó una junta de acreedores para cerrar el concurso y cobrar las deudas pendientes. Y, sin embargo, ese mismo año era uno de los doce mayores contribuyentes de la provincia de Guadalajara, al nivel que el resto de grandes fortunas alcarreñas, incluso nobiliarias.
Todo parece indicar que las mermas en tan importante patrimonio y las deudas contraídas no se debían a la mala gestión de propietario y administradores, sino que tenían su raíz en las cuantiosas sumas que Isidoro Ternero entregó a la causa carlista, estando a punto de arruinarse sufragando conspiraciones y periódicos en favor del partido carlista y de sus reyes.
JUAN PABLO CALERO DELSO

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