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domingo, 8 de diciembre de 2013

PEDRO VALLINA MARTÍNEZ

VALLINA MARTÍNEZ, Pedro
[Guadalcanal, 29 de junio de 1879 – Veracruz, 1970]

Nació el 29 de junio de 1879 en la localidad sevillana de Guadalcanal. Su padre, un asturiano de origen humilde, había progresado económicamente hasta abrir su propia confitería y administrar diversas fincas rústicas. Pero la vida en el campo andaluz no era fácil ni siquiera para la modesta clase media rural: de sus seis hermanos, cuatro fallecieron en la niñez. Su padre y su hermano mayor profesaban las ideas del republicanismo federal y sus conversaciones y lecturas avanzadas forjaron su niñez.
Por influencia del catedrático sevillano Francisco Barnés, que durante la Segunda República fue ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, marchó con su hermano a Sevilla para cursar los estudios de Bachillerato previos a su ingreso en la Universidad.

Su formación como médico y anarquista
Allí recibió su bautismo de fuego revolucionario, poco heroico por cierto, asistió a sus primeros mítines y publicó sus primeros artículos. En 1898, terminada la enseñanza secundaria, decidió seguir estudios de Medicina en la Universidad gaditana, para así conocer y colaborar con Fermín Salvochea, del que se consideraba discípulo.
Al año siguiente, juntos se trasladaron a Madrid. Mientras Vallina seguía con aprovechamiento sus estudios, de la mano de Salvochea se empapaba del ambiente revolucionario de los años del cambio de siglo: asistió al entierro de Pi y Margall y al estreno de Electra de Pérez Galdós, dio clases en la escuela de la sociedad El Porvenir del Obrero y asistió como delegado al Congreso fundacional de la Federación de Sindicatos Obreros de la Región Española (FSORE), activo en la solidaridad con los huelguistas y, según se dice, implicado en el llamado “Complot de la Coronación”, que planeaba un regicidio.
En octubre de 1902, y por ese motivo, se vio obligado a exiliarse en París, donde prosiguió sus estudios al mismo tiempo que mantenía su frenético activismo revolucionario, que incluyó un nuevo proyecto de magnicidio con motivo de la visita de Alfonso XIII a París. Si en Madrid se había relacionado con los supervivientes del federalismo y anarquismo decimonónico, de Estébanez Calderón a Federico Urales, en la capital francesa conoció a los anarquistas europeos más destacados: Ferrer Guardia, Carlos Malato, Sebastián Faure…
Acosado por la policía gala, en 1906 tuvo que huir de Francia, estableciéndose en Londres, bien acogido por Fernando Tarrida del Mármol y la comunidad de anarquistas judíos europeos que se expresaban en yídish, estableciendo relación con Piotr Kropotkin. Allí obtuvo la licenciatura en Medicina y prolongó su actividad revolucionaria, que en esos años se orientó más hacia el pensamiento y la reflexión: ponencias en congresos antimilitaristas que intentaban evitar la inminente Gran Guerra, delegado en el Congreso sindicalista internacional de 1913, secretario del club anarquista internacional de Londres… sin olvidar su participación en la campaña para salvar de la ejecución a Francisco Ferrer Guardia en 1909.
En 1914 se acogió a una amnistía concedida por el gobierno español y volvió a la Península, estableciendo su residencia en Andalucía. Convalidó su título de médico y ejerció su profesión al mismo tiempo que se reintegraba al movimiento libertario andaluz, destacando su protagonismo en la huelga de inquilinos de 1919, que le llevó a la cárcel, primero, y al destierro, después. En Sevilla formó parte del Comité Nacional de la CNT que soportó el golpe de Estado del general Miguel Primo de Rivera y la inmediata ilegalización del sindicato; estaba encabezado por Paulino Díaz y apenas duró seis meses: desde agosto de 1923 hasta el día de Navidad de ese mismo año, cuando su secretario general fue detenido y el Comité quedó forzosamente disuelto.
Durante la Dictadura de Primo de Rivera fue obligado de nuevo a buscar cobijo más allá de nuestras fronteras; en esta ocasión en Portugal, que pronto dejó de ser un refugio seguro para los anarquistas, a causa de la deriva autoritaria que desembocó en la implantación del totalitario Estado Novo.
En la República, la guerra y el exilio
Pedro Vallina decidió volver a España, residiendo en la Siberia extremeña (Peñalsordo, Siruela…), donde ya había sido desterrado años atrás, y en la vecina región minera de Almadén, donde proclamó la República el 14 de abril de 1931. Fueron tiempos de esperanza y Pedro Vallina se dedicó a ejercer la medicina para las clases populares, abriendo un sanatorio antituberculoso en la localidad sevillana de Cantillana, donde había nacido su madre, y a participar en innumerables proyectos revolucionarios: con Ramón Franco en el complot del aeródromo de Tablada, con la CNT en las huelgas de jornaleros anarquistas, con el grupo ultrarrevolucionario de José Antonio Balbontín, con el incipiente nacionalismo andaluz de Blas Infante…
Al comenzar la Guerra Civil se encontraba otra vez en Almadén, localidad que ganó para la República y en la que formó una columna miliciana de mineros. Pero, espíritu inquieto y rebelde, ese verano de 1936 se trasladó con su hijo a Sigüenza, invitado por Mauro Bajatierra que ejercía de corresponsal para el periódico CNT. En la ciudad seguntina dirigió un hospital y alentó la resistencia popular y el proceso de colectivización. Además, preocupado por los desastres de la guerra, trasladó al hospital parte del patrimonio artístico seguntino en la confianza que al estar debbidamente señalizado y atendido por monjas permanecería a salvo; sin embargo, la aviación franquista lo bombardeó, muriendo los enfermos y las monjas que los atendían y destruyéndose el legado histórico allí depositado. Perdida Sigüenza, permaneció en la región, y ejerció la medicina con las milicias confederales en Baides (Guadalajara) y Cañete (Cuenca).
En febrero de 1937 pasó a Valencia, le encontramos en Albacete desde junio de 1937 a marzo de 1938, fecha en la que se estableció en Barcelona, hasta que la ciudad cayó en manos del ejército franquista. Pedro Vallina consiguió huir hacia Francia, aunque a su llegada fue detenido como todos los exiliados, en su caso en Perpiñán; su profesión le sacó de prisión para que ejerciese como médico en Narbona, en un refugio para exiliados españoles. Con la invasión de Francia por las tropas alemanas, salió de Francia hacia la República Dominicana, donde permaneció dos años y, desde allí, se trasladó a México, donde residió hasta su muerte.
Fiel a sus principios, en lugar de instalarse en la capital federal o en alguna de sus grandes ciudades, se fue a vivir al Estado de Oaxaca, para ejercer su profesión entre los indígenas, tal y como había hecho con los campesinos andaluces y extremeños. Durante su exilio mexicano, se mantuvo tan fiel a sus ideas libertarias como alejado de las rencillas e intrigas de los exiliados. Al final de su vida decidió publicar sus Memorias, en dos tomos que fueron editados por el equipo de la edición mexicana de Tierra y Libertad, aunque antes de que el segundo volumen saliese de la imprenta falleció en Veracruz en el año 1970.
JUAN PABLO CALERO DELSO

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