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viernes, 28 de febrero de 2014

LEÓN LÓPEZ Y ESPILA

LÓPEZ Y ESPILA, León
[San Clemente, 1799 / Madrid, 1873]

Nació en 1799 en la localidad conquense de San Clemente, hijo de una familia de ricos propietarios agrarios. Para poder estudiar, durante su juventud, residió varios años en la ciudad de Guadalajara. Vuelto a su pueblo natal, después del pronunciamiento de Rafael del Riego en enero de 1820, mostró públicamente su simpatía por el régimen constitucional y entró a formar parte de la Milicia Nacional.
Cuando en 1823 el gobierno liberal fue derribado por los absolutistas, se vio forzado a abandonar la provincia de Cuenca ante la inquina de sus convecinos realistas que, inducidos por el clero, estuvieron a punto de lincharle en la plaza de San Clemente y que, finalmente, consiguieron que se le abriesen varias causas judiciales, en las que fue declarado inocente pero que agotaron su patrimonio particular.
Para sustraerse de la hostilidad de sus convecinos, abandonando a su esposa y al resto de su familia, se trasladó a la ciudad de Granada, donde entró en contacto con la clandestinidad liberal y perteneció al mismo círculo revolucionario que Mariana Pineda. En 1827 fue detenido y puesto a disposición de José Salelles y Palos, regente de la chancillería de Granada e Intendente interino de Policía en esa capital andaluza, que consiguió desvelar las instrucciones para los conjurados que habían sido escritas con tinta simpática en las cartas que se le aprehendieron en el momento de su detención.
Acusado formalmente de conspiración contra el rey Fernando VII, su causa fue instruida por Ramón Pedrosa, alcalde del crimen de la Chancillería granadina y juez regio encargado de estas causas, que le tuvo incomunicado y encadenado en un lóbrego calabozo durante casi tres meses. Sin embargo, y para su fortuna, no fue el encargado de dictar la sentencia, pues a raíz de la agitación de los absolutistas más intransigentes, Ramón Pedrosa fue suspendido temporalmente de su cargo y José Salelles encerrado en el castillo de Murviedro, junto a Sagunto. Según él mismo reconocía, sólo estas circunstancias le salvaron del patíbulo y redujeron su condena a ocho años de cárcel en el presidio de Ceuta, especialmente riguroso.
Gracias a su formación y a los recursos que le enviaba su familia, fue empleado en las dependencias del Hospital del presidio ceutí y pudo dedicarse a los negocios. En 1830, conocedor de que José María Torrijos había llegado a Gibraltar para organizar un levantamiento liberal, en el que participaban sus antiguos compañeros de Granada, consiguió escapar de Ceuta y desembarcar en el vecino territorio marroquí para llegar a Tetuán. De allí fue enviado por las autoridades marroquíes a Tánger donde, traicionado, fue entregado al cónsul español en esa ciudad que, atado y amordazado, lo envió de vuelta a Ceuta. Interceptados por el Bajá, León López y Espila no encontró otra forma de salvar su vida que renegar del cristianismo y convertirse al islam, evitando su extradición y asegurando así su permanencia en territorio marroquí.
Una vez a salvo, no tuvo otro objetivo que incorporarse a la lucha política en España, pero el fracaso de la invasión de José María Torrijos el 2 de diciembre de 1831 le impidió llevar a cabo su propósito. Decidido a abandonar Marruecos y ansioso por trasladarse a Francia, donde después de la revolución de 1830 soplaban vientos favorables para los liberales españoles, en 1832 consiguió embarcar y llegar al puerto de Marsella, para viajar después a Tours y París. No fueron fáciles para él sus años en Francia; tuvo que presentarse ante el arzobispo parisino para ser acogido en el seno de la Iglesia Católica, aunque su conversión al Islam había sido su último recurso para librarse del patíbulo, y sufrió severas penurias económicas que sólo fueron aliviadas por la solidaridad de Pedro Méndez de Vigo, Álvaro Flórez Estrada, la viuda de José María Torrijos y otros exiliados españoles con una posición económica más desahogada.
Todavía tuvo que esperar en Francia varios años hasta que le llegó la amnistía personal y se le permitió volver a España. Aunque aún en vida de Fernando VII, y como consecuencia de las cambiantes circunstancias políticas, se decretó en 1832 una primera y restrictiva amnistía, que fue ampliada por otras medidas posteriores, hasta abril de 1835 no pudo regresar, entrando por La Junquera para dirigirse a Barcelona y, finalmente, llegar a Madrid.
A su regreso publicó el libro Los cristianos de Calomarde y el renegado por fuerza, que salió de la madrileña imprenta de Fernández Angulo en el mes de septiembre de 1835, una obra excepcional porque relata la aventura de los liberales hispanos exiliados en el norte de África durante el reinado de Fernando VII, un grupo ciertamente muy reducido pero cuyo destierro nada tuvo que ver con el de los que se instalaron en París o Londres. Aunque él lo presenta como un relato rigurosamente veraz, y seguramente la mayoría de lo que cuenta y describe ocurriese realmente, parece evidente que algunos de los episodios o personajes están teñidos por el romanticismo de la época. Y si el estilo no es muy cuidado y en ocasiones resulta demasiado coloquial, no se puede negar que es ágil y muy personal, lo que da al libro un cierto atractivo y refuerza la autenticidad del relato.
Hoy en día, el principal interés que despierta este libro es el de una narración costumbrista que nos cuenta, desde dentro y en primera persona, las costumbres y formas de vida en el norte de África en esos años. Si las Cartas Marruecas de José Cadalso nos mostraban la España de su tiempo, bajo el recurso literario de un autor marroquí, León López y Espila entra de lleno en la moda orientalista de principios de siglo y nos ofrece un panorama de Marruecos visto con ojos españoles.
La amnistía que le concedió la Reina María Cristina de Borbón, regente de su hija Isabel II, le habilitaba para ocupar cargos públicos, que eran apetecidos por aquellos que habían perdido años y haciendas en defensa del régimen constitucional. A poco de llegar, León López fue nombrado archivero de los Guardias de la Real Persona, con un sueldo anual de 12.000 reales y en abril de 1836 se le designó Tesorero de Rentas de la provincia de Guadalajara, volviendo a residir en la capital alcarreña. Más adelante, fue destinado en la provincia de Ávila, y allí se encontraba en septiembre de 1840, cuando una rebelión progresista colocó al general Baldomero Espartero al frente del país como Regente y forzó el exilio de la reina María Cristina de Borbón, formando parte como vocal de la Junta Revolucionaria abulense que presidía Joaquín Pérez, y ejerciendo en un primer momento como Intendente de la provincia, siendo también nombrado Secretario Honorario de Su Majestad.
Desde ese momento, León López y Espila alternó sus nombramientos como Tesorero Provincial y otros puestos similares durante los breves períodos de gobierno progresista, con la persecución y el ostracismo que sufría cuando los moderados llegaban al poder. Si en 1840 perteneció a la Junta Revolucionaria de Ávila, en julio de 1854 le encontramos en la Junta de Gobierno de la provincia de Guadalajara, constituida el 21 de julio de 1854 como consecuencia del pronunciamiento del general Leopoldo O’Donnell que volvió a poner al general Baldomero Espartero al frente del gobierno de la nación, y de la que formaban parte José María Medrano López-Soldado, José Domingo de Udaeta, José Serrano, José Martínez, Diego García Martínez, Joaquín Sancho Garrido, Casimiro López Chávarri y Cayetano de la Brena. Aunque más tarde abandonó la provincia alcarreña, su familia siguió vinculada a Guadalajara.
También apoyó la Revolución Gloriosa de septiembre de 1868 que, a pesar de estar próximo a cumplir los 69 años de edad, le devolvió su puesto como contador de primera clase en el Tribunal de Cuentas, hasta que las reformas administrativas emprendidas por la Primera República le volvieron a declarar cesante, por lo que el periódico antimonárquico La Discusión publicó un artículo reconociendo sus méritos y recomendando que no fuese olvidado por el gobierno de un régimen que León López y Espila “mira con júbilo [como] la realización de la idea que él ha sostenido en su larga vida con abnegación admirable”. Pero nada se hizo, y en la segunda quincena de octubre de 1873 la Junta de pensiones civiles aprobó concederle la jubilación, cuando cumplía los 72 años de edad.
En los períodos en que estuvo cesante se ocupó de sus negocios particulares, y así sabemos que fue director gerente de la Compañía minera Segundos Palacios y Golondrinos. Además, el 24 de noviembre de 1860 publicó la Gaceta una Real Orden del gobierno que le concedía “el domino a perpetuidad de las aguas halladas por medio de investigaciones subterráneas en los terrenos del común en la villa de Mancha Real”, en la provincia de Jaén.
Como prueba de su lealtad al liberalismo progresista, estaba “condecorado con las cruces y placas del valor cívico en grado heroico, de sufrimiento por la patria, del pronunciamiento del 54, del año 72, de la Milicia Nacional y otras muchas”.
JUAN PABLO CALERO DELSO

viernes, 21 de febrero de 2014

MARÍA DEL CARMEN MARTÍNEZ SANCHO

MARTÍNEZ SANCHO, María del Carmen
[Toledo, 8 de julio de 1901 / Sevilla, 1995]

Nació en la ciudad de Toledo el 8 de julio de 1901 y falleció en Sevilla en 1995. Vino al mundo en la capital toledana pues ese era entonces el destino de su padre, el funcionario madrileño José Martínez Simarro, que era ayudante de Obras Públicas. Su madre, Emilia Sancho Lahoz, había nacido en el pueblo turolense de Aliaga, y el matrimonio tuvo, además de algunos hijos varones, dos hijas: María del Carmen y María del Pilar, que nació en Monzón el 2 de noviembre de 1907 y que fue licenciada en Ciencias Físicas y Químicas.
Contrajo matrimonio con el profesor Alberto Meléndez.
Después de completar los estudios primarios, que ella no cursó en la Institución Libre de Enseñanza como sus hermanos, se matriculó en el Instituto Cardenal Cisneros de Madrid para estudiar el Bachillerato, alcanzado el título en 1918. Ingresó en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Madrid, y en su primer curso, común a todas las ramas, tuvo como profesores a los matemáticos Cecilio Jiménez Rueda, que impartía Geometría Métrica, y Julio Rey Pastor, que explicaba Análisis Matemático; bajo su influencia, orientó su inquietud científica hacia el estudio de las Ciencias Exactas.
Precisamente por instigación del profesor Rey Pastor, colaboró con el Laboratorio y el Seminario Matemático universitario, junto con notables investigadores como Pedro Puig Adam, Fernando Lorente de No, Tomás Rodríguez Bachiller y Ángel Saldaña. En la Memoria trienal que este centro entregó en 1925 a la Junta para la Ampliación de Estudios ya se recogía su aportación a las actividades científicas realizadas en los cursos anteriores.
El 28 de enero de 1924 obtuvo la licenciatura en Matemáticas y dieron comienzo sus estudios de Doctorado bajo el magisterio de José María Plans Freire. En 1928 fue la primera española que alcanzaba el grado de Doctora en Matemáticas con una tesis, que fue Premio Extraordinario ese año, sobre “Contribución al estudio de los espacios normales de Bianchi”. Además, desde 1925 formó parte de la Sociedad Matemática Española, de la que fue vocal en su Junta Directiva en 1927, y formó parte del comité de redacción de la Revista Matemática Hispano-Americana.
A partir del año 1922, aunque lo solicitó sin éxito por primera vez en 1920, asistió a los cursos de Magisterio Secundario del Instituto-Escuela de Madrid, una actividad dedicada a formar a los futuros profesores de Bachillerato. Preparó con éxito las oposiciones y en junio de 1928, una vez terminada su tesis doctoral, ganaba por oposición la Cátedra de Matemáticas en el Instituto de Ferrol. Fue la primera catedrática de Matemáticas y la quinta mujer que accedió al escalafón de profesores de Instituto, por lo que el Lyceum Club femenino de Madrid organizó en mayo de 1928 un té en su honor al que asistieron distintas personalidades.
Al año siguiente, se trasladó al Instituto Femenino Infanta Beatriz de Madrid, un centro de nueva apertura en el que se favorecía la incorporación del profesorado femenino, y para el que fue nombrada por una Real Orden del 18 de enero de 1930. Desde su nuevo destino solicitó por primera vez una beca de la Junta para la Ampliación de Estudios (JAE), que no se le concedió. Sin embargo, obtuvo del Ministerio de Instrucción dos meses de licencia para viajar a Alemania con un grupo de quince alumnos del Instiuto-Escuela con el fin de visitar los centros fabriles del país.
El 30 de abril de 1930 el catedrático de Matemáticas del Instituto de Guadalajara, José Antonio Sánchez Pérez, se trasladó al Instituto-Escuela de Madrid, al mismo tiempo que los profesores de Agricultura, Luis Crespí Jaume, y de Filosofía, Martín Navarro Flores, del mismo centro educativo alcarreño. Ocupó esta plaza vacante la profesora María del Carmen Martínez Sancho, hasta que el 20 de julio de 1931 cesó en su Cátedra de matemáticas del Instituto de Guadalajara por permuta con el profesor Joaquín García Rua del Instituto de Ciudad Real, aunque no debió de incorporarse a la ciudad manchega por haber empezado a disfrutar una beca de la JAE. Se convirtió así en la primera mujer que perteneció al claustro de profesores del Instituto de segunda enseñanza de Guadalajara.
El 27 de noviembre de 1930, durante su estancia en la capital alcarreña, obtuvo una beca de la Junta para Ampliación de Estudios para trasladarse durante dieciocho meses a Alemania, con el fin de estudiar Geometría Miltidimensional, marchando a Berlín en el mes de enero del año 1931, completando su formación con los profesores Adolf Hammerstein, Ludwig Bieberbach e Issai Schur.
En 1932, de vuelta de su estancia en Alemania, se incorporó al cuadro de profesores del Instituto-Escuela de Sevilla, donde también dirigía su Residencia de Estudiantes. Al comenzar la Guerra Civil, este centro educativo, como todo lo que estaba inspirado en la Institución Libre de Enseñanza, fue clausurado. Después del preceptivo expediente de depuración, no fue separada de la docencia y se le reconoció el puesto como catedrática de sexta categoría con un sueldo anual de 12.000 pesetas, según se dice por gozar de la protección de Manuel Lora Tamayo, que había sido su alumno. Así, la profesora Martínez Sancho pudo seguir impartiendo clases desde 1938, pero en el Instituto Femenino Murillo de la capital hispalense, hasta el año 1974 que se retiró definitivamente de la docencia. El Ayuntamiento sevillano puso su nombre a una calle de la ciudad.
JUAN PABLO CALERO DELSO

MARCELINO MARTÍN GONZÁLEZ DEL ARCO

MARTÍN GONZALEZ DEL ARCO, Marcelino
[Cespedosa de Tormes, 13 de marzo de 1888 / Guadalajara, 1940]

Marcelino Martín González del Arco nació el 13 de marzo de 1888 en Cespedosa de Tormes, localidad de la comarca del Alto Tormes, a unos sesenta kilómetros de la capital provincial. Realizó sus estudios secundarios en Salamanca e ingresó en la Facultad de Ciencias de su Universidad, donde obtuvo el grado de licenciado en Ciencias Físicas. Durante su paso por las aulas universitarias entabló relación con el profesor Miguel de Unamuno, que dejó en él una huella profunda.
Contrajo matrimonio con Baldomera Rodríguez Martín, nacida en la ciudad de Salamanca y seis años menor que él, y tuvieron tres hijos: Concepción, Marcelino y Manuela, que nacieron entre 1921 y 1926. En Guadalajara vivían en un piso al final de la calle popularmente conocida como del Museo, en el número 29, frente al palacio de la Cotilla, que era la residencia del conde de Romanones.

Su carrera docente

Al concluir sus estudios, mostró su vocación por la docencia y desde 1914 ejerció como Inspector de Primera Enseñanza en las provincias de Palencia y Salamanca como funcionario interino. En 1913 concurrió, y aprobó dos años después, las oposiciones para catedrático de Física y Química y fue destinado al Instituto General y Técnico de Guadalajara, donde impartió la docencia en esa materia desde 1916 hasta 1937. En este centro educativo fue prácticamente todo menos director: secretario en la década de los años 20, presentando y publicando las Memorias correspondientes, vicedirector, organizó los laboratorios, cooperó en la revista que sacaron sus alumnos de la Federación Alcarreña Escolar...
En todas sus actividades en el Instituto dejaba la impronta de su calidad humana e intelectual; hasta cuando leía la preceptiva Memoria en la inauguración del nuevo curso, la prensa conservadora no podía dejar de reconocer que “El secretario D. Marcelino Martín leyó la Memoria de ritual. El prestigio del joven catedrático basta para darse cuenta del trabajo que, saliéndose de los viejos moldes, rompió con la tradición, al escribir unas cuartillas amenas, sonoras y concretas, que ofreció al público que aplaudió con entusiasmo la bien redactada Memoria del insigne Catedrático de Química”.
Fue, además, un firme valladar desde el Ayuntamiento de la Escuela Laica y animador de la Escuela de Artes y Oficios municipal, instalada en el edificio de la anterior generosamente cedido por Fernando Lozano y Tomás de la Rica. También ejerció como Inspector de Enseñanza Secundaria y fue autor de algunas obras didácticas, entre las que destaca un manual escrito con Modesto Bargalló, catedrático de Ciencias en la Escuela Normal de la capital alcarreña.
Muy pronto fue conocido y valorado más allá de los límites de la provincia guadalajareña. Así, cuando para elaborar un nuevo plan de estudios para el Bachillerato, el ministro de Instrucción Pública Filiberto Villalobos se puso en contacto con algunos profesores de Instituto de las distintas materias, eligió en Física y Química a los catedráticos de Instituto Andrés León, Luis Olbés y Marcelino Martín para que participasen en su diseño. El nuevo plan fue aprobado por el Consejo de Instrucción Pública y el decreto se firmó el 29 de agosto de 1934.
Y cuando después de las elecciones de 1936 el nuevo gabinete del Frente Popular decidió acometer con urgencia las reformas que actualizasen las iniciadas en 1931 y que le permitiesen aplicar su programa político, creó el 26 de febrero de 1936 una “Junta de substitución encargada de organizar cuanto se relacionase con la Segunda enseñanza y la enseñanza profesional en su grado medio”, nombrada finalmente en abril de ese año, a la que pertenecía Marcelino Martín junto a Luis Crespí Jaume y Martín Navarro Flores, que también habían sido profesores del Instituto arriacense.

Su acción política
Ya en 1917 mostró públicamente sus simpatías por el socialismo, y junto al también profesor del Instituto arriacense Segundo Sabio del Valle, firmó el manifiesto de apoyo hacia Julián Besteiro, preso en el penal de Cartagena por pertenecer al Comité de la Huelga General de ese año. En 1919 se afilió a la Agrupación Socialista de Guadalajara, que había desaparecido antes de empezar el siglo XX, después de ser la segunda que se fundó en toda España, y que fue reconstruida a partir de 1911.
Desde su ingreso en el PSOE se convirtió en su militante más destacado y en uno de los más activos. Representó a los socialistas alcarreños en los Congresos Extraordinarios de 1919 y 1921, en los que se solventó el ingreso del partido en la Tercera Internacional, en el XII Congreso del año 1928, en el también Extraordinario de 1931, celebrado a caballo de la proclamación de la Segunda República, y en el Congreso ordinario de 1932, en el que formó parte de las comisiones de “Cuestiones agrarias”, “Programa municipal”, “Cuestiones de orden interno” y “Peticiones a los poderes públicos”. En estos comicios se mostró como un militante moderado, más próximo a la corriente de ortodoxia marxista de Julián Besteiro, catedrático de Lógica de la Universidad Central madrileña, con el que tenía una afinidad de carácter que iba más allá de la identidad ideológica. Esa inspiración besteirista, alejada tanto de las politiquerías de Indalecio Prieto y del radicalismo de Largo Caballero, impregnó a la Agrupación Socialista de Guadalajara.
Además, fue el director de Avante, el primer órgano periodístico de la Agrupación Socialista de Guadalajara. En el siglo XX la Federación de Sociedades Obreras de Guadalajara ya había contado con dos órganos periodísticos: La Alcarria Obrera, entre 1906 y 1911, y Juventud Obrera, entre 1911 y 1920, pero ninguno de los dos fueron nunca considerados órganos socialistas, atendiendo a la pluralidad de corrientes que convergían en la UGT alcarreña. En 1920 los socialistas optaron por tener un portavoz orgánico y sometido a la obediencia del partido y fundaron Avante, que pusieron bajo la dirección de Marcelino Martín. Eso le permitió, ya durante los años previos a la Segunda República, formar parte de la Asociación de la Prensa de Guadalajara y ocupar alguno de sus cargos directivos. No cabía duda de que el periódico cumplía sus objetivos de agitación de los espíritus, pues los católicos advertían: “Nadie puede leer Avante sin gravar mortalmente su conciencia”. Cuando el 18 de abril de 1931 ocupó la alcaldía de la capital alcarreña, pasó el testigo de la responsabilidad del periódico a Gabriel Vera, aunque siguió colaborando con ésa y otras cabeceras de la prensa de la izquierda alcarreña, como Ruta.
Pero la actividad más interesante que desarrolló, sobre todo entre 1927 y 1931, fue la extensión del PSOE más allá de los límites de la ciudad y de sus habituales círculos de los trabajadores urbanos. Junto a Miguel Bargalló, Gregorio Tobajas y alguno más, realizó numerosas giras de propaganda que atrajeron a las filas socialistas a un buen número de campesinos y que fueron la base del éxito que permitió a su partido romper, aunque fuese parcialmente, la hegemonía del cacicazgo romanonista.

Su actividad social
Marcelino Martín se convirtió en el mejor propagandista del PSOE en la provincia de Guadalajara, a causa de su indudable magisterio entre los alumnos del Instituto de Guadalajara, algunos de los cuales como Antonio Buero Vallejo colaboraron con él en distintas iniciativas; su indiscutible prestigio intelectual y su constante cercanía a los vecinos de la ciudad, se ponía en evidencia todas las tardes en la concurrida tertulia a la que asistía en el Café de Columnas de la capital alcarreña y que fue una cátedra de sabiduría popular y formación política.
El 17 de noviembre de 1924 ingresó en la Logia Ibérica número 7 de Madrid y su iniciación masónica se hizo el 8 de abril de 1925, junto con Miguel Bargalló Ardevol, formando ambos parte del Triángulo masónico de Guadalajara con Miguel Benavides Shelly, que ya había sido iniciado años atrás. Con nuevos hermanos, levantaron en 1927 la Logia Arriaco, donde tenía el nombre simbólico de “Salamanca”.
También fue socio del Ateneo Instructivo del Obrero y ya en 1924 ocupó la vicepresidencia de este centro obrero en la Junta elegida para ese año. Sin embargo, desarrolló prioritariamente su actividad cultural por medio de la Casa del Pueblo, que en esos años dispuso de biblioteca y gimnasio, ofrecía clases para adultos y sostenía los equipos de la Sociedad Deportiva Obrera.

Su participación en las instituciones de la República
Toda la labor de extensión y crecimiento del PSOE y todo el prestigio social acumulado se tradujeron en una presencia institucional destacada desde el mismo momento de proclamarse la Segunda República. No carecía de experiencia, porque ya había salido elegido concejal del municipio arriacense en las elecciones de 1922, en las que se presentó abiertamente como candidato socialista. Esta experiencia se vio reforzada durante la Dictadura de Primo de Rivera, pues mientras el movimiento libertario, y su expresión organizada que era la CNT, fueron puestos fuera de la ley y perseguidos, los socialistas no sólo fueron tolerados sino que se reservaron en el Ayuntamiento concejalías para los representantes obreros, que ocuparon Luis Martín Lerena ó Miguel Bargalló.
Volvió a ser elegido concejal en los comicios del 12 de abril de 1931, en los que la conjunción republicano-socialista derrotó a la candidatura monárquica apoyada por el conde de Romanones; habían pasado treinta años desde que los liberales desplazaron irregularmente a una mayoría de republicanos federales, con el alcalde Manuel Diges Antón al frente de ese mismo Ayuntamiento. Como electo en esas elecciones, le correspondió con Jorge Moya de la Torre proclamar la República desde el balcón de las Casas Consistoriales en la tarde del 14 de abril. Cuatro días después fue elegido alcalde de la capital alcarreña, cargo en el que se mantuvo hasta el 15 de enero de 1934.
En las elecciones para Cortes Constituyentes celebradas en el mes de junio de 1931 se presentó como candidato en la lista de la conjunción republicano-socialista y salió elegido con un amplio respaldo electoral, aunque el conde de Romanones volvió a conseguir un acta por la circunscripción única de la provincia alcarreña. En el Congreso participó en los debates para la elaboración de la Constitución de 1931 y perteneció a las Comisiones de Agricultura, de Guerra y de Reglamento. Suscribió con su amigo Rodolfo Llopis, y algún diputado socialista más, una enmienda al artículo 46 del proyecto constitucional sobre la Escuela Única, que se convirtió en el 48 del texto definitivo. También fue uno de los diputados que votaron a favor de la enseñanza en catalán, tal y como venía recogida en el articulado del Estatuto de Cataluña.
Como diputado por Guadalajara fue muy reseñable su campaña para salvar la factoría de La Hispano y mantener el empleo para sus obreros, que eran la base electoral de las izquierdas. La incomprensión del gobierno republicano en general, y de Manuel Azaña en particular, le pasó factura al PSOE como le advertía Marcelino Martín en un telegrama que le remitió: “600 obreros que han trabajado con nosotros por traer la República y por extirpar el caciquismo tienen derecho a no recibir como pago de su abnegación un porvenir de hambre y de miseria”.
En las elecciones de noviembre de 1933, como candidato del Partido Socialista, y en las de febrero de 1936, en la lista del Frente Popular, volvió a concurrir, pero no consiguió obtener el acta de diputado en ninguna de las dos ocasiones, aunque en estos últimos comicios la lista unitaria de las izquierdas obtuviese la victoria en la capital alcarreña y en casi un centenar de pueblos de la provincia. Sin embargo en las elecciones para compromisarios para la elección de nuevo presidente de la República, celebradas en el mes de junio en un clima de exaltación política, ganó a las derechas e incrementó el número de sus votos.
En vísperas de la Guerra Civil, y como consecuencia del respeto que en todos inspiraba, fue uno de los elegidos para ponerse en contacto con los jefes y oficiales de la guarnición de Guadalajara, que en todo momento le confirmaron su lealtad al legítimo gobierno republicano. Y él, que había formado parte en octubre de 1934 del Comité Revolucionario de la provincia, no sospechó que esas declaraciones eran tan sólo una argucia para dar tiempo a que el golpe militar se consolidase en las provincias vecinas.

El Instituto para Obreros de Madrid
El 1 de febrero de 1937 se anunciaba públicamente la apertura del Instituto para Obreros de Valencia, al que siguieron los de Sabadell, seguramente no por casualidad la patria chica de los hermanos Bargalló, luego Barcelona y, finalmente, Madrid. El final de la Guerra Civil impidió que se abriesen nuevos centros que ya estaban proyectados. El objetivo de estos Institutos para Obreros era formar a las élites intelectuales del futuro más inmediato, extraídas de las filas de la clase trabajadora. Así jóvenes de familias obreras que no habían podido estudiar por haber tenido que ayudar al sustento familiar desde muy temprana edad, tenían ahora la oportunidad de ingresar, después de un riguroso examen, en estos Institutos y completar dos cursos en un sólo año, con el propósito de acelerar su ingreso en la Universidad y ser los profesionales e intelectuales de mañana. Además, para ingresar en los Institutos se exigía un aval de un sindicato.
Marcelino Martín, que había seguido dando clases en el Instituto durante el conflicto bélico, fue nombrado Comisario-Director del Instituto para Obreros de Madrid, instalado en un palacete de la calle de José Abascal con magníficas instalaciones, laboratorios excelentemente dotados y amplios jardines. Se escogió, además, un profesorado selecto y que compartía los propósitos del proyecto; del Instituto de Guadalajara se integraron en el claustro de profesores del Instituto Obrero de Madrid su director y José Robledano, profesor de dibujo.
A punto de terminar la Guerra Civil, Marcelino Martín emprendió la huida, como tantos, hacia el puerto de Alicante, con la secreta esperanza de ser rescatado por algún barco y marchar al exilio. No tuvo esa posibilidad y fue detenido y encerrado, como tantos otros, en el castillo de Santa Bárbara, a la espera de ser identificado y trasladado a Guadalajara. En la capital alcarreña fue juzgado, condenado a muerte el 21 de diciembre de 1939 bajo la acusación de haber incitado al asesinato, aunque no se pudo probar ningún caso concreto, y fusilado el 26 de abril de 1940.
Su frío asesinato en la tapia del cementerio arriacense conmovió a la ciudad, que acogió con respeto a su viuda e hija. Muchos vecinos criticaron y condenaron en el interior de sus conciencias la muerte de un hombre bueno, que mereció como pocos el título de “apóstol de la cultura popular”.
JUAN PABLO CALERO DELSO

martes, 18 de febrero de 2014

MANUEL DE LUXÁN GARCÍA

LUXÁN GARCÍA, Manuel
[¿?, 1848 / Madrid, diciembre de 1934]

Manuel Luxán y García nació en 1848 y falleció en Madrid en diciembre de 1934. Era el único hijo de José de Luxán y Molina, que falleció el 26 de diciembre de 1896, y de Ignacia García Arévalo.
Se casó con Remedios Zabay y Usua, hija de Pascual Zabay Bayona, que falleció el 2 de enero de 1876, y de Claudia Usua y Zabay, que murió el 16 de enero de 1899. El matrimonio tuvo varios hijos, entre los que destaca Manuel de Luxán y Zabay, arquitecto de profesión que en julio de 1903 contrajo matrimonio con Elisa Goded Llopis, hermana del que fue general Manuel Goded.
Manuel Luxán decidió seguir la carrera militar de su padre, que fue Inspector de primera clase del Cuerpo de Sanidad Militar, y de su suegro, que también fue médico militar, e ingresó en la Academia de Ingenieros militares de Guadalajara. Finalizados sus estudios, recibió su bautismo de fuego en la Tercera Guerra Carlista, luchando en el frente del norte contra las tropas del pretendiente Carlos VII a las órdenes del general José López Domínguez.
Acabada la contienda y pacificado el país, volvió a residir en Guadalajara y fue muchos años profesor de su Academia de Ingenieros del Ejército. Durante su estancia en la ciudad arriacense se interesó vivamente por las cuestiones teóricas de su profesión, y muy especialmente por los procedimientos y condiciones para la construcción de todo tipo de instalaciones militares. Más adelante, ascendió y ganó un destino en Madrid, donde fue Jefe del Negociado de Academias en la Sección de Instrucción del Ministerio de la Guerra.
Fruto de esta dedicación fue la publicación de una serie de libros de gran interés, entre los que destacan Hospitales militares. Estudio de la construcción ligera aplicada a estos edificios. Memoria reglamentaria escrita en el año de 1878 por el Comandante graduado D. Manuel de Luxán y García, Capitán de Ingenieros y, sobre todo, Higiene de la Construcción. Condiciones que deben reunir las viviendas para que sean salubres, una obra editada en Guadalajara en 1887 y que el año anterior había sido galardonada en el concurso convocado por la Sociedad Española de Higiene. También escribió algunos trabajos de mérito que se publicaron en el Memorial de Ingenieros, como “Un proyecto italiano de Hospital Militar” en 1885, y artículos en revistas ajenas a las instituciones castrenses, como “Un problema de ventilación” en 1887 en la Revista de la Sociedad Central de Arquitectos.
Su interés por la higiene y la salubridad pública no fue extraordinaria en la Guadalajara de esos años, donde se escribieron diversos libros y tratados sobre el mismo tema en un corto plazo de tiempo. Destacamos la obra Concepto higiénico del cosmopolitismo humano de Ricardo Franco, médico del Ateneo Instructivo del Obrero arriacense, que se publicó en 1889, y la Topografía médica de Guadalajara, del médico José López Cortijo, que se abría con esta significativa frase: “La higiene es la base del bienestar individual y social”. En esos mismos años, se constituyó en Molina de Aragón una Academia Molinesa de Higiene y Salubridad pública de la que era secretario Gregorio Megino.
Con el que fue general de brigada José Marvá y Mayer elaboraron dos proyectos de cuartel de nueva construcción, uno para albergar a un regimiento de Infantería y otro para un batallón de Cazadores, que presentaron al concurso organizado por el Ministerio de la Guerra, mereciendo dos accésits de 3.000 pesetas cada uno, según establecía una Real orden de 11 de Marzo de 1889.
En el mes de julio de 1888 ascendió al empleo de comandante y fue destinado como Jefe del Detall al 4º Regimiento de Reserva de Zapadores Minadores del Arma de Ingenieros, de guarnición en Barcelona, aunque en febrero del año siguiente se le trasladó con el mismo puesto al 4º Regimiento de Zapadores Minadores pero en activo, como teniente coronel graduado. Desde el 1 de agosto de 1894 percibió los haberes de teniente coronel, ascendiendo definitivamente a ese grado en octubre de 1895, siendo entonces destinado a la comandancia general del 4º Cuerpo de Ingenieros, aunque antes de que acabase ese año fue trasladado a la plantilla del Ministerio de la Guerra. En septiembre de 1902, con el rango de coronel, fue destinado a la Comandancia de Ingenieros de La Coruña, aunque en junio de 1903 fue declarado excedente con destino en la Primera Región militar.
En el año 1904 fue destinado a Cádiz como jefe de la Comandancia de Ingenieros en la capital gaditana; allí prestó su concurso para el establecimiento de un campo de tiro para la asociación del Tiro Nacional de España, que agrupaba a los civiles que practicaban esta modalidad deportiva, entonces muy popular. En 1908 obtuvo el mando de la Comandancia General de Ingenieros de la VIII Región militar.
Además de su actividad profesional, Manuel de Luxán también participó en otras iniciativas ciudadanas. Así, por ejemplo, colaboró con la Revista Antiesclavista, órgano de la Sociedad Antiesclavista Española, fundada por el vicealmirante Luis Sorela Guaxardo-Faxardo y que ofrecía una orientación cristiana y un cierto tono paternalista. Concretamente, hemos encontrado un interesante artículo titulado “Algunas ideas más sobre la educación y la instrucción como procedimiento antiesclavista”, que se publicó en su número 16 en el año 1894. Y, naturalmente, fue socio de la Sociedad Española de Higiene.
JUAN PABLO CALERO DELSO

sábado, 15 de febrero de 2014

DOMINGO DORESTE RODRÍGUEZ

DORESTE RODRÍGUEZ, Domingo
[Las Palmas de Gran Canaria, 13 de marzo de 1868 / 14 de febrero de 1940]

Domingo Doreste Rodríguez nació en Las Palmas de Gran Canaria el 18 de marzo de 1868 y falleció en la misma ciudad el 14 de febrero de 1940.
En Las Palmas cursó los estudios primarios y, a partir de 1879, los de Bachillerato en el Colegio de San Agustín, pues el Instituto de segunda enseñanza, en el que había impartido clases Anselmo Arenas, había sido cerrado poco antes por la autoridad educativa bajo las presiones del obispo José María Urquinaona. Alcanzó el título de bachiller en 1887.
Parece ser que la modesta posición económica de su familia y su vocación religiosa retrasaron sus estudios de segunda enseñanza y aún más los universitarios. En 1893 se trasladó a Salamanca con el propósito de obtener la licenciatura en Derecho en su Universidad Civil e ingresar en la Orden de Predicadores, los dominicos, que tenían en la capital salmantina sus estudios teológicos en el convento de Santo Tomás.
La inmersión en el ambiente universitario conmovió el espíritu de Domingo Doreste que si bien mantuvo su vinculación con la congregación dominicana, pues fue vicepresidente de la Academia de Santo Tomás salmantina y escogió el seudónimo de Fray Lesco para firmar sus primeras colaboraciones periodísticas, decidió no profesar en la orden de predicadores. En esta decisión pesó forzosamente su intensa relación con Miguel de Unamuno, a cuyas clases de Griego asistía en la Universidad y con quien años más tarde aún mantenía correspondencia.
Terminados sus estudios se presentó a las oposiciones para escribiente del Ministerio de Gracia y Justicia, que aprobó ese mismo año. En el Juzgado de Primera Instancia de Guadalajara había quedado una plaza vacante por el fallecimiento del funcionario que la ocupaba, Eugenio Díez, y es la que le fue asignada al nuevo funcionario Domingo Doreste Rodríguez. El 19 de enero de 1900 tomó posesión de su puesto y pasó a residir en la capital alcarreña.
Su primera estancia en Guadalajara coincidió con la renovación del pensamiento político español, que tuvo por entonces su mejor expresión en el regeneracionismo, bajo los efectos de las convulsiones sufridas por la sociedad hispana como consecuencia de la derrota en las guerras coloniales de 1898. Fue, también, un período de cambio y maduración del pensamiento de Domingo Doreste, aún bajo los efectos del contacto con el ámbito universitario y, muy señaladamente, con Miguel de Unamuno. Se forjó así su carácter público, “marcado por la honestidad, la rectitud, el civismo y un desmedido afán de justicia”, en palabras de María del Carmen García Martín.
Fue muy breve este primer paso por Guadalajara, pues en 1901 se trasladó a la Universidad de Bolonia para ampliar sus estudios de Derecho, aunque no está claro que fuese becado para ingresar en el Real Colegio Mayor San Clemente de los Españoles, pues ni siquiera María del Carmen García Martín, su principal biógrafa, ha encontrado documentación de una estancia de la que, por otro lado, hay sobrados testimonios, aunque cabe confusión sobre las fechas.
A la vuelta de su estancia en Italia, retornó a su tierra natal y desde entonces colaboró con Las Efemérides, el periódico del republicano federal canario José Franchy y Roca al que se incorporó como redactor, y en 1904 fundó con Rafael Ramírez Doreste La Mañana, que se subtitulaba “Diario de reformas sociales”. Desde ese momento, y siempre bajo el seudónimo de Fray Lesco, sus colaboraciones en la prensa canaria fueron constantes, incluso después del cierre de La Mañana en 1915.
En 1905 aprobó las oposiciones de Secretario Judicial y en 1906 fue destinado de nuevo a Guadalajara, donde participó en la vida cultural de la ciudad. En febrero de 1907 impartió una charla sobre “La cuestión social” en los salones del Ateneo Instructivo del Obrero, que fue comentada elogiosamente en la prensa local; se convertía en el primer funcionario que se dedicaba a teorizar sobre el sindicalismo. Según reseña La Región, afirmó que “en la gran lucha entre el capitalismo y el trabajo, el primero tiene muchas más ventajas que aseguran su victoria, [...] los capitalistas; mientras están en calma son enemigos entre sí, y sin embargo cuando se ven atacados, enseguida se unen, formando esos grandes trust, que son infranqueable barra que los defiende de las justas pretensiones del proletario. Combatió el contrato del trabajo, llamándolo absurdo, pues para todo contrato la ley exige que las partes se hallen en igualdad de circunstancias, cosa que no sucede en este contrato, por existir siempre imposición por parte del patrono y necesaria sumisión por parte del obrero. Y [...] terminó recomendando que para lograr se nivelen esas dos grandes masas de poseedores y desheredados, no son necesarias medidas radicalísimas, ni gritar ¡abajo el capital! pues todo ello es contraproducente, sino paulatinamente, ir introduciendo las reformas precisas”.
Desde la capital alcarreña fue trasladado a la localidad cacereña de Plasencia y en 1911 conseguía el destino en un juzgado de Las Palmas de Gran Canaria. En 1918, reintegrado una vez más a su ciudad natal, organizó con Juan Carló, Enrique García Cañas y Nicolás Massieu Matos la Escuela de Artes Decorativas Luján Pérez, que revolucionó la creación artística de las Islas Canarias. Era ésta una escuela-taller en la que los alumnos no sólo recibían instrucción teórica, que desde 1922 impartió el propio Domingo Doreste, sino también clases prácticas en las que se fomentaba la creatividad artística.
Cristóbal García del Rosario señala que las características de la Escuela ya se anticipaban en un artículo de Doreste publicado en el periódico canario La Crónica el 5 de junio de 1917: que no sea una academia de aprendizaje presuntuoso y estéril, que forme decoradores que cubran la demanda de refinamiento de un nuevo urbanismo y que lo haga desde Canarias. La historia del Arte en las islas no sería la misma sin la huella de esta Escuela de Artes Decorativas de Las Palmas, y hay coincidencia en señalar que su influencia permaneció durante muchos años y marcó a generaciones de artistas isleños.
Aunque destacó como periodista, cultivó otros géneros literarios: publicó algún poema en la revista Florilegio, en 1932 escribió el libreto de una zarzuela de ambiente canario, La zahorina, a la que puso música su hijo, Víctor Doreste, y en 1931 publicó sus Cartas a un católico, que hace pocos años se reunieron y publicaron en un sólo volumen.
JUAN PABLO CALERO DELSO

martes, 11 de febrero de 2014

FERNANDO URRÍES BUCARELLI

URRÍES BUCARELLI, Fernando
[Zaragoza, 12 de agosto de 1800 / Tarbes, 9 de febrero de 1873]

Fernando Urríes y Bucarelli nació en Zaragoza el día 12 de agosto de 1800 y falleció en la ciudad francesa de Tarbes, muy próxima al Pirineo aragonés, el 9 de febrero de 1873.
Era hijo de Pedro María Jordán de Urríes Fombuena, que había nacido en Zaragoza el 13 de octubre de 1770 y que ostentaba el marquesado de Ayerbe y la baronía de Sánchez-Torrelas, y de María Juana Bucarelli Bucarelli, nacida en Málaga el 5 de septiembre de 1784 y fallecida en Zaragoza el 24 de agosto de 1836, que era hija de los marqueses de Valle Hermoso. Tuvieron dos hijos: Fernando y Rafael, que nació en Madrid el 25 de octubre de 1801 y murió en Zaragoza el 23 de noviembre de 1850, habiendo contraído matrimonio con Joaquina de Tomás y Alcaine.
Fernando Urríes se caso con María del Carmen Josefa Arias y Fernández de Moros, que había nacido en la localidad aragonesa de Calatayud el 5 de febrero de 1803, y con la que tuvo dos hijos: Juan de Dios Jordán de Urríes Arias, nacido en 1825, y Carlota de Urríes Arias, que vino al mundo en Molina de Aragón el 4 de noviembre de 1826.
Como tantos hidalgos empobrecidos o segundones de familias nobiliarias de su tiempo, siguió la carrera de las armas, ingresando en el Real Cuerpo de Guardias de Corps, en el que su padre había ocupado destinos muy destacados y del que también formaba parte su hermano Pedro Ignacio, que era hijo de un primer matrimonio de su padre con María Nicolasa de Palafox y Silva y que había heredado los marquesados de Ayerbe y Lierta. Ascendió en el Ejército y en 1833 era el Primer Comandante del Batallón de Molina de Aragón, adscrito a la Quinta Brigada, que estaba desplegada en la provincia de Guadalajara y en la vecina comarca de Medinaceli.
Pedro María Jordán de Urríes Fombuena
Hacia 1845 ya le encontramos licenciado del ejército y dando los primeros pasos en su fructífera carrera política. En 1848 fue elegido diputado a Cortes por el distrito electoral de Molina de Aragón, en sustitución de Bonifacio Fernández de Córdoba, que cesó después de ser nombrado Gobernador general de Galicia. En los comicios de 1850 concurrieron los dos diputados que habían ocupado el escaño en la anterior legislatura, Fernando Urríes y Bonifacio Fernández de Córdoba, saliendo elegido el segundo, victoria que repitió en la siguiente convocatoria electoral.
A pesar de esas derrotas, en muy poco tiempo se hizo con una notable influencia entre los molineses, hasta el punto que Benito Pérez Galdós en su novela Narváez, que forma parte de sus Episodios Nacionales, le cita como un “antagonista tan formidable” frente a sus oponentes políticos en la circunscripción del Señorío molinés. Lo demostró en los comicios de 1853 conquistando el escaño, aunque por un ajustado margen de votos: noventa y uno de los ciento ochenta electores inscritos. Y en 1857, tras el paréntesis del Bienio Progresista, volvió a ganar las elecciones en el Señorío, en esa ocasión en pugna con Víctor Tomás Muro, y se sentó en el Congreso durante esa breve legislatura, que sólo duró un año.
Ideológicamente siempre perteneció al partido moderado, y se identificó con la facción de los neocatólicos. Fue acusado públicamente de ser uno de los diputados políticamente más próximos al conde de San Luis y a su gobierno impopular y corrupto que en 1854 fue derribado por los generales O’Donnell y Espartero, dando paso al Bienio Progresista.
Terminado en 1856 el gobierno del general Baldomero Espartero demostró esta sintonía con los moderados en junio de 1857 firmando con otros 61 diputados una moción de este sesgo ideológico durante la discusión parlamentaria de la Ley de Instrucción Pública. Su afinidad con los sectores más reaccionarios del moderantismo tenía raíces familiares; su padre había formado parte de la camarilla de Fernando VII y estuvo implicado en la conjura de El Escorial, acompañando al rey a Bayona y Valençay, y uno de sus hermanos, Alberto de Urríes y Bucarelli, fue uno de los carlistas aragoneses más activos en la Primera Guerra y en las conspiraciones y levantamientos carlistas posteriores.
Además, se convirtió en un rico propietario agrario, que entre 1855 y 1858 formaba parte de la junta directiva de la Asociación de Ganaderos del Reino, en la que se agrupaban los principales propietarios del país. Y aprovechó su presencia en el Parlamento para defender los intereses ganaderos, como se puso de manifiesto en la enmienda que presentó el 1 de abril de 1853 con un grupo de diputados, solicitando incorporar a un proyecto de ley el siguiente artículo: “Desde 1º de Junio del corriente año se dará a los dueños de ganados la sal que necesiten para el consumo de estos en las fábricas y alfolíes a 20 rs. vn. la fanega, mezclando con la misma una sustancia que, sin ser perjudicial para los ganados, la inutilice para los usos domésticos”.
También fue propietario de distintas fincas urbanas, entre ellas una en la ciudad de Guadalajara en terrenos que pertenecieron al antiguo convento de la Concepción y que la Diputación Provincial alcarreña compró en el año 1879 a su viuda por 27.500 pesetas para levantar sobre ella el Palacio provincial, que sigue siendo la sede de esta corporación.
Pero su principal afición fue el teatro; como lo demuestra el retrato que se hizo de él en la Semblanza de los diputados de la legislatura de 1849 y 1850, donde se afirmaba que si en el mundo de la farándula era destacado protagonista, en el ámbito parlamentario su labor era sólo de comparsa. En 1849 fue nombrado vocal de la Junta consultiva de Teatros junto a los más destacados autores dramáticos del país: Mesonero Romanos, Hartzenbusch, Fernando Corradi o Hilarión Eslava.
Y, sobre todo, durante largos años fue el gerente del Teatro Real de Madrid, una responsabilidad que le ocasionó muchas preocupaciones y le hizo viajar repetidamente al extranjero para traer las mejores voces de su tiempo a la capital de España y que, lejos de darle dinero, le arruinó. En aquellos años, era reconocido como uno de los hombres de teatro más entendidos del país, y además siempre al tanto de lo que sucedía fuera de nuestras fronteras; a él se debe, en buena medida, la importancia que adquirió el Teatro Real madrileño.
En 1815 fue nombrado caballero de la Orden de Calatrava con la Encomienda de Carrión. También fue uno de los Directores del Casino del Príncipe de Madrid.
JUAN PABLO CALERO DELSO

viernes, 7 de febrero de 2014

VICTORIANO POYATOS ATANCE

POYATOS Y ATANCE, Victoriano
[Peñalver, 9 de febrero de 1866 / Valencia, ]

Victoriano Polonio Poyatos y Atance nació el 9 de febrero de 1866 en Peñalver, un pueblo de la comarca de La Alcarria en la provincia de Guadalajara. Sabemos que contrajo matrimonio y que su hijo, Victoriano Poyatos Bermejo, cursó estudios de Veterinaria en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central madrileña, logrando el título correspondiente en 1919 y siendo nombrado al año siguiente veterinario auxiliar del ejército.
Se trasladó a Madrid desde su tierra natal y allí completó sus estudios, primero de Bachillerato en el Instituto San Isidro y luego de Magisterio, obteniendo en 1886 nota de sobresaliente en la Reválida para el título de maestro superior. En 1888 se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central madrileña, alcanzando la licenciatura y ganando, en 1898, el grado de Doctor.

Su carrera docente
Al menos desde 1895 dirigió un colegio de enseñanza primaria con el nombre de San José, en la Plaza del Progreso de Madrid, que hasta 1903 ofreció alguna plaza con matrícula gratuita a la Asociación Benéfico-Escolar. En 1901 ocupó, junto a otros profesores, el cargo de clasificador en la junta del Gremio de Academias, una asociación que agrupaba por entonces a un buen número de colegios privados madrileños.
A partir de 1898 se presentó en repetidas ocasiones a las oposiciones que se convocaron para cubrir plazas de catedrático de Instituto en distintas ciudades españolas, alcanzando buenas puntuaciones pero sin conseguir ninguna de las cátedras a las que optaba. Hasta que, finalmente, en junio de 1902 aprobó la oposición para catedrático de Lengua y Literatura castellana del Instituto de Ávila.
No permaneció mucho tiempo en esa capital castellana, pues en 1904 ya se encontraba destinado en el Instituto de Segunda Ensñanza de Cuenca. En esta ciudad desarrolló una interesante actividad periodística, dirigiendo El profesorado conquense, una revista semanal que salió a la luz en 1904 y acudió puntual a su cita hasta el mes de diciembre de 1907. Era una revista profesional “de instrucción pública”, es decir, destinada a maestros y profesores, con sólo ocho páginas, de las que la última era de anuncios publicitarios, entre los que se encuentran los de algunos de sus primeros libros de texto publicados, confeccionada con un diseño muy tradicional y en la que Victoriano Poyatos solía firmar el artículo de portada. Además, en 1904 promovió la formación de un Ateneo Cervantino, aunque no encontró en la sociedad conquense el eco suficiente para sacar adelante su iniciativa.
El 27 de septiembre de 1906, como consecuencia de su participación en un concurso de traslados, fue destinado a la misma Cátedra en el Instituto de Bilbao. Su residencia en la capital vasca sólo fue un período de transición hasta que solicitó y obtuvo destino en el Instituto de Valencia, ciudad en la que residió y ejerció la docencia hasta su jubilación en febrero de 1936, aunque una Orden del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, publicada en la Gaceta de Madrid el 6 de febrero de dicho año, le autorizó a continuar impartiendo clase a sus alumnos hasta la finalización del curso, ya en vísperas de la Guerra Civil. Durante esos años, también formó parte de distintos tribunales de oposición a diferentes Cátedras de Lengua y Literatura.
Su obra escrita
Más allá de su práctica docente, Victoriano Poyatos destacó por su vasta obra publicada, una larga relación de manuales y libros de texto escritos con una marcada vocación pedagógica. Quizás el más interesante sea su Resumen de historia literaria, cuya primera edición salió en 1903 de la imprenta de Celedonio León en Cuenca pero que conoció numerosas reediciones; era un manual escolar, escrito sin ambiciones canónicas pero con la voluntad de ofrecer una herramienta útil a los alumnos de los Institutos de Bachillerato, de los que se esperaba que leyesen por su cuenta un número significativo de las obras reseñadas, por lo que no se incluían los habituales extractos. Compartió su reputación con Literatura y preceptiva: retórica y poética, editado en la misma ciudad y año y en el mismo taller tipográfico conquense, que conoció ocho ediciones, la última del año 1935.
Otros libros reconocidos fueron su Gramática castellana, editado por la Librería de la Viuda de R. Ortega de Valencia en el año 1923; Análisis gramatical, que fue impreso en la Tipografía de Enrique Nadal de Torrente en 1924; una Historia de la literatura española y de las clásicas y extranjeras, también salido de la imprenta de Enrique Nadal en 1926, y un Análisis literario, obra ambiciosa de 580 páginas que se editó en la misma imprenta valenciana en 1927.
Durante la Segunda República su actividad editora se incrementó notablemente; a la reimpresión de algunas de sus obras, como su Historia de la Literatura española que conoció su última edición en 1934, hay que añadir la publicación en la imprenta valenciana de J. V. Pont Ferrer de una Gramática española y de un Resumen de historia literaria de las literaturas clásicas, española y extranjeras, ambas en 1931. Al año siguiente publicó, en el mismo establecimiento tipográfico, Antología de clásicos españoles. Ejercicios graduados de análisis preceptivo e histórico y Lectura de clásicos y análisis gramatical. Ejercicios graduados. Y en 1935 dio a la imprenta una Antología de clásicos españoles y extranjeros.
No fue, sin embargo, muy abundante su producción periodística, lo que nos extraña en alguien que dirigió durante varios años una publicación semanal. Apenas hemos encontrado algunos artículos suyos en la prensa general como, por ejemplo, el que publicó en Gente Vieja el 15 de junio de 1905 con motivo del 300º aniversario de la primera edición de El Quijote.
En sus primeros libros se mostraba como un profesor progresista influido parcialmente por Francisco Giner de los Ríos; además, consideraba “que para conocer la literatura hay que acercarla a los fenómenos sociales y a la historia”, una orientación próxima a la historia social que ofrecía un enfoque muy avanzado para esos años de principio del siglo XX. Sin embargo, en 1924 le encontramos formando parte del Comité Ejecutivo de la Unión Patriótica de Valencia, el brazo político de la Dictadura del general Miguel Primo de Rivera, mereciendo ser uno de los destinatarios de las burlas del periódico satírico valenciano La Chala a la caída del régimen primorriverista.
JUAN PABLO CALERO DELSO