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viernes, 21 de febrero de 2014

MARCELINO MARTÍN GONZÁLEZ DEL ARCO

MARTÍN GONZALEZ DEL ARCO, Marcelino
[Cespedosa de Tormes, 13 de marzo de 1888 / Guadalajara, 1940]

Marcelino Martín González del Arco nació el 13 de marzo de 1888 en Cespedosa de Tormes, localidad de la comarca del Alto Tormes, a unos sesenta kilómetros de la capital provincial. Realizó sus estudios secundarios en Salamanca e ingresó en la Facultad de Ciencias de su Universidad, donde obtuvo el grado de licenciado en Ciencias Físicas. Durante su paso por las aulas universitarias entabló relación con el profesor Miguel de Unamuno, que dejó en él una huella profunda.
Contrajo matrimonio con Baldomera Rodríguez Martín, nacida en la ciudad de Salamanca y seis años menor que él, y tuvieron tres hijos: Concepción, Marcelino y Manuela, que nacieron entre 1921 y 1926. En Guadalajara vivían en un piso al final de la calle popularmente conocida como del Museo, en el número 29, frente al palacio de la Cotilla, que era la residencia del conde de Romanones.

Su carrera docente

Al concluir sus estudios, mostró su vocación por la docencia y desde 1914 ejerció como Inspector de Primera Enseñanza en las provincias de Palencia y Salamanca como funcionario interino. En 1913 concurrió, y aprobó dos años después, las oposiciones para catedrático de Física y Química y fue destinado al Instituto General y Técnico de Guadalajara, donde impartió la docencia en esa materia desde 1916 hasta 1937. En este centro educativo fue prácticamente todo menos director: secretario en la década de los años 20, presentando y publicando las Memorias correspondientes, vicedirector, organizó los laboratorios, cooperó en la revista que sacaron sus alumnos de la Federación Alcarreña Escolar...
En todas sus actividades en el Instituto dejaba la impronta de su calidad humana e intelectual; hasta cuando leía la preceptiva Memoria en la inauguración del nuevo curso, la prensa conservadora no podía dejar de reconocer que “El secretario D. Marcelino Martín leyó la Memoria de ritual. El prestigio del joven catedrático basta para darse cuenta del trabajo que, saliéndose de los viejos moldes, rompió con la tradición, al escribir unas cuartillas amenas, sonoras y concretas, que ofreció al público que aplaudió con entusiasmo la bien redactada Memoria del insigne Catedrático de Química”.
Fue, además, un firme valladar desde el Ayuntamiento de la Escuela Laica y animador de la Escuela de Artes y Oficios municipal, instalada en el edificio de la anterior generosamente cedido por Fernando Lozano y Tomás de la Rica. También ejerció como Inspector de Enseñanza Secundaria y fue autor de algunas obras didácticas, entre las que destaca un manual escrito con Modesto Bargalló, catedrático de Ciencias en la Escuela Normal de la capital alcarreña.
Muy pronto fue conocido y valorado más allá de los límites de la provincia guadalajareña. Así, cuando para elaborar un nuevo plan de estudios para el Bachillerato, el ministro de Instrucción Pública Filiberto Villalobos se puso en contacto con algunos profesores de Instituto de las distintas materias, eligió en Física y Química a los catedráticos de Instituto Andrés León, Luis Olbés y Marcelino Martín para que participasen en su diseño. El nuevo plan fue aprobado por el Consejo de Instrucción Pública y el decreto se firmó el 29 de agosto de 1934.
Y cuando después de las elecciones de 1936 el nuevo gabinete del Frente Popular decidió acometer con urgencia las reformas que actualizasen las iniciadas en 1931 y que le permitiesen aplicar su programa político, creó el 26 de febrero de 1936 una “Junta de substitución encargada de organizar cuanto se relacionase con la Segunda enseñanza y la enseñanza profesional en su grado medio”, nombrada finalmente en abril de ese año, a la que pertenecía Marcelino Martín junto a Luis Crespí Jaume y Martín Navarro Flores, que también habían sido profesores del Instituto arriacense.

Su acción política
Ya en 1917 mostró públicamente sus simpatías por el socialismo, y junto al también profesor del Instituto arriacense Segundo Sabio del Valle, firmó el manifiesto de apoyo hacia Julián Besteiro, preso en el penal de Cartagena por pertenecer al Comité de la Huelga General de ese año. En 1919 se afilió a la Agrupación Socialista de Guadalajara, que había desaparecido antes de empezar el siglo XX, después de ser la segunda que se fundó en toda España, y que fue reconstruida a partir de 1911.
Desde su ingreso en el PSOE se convirtió en su militante más destacado y en uno de los más activos. Representó a los socialistas alcarreños en los Congresos Extraordinarios de 1919 y 1921, en los que se solventó el ingreso del partido en la Tercera Internacional, en el XII Congreso del año 1928, en el también Extraordinario de 1931, celebrado a caballo de la proclamación de la Segunda República, y en el Congreso ordinario de 1932, en el que formó parte de las comisiones de “Cuestiones agrarias”, “Programa municipal”, “Cuestiones de orden interno” y “Peticiones a los poderes públicos”. En estos comicios se mostró como un militante moderado, más próximo a la corriente de ortodoxia marxista de Julián Besteiro, catedrático de Lógica de la Universidad Central madrileña, con el que tenía una afinidad de carácter que iba más allá de la identidad ideológica. Esa inspiración besteirista, alejada tanto de las politiquerías de Indalecio Prieto y del radicalismo de Largo Caballero, impregnó a la Agrupación Socialista de Guadalajara.
Además, fue el director de Avante, el primer órgano periodístico de la Agrupación Socialista de Guadalajara. En el siglo XX la Federación de Sociedades Obreras de Guadalajara ya había contado con dos órganos periodísticos: La Alcarria Obrera, entre 1906 y 1911, y Juventud Obrera, entre 1911 y 1920, pero ninguno de los dos fueron nunca considerados órganos socialistas, atendiendo a la pluralidad de corrientes que convergían en la UGT alcarreña. En 1920 los socialistas optaron por tener un portavoz orgánico y sometido a la obediencia del partido y fundaron Avante, que pusieron bajo la dirección de Marcelino Martín. Eso le permitió, ya durante los años previos a la Segunda República, formar parte de la Asociación de la Prensa de Guadalajara y ocupar alguno de sus cargos directivos. No cabía duda de que el periódico cumplía sus objetivos de agitación de los espíritus, pues los católicos advertían: “Nadie puede leer Avante sin gravar mortalmente su conciencia”. Cuando el 18 de abril de 1931 ocupó la alcaldía de la capital alcarreña, pasó el testigo de la responsabilidad del periódico a Gabriel Vera, aunque siguió colaborando con ésa y otras cabeceras de la prensa de la izquierda alcarreña, como Ruta.
Pero la actividad más interesante que desarrolló, sobre todo entre 1927 y 1931, fue la extensión del PSOE más allá de los límites de la ciudad y de sus habituales círculos de los trabajadores urbanos. Junto a Miguel Bargalló, Gregorio Tobajas y alguno más, realizó numerosas giras de propaganda que atrajeron a las filas socialistas a un buen número de campesinos y que fueron la base del éxito que permitió a su partido romper, aunque fuese parcialmente, la hegemonía del cacicazgo romanonista.

Su actividad social
Marcelino Martín se convirtió en el mejor propagandista del PSOE en la provincia de Guadalajara, a causa de su indudable magisterio entre los alumnos del Instituto de Guadalajara, algunos de los cuales como Antonio Buero Vallejo colaboraron con él en distintas iniciativas; su indiscutible prestigio intelectual y su constante cercanía a los vecinos de la ciudad, se ponía en evidencia todas las tardes en la concurrida tertulia a la que asistía en el Café de Columnas de la capital alcarreña y que fue una cátedra de sabiduría popular y formación política.
El 17 de noviembre de 1924 ingresó en la Logia Ibérica número 7 de Madrid y su iniciación masónica se hizo el 8 de abril de 1925, junto con Miguel Bargalló Ardevol, formando ambos parte del Triángulo masónico de Guadalajara con Miguel Benavides Shelly, que ya había sido iniciado años atrás. Con nuevos hermanos, levantaron en 1927 la Logia Arriaco, donde tenía el nombre simbólico de “Salamanca”.
También fue socio del Ateneo Instructivo del Obrero y ya en 1924 ocupó la vicepresidencia de este centro obrero en la Junta elegida para ese año. Sin embargo, desarrolló prioritariamente su actividad cultural por medio de la Casa del Pueblo, que en esos años dispuso de biblioteca y gimnasio, ofrecía clases para adultos y sostenía los equipos de la Sociedad Deportiva Obrera.

Su participación en las instituciones de la República
Toda la labor de extensión y crecimiento del PSOE y todo el prestigio social acumulado se tradujeron en una presencia institucional destacada desde el mismo momento de proclamarse la Segunda República. No carecía de experiencia, porque ya había salido elegido concejal del municipio arriacense en las elecciones de 1922, en las que se presentó abiertamente como candidato socialista. Esta experiencia se vio reforzada durante la Dictadura de Primo de Rivera, pues mientras el movimiento libertario, y su expresión organizada que era la CNT, fueron puestos fuera de la ley y perseguidos, los socialistas no sólo fueron tolerados sino que se reservaron en el Ayuntamiento concejalías para los representantes obreros, que ocuparon Luis Martín Lerena ó Miguel Bargalló.
Volvió a ser elegido concejal en los comicios del 12 de abril de 1931, en los que la conjunción republicano-socialista derrotó a la candidatura monárquica apoyada por el conde de Romanones; habían pasado treinta años desde que los liberales desplazaron irregularmente a una mayoría de republicanos federales, con el alcalde Manuel Diges Antón al frente de ese mismo Ayuntamiento. Como electo en esas elecciones, le correspondió con Jorge Moya de la Torre proclamar la República desde el balcón de las Casas Consistoriales en la tarde del 14 de abril. Cuatro días después fue elegido alcalde de la capital alcarreña, cargo en el que se mantuvo hasta el 15 de enero de 1934.
En las elecciones para Cortes Constituyentes celebradas en el mes de junio de 1931 se presentó como candidato en la lista de la conjunción republicano-socialista y salió elegido con un amplio respaldo electoral, aunque el conde de Romanones volvió a conseguir un acta por la circunscripción única de la provincia alcarreña. En el Congreso participó en los debates para la elaboración de la Constitución de 1931 y perteneció a las Comisiones de Agricultura, de Guerra y de Reglamento. Suscribió con su amigo Rodolfo Llopis, y algún diputado socialista más, una enmienda al artículo 46 del proyecto constitucional sobre la Escuela Única, que se convirtió en el 48 del texto definitivo. También fue uno de los diputados que votaron a favor de la enseñanza en catalán, tal y como venía recogida en el articulado del Estatuto de Cataluña.
Como diputado por Guadalajara fue muy reseñable su campaña para salvar la factoría de La Hispano y mantener el empleo para sus obreros, que eran la base electoral de las izquierdas. La incomprensión del gobierno republicano en general, y de Manuel Azaña en particular, le pasó factura al PSOE como le advertía Marcelino Martín en un telegrama que le remitió: “600 obreros que han trabajado con nosotros por traer la República y por extirpar el caciquismo tienen derecho a no recibir como pago de su abnegación un porvenir de hambre y de miseria”.
En las elecciones de noviembre de 1933, como candidato del Partido Socialista, y en las de febrero de 1936, en la lista del Frente Popular, volvió a concurrir, pero no consiguió obtener el acta de diputado en ninguna de las dos ocasiones, aunque en estos últimos comicios la lista unitaria de las izquierdas obtuviese la victoria en la capital alcarreña y en casi un centenar de pueblos de la provincia. Sin embargo en las elecciones para compromisarios para la elección de nuevo presidente de la República, celebradas en el mes de junio en un clima de exaltación política, ganó a las derechas e incrementó el número de sus votos.
En vísperas de la Guerra Civil, y como consecuencia del respeto que en todos inspiraba, fue uno de los elegidos para ponerse en contacto con los jefes y oficiales de la guarnición de Guadalajara, que en todo momento le confirmaron su lealtad al legítimo gobierno republicano. Y él, que había formado parte en octubre de 1934 del Comité Revolucionario de la provincia, no sospechó que esas declaraciones eran tan sólo una argucia para dar tiempo a que el golpe militar se consolidase en las provincias vecinas.

El Instituto para Obreros de Madrid
El 1 de febrero de 1937 se anunciaba públicamente la apertura del Instituto para Obreros de Valencia, al que siguieron los de Sabadell, seguramente no por casualidad la patria chica de los hermanos Bargalló, luego Barcelona y, finalmente, Madrid. El final de la Guerra Civil impidió que se abriesen nuevos centros que ya estaban proyectados. El objetivo de estos Institutos para Obreros era formar a las élites intelectuales del futuro más inmediato, extraídas de las filas de la clase trabajadora. Así jóvenes de familias obreras que no habían podido estudiar por haber tenido que ayudar al sustento familiar desde muy temprana edad, tenían ahora la oportunidad de ingresar, después de un riguroso examen, en estos Institutos y completar dos cursos en un sólo año, con el propósito de acelerar su ingreso en la Universidad y ser los profesionales e intelectuales de mañana. Además, para ingresar en los Institutos se exigía un aval de un sindicato.
Marcelino Martín, que había seguido dando clases en el Instituto durante el conflicto bélico, fue nombrado Comisario-Director del Instituto para Obreros de Madrid, instalado en un palacete de la calle de José Abascal con magníficas instalaciones, laboratorios excelentemente dotados y amplios jardines. Se escogió, además, un profesorado selecto y que compartía los propósitos del proyecto; del Instituto de Guadalajara se integraron en el claustro de profesores del Instituto Obrero de Madrid su director y José Robledano, profesor de dibujo.
A punto de terminar la Guerra Civil, Marcelino Martín emprendió la huida, como tantos, hacia el puerto de Alicante, con la secreta esperanza de ser rescatado por algún barco y marchar al exilio. No tuvo esa posibilidad y fue detenido y encerrado, como tantos otros, en el castillo de Santa Bárbara, a la espera de ser identificado y trasladado a Guadalajara. En la capital alcarreña fue juzgado, condenado a muerte el 21 de diciembre de 1939 bajo la acusación de haber incitado al asesinato, aunque no se pudo probar ningún caso concreto, y fusilado el 26 de abril de 1940.
Su frío asesinato en la tapia del cementerio arriacense conmovió a la ciudad, que acogió con respeto a su viuda e hija. Muchos vecinos criticaron y condenaron en el interior de sus conciencias la muerte de un hombre bueno, que mereció como pocos el título de “apóstol de la cultura popular”.
JUAN PABLO CALERO DELSO

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