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jueves, 28 de noviembre de 2013

TOMÁS ESCRICHE Y MIEG

ESCRICHE MIEG, Tomás
[Burdeos, 1844 / Barcelona, 1918]

Celestino Tomás Escriche Mieg nació en la ciudad francesa de Burdeos en 1844 y falleció en Barcelona en 1918. Cursó estudios de segunda enseñanza en el Instituto de Noviciado de Madrid, obteniendo sobresaliente en todas las asignaturas del Bachillerato y varios premios extraordinarios. Alcanzado el grado de bachiller, se matriculó en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central madrileña, y más concretamente en su sección de Ciencias Físicas, donde consiguió el título de licenciado en 1870.

Su carrera docente
Al concluir sus estudios universitarios pasó a impartir clase en un colegio de Santoña, aunque sólo estuvo un curso en esa localidad cantábrica pues al año siguiente fue profesor en la Universidad Libre de Oñate, en la villa homónima guipuzcoana. Este centro estaba situado en los edificios de la antigua Universidad eclesiástica y desde 1869 se había reabierto pero impulsado por el ideario democrático y progresista que había alentado la Revolución Gloriosa de 1868. En esta Universidad vasca Tomás Escriche Mieg impartió clases de Física y además cursó como estudiante varias asignaturas de materias muy diversas que ya mostraban la variedad de sus intereses y aficiones. Pero en 1873 el avance de las tropas carlistas hizo imposible continuar con la actividad docente, por lo que la Universidad Libre se vio forzada a cerrar sus puertas y la villa de Oñate acogió desde entonces, y hasta febrero de 1876, a la Real y Pontificia Universidad Vasco-Navarra bajo la orientación y tutela de los carlistas.
Pasó entonces a ejercer como profesor auxiliar en el Instituto de Bilbao, y el 10 de agosto de 1876 solicitó plaza de profesor en el Instituto de segunda enseñanza de Guadalajara, donde había quedado vacante la cátedra de Física y Química que hasta el 30 de septiembre de 1875 había ocupado el profesor Bernardo Rodríguez Largo. Obtuvo el puesto solicitado y durante casi diez años vivió en tierras alcarreñas.
En Guadalajara desarrolló una actividad cultural tan profunda como intensa, formando equipo con Francisco Fernández Iparraguirre y Manuel Sanz Benito, entre otros. Al año siguiente de su traslado fue uno de los seis socios fundadores del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Guadalajara, que con distintos nombres pero bajo un mismo aliento se mantuvo activo hasta los últimos años del siglo XIX, y en el que asumió distintas responsabilidades y formó parte del equipo de redacción de las revistas que, bajo diferentes cabeceras, publicó esta sociedad.
La actividad más insólita del Ateneo alcarreño, que compartía con los demás el afán divulgativo a través de conferencias y debates, fue la animación del volapük, una lengua creada en 1879 por el sacerdote alemán Johann Martin Schleyer con el objetivo de disponer de un idioma común que favoreciese el diálogo y limitase los efectos del nacionalismo. La idea no podía dejar de atraer a aquel puñado de investigadores alcarreños que, lejos de la política, sólo confiaban en la ciencia para que la Humanidad disfrutase de un futuro mejor y que poseían una fe tan inquebrantable como ingenua en la capacidad de transformación del hombre y la tecnología. De su mano, Guadalajara se convirtió en la capital del volapük durante casi una década: aquí se editaron libros y una revista, se dieron conferencias y se asistió a congresos nacionales e internacionales.
Fue así como el físico Tomás Escriche se convirtió en un filólogo de prestigio. Escribió libros como Nociones de Gramática General aplicadas especialmente a la Lengua Castellana, en 1884, y Colección de diálogos con numerosos modismos de los más usuales y trozos escogidos de literatura francesa, cuatro años después, ambos en colaboración con Francisco Fernández Iparraguirre; y en 1889 dio a la imprenta su Reforma de la Ortografía Castellana, un tema sobre el que publicó varios artículos en distintas revistas, proponiendo que las reglas ortográficas estuviesen en concordancia con su pronunciación fonética y no con su etimología. Como consecuencia de esta labor, fue considerado una autoridad en la materia, hasta el punto de ser citado por Daniel de Cortázar en su discurso de ingreso en la Real Academia Española de la Lengua en 1899, y de ser nombrado corresponsal del Círculo Filológico Matritense.
El 24 de mayo de 1895 cesó en el Instituto de Guadalajara por ganar en concurso de traslados la cátedra en el Instituto de Bilbao, donde dejó un recuerdo tan imborrable que fue nombrado catedrático perpetuo de Física y Química del Instituto bilbaíno, siendo el primer profesor al que se le concedió esta distinción honorífica. En la capital vizcaína desempeñó el cargo de director de su estación meteorológica, que reformó por completo, y mantuvo vivo su interés por el volapük, pero lo cierto es que la creciente difusión del esperanto, creado en 1887 por el polaco Lázaro Zamenhof, fue arrinconando a su predecesora como lengua universal de referencia. Pasó entonces a centrar su actividad científica en la Física y, en general, en las ciencias de la naturaleza.
En el otoño de 1899 se anunció que quedaba vacante la cátedra de Física del Instituto de Segunda Enseñanza de Barcelona, un destino muy apetecido por la importancia de la ciudad y por el ambiente europeo y cosmopolita que entonces distinguía a la capital catalana. La Gaceta de Instrucción Pública anunciaba que dieciséis catedráticos optaban a tan reñida plaza, entre los que se encontraban Tomás Escriche Mieg. La competencia era tan dura que el 5 de mayo de 1890 el reputado filólogo Eduardo Bennot escribió una carta a Marcelino Menéndez Pelayo en la que le rogaba que votase en el Consejo de Instrucción Pública a favor de Tomás Escriche Mieg, “catedrático de Física y Química en el Instituto de Bilbao que aspira a igual cátedra en Barcelona”. Si muchos eran los méritos del profesor Escriche, muy grande debía ser también su deseo de acceder a la cátedra barcelonesa, pues resulta insólito que el ex ministro republicano y líder federal Bennot solicitase un favor al campeón de la ortodoxia católica y auténtico martillo de herejes de la intelectualidad progresista, o simplemente positivista, Marcelino Menéndez Pelayo.
Consiguió el apetecido destino en Barcelona y en su Instituto General y Técnico permaneció hasta su jubilación, ocupando los últimos años el cargo de director de este centro educativo, con Hermenegildo Giner de los Ríos como Secretario. En la Ciudad Condal mantuvo su actividad científica de alto nivel, que en 1906 le valió ingresar como académico en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y le permitió formar parte de la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona, publicándose algunos de sus escritos científicos en el Boletín de esta última institución catalana. También fue socio honorario del Ateneo de La Habana y miembro, hasta su disolución, de la Sociedad de Profesores de Ciencias.

Su obra escrita
Tomás Escriche Mieg tuvo, como ya hemos visto, una evidente preocupación didáctica, que no sólo se limitaba a sus clases sino que también se ponía de manifiesto en su constante actividad pública. Por todo ello; no es de extrañar que además fuese autor de un puñado de obras científicas de mérito e interés en las distintas áreas del saber a las que dedicó su tiempo y su atención. Ya hemos hecho referencia a los libros sobre gramática que escribió, sólo o junto a Francisco Fernández Iparraguirre, durante su estancia en Guadalajara; y, como ya señalamos, al dejar las tierras alcarreñas no abandonó inmediatamente su interés sobre esos temas, como se evidenció en 1904 cuando el Consejo de Instrucción Pública declaró obras de utilidad pública su Arte de lectura, publicado el año anterior en Barcelona, y sus curiosas Tipografía infantil y Pequeña Tipografía Infantil, dos cajas, una grande y otra más pequeña, que contenían juegos de tipos de imprenta para la enseñanza de la lectura a los niños.
Pero la mayoría de su obra estaba dedicada a la Ciencias. Fue autor de Elementos de Física y nociones de Química, un volumen de más de 650 páginas publicado en 1891 en Barcelona por la prestigiosa editorial de la familia Bastinos. También escribió Elementos de Química, que salió en 1905 de la Imprenta de Pedro Ortega, y Elementos de Física, precedidos de breves nociones de Mecánica con introducción y breves nociones de Meteorología como Apéndice, que conocieron nuevas ediciones hasta el año 1935.
La publicación de estos manuales le llevó sentirse aludido y responder airado a Pedro Garriga Puig, cuando éste criticó en La Vanguardia de Barcelona a aquellos profesores que sólo buscaban enriquecerse con la edición de sus propios libros de texto; no debía de ser el caso de Tomás Escriche Mieg, pues Pedro Garriga le respondió desde el mismo diario: “Al leer los dos artículos que dicho señor me dedica, he sentido verdadera pena al considerar que mis apreciaciones sobre los abusos que cometen algunos catedráticos oficiales con los libros de texto, pueden haber molestado á una persona tan digna y á quien de seguro nadie podrá poner un tilde, ni como autor, ni como profesor, ni como caballero. Esté convencido el señor Escriche de que no me he propuesto ofender ni á él ni á nadie, y que tan sólo he querido manifestar mi firme convicción de que se escriben muchos libros de texto, sin ánimo de levantar la cultura patria, y si con el propósito deliberado de lucrar con ellos”.
En alguno de sus libros, sobre todo en las últimas ediciones, contó con la colaboración de su hijo, como reconocía, por ejemplo, en el prólogo a la undécima edición de sus Elementos de Física que se publicó en los primeros años del siglo XX. Su hijo, Rafael Escriche Mantilla de los Ríos, cursó como él la carrera de Ciencias y fue también catedrático numerario de Física y Química. A su muerte, en 1930, su viuda facilitó la compra por el Instituto de Logroño, en el que había estado destinado, de su biblioteca particular, que incluía un buen número de volúmenes que habían sido de su padre y que enriquecieron los fondos de ese centro educativo.

Sus aportaciones tecnológicas
Además de sus estudios teóricos sobre las ciencias de la naturaleza y de su labor divulgativa y pedagógica, Tomás Escriche destacó por ser un hombre preocupado por los avances tecnológicos de su tiempo, inquietud que desarrolló a través del diseño y construcción de numerosas máquinas y aparatos, que además se preocupó de dar a conocer en muy diferentes ámbitos. En su expediente profesional como catedrático de Instituto se conservan unos cuantos folletos publicados en los que se recogen algunas de estas aportaciones tecnológicas experimentales; así, por ejemplo, se declara inventor de dos “aparatos imaginados”, según rezaba el título del cuadernillo en el que los presentaba públicamente, uno para el estudio de la caída libre de los cuerpos y otro para el conocimiento de la hidrodinámica; incluso los presentó en el Ateneo de Madrid.
Con éstos y otros aparatos similares acudió a diferentes eventos y obtuvo Medallas en la Exposición Leonesa de 1876, en la Exposición Provincial de Guadalajara de ese mismo año y en la Exposición Pedagógica de Madrid de 1882. Mereció un Diploma de Mérito por su trabajo Nociones de Gramática General en la Exposición Artística de Madrid de 1885 y dos medallas de Honor por sendas publicaciones en la Exposición de Paris de 1889. También formó parte de la delegación de Vizcaya en la Exposición Universal de Barcelona de 1888, y según reza su catálogo presentó: “Escriche Mieg, Tomás. Catedrático de Física, Bilbao, Henao, 2, principal. Treinta ó cuarenta aparatos de física”. En todos los Institutos en los que estuvo destinado, y en otros muchos centros escolares españoles, se conservan hasta el día de hoy muchas de estas máquinas, que se instalaron para apoyar las explicaciones teóricas de los profesores de Física.
Detrás de esta pasión por la tecnología había una profunda labor de investigación científica. Por ejemplo, parece ser que el 10 de febrero de 1896 obtuvo en el laboratorio de la Universidad de Barcelona unas radiografías, que fueron las primeras que se realizaron en España, sólo tres meses después de que Wilhen Conrad Röntgen culminase con éxito sus estudios sobre lo que hoy conocemos como Rayos X.

Su actividad social
Aunque, como ya señalamos, es evidente que Tomás Escriche permaneció toda su vida apartado de la actividad política partidaria, no por eso quedó al margen de la sociedad de su tiempo ni permaneció ajeno a las luchas ideológicas que agitaban con fuerza al conjunto del país, una actividad sociopolítica que aumentó con el paso de los años y las convulsiones de la España finisecular.
Participó muy activa y destacadamente en dos asuntos que agitaron a los españoles en aquellos años. En primer lugar, en la campaña contra la fiesta de los toros, que en Cataluña, y en general entre las fuerzas políticas más progresistas, siempre tuvo amplio eco y respaldo. Frente al nacionalismo catalán, que se oponía a las corridas de toros por considerar que era una imposición castellana ajena a la historia de Cataluña, Tomás Escriche se mostraba contrario a esta diversión por humanidad, por considerar que eran una rémora del pasado común de los españoles, como explicó en el mitin antitaurino celebrado en Barcelona el 10 de febrero de 1905 en el Teatro Tívoli, donde proclamó abiertamente: “¡Vivan las buenas tradiciones españolas!, ¡Abajo la bárbara y perniciosa tradición torera!”
Aún más activo se mostró en la campaña contra otra inhumana tradición española y europea: los duelos. Fue uno de los más destacados líderes de la Liga Antiduelista, una red asociativa de ámbito europeo que se oponía a la práctica de los duelos y que buscaba establecer reformas legales que los prohibiesen. Curiosamente, esta campaña había sido iniciada por Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este, hermano del pretendiente carlista Carlos VII y, a partir de 1931, rey carlista tras la muerte de su sobrino Jaime de Borbón. Tomás Escriche fue el traductor y prologuista en España de la obra Resumen de la historia de la creación y desarrollo de las ligas contra el duelo, escrita por Alfonso Carlos de Borbón aunque de forma anónima, y que se publicó en Barcelona en 1909.
Desde la Liga se organizaron campañas de prensa y de propaganda para terminar con tan bárbara costumbre que, aunque ya estaba muy en desuso, todavía seguía practicándose. A estas campañas se sumaron activamente muchos militares, entre los que destacaba el entonces teniente coronel Miguel Primo de Rivera, que trajo la Dictadura a España entre 1923 y 1930. En Guadalajara se sumaron a la campaña de la Liga Antiduelista el Ateneo Instructivo del Obrero, la Cruz Roja provincial, la Sociedad La Unión, la Asociación de Médicos, el Tiro Nacional de Guadalajara, la Asociación de la Prensa Alcarreña, la Academia Militar, la Sociedad de San Vicente de Paúl, y los periódicos Flores y Abejas y La Crónica.
Durante la Primera Guerra Mundial mantuvo vivo su ideario pacifista, que le llevó a publicar en 1917 un librito con el significativo título de Pro Pace..., que fue editado en Barcelona en la imprenta de Pedro Ortega.
JUAN PABLO CALERO DELSO

domingo, 24 de noviembre de 2013

JUAN DE LA CRUZ MARTÍNEZ RUIZ

MARTÍNEZ RUIZ, Juan de la Cruz
[Siles, 1 de junio de 1820 / VIllanueva del Arzobispo, 29 de diciembre de 1877]

Según declaraba, nació en Siles, un pueblo de la jienense Sierra de Segura, el 1 de junio de 1820, aunque su expediente universitario sitúa su lugar de nacimiento en Villanueva del Arzobispo, localidad en la que falleció el 29 de diciembre de 1877. Era hijo de Pedro Fernando Martínez García y de Luciana Ruiz Lumbreras. Sus antepasados estaban profundamente enraizados en esa comarca andaluza y se sabe que la familia de su padre eran ricos propietarios a los que el Catastro del marqués de la Ensenada ya reconocía la titularidad en Beas de Segura de un molino, un batán y un mesón. Parte de este rico patrimonio familiar pasó a sus manos, pues al ocupar su escaño en el Congreso de los Diputados declaró como profesión ser “propietario”. Estuvo casado y tuvo un hijo, de igual nombre, que falleció en octubre de 1881.
No conocemos muchos detalles sobre sus primeros estudios, pero debió de ser alumno aventajado pues en 1842 publicó unas Memorias sobre el Partido Judicial de Segura de la Sierra, obra de casi doscientas páginas que sorprende por la erudición que demuestra en un joven de apenas veinte años, y que se abre con las siguientes palabras: “Cuando con parsimonia y detenimiento consideramos cuán útil y necesario es a todos el estudio de la historia; cuando madura y detenidamente reflexionamos cuán pocos son los que con intensa aplicación se dedican a este ramo del saber humano, experimentamos necesariamente un vivo disgusto que apena demasiado a nuestro corazón. Porque, ¿qué es el hombre sin la historia?”. Uno de los aspectos más notables de estas Memorias es su novedosa propuesta de implantar un sistema de inspección en los centros escolares, con el objetivo de hacer cumplir las leyes educativas y mejorar la calidad de la enseñanza.
Este libro le valió para ser elegido individuo correspondiente en la provincia jienense de la Real Academia de la Historia el 15 de marzo de 1844. Además, según declaraba, perteneció a la Academia Matritense de Jurisprudencia y Legislación y fue socio de la Real Sociedad de Amigos del País de Jaén.
Pero esta prematura afición por los conocimientos históricos y sus preocupaciones pedagógicas no impidieron que se licenciase en Derecho en la Universidad Central de Madrid, donde inició sus estudios en 1846. Ejerció como abogado, y así lo hizo constar en la portada de su libro Estudios sobre el ramo de los Montes Arbolados de España, que salió de imprenta en 1855.
Su actividad política
Adscrito al partido progresista, Juan de la Cruz Martínez desarrolló una larga carrera política. En 1854 fue elegido diputado por la circunscripción de Jaén para las Cortes Constituyentes, obteniendo un resultado muy ajustado: 5.007 sufragios en un censo electoral de 12.949, de los que 10.892 inscritos depositaron su voto; el general Francisco Serrano también fue elegido por esa misma circunscripción. Se incorporó al Congreso el 13 de noviembre de 1854 y cesó en sus funciones el 2 de septiembre de 1856, coincidiendo con el final de la legislatura del Bienio Progresista. No fue un parlamentario muy activo, y en varias ocasiones solicitó licencia para ausentarse de Madrid por enfermedad y por estudios.
Adicto a Baldomero Espartero, en el verano de 1856 se puso al frente de un batallón de la Milicia Nacional levantado en los pueblos de su comarca con intención de tomar Jaén y combatir al general Leopoldo O’Donnell y su nuevo gobierno. Retirado Espartero del poder, se alejó desde entonces de todo cargo institucional y, como la mayoría de los progresistas, defendió en todo momento el retraimiento electoral.
La Revolución de septiembre de 1868 le permitió asumir nuevas responsabilidades políticas. En las elecciones celebradas el 8 de marzo de 1871, tras la llegada a Madrid del rey Amadeo I de Saboya, fue de nuevo elegido diputado, en esta ocasión por el distrito de Villacarrillo, también en la provincia jienense, con un respaldo más abultado: 6.311 papeletas sobre un total de 7.756 votantes. Ocupó su escaño el 14 de abril de 1871 y formó parte de la Cámara Baja hasta su disolución, el 24 de enero de 1872.
Fue, además, nombrado gobernador civil de la provincia de Guadalajara en dos ocasiones; la primera, desde febrero de 1872, tras cerrarse la legislatura en la que había sido diputado, hasta el 11 de junio de ese mismo año, cuando fue remplazado por José Morales Ramírez que no llegó a tomar posesión, pues antes el Partido Radical de Manuel Ruiz Zorrilla se hizo cargo del gobierno de la nación, ministerio al que Juan de la Cruz Martínez se opuso públicamente, por lo que estuvo menos diez días al frente del Gobierno Civil de Cuenca, para el que había sido nombrado al cesar en Guadalajara y del que fue separado el 20 de junio de 1872.
Ya con motivo de las elecciones de marzo de 1872 había sido duramente criticado por su intromisión en el proceso electoral y su inquina contra los radicales; se hizo famosa una instrucción suya que decía: “Teniendo conocimiento este gobierno de provincia que la punible y desleal coalición que se encuentra enfrente del Gobierno ha mandado á los pueblos agentes electorales, y estando dispuesto á que la Ley sea, una verdad y se cumpla en todas sus partes, porque estos amaños se encuentran penados en el Código y ley electoral, y siendo Vd. el encargado de que no se falte á la ley, pondrá Vd. presos a cualquiera de estos que se presenten en esa localidad, dando parte inmediatamente á los tribunales de justicia”.
La segunda ocasión que estuvo al frente del Gobierno Civil alcarreño, con el general Francisco Serrano al frente de una república autoritaria, lo ocupó desde el día 16 de mayo hasta el 7 de noviembre de 1874, cuando cesó como delegado del gobierno en la provincia alcarreña y pasó a ser gobernador civil de Palencia, puesto que ocupó hasta el final de la República y la llegada al trono del rey Alfonso XII. 
Este segundo nombramiento se produjo después de que Juan de la Cruz Martínez rechazase el nombramiento de ordenador de pagos de la isla de Cuba, un destino administrativo de prestigio y responsabilidad que llegó a publicarse en la prensa, aunque finalmente no se produjo por la negativa del propuesto para ocupar el cargo en la colonia antillana
En ambas ocasiones su nombramiento fue refrendado por Práxedes Mateo Sagasta como presidente del Consejo de Ministros, al que mostró públicamente su adhesión durante el Sexenio, como se comprueba en una carta que le dirigió y que se publicó en noviembre de 1872 en la que le comunicaba “Hoy más que nunca merece Vd. de mi amistad más cariño si cabe, más respeto, más consideración y una adhesión más ciega; y cuando se pretende acusar á Vd. villanamente de soñados é imaginarios delitos, esté Vd. segurísimo de mi afecto é inalterable amistad; y si en algo ó para alguna cosa (aunque poco valgo) me considera Vd. útil, disponga de mí, que con todo cuanto valgo y puedo estoy absolutamente á disposición de Vd. Su mejor amigo”.
Pero durante la Restauración se alejó del liberalismo sagastino y se mantuvo leal al ideario republicano, como demostró en 1886 al formar parte del Comité del Partido Republicano Federal de Beas de Segura, en la provincia de Jaén.
Su memoria se ha perdido en su comarca natal, a la que dedicó estudios eruditos y actividad política, aunque en el año 2007 La Asociación Histórico Cultural Taderia, con sede en el pueblo jienense de Siles, convocó por primera vez el Certamen Literario de Relato Corto "Juan de la Cruz Martínez".
JUAN PABLO CALERO DELSO

domingo, 17 de noviembre de 2013

FEDERICO BRU MENDILUCE

BRU MENDILUCE, Federico
[Villar del Salz, 1844 / Barcelona, 17 de agosto de 1908]

Federico Bru y Mendiluce nació en 1844 en la pequeña localidad turolense de Villar del Salz, enclavada dentro de las estribaciones de Sierra Menera en la comarca del río Jiloca, en tierra aragonesa pero limítrofe con el Señorío de Molina. Casado y con dos hijos, falleció en Barcelona el 17 de agosto de 1908 a los 64 años de edad.
Asistió a la escuela de instrucción primaria de su pueblo, a la que según el censo de Pascual Madoz sólo acudían en esos años veintiséis alumnos. Entre 1861 y 1868 prosiguió sus estudios en la Facultad de Farmacia de la Universidad Central madrileña, completando satisfactoriamente tanto sus asignaturas teóricas como las prácticas correspondientes.

Sua años en Guadalajara
En 1869, muy poco después de obtener el título de Licenciado, abrió una oficina de farmacia en el pueblo de Checa, en el extremo meridional del Señorío de Molina, muy cerca de su tierra natal. Se dice que durante su estancia en la localidad molinesa fundó y dirigió un periódico con la cabecera de El 2 de mayo, pero nada parece corroborar esta afirmación gratuita de José Sanz y Díaz, que sin embargo han repetido otros investigadores de más reconocida solvencia; desde luego no pudo hacerlo, como se dice, en el año 1812.
Republicano desde su juventud, y leal y constante seguidor de Nicolás Salmerón, durante el Sexenio Revolucionario formó parte del Comité republicano federal de Checa y de la Junta Provincial Republicana de Guadalajara que presidía Manuel González Hierro. Una vez que fue proclamada la Primera República, se presentó a las elecciones a Cortes Constituyentes celebradas el 10 de mayo de 1873 como candidato republicano por el distrito de Molina de Aragón, obteniendo la victoria con 4.257 votos e incorporándose como diputado al palacio de la Carrera de San Jerónimo de Madrid.
Después del forzado final de la experiencia republicana, siguió viviendo en la provincia alcarreña y mantuvo su fidelidad a la causa antimonárquica. En la sesión celebrada el 2 de febrero de 1876 en el salón de la Diputación Provincial de Guadalajara para la elección de senadores por la provincia, obtuvo trece votos de un total 389 electores que ejercieron su derecho al sufragio indirecto, apenas un puñado de papeletas pero que mostraba la permanencia de una corriente republicana en Guadalajara que no había podido ser ahogada por la marea monárquica y que tenía a Federico Bru Mendiluce como una de sus referencias.
En 1878 concurrió a los comicios para elegir diputados provinciales por el distrito de Tamajón, cometiendo el gobernador civil todo un cúmulo de despropósitos e irregularidades para evitar su triunfo: convocó y amenazó a los secretarios municipales y maestros que le eran favorables, amenazó a los ganaderos con imponerles severas multas si triunfaban los republicanos, no dejó que se abriesen algunas mesas y en otras impidió que entrasen a votar los electores de la oposición; a pesar de todas estas irregularidades, Federico Bru no alcanzo el triunfo por un escaso número de votos.
Más adelante, abandonó la provincia de Guadalajara y, en un primer momento, residió y abrió oficina de farmacia en la localidad albacetense de Alpera, desde la que en 1886 se suscribió a la revista profesional La Asociación. Al año siguiente se instaló en Madrid, con un primer domicilio en el número 17 de la calle de San Bartolomé, donde ejerció como farmacéutico. En 1889 informaba La Asociación que "el farmacéutico y exdiputado Sr. Bru ha establecido una casa de pensión para los jóvenes que sigan sus carreras en Madrid" en el número 13 de la calle de la Gorguera. Durante esos años experimentó con un medicamento contra el garrotillo que llamó Poción Brú y que se anunció en la prensa de la capital del reino.
En una fecha que no hemos podido concretar, pero posterior al año 1893, marchó a las Islas Filipinas, donde ejerció primero como farmacéutico civil y, con posterioridad, obtuvo diversos cargos de responsabilidad como el de Guardaalmacén de la Aduana de Manila, para el que fue nombrado en enero de 1898. Seguramente, pesaría en su decisión de emigrar el sombrío panorama que aventuraba para la profesión farmacéutica, según puso de manifiesto en el Congreso Farmacéutico de 1885 en el que, según recogió la revista profesional La Farmacia Española, “recargó tanto los tintes sombríos del horizonte profesional, que cayó en una extremada exageración con sus toques fatídico-pesimistas; gracias á que luego echó mano del talismán de la unión, teniendo períodos muy brillantes, tanto de los referentes á ella, como de los consagrados a combatir las funestas farmacias militares. Es lástima que un orador tan notable como el Sr. Bru, no haya tomado parte en las discusiones del Congreso, que tanto hubiera contribuido á ilustrar con su elocuencia”.

Su estancia en Barcelona
En marzo de 1899, después de que las Islas Filipinas alcanzasen su independencia de España, retornó a la península. Pero no volvió a residir en Guadalajara o en su comarca natal, sino que estableció su domicilio en Barcelona, en el número 98 de la calle Concejo de Ciento, y en 1901 abrió su propia oficina de farmacia en el número 5 de la barcelonesa calle Blay.
Aún con el paso de los años conservó su lealtad a los ideales republicanos. En enero de 1900 ya formaba parte de la Junta Provincial de Barcelona de la alianza Fusión Republicana y en agosto de 1902 estuvo en la presidencia del acto de inauguración de la Casa del Pueblo de Barcelona, la primera abierta en España con esa denominación. Pero no sólo participó en actos protocolarios, también se implicó en las luchas políticas de su tiempo; y así en el mes de marzo de 1903 firmó su adhesión a la Asamblea Magna de Unión Republicana que se celebró para ratificar la unidad entre las distintas corrientes antimonárquicas, de la que dio cumplida cuenta la prensa del momento, y en febrero de 1907 era vicepresidente de la recién nacida Asociación Republicana de Propaganda.
En el año 1904 formó parte de la expedición que en Barcelona embarcó en el vapor Mallorca con rumbo a Roma para participar en el Congeso de Librepensadores que reunió a los más destacados propagandistas del laicismo: Francisco Ferrer Guardia, Fernando Lozano Demófilo, Belén Sárraga, Ángeles López de Ayala y muchos otros.
Fiel a su antigua militancia federal, con motivo de la formación de la alianza Solidaritat Catalana en 1906 apoyó la participación de los republicanos en esta conjunción electoral, oponiéndose a Alejandro Lerroux y a otros republicanos catalanes, como Juan Sol y Ortega, que en 1907 fue elegido senador precisamente por la provincia de Guadalajara.
Durante el Sexenio fue redactor del periódico federal La Voz de la Alcarria y después siguió colaborando con la prensa republicana provincial, por ejemplo en El Atalaya de Guadalajara, Con ocasión de su muerte, la prensa republicana le retrataba como “orador de fácil y elegante palabra, escritor de suelta y bien templada pluma, poseyendo un castellano de giro castísimo y purísimo, puso su pluma y su palabra al servicio de la República, luchando por las libertades civiles y por los derechos de la democracia”. En sus últimos años, ya viviendo en la Ciudad Condal, firmaba con el seudónimo de Bruno Brusi una sección llamada Batiburrillo en el diario republicano La Publicidad de Barcelona.
A su muerte, fue enterrado sin ceremonia religiosa en el Cementerio Nuevo barcelonés, en consonancia con su ideario laico y su probable pertenencia a la masonería, y con la asistencia de numeroso público entre el que destacaban el alcalde accidental de la Ciudad Condal, junto a los diputados a Cortes y concejales republicanos de Barcelona.
Fallecía “uno de los mártires de la idea republicana. Honrado, firme, incapaz de claudicar, sufrió las pruebas terribles á que se han visto aquí sometidos todos los gloriosos campeones de la República bajo un poder enemigo que les exigía la entrega incondicional ó la muerte por hambre. Llevando sobre la frente las pesadumbres del infortunio y las sombras de la tristeza, Bru supo, empero, mantenerse erguido, soportando con admirable resignación su fatal destino. Deja así al republicanismo español un nombre inmaculado, digno de la veneración de todos. Que los jóvenes aprendan, de aquel anciano, á ser abnegados y consecuentes”. 
JUAN PABLO CALERO DELSO