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domingo, 24 de febrero de 2019

MIGUEL RODRÍGUEZ DE JUAN

RODRÍGUEZ DE JUAN, Miguel
[Santiz, 25 de noviembre de 1852 / ]

Miguel Rodríguez de Juan nació en la localidad salmantina de Santiz, limítrofe con la provincia de Zamora, el día 25 de noviembre de 1852, y contrajo matrimonio en esa misma provincia.
Se trasladó a Madrid, residiendo en el número 7 de la Travesía del Reloj, para cursar estudios universitarios, alcanzando en 1882 la licenciatura en Filosofía y Letras. Al año siguiente obtuvo los títulos de Doctor en esa misma Facultad, con una tesis titulada Exposición crítica del sistema filosófico de Kant, Schelling y Hegel, y de licenciado en Derecho por la Universidad Central de Madrid.

Su carrera docente
En 1882 se presentó a las oposiciones para las cátedras de Psicología y de Retórica y Poética en el Instituto de Segunda Enseñanza de San Juan de Puerto Rico, sin conseguir ninguna de las plazas a que aspiraba y quedando en sexto lugar, sobre diez opositores, en la segunda de las cátedras. En 1883 fue nombrado Profesor auxiliar en el Instituto de segunda enseñanza de Oviedo y en 1890 ganó, por oposición, la Cátedra de Latín del Instituto de Baeza, ocupando la misma plaza en el de Cabra y, a partir de septiembre de 1891, en el de Guadalajara, ciudad en la que estableció su residencia, primero en el número 3 de la calle de San Sebastián y luego en el número 8 de la Cuesta de San Miguel. En la capital alcarreña fracasó en su intento de ocupar la Cátedra de Lengua y Literatura Española, a cuya oposición se presentó en el año 1900, pero desde 1902 se ocupó de la cátedra de Psicología, Lógica, Ética y rudimentos de Derecho.
En 1896 fue nombrado director del Instituto alcarreño como pago por el nuevo gabinete conservador del apoyo electoral de los carlistas alcarreños a su partido en los recientes comicios, como fue denunciado públicamente en la prensa local. Tradicionalista militante, aprovechó este nombramiento para obtener ventaja en sus rivalidades políticas y expulsó de las dependencias que ocupaba en el Instituto al Ateneo Caracense, forzando así la desaparición de tan meritoria institución, que recogía más de medio siglo de herencia cultural ateneísta en la ciudad. Durante su mandato fue muy contestado en la prensa provincial por su falta de celo en el control de los profesores a su cargo y fue reprendido por el rector de la Universidad de Madrid por su arbitraria adjudicación de cátedras. En junio de 1897, con la vuelta de los liberales al gobierno, fue cesado de su cargo, siendo sustituido por el catedrático Ignacio Arévalo, una destitución a la que se resistió el profesor Rodríguez de Juan, enfrentándose hasta tal extremo con sus compañeros del claustro que fue suspendido temporalmente en sus funciones al comenzar el curso 1897-1898.
Al finalizar el curso de 1901-1902 se forzó la dimisión del director del Instituto de Bachillerato arriacense, Luis Catalá, que se había ganado la firme oposición de la mayoría del claustro. Por unanimidad, los profesores acordaron proponer al Ministerio a Miguel Rodríguez de Juan como nuevo director, completando la terna preceptiva los profesores Juan Prat y Gabriel María Vergara. A pesar de sus antecedentes, el conde de Romanones, por entonces ministro de Instrucción Pública, le nombró de nuevo director del centro escolar. En esta ocasión, tampoco desmintió la fama que le acompañaba, y se enfrentó con la Escuela Normal de Maestras por su afán intervencionista. También hay que reconocer que impidió que el desescombro de la iglesia del convento de la Piedad, sede del Instituto, arruinase irreversiblemente el templo y se perdiesen los restos de su fundadora, Doña Brianda de Mendoza. Se jubiló el 26 de septiembre de 1922.
En noviembre de 1911 solicitó a la Junta para la Ampliación de Estudios que, temporalmente, se le pensionase o que se le trasladase a un centro docente de Madrid con el objeto de completar los estudios que llevaba tiempo realizando sobre “Psicología anormal ante el Derecho Penal”, pues no encontraba en Guadalajara el material bibliográfico imprescindible para concluir sus trabajos. La pensión le fue denegada por la JAE en julio de 1912.
Abogado en ejercicio, en 1898 fue elegido Decano del Colegio de Abogados de Guadalajara, completando su Junta Directiva Juan Carrasco, Emilio García de la Peña, Juan Zabía y Tomás Bravo Lecea. Aunque era un hombre leyes, tenía un carácter hosco, y se enfrentó repetidamente dentro y fuera de los tribunales con aquellos que le criticaban y ofendían. Así ocurrió en 1896 con Flores y Abejas y en 1899 con Santos Bozal Moreno, director de La Crónica, además de defender en cuatro ocasiones a Manuel de Vega Lanseros, propietario y director del regeneracionista y un tanto sensacionalista La Voz de España, que fue procesado reiteradamente por su actividad periodística.

Su actividad política
Destacado militante del carlismo provincial, desde 1895 formó parte de su Junta Provincial y en 1899 se presentó como candidato al ayuntamiento de Guadalajara, sin conseguir ser elegido. También se presentó candidato en las elecciones a diputados provinciales por el distrito de Brihuega-Cifuentes, obteniendo sólo 389 votos, mientras que el candidato más votado, el liberal Ricardo Martínez, consiguió reunir 5.911 sufragios. En tierras alcarreñas dirigió dos periódicos de orientación carlista: El Padre Arriaco, un trasunto de El Padre Cobos que sólo sacó dos números en 1896, y La Verdad, que se publicó semanalmente entre el 1 de enero de 1899 y el 17 de enero de 1900 y que tomaba la cabecera del semanario republicano homónimo de 1880 y que le llevó a pleitear con Santos Bozal, director del semanario liberal La Crónica.
También publicó dos libros: en 1885, y en la Imprenta de Pando en Oviedo, editó su tesis doctoral Ensayo crítico sobre los sistemas filosóficos de Kant, Fichte, Schelling y Hegel, y en la Imprenta de la Diputación Provincial en 1898 sus Elementos de Psicología, Lógica y Filosofía moral.
Por su ambición de volver a la dirección del Instituto de Bachillerato, se alejó del carlismo militante y se aproximó a la órbita del conde de Romanones. Desde Flores y Abejas se burlaban de su afán de congraciarse con el cacique liberal de la provincia: “Un carlista pelícano / a un conde muy cazador, / ahora le BLM / con verdadero fervor. / Lector, por más que te asombres / compadece tanto afán: / ¡qué cosas hacen los hombres / por un pedazo de pan! En enero de 1917 formó parte como vocal de la Junta Directiva de la Sociedad para el estudio del niño, una organización que nacía como consecuencia de las charlas de pedagogía experimental que se habían impartido pocos meses atrás en Guadalajara bajo la organización del profesor Alberto Blanco Roldán, y que presidía el conde de Romanones.
Fue académico correspondiente de la Real Academia de la Historia y vocal de la Comisión Provincial de Monumentos. En 1902 se le concedió el honor de nombrarle Comendador de la Orden de Alfonso XII.
JUAN PABLO CALERO DELSO

domingo, 17 de febrero de 2019

FRANCISCO ROMO Y GAMBOA FERNÁNDEZ

ROMO Y GAMBOA FERNÁNDEZ, Francisco
[Cañizar, 29 de enero de 1785 / Madrid, 11 de enero de 1849]

Francisco Romo y Gamboa nació el 29 de enero de 1785 en Cañizar, una pequeña localidad de la provincia de Guadalajara muy próxima a Torija. Falleció en Madrid el 11 de enero de 1849.
Su padre le enseñó las primeras letras en el hogar familiar, pasando después a las Escuelas Pías, donde continuó su formación. En la Universidad de Alcalá de Henares aprobó tres cursos de Filosofía, dos de Leyes y empezó otro de Cánones, antes de abandonar sus estudios universitarios para hacerse militar.

Su entorno familiar
Eran sus padres Francisco Romo y Gamboa y Ramona Fernández Manrique, dos vástagos de ilustres familias de la nobleza alcarreña. Su padre había nacido en Cañizar el 13 de diciembre de 1746 y falleció en Samur (Francia) en 1808. Era hijo único de de Carlos Romo, nacido también en Cañizar el 19 de noviembre de 1705, y de María Teresa Gamboa, que vio la luz en Torija el 7 de mayo de 1713. Su padre fue, por lo tanto, quien primero unió los apellidos de sus progenitores, Romo y Gamboa, para formar un único apellido compuesto, que legó a sus hijos.
Su padre siguió la carrera de las armas; fue destinado como capitán al Regimiento de Infantería de Sigüenza y alcanzó el grado de brigadier cuando estuvo al mando de la Columna de Granaderos Provinciales de Castilla la Vieja durante la Guerra de la Independencia. En 1776 fue investido como caballero de la orden de Santiago. En su matrimonio con Ramona Fernández Manrique tuvo seis hijos; cuatro varones, Lorenzo, Francisco, Judas José y José, y dos mujeres, de las que una hizo los votos como religiosa en el convento de las Gerónimas de Brihuega y la otra se casó con Andrés Briones, coronel del Regimiento de Granaderos a Caballo de la Guardia Real. Aunque los dos hermanos mayores fueron parlamentarios y tuvieron una notable carrera política, el más conocido de todos los hermanos fue Judas José Romo y Gamboa.
Su familia pertenecía al estamento nobiliario; desde el siglo XV, los Gamboa ocupaban una posición eminente en Hita, Brihuega, Jadraque y Sigüenza, en cuya catedral disponían de una capilla, la de Santiago el Cebedeo, para los enterramientos familiares. Al quebrar el Antiguo Régimen, a raíz de la Guerra de la Independencia, supieron transformar los viejos privilegios nobiliarios en una sólida posición política y económica. No sólo los hermanos Romo y Gamboa ocuparon cargos de importancia; en noviembre de 1835, José Fernando Gamboa era el representante de Sigüenza en la nueva Diputación Provincial, Felipe Gamboa Botija fue diputado en las Cortes de la Primera República, diputado provincial y alcalde de Sigüenza, y José Gamboa Calvo también representó al distrito seguntino en la Diputación Provincial.
Además, como toda la élite liberal de Guadalajara, los Romo y los Gamboa emprendieron una práctica matrimonial muy endogámica. Así, los Gamboa se vincularon con los García por el enlace entre Diego García Martínez y Casilda Gamboa González, con los Montesoro con la boda entre Carlos García Montesoro y Mariana Gamboa Muñoz, con los Botija gracias al matrimonio de José Gamboa Calvo y Francisca Botija Botija, y con los Figueroa y Torres cuando María Gamboa se casó con Agustín Figueroa Alonso-Martínez. Los Romo, por su parte, emparentaron primero con los Bedoya, luego con los Torres, a causa del enlace de Inés Romo Bedoya con José Torres y Tovar, y finalmente con los Udaeta por casarse aquélla en segundas nupcias con José Domingo de Udaeta.
Contrajo matrimonio en dos ocasiones; la primera vez se casó con Juana Lagúnez, que falleció al poco tiempo, y en segundas nupcias lo hizo con Teresa Balanzat, que también era viuda y que tenía cuatro hijos de su anterior matrimonio. Tuvieron dos hijas: María del Carmen, que permaneció soltera, y María de Sopetrán, que se casó con el teniente coronel Mariano Bardají, comandante del Cuerpo de Estado Mayor.

Su carrera militar
Francisco Romo y Gamboa ingresó como cadete en la Academia militar de Zamora, siendo destinado al Regimiento de Infantería de Sigüenza el día 30 de marzo de 1803, donde fue nombrado Subteniente de Bandera de este el día 3 de mayo de ese año. Pasó a cursar estudios en la Real Academia del Cuerpo de Ingenieros Militares, que entonces se encontraba en Alcalá de Henares, y lo hizo con tanto aprovechamiento que la Gaceta de Madrid, del día 22 de julio de 1803 publicó su nombramiento por el rey como Subteniente del Cuerpo de Ingenieros, formando parte de su primera promoción, la misma a la que pertenecieron otros ilustres militares como Antonio María Ramón Zarco del Valle.
Permaneció en la Academia de Ingenieros de Alcalá de Henares hasta el 25 de febrero de 1806, cuando ascendió al empleo de teniente en el mismo cuerpo y fue destinado en Valladolid, donde le sorprendió la Guerra de la Independencia. Inmediatamente se puso a las órdenes de la Junta de Generales de Castilla la Vieja, participando en las acciones de Cabezón y Rioseco y destacó en la defensa de Logroño. Incorporado a las filas del Ejército del Centro, se le encargo la formación de los cadetes del Regimiento de Infantería de Burgos. Fue ascendido a capitán del Batallón de Granaderos de Ledesma, pero, por circunstancias de la guerra, su nombramiento no fue sancionado por la Regencia, por lo que no tuvo efectos en el escalafón. Combatió en batallas decisivas como Uclés y Ocaña; como consecuencia de su participación en la batalla de Ocaña, el 19 de noviembre de 1809, fue herido y capturado, viviendo como prisionero de guerra los años siguientes.
El 3 de septiembre de 1814, al terminar la Guerra de la Independencia y recobrar su libertad, solicitó ser licenciado con el grado de capitán retirado por tener el brazo izquierdo completamente inutilizado desde la batalla de Ocaña. Se licenció con un escudo y dos cruces de distinción por su valor acreditado en acciones de guerra y regreso a la provincia de Guadalajara para dedicarse exclusivamente a sus asuntos particulares.

Su acción política y administrativa
En 1821 fue llamado por el general Estanislao Sánchez Salvador, entonces Ministro de la Guerra, para que colaborase con él y allí estuvo destinado como secretario. En febrero de 1822 fue nombrado Jefe Político de la provincia de Teruel, ejerciendo su cargo hasta el mes de noviembre de ese mismo año. Durante su estancia en Teruel como primera autoridad provincial salvó la vida a Tadeo Calomarde, natural de esa provincia, interponiéndose personalmente en medio de un tumulto para evitar que fuese atropellado por los liberales.
En 1823, con la vuelta del absolutismo, regresó a Guadalajara percibiendo solamente 4.200 reales de renta, la mitad de los haberes que le correspondían como capitán retirado. En 1827 fue rehabilitado y, finalmente, en el año 1830 fue llamado por el alcarreño José López de Juana Pinilla, a quien el rey había encargado la ejecución de algunos trabajos extraordinarios, volviendo Francisco Romo y Gamboa a la administración del Estado. A partir del 9 de marzo de 1830 figura como auxiliar de la Comisión de Arriendo de todos los ramos decimales.
Al morir el rey Fernando VII solicitó un destino como Oficial en la Secretaría de la Reina Gobernadora o en una subdelegación de Fomento. El 10 de diciembre de 1833 el ministro Javier de Burgos propuso a la Reina Gobernadora María Cristina de Borbón el nombramiento de Domingo Antonio Vega de Seoane como Subdelegado de Fomento en la provincia de Zaragoza y de Francisco Romo y Gamboa como secretario de dicha subdelegación, pero rechazó esa designación alegando que le degradaba a los ojos de sus conciudadanos por haber ejercido previamente como Jefe Político.
Sus consideraciones fueron atendidas y la reina María Cristina de Borbón le nombró Subdelegado de Fomento en la provincia de Huesca desde enero de 1834, con un salario de 8.200 reales. Después fue designado Gobernador Civil de dicha provincia, con un sueldo de 28.000 reales. Cuando dimitió en 1835, los ayuntamientos de Tamarite de Litera, Albelda y San Esteban escribieron al gobierno solicitando que se le mantuviese en el cargo. Dimitió a causa de unos tumultos que le forzaron a poner en libertad a un grupo de comerciantes oscenses a los que había detenido porque llevaban mucho tiempo sin pagar sus licencias de venta de productos de comer, beber y arder, confiando su impunidad a su reconocida fama de liberales.
La Reina Gobernadora le trasladó, encomendándole el Gobierno Civil de Murcia, en abril de 1835, del que tomó posesión el 23 de mayo de ese mismo año, ascendiendo su sueldo a 32.000 reales; por su actuación al frente de esta provincia se le concedió la Cruz de Carlos III. En el mes de septiembre, también de 1835, fue enviado con el mismo cargo a la provincia de Valladolid, tomando posesión del Gobierno Civil el día 29 de octubre, sustituyendo a Antonio Flórez Estrada; la Diputación Provincial solicitó que permaneciese en el puesto.
El 8 de junio de 1836 pasó a ser Gobernador Civil de Zaragoza, aunque se le retuvo en Madrid con la excusa de que diese cumplida cuenta de la situación real de la provincia de Valladolid en esos delicados momentos. Sin embargo, la verdad era que el Capitán General de aquella provincia aragonesa estaba ejerciendo como Gobernador Civil en funciones y prefería mantener la unidad de mando civil y militar de su demarcación, asolada por la Primera Guerra Carlista, por lo que obstaculizaba la toma de posesión del recién nombrado. Finalmente, la Reina Gobernadora nombró como Gobernador Civil de Zaragoza a Joaquín Alcorisa y Francisco Romo Gamboa quedó en situación de cesante. Es muy posible que la causa de estos problemas fuese su alineamiento político con la corriente moderada del liberalismo, como se puso de manifiesto en la prensa de Guadalajara, donde se le reconocía como uno de sus más significados dirigentes en esa provincia.
El 30 de abril de 1837 se admitió la dimisión de Miguel Cabrera de Nevares como Gobernador Civil de Madrid, haciéndose cargo del puesto Francisco Romo y Gamboa, primero de forma interina y a partir del 9 de febrero con plenos derechos. El 14 de abril de 1838, y según dice el decreto atendiendo a sus problemas de salud, se aceptó la dimisión de Francisco Romo y Gamboa como Jefe Político de Madrid, siendo sustituido por Diego de Entrena. En el Real Decreto, la Reina Gobernadora María Cristina de Borbón mencionaba expresamente su satisfacción por el celo y lealtad de Francisco Romo y Gamboa, y exhortaba al gobierno a que le ofreciese otro nombramiento en cuanto se hubiese restablecido su salud. No se puede desdeñar que cuando el 30 de diciembre de 1837 se nombró a Romo y Gamboa para ese puesto, se hizo aceptando, en un decreto de texto similar, la dimisión del anterior Jefe Político de Madrid, Miguel Cabrera de Nevares. No parece posible que los dos Jefes Políticos de la provincia madrileña cesasen por idéntico motivo en tan breve plazo.
El 16 de abril de 1838 fue designado Director General de Montes, siendo cesado de forma fulminante por las nuevas autoridades progresistas que se hicieron cargo del país tras el pronunciamiento de 1840; el 13 de octubre se le apartó de su puesto suspendiéndole provisionalmente del cargo y el 14 de noviembre se le declaró cesante.
En 1848 se aceptó su jubilación, pero no se le abonaron los pagos extraordinarios que solicitó. Del mismo modo, se le advirtió que podía usar el uniforme de Gobernador Civil de Madrid, pero que no tenía derecho al tratamiento de Excelencia ni a recibir otras remuneraciones ni privilegios.
Elección y actividad parlamentaria
Ya en las elecciones celebradas en julio de 1836 obtuvo una nutrida votación, 312 papeletas, aunque le faltaron unas pocas más para haber obtenido mayoría absoluta y haber sido proclamado diputado en esa primera vuelta; en la segunda votación perdió el escaño a manos de los candidatos progresistas, que coparon la representación parlamentaria de la provincia de Guadalajara en esos comicios.
En 1837, una vez aprobada la nueva Constitución, se convocaron nuevas elecciones y en esta ocasión los moderados ocuparon los tres escaños de la provincia alcarreña, pero hubo que hacer una segunda votación para elegir a los diputados suplentes y Francisco Romo, que había estado muy cerca del triunfo, fue elegido como uno de los dos diputados suplentes, junto a Agustín Sevillano, aunque no tuvo oportunidad de ocupar el escaño.
Por eso mismo, su actividad parlamentaria dio comienzo en el Senado. La Reina Gobernadora María Cristina de Borbón le eligió como representante de Guadalajara en la Cámara Alta entre la terna de candidatos que le remitió la provincia después de la elección del 2 de febrero de 1840. La Comisión de Actas aprobó su nombramiento en su sesión del 9 de marzo y dos días después juró su cargo.
En marzo de 1842 pasó a formar parte de la comisión del Senado dedicada al estudio de los Ayuntamientos, de su organización y atribuciones, un asunto que era uno de los asuntos más espinosos y enconados entre los progresistas y los moderados, alineándose Francisco Romo y Gamboa con estos últimos. Políticamente fue siempre un moderado, tan identificado con la monarquía y sus prerrogativas como con el liberalismo y su constitución; defendió públicamente a Francisco Martínez de la Rosa y se enfrentó con los progresistas, interviniendo públicamente en relación con la Regencia y tutela de la reina Isabel II y su hermana.
No olvidó su pasado militar y en 1840 destacó por su intervención en la Cámara en asuntos concernientes a la Guerra Carlista; se sumó a la proposición para que se le concediese un voto de agradecimiento al general Manuel de la Concha o para que se considerasen beneméritos de la patria a los miembros de la Milicia Nacional de los pueblos de Roa y Nava de Roa (Burgos). Ese mismo año se contaba entre los senadores que se opusieron a que los parlamentarios, tanto diputados como senadores, cobrasen un sueldo por razón de su cargo, un debate parlamentario en el que se cruzaron acusaciones de elitismo por aquellos que opinaban que, sin una digna remuneración, sólo los hacendados podrían optar a un escaño. También intervino con frecuencia en asuntos económicos, como tributos, exenciones o reparaciones de guerra tras la derrota del Carlismo.
 Disueltas las cámaras en 1843, volvió a abrirse el Senado después de que finalizase la Regencia del general Baldomero Espartero. El 30 de septiembre de 1843 es de nuevo elegido como representante de Guadalajara entre la terna que había votado la provincia, y su designación es aprobada el 13 de octubre por la comisión correspondiente, jurando su cargo el día 27 del mismo mes y año.
Su presencia en la Cámara Alta va a ser más breve en esta ocasión, pues la Constitución que las Cortes Constituyentes de 1844 dar a aprobar y que va a entrar en vigor en 1845 planteaba que el Senado sería exclusivamente de elección regia, perdiendo el carácter parcialmente electivo que tenía. Disuelta ese año la Cámara, Francisco Romo y Gamboa no estuvo entre los senadores escogidos por la reina y que compusieron el nuevo Senado.
Durante su último período en la Cámara Alta intervino en repetidas ocasiones para dar su opinión sobre los temas que más separaban a progresistas y moderados: dotación de culto y clero y otros asuntos religiosos, la actuación de Salustiano Olózaga con la reina Isabel II, la organización de Ayuntamientos y Diputaciones y las irregularidades del más reciente proceso electoral.
No tardó mucho en volver al Parlamento. Convocadas nuevas elecciones para el Congreso de los Diputados según la nueva legislación electoral de 1846, se celebraron los comicios el 6 de diciembre de 1846 con un sufragio censitario muy reducido en el que los moderados ganaron la mayoría de los escaños. Francisco Romo y Gamboa se presentó por la circunscripción de Brihuega, en la provincia de Guadalajara, un distrito que en esa ocasión sólo contaba con 213 electores con derecho a voto, de los que únicamente 113 lo ejercieron apoyando al candidato gubernamental.
El 23 de enero de 1847 juró su cargo como diputado, pero al cabo de unos meses solicitó licencia para ausentarse de las actividades y convocatorias parlamentarias por encontrarse gravemente enfermo; le fue concedida y por esa causa no formó parte de ninguna de las comisiones ni se recogió alguna intervención suya en las actas de los plenos. En 1848 volvió a solicitar la licencia por los mismos motivos y falleció en Madrid el 11 de enero de 1849. Cinco días después se informó de su fallecimiento a ambas cámaras y su escaño en el Congreso fue ocupado por Luis María Pastor Copo.
JUAN PABLO CALERO DELSO

domingo, 10 de febrero de 2019

MANUEL RUEDA GONZÁLEZ

RUEDA GONZÁLEZ, Manuel
[Almería, 1875 / ]

Manuel Rueda González había nacido en Almería en 1875. Parece ser que pudo contraer matrimonio con Luisa de San Segundo, y sabemos con certeza que tuvo una hija, Isabel, que falleció en 1908 en Guadalajara a muy temprana edad.
En 1895 obtuvo el título de Magisterio en la Universidad de Granada, siendo nombrado para el curso siguiente maestro de la escuela del pueblo de Cañada de San Urbano, hoy una barriada periférica de la ciudad de Almería. Ganó por oposición la plaza de Auxiliar en el Colegio Nuestra Señora del Carmen de Málaga.

Maestro en Guadalajara
En el mes de julio del año 1900, Manuel Rueda fue nombrado maestro con destino definitivo en la ciudad de Guadalajara y con un salario de 1.100 pesetas anuales. El 25 de agosto de ese año se trasladó a la capital alcarreña, impartiendo clase en la 2ª Escuela de Niños, hasta que en 1904 se mudó a la 3ª Escuela de la misma ciudad. En su primer curso en la capital alcarreña recibió un informe negativo de la Inspección de Primera Enseñanza a causa del bajo nivel de instrucción de sus alumnos.
No pasó desapercibido durante su estancia en tierras de Guadalajara. En 1902 fue elegido para representar a la provincia en el festival académico organizado con motivo de la jura de la Constitución por Alfonso XIII, que lo presidió, junto a los catedráticos de Instituto de segunda enseñanza Segundo Sabio del Valle, Luis Catalá y Salvador Prado, la maestra Adelaida Ronco, y cuatro alumnos del Instituto y de la Normal de Maestras. Asimismo, ocupó de forma interina la Secretaría de la Junta Provincial de Instrucción Pública.
Fue muy activo en defensa de los intereses del Magisterio. En el año 1907 perteneció a la Junta Directiva de la Asociación de Maestros del Partido Judicial de Guadalajara y en 1907 fue nombrado habilitado de los maestros de los partidos judiciales de Pastrana y Sacedón, cesando por propia voluntad en junio de 1908. Dirigió las revistas profesionales El Consultor, que publicó su primer número el 5 de julio de 1902 con la colaboración de Santos García Grávalos y Felipe Pérez Cerrada, y La Orientación, que apareció en mayo de 1907 y donde fue sustituido por Eugenio Gonzalo Cobos en enero de 1909. Además, fue redactor de La Instrucción de Guadalajara, en 1901, y colaboró ocasionalmente con el Boletín Pedagógico, vinculado el Museo Pedagógico Nacional. Al margen de su contribución a la prensa profesional, mientras vivió en Guadalajara, escribió en el semanario conservador alcarreña La Región.
Precisamente da buena idea de su preocupación pedagógica el artículo que escribió en La Región el 7 de octubre de 1902 contra los batallones infantiles, que fue duramente criticado por su promotor en la capital alcarreña, José Linares Mena con una hoja suelta publicada y distribuida en la ciudad. Para mediar en este conflicto, se reunieron los directores de los periódicos de Guadalajara y dictaminaron que no había ofensa en el texto de Rueda y en otro muy similar que Santos García Grávalos publicó en La Crónica el 11 de octubre.
Durante su estancia en Guadalajara se integró muy activamente en la vida social de la capital alcarreña. En 1902 se integró en la Junta Directiva del Ateneo Instructivo del Obrero, y en 1902 pasó a formar parte de la Junta Directiva del citado centro recreativo y cultural, que presidía Ubaldo Romero de Quiñones y que era mayoritariamente republicana: Antonio Luengo, Tiburcio Montalvo… Poco después este centro educativo y recreativo pasó a estar brevemente bajo el control de los conservadores, con los que se identificaba políticamente, llegando a ser vicepresidente del Ateneo. Mientras tanto, figuraba en el cuadro de profesores que empezó a impartir clases nocturnas para trabajadores en el citado centro.
Manuel Rueda escribió con Vicente Pedromingo de la Riva, un tipógrafo liberal que llegó a ser alcalde de la capital alcarreña, una obrita de teatro con el título de El primer ensayo, que se estrenó el sábado 28 de junio de 1902 por un grupo de actores aficionados en el teatro del Ateneo Instructivo del Obrero, aunque creemos que solo se representó el día de su estreno en Guadalajara.
Inspector de Primera Enseñanza
A partir del año 1900 se presentó a numerosas oposiciones para progresar en su carrera docente. Ese mismo año ya participó en la de plazas de Profesores numerarios de la Sección de Letras de las Escuelas Normales de Maestros, sin conseguir destino a pesar de que aprobó los primeros ejercicios, y al año siguiente se presentó a las de Inspectores de Primera Enseñanza para las provincias de Barcelona y Málaga, también infructuosamente. En abril de 1902 fue nombrado profesor provisional de Derecho y Legislación del Instituto General y Técnico de Guadalajara, finalmente este nombramiento no se llevó a efecto, siendo designado una semana después para la citada plaza Felipe Ortega, con un haber de 1.000 pesetas mensuales. Volvió, en 1904 y 1907, a participar en oposiciones, en ambos casos para optar a escuelas de categoría superior, que disfrutaban de un salario anual de 2.000 pesetas.
En 1908 se presentó a las oposiciones para Inspector de Primera Enseñanza, quedando en el puesto número doce y, como solo se ofrecieron diez plazas, quedó a la espera de que se produjesen nuevas vacantes, lo que ocurrió pronto, pues el 24 de diciembre de ese mismo año abandonó la 3ª escuela de niños de Guadalajara y pasó a ejercer como Inspector de Primera Enseñanza en Granollers (Barcelona). Y aunque en un primer momento se le envió a la Inspección de la provincia de Cuenca, el 16 de julio de 1913 fue destinado a las Islas Baleares como Inspector Jefe provincial, permaneciendo en Mallorca hasta 1921, cuando regresó a Barcelona, para ser trasladado por orden ministerial del 19 de abril de 1928 a su provincia natal de Almería.
El motivo de este repentino traslado fue la decisión arbitraria de la Dictadura de Primo de Rivera de remover de sus destinos "por motivos ajenos a sus funciones [a los Inspectores de Primera Enseñanza de Barcelona], demostrando con ello una entereza de alma que los hace acreedores a la eterna gratitud de los buenos maestros de aquella provincia", según sostenía El Sol, llegando a solicitar la jubilación el que era Inspector Jefe de Barcelona, Manuel Ibarz, ante este atropello. En cuanto cayó la Dictadura, se pidió el retorno de los inspectores a sus destinos, como se podía leer en la portada de La Libertad del 15 de febrero de 1930. En abril se le devolvió a su puesto en la delegación de Barcelona y el día 10 de mayo de 1930 fue nombrado Inspector Jefe de Primera Enseñanza en esa provincia.
Con la llegada de la Segunda República permaneció en la Inspección educativa de Barcelona, pero sus ideas le enfrentaron al nuevo régimen. Manuel Rueda ocupó involuntariamente la primera página del diario madrileño La Tierra el 7 de octubre de 1931, por la acusación de adoctrinamiento de uno de sus textos para aprender a leer que decía: "Nuestro Rey es Alfonso XIII. Virtuoso y culto. Cuando era pequeño, como vosotros, estudiaba muchísimo y ejercitaba el cuerpo en las fatigas. La madre -la Reina Cristina- lo educó con mucha severidad. Alfonso XIII ama a todos los españoles honrados y laboriosos, aunque sean humildes. Más bien los humildes, los pobres, los desgraciados son más queridos que los otros. Cuando el terremoto, una inundación, una epidemia u otras graves calamadidades azotan a España, el Rey no falta nunca para socorrer y prestar ayuda", una lectura que faltaba a la verdad y que no era propia para la nueva escuela de la República. A pesar de lo cual, se mantuvo en la Inspección de Primera Enseñanza y en 1935 era presidente del Consejo Provincial de Instrucción Pública de esa provincia catalana. Acabada la Guerra Civil, superó sin sanción el preceptivo expediente de depuración y en 1945 se jubiló como Inspector de enseñanza primaria en la Ciudad Condal.
En 1913 solicitó una beca de la Junta para la Ampliación de Estudios para viajar durante tres meses a Chile y Argentina con el proyecto de estudiar la organización de la Enseñanza Primaria en ambos países. No se le adjudicó, por lo que reiteró su petición en 1914 y 1915, pero su propósito se vio frustrado por la Primera Guerra Mundial. En 1920 renovó su petición para visitar las escuelas de Francia, Suiza y Bélgica, sin que tampoco le fuese concedida la beca.
Se interesó por las Colonias escolares de vacaciones, introducidas en España por la Institución Libre de Enseñanza de la mano de Manuel Bartolomé Cossío, presentando a un concurso de la Sociedad Española de Higiene un trabajo que fue publicado en 1915 en Palma de Mallorca con el título de Las Colonias escolares y las Escuelas al aire libre. En 1924 tradujo un libro de lecturas ilustrado para niñas publicado con el título de ¡Casa mía! ¡Patria mía! de Guido Fabiani, autor de numerosos libros escolares en Italia y que exaltaba la ideología fascista de Benito Mussolini; fue editado en la imprenta de J. Ruiz Romero de Barcelona.
Perteneció a la Asociación Nacional de Inspectores y por Orden del 12 de enero de 1919 se le concedió la medalla de plata de la Mutualidad de Enseñanza Primaria como premio a los servicios que había prestado fomentando esta obra pedagógica y de previsión.
JUAN PABLO CALERO DELSO