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domingo, 30 de abril de 2017

RAMÓN PASARÓN LASTRA

PASARÓN LASTRA, Ramón
[Castropol, 2 de septiembre de 1808 / Madrid, 4 de enero de 1876]

Nació en Castropol el 2 de septiembre de 1808 y murió en Madrid el 4 de enero de 1876. Contrajo matrimonio el 20 de abril de 1835 en la parroquia madrileña de San Martín con Vicenta Sánchez Lima, que falleció en Madrid el 26 de septiembre de 1865. Tuvieron tres hijos: Benito, María Dolores, y María de los Ángeles. Realizó sus estudios primarios en Vega de Ribadeo y los secundarios en el colegio San Francisco de Tuy, alcanzando el 11 de enero de 1831 la licenciatura en Derecho en la Universidad compostelana, incorporándose en octubre de 1833 al Colegio de Abogados de Madrid, al llegar a la mayoría de edad. En junio de 1835 fue nombrado comisionado de arbitrios de amortización de las provincias de Lugo y Orense, pero muy pronto presentó su dimisión, decidido a seguir la carrera judicial.

Su carrera judicial
En noviembre de 1835 fue nombrado juez de Primera Instancia interino de Tamajón, en el norte de Guadalajara, donde tomó parte activa en los combates contra las partidas carlistas. En marzo de 1836 se trasladó al pueblo granadino de Santa Fe y en abril pasó al juzgado del pueblo cordobés de Pozoblanco, ascendiendo en octubre de ese mismo año al ocupar el juzgado de Lucena, aunque solicitó y obtuvo la permuta con Juan Chinchilla, juez del pueblo albacetense de La Roda; durante su estancia en estos destinos fue miembro activo de la Milicia Nacional.
En octubre de 1836 el Juez de Guadalajara, Ramón Pardo Osorio, fue elegido diputado a Cortes por Orense, y Ramón Pasarón se trasladó a la capital alcarreña para sustituirle mientras aquél ocupaba su escaño. Sin embargo, permaneció allí muy poco tiempo, pues en junio de ese mismo año se trasladó a Vivero como titular del juzgado. Residía en esa localidad lucense cuando se produjeron los incidentes que forzaron la caída de María Cristina de Borbón como regente de su hija, la reina Isabel II, y su sustitución por el general Baldomero Espartero. En septiembre de 1840 se formó en la provincia de Lugo una Junta Revolucionaria de orientación progresista, que se disolvió en diciembre, y a la que perteneció Ramón Pasarón Lastra. Aunque en un primer momento se dudó de su conducta política, se le mantuvo al frente del juzgado de Vivero, mientras que los jueces de Lugo, Chantada, Nogales y Sarriá fueron removidos por las nuevas autoridades revolucionarias.
Con los progresistas de nuevo al frente de la nación, la carrera profesional de Ramón Pasarón Lastra conoció un fuerte impulso. En febrero de 1841 se hizo cargo del juzgado de Ferrol, aunque muy brevemente, pues en agosto de ese mismo año fue trasladado a Madrid como Juez de Primera Instancia, y al mes siguiente se le nombró Magistrado honorario de la Audiencia de Valladolid, aunque no se incorporó a su destino en la ciudad castellana y siguió ejerciendo en la capital del reino.
En el mes de diciembre de 1843 fue destinado a Pamplona como magistrado de su Audiencia Provincial, pero en agosto de 1844, cuando el nuevo régimen moderado estuvo plenamente consolidado, fue cesado alegando el gobierno que había viajado en Madrid sin la preceptiva autorización. Todo parece indicar que sólo fue una excusa para deshacerse de un rival político, y así lo manifestó públicamente Ramón Pasarón Lastra. De nada le sirvió que ese año hubiese firmado con el resto de autoridades navarras un escrito de reconocimiento a María Cristina de Borbón, ni que hubiese dado pruebas de independencia de juicio durante la Regencia de Espartero.
Se dedicó desde entonces al ejercicio privado de la abogacía en la capital del reino, y aunque en enero de 1848 fue elegido para formar parte de la terna de suplentes de la Audiencia de Madrid, nunca volvió a la judicatura. En diciembre de 1846 fue elegido para formar parte de la Junta del Colegio de Abogados de Madrid, responsabilidad para la que fue reelegido en 1849, en 1860 y en 1871.

Su acción política
Simultaneó su trabajo como abogado con una marcada vocación política, que siempre desarrolló en las filas del partido progresista. En 1843 ya fue propuesto por los liberales del distrito de Castropol para que formase parte de su candidatura en los comicios legislativos, elaborada al margen de la lista de la Junta progresista de Oviedo, aunque finalmente no consiguió ser incluido en la candidatura.
En 1846 se presentó con éxito a unas elecciones administrativas para Secretario de las mesas electorales del madrileño distrito de Maravillas y en 1849 formó parte de la candidatura progresista para el Ayuntamiento de Madrid por el distrito de Hospicio, aunque en esta ocasión no alcanzó la victoria. Durante esos años, perteneció a la tertulia que animaba en Madrid el ex ministro Juan Álvarez Mendizábal, que se conocía como del “18 de junio”, y al Círculo de la Amistad.
En 1849 pertenecía al comité progresista del territorio de la Audiencia de Oviedo, lo que facilitó que en la legislatura de 1850 ganase el escaño por Ribadeo, un resultado electoral sorprendente, pues en esos comicios la minoría progresista estaba formada por menos de una quincena de diputados, mostrando así el arraigo de su familia en la comarca; y aunque hubo algunas reclamaciones, no se discutió su triunfo. En ese periodo legislativo fue elegido para formar parte de la Mesa interina del Congreso, aunque no se respetó la recomendación para que ocupase el mismo puesto con carácter definitivo, y se integró en la Comisión que llevó a la reina la respuesta al Discurso de apertura de las Cortes. La reducida representación que el gabinete moderado había cedido a los progresistas, le otorgó un evidente protagonismo.
Volvió a ganar el escaño en las elecciones de 1851 en la misma circunscripción electoral, en disputa desigual con el moderado Luis Trelles, que sólo obtuvo 4 votos frente a 99 del candidato progresista. En esa segunda legislatura formó parte de la Comisión de Peticiones de la Cámara Baja y de la Comisión de diputados que viajó a Sevilla con motivo del nacimiento y bautizo de María Amelia de Orleans, hija de la infanta María Luisa Fernanda de Borbón y sobrina de Isabel II. Asimismo, se integró en la comisión que el partido progresista designó para llegar a acuerdos con el resto de la oposición constitucional para hacer frente al gobierno moderado.
En los comicios de 1853, con el gobierno legislando por decreto, se presentó de nuevo por la circunscripción de Ribadeo, pero no consiguió la reelección, y su escaño fue ocupado por el moderado Joaquín Sanjurjo. Ese mismo año se presentó para Secretario de la Mesa electoral del distrito madrileño de Maravillas, dentro de la candidatura de Unión Electoral formando terna con el ex ministro progresista Ramón María de Calatrava, pero también fue vencido.
Con la vuelta de los progresistas al gobierno en julio de 1854, fue nombrado Intendente General de Cuba el 23 de agosto de 1854. Cinco días después debía embarcar para la isla, pero retrasó su viaje y el 26 de septiembre de 1854 el general Baldomero Espartero le nombró gobernador civil de La Coruña en comisión de servicios, conservando en propiedad el nombramiento anterior. Al comenzar el mes de octubre ya había tomado posesión de su cargo al frente de la provincia coruñesa. No es fácil conocer los motivos por los que aceptó este destino provisional, pues la epidemia de cólera azotaba a la ciudad de La Coruña y al asumir esa responsabilidad ponía en riesgo su propia vida, y además renunció al adelanto que se entregaba a todos los funcionarios que marchaban a Ultramar para facilitar su traslado, que ya había solicitado y que le había sido concedido.
La única explicación es que quisiese permanecer en tierras gallegas para ganar más fácilmente el escaño por Lugo al que concurrió en las elecciones para Cortes Constituyentes celebradas ese mismo mes y año. Lo cierto es que alcanzó un excelente resultado, con más de 16.000 votos sobre un total próximo a los 20.000 electores, y que una vez ganada su acta en el Congreso renunció al Gobierno Civil coruñés, dimisión que le fue aceptada por el general Espartero el día 20. Tampoco entonces embarcó para Cuba, siendo muy criticado porque se incorporó a las Cortes Constituyentes desde su sesión inaugural sin renunciar a un cargo que, por su importancia, exigía su presencia permanente en la isla. Hasta diciembre de 1854 no solicitó un permiso de tres meses para ausentarse y marchar a la isla caribeña para asumir el encargo del gobierno.
Llegó en los primeros días de 1855, encargándose de reorganizar las fuerzas de la policía y la Guardia Civil para tranquilidad de sus habitantes, renunciando en el mes de mayo a su escaño en el Congreso para mantenerse en su puesto en la isla de Cuba. No le sentó bien el clima caribeño y su salud empeoró de forma evidente, lo que según algunos españoles residentes en la Gran Antilla le sirvió de excusa para renunciar a su puesto de Intendente de la Hacienda y el Ejército, que no era muy airoso, y regresar a Madrid en la primera quincena de marzo, siendo sustituido por Joaquín Campuzano en el mes de abril. En mayo también renunció a su acta de diputado, siendo sustituido en el escaño por Laureano Gutiérrez Campoamor.
Derribado en 1856 el liderazgo progresista, que había aupado al general Espartero hasta la presidencia del Consejo de Ministros, renunció a toda responsabilidad institucional, aunque tampoco se opuso a la hegemonía política de la Unión Liberal del general Leopoldo O’Donnell, hasta el punto de renunciar en 1860 a formar parte de la candidatura progresista para las elecciones municipales en Madrid, para la que había sido elegido por sus correligionarios del Distrito de Hospicio. Volvió al ejercicio de la abogacía y desde el verano de 1856 le encontramos defendiendo a sus clientes en los juzgados de Madrid.
Con el retorno de los moderados al poder, desplazando a la centrista Unión Liberal, volvió a la lucha política. En los comicios de 1863 se presentó como candidato por la circunscripción de Pastrana, “donde cuenta con gran número de amigos políticos y personales”, que cultivaba veraneando en los baños de La Isabela, junto a Sacedón. Pero como los progresistas decidieron el retraimiento electoral, escribió un manifiesto a los electores del distrito animándoles a adoptar la misma postura. En el proceso electoral del año siguiente, fue propuesto para concejal del distrito madrileño del Hospicio, y aunque se posicionó a favor de la participación de los progresistas, respetó la voluntad mayoritaria del partido, que optó por el retraimiento.

El Sexenio Revolucionario
La Revolución Gloriosa de septiembre de 1868 supuso el triunfo del ideario político que había defendido desde su juventud. Y aunque no se sentó en las Cortes Constituyentes de 1869, no por eso estuvo al margen de la política nacional. Como experto, fue elegido para formar parte de las comisiones encargadas de estudiar y proponer las reformas más convenientes para adaptar a los territorios de Ultramar el Código Penal vigente en la Península, y la que fijó el escalafón de funcionarios de Aduanas de Cuba y Puerto Rico. También fue uno de los fundadores de la Asociación Nacional para el estudio y la reforma de los Presupuestos.
En 1871 volvió a sentarse en el Congreso de los Diputados, y aunque era miembro del Comité del Partido Progresista Democrático de Castropol, se presentó por el distrito de Pastrana, destacando por ser uno de los diputados firmantes de una proposición para formar una Comisión para “estudiar el estado moral, intelectual y material de las clases trabajadoras, así agrícolas como industriales”. Decidido partidario de la monarquía democrática de Amadeo de Saboya, se alineó con el Partido Radical de Manuel Ruiz Zorrilla, y en contra de Práxedes Mateo Sagasta, llegando a pedir a finales de 1871 su dimisión en sede parlamentaria.
Activo dirigente del Partido Radical, fue reelegido diputado por Pastrana en 1872, tanto en los comicios convocados el 2 de abril como en los que se celebraron el 24 de agosto. En esta última legislatura fue presidente de la Comisión de Actas, que validaba los resultados electorales, siendo acusado de parcialidad y de connivencia con el jefe del ejecutivo, y vicepresidente del Congreso de los Diputados. Y si en la primera legislatura de ese año se incorporó a una comisión elegida por los diputados de ambas Castillas, Aragón y Extremadura para tratar el asunto de los aranceles sobre el trigo; en la segunda hubo quejas porque llegó a figurar en siete comisiones parlamentarias, y aún después de las protestas fue elegido para formar parte de la calificadora de jueces y magistrados.
No es de extrañar que recibiese críticas por su voracidad institucional, pues desde el 19 de junio de 1872 era, además, Comisario del Almirantazgo de Marina; bien podía decir el diario La Época el día 13 de mayo de 1873, que “el Sr. Pasaron y Lastra [...] durante la situación radical lo ha sido todo”. Sin embargo, no dudó en votar por la República en la histórica sesión del 11 de febrero de 1873.
Durante la República Democrática, se mantuvo fiel políticamente al Partido Radical y a Manuel Ruiz Zorrilla, aunque delegó en su hijo el protagonismo político familiar. Pero después del golpe de Estado del general Manuel Pavía, volvió al primer plano de la política, y así el día 15 de enero fue designado miembro de la Comisión de Obras del Palacio de Justicia de Madrid, cuya composición se modificó en esa fecha.
Como jurista de prestigio, participó en numerosas comisiones e iniciativas para la reforma del sistema legal español, incluso cuando gobernaban sus rivales políticos. Así, en enero de 1854 fue nombrado miembro de la comisión para la reforma de la instrucción del procedimiento civil del Ministerio de Gracia y Justicia, y en 1865 estuvo en el tribunal de oposiciones para cubrir varias cátedras de Derecho Civil y Canónico.
Además de sus responsabilidades políticas y de sus ingresos en el ejercicio libre de la abogacía, fue propietario agrícola, y no sólo en su tierra natal. Y en 1863 formó parte de la Comisión encargada de la construcción de un tranvía que desde la Plaza del Progreso de Madrid llegase hasta la Dehesa de los Carabancheles.

Escritor y periodista
Escribió varias obras de carácter político. En 1853 editó su Proyecto de bancos agrícolas para las provincias de Galicia y Asturias y se dio a conocer el Informe sobre el estado en que halló a los colonos pobres de Galicia el hambre que los afligió durante el año 1853; una crisis en cuya solución se implicó desde la comisión de la Real Congregación de Santiago Apóstol, que excitaba la caridad ante la hambruna que azotaba aquel territorio. Como consecuencia, estuvo en la Junta Especial de Caridad de Galicia, que el 24 de abril de 1857 firmó un extenso memorándum dirigido a la reina Isabel II dando cuenta de sus trabajos relativos a la situación de penuria de los habitantes de ese antiguo reino.
Cinco años después dio a la imprenta La isla de Cuba considerada económicamente, obra muy comentada en aquellos años que copió el general José Gutiérrez de la Concha para un Informe sobre la isla caribeña que se publicó en la prensa española en el año 1861. Además, colaboró con algunas publicaciones, especialmente con La América.
JUAN PABLO CALERO DELSO

viernes, 28 de abril de 2017

SANTOS LÓPEZ-PELEGRÍN ZABALA

LÓPEZ-PELEGRÍN ZABALA, Santos
[Cobeta, 1 de noviembre de 1800 / Aranjuez, 21 de febrero de 1845]

Santos López-Pelegrín Zabala nació el 1 de noviembre de 1800 en Cobeta, pequeña localidad del Señorío de Molina de Aragón que en 1833 fue incorporada a la provincia de Guadalajara, y falleció en Madrid el 21 de febrero de 1845.
La biografía de Santos López-Pelegrín y Zabala está marcada por dos profundas vocaciones: la literaria, a la que dedicó casi todo su tiempo y su entusiasmo, y la política, que recibía como herencia de una larga trayectoria familiar.

Su entorno familiar
Su padre fue José López-Pelegrín Martínez nacido en Molina de Aragón, hijo de Blas López-Pelegrín natural de Setiles y de Eugenia Martínez Herranz nacida en Tordellego, ambas localidades pertenecientes al Señorío molinés y después integradas en la provincia de Guadalajara; y su madre era Manuela Polonia Zabala. Casó con Tomasa Velasco Panadero, con la que tuvo seis hijos.
La familia López-Pelegrín era una de las más relevantes del Señorío molinés y había destacado extraordinariamente en el servicio a la nación y a la monarquía desde los primeros momentos de la Guerra de la Independencia, período en el que Molina de Aragón y su comarca destacaron por su firme y temprana oposición a la ocupación francesa, alcanzando desde entonces un evidente protagonismo político en la provincia de Guadalajara que mantuvo hasta los primeros años del siglo XX. Su padre fue Secretario de la Subdelegación Principal de Policía de Madrid y Alcalde Mayor de Guadalajara en 1834 y su hermano José Ramón fue Jefe Político en las provincias de Valencia y Salamanca, corregidor en Santo Domingo de la Calzada (La Rioja) y Lorca (Murcia) y presidente de la Audiencia de Pamplona.
Sus tíos paternos también ocuparon importantes puestos en la sociedad española decimonónica: Ramón López-Pelegrín Martínez fue diputado en las Cortes de Cádiz de 1810, ministro de Ultramar, miembro de la Sala de Justicia del Consejo de Castilla y fiscal del Tribunal Supremo, siendo condecorado por sus servicios con la Orden de Isabel la Católica; Francisco López-Pelegrín Martínez, abogado, obtuvo un escaño en las Cortes de Cádiz de 1813 y durante la Guerra de la Independencia perteneció a las Juntas de Molina de Aragón y Suprema de Aragón; y Juan López-Pelegrín Martínez fue canónigo de la Catedral de Murcia y miembro de la diputación de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de esa ciudad, además de Capellán de Honor y Fiscal de los Tribunales de la Capilla del Palacio Real madrileño.
Después de la muerte de Santos López-Pelegrín Zabala, su familia se mantuvo en la primera fila de la política provincial y nacional: Santos López-Pelegrín Tavira ocupó un escaño en el Congreso en 1872 y 1886, Santos López-Pelegrín Bordonada fue diputado por Lugo en 1901 y senador por Guadalajara en 1905 y 1907 y Antonio López-Pelegrín fue alcalde de Molina de Aragón desde 1881. Otra rama de la familia ocupó en repetidas ocasiones un escaño por la vecina provincia de Cuenca, a la que había estado tradicionalmente ligado el Señorío de Molina.
Todos los López-Pelegrín apoyaron a la monarquía constitucional, tanto en las Cortes de Cádiz como con Isabel II, y se identificaron con el liberalismo más avanzado, sufriendo por este motivo diversas penurias y persecuciones durante las etapas de gobierno absolutista. Santos López-Pelegrín Zabala fue la excepción, pues si en algún momento formó parte de la corriente más templada del liberalismo progresista, como diputado siempre estuvo más próximo al partido moderado. Las numerosas denuncias y reclamaciones que impugnaron los procesos electorales en los que salió elegido, sobre todo en los comicios de 1840, hacen pensar que su elección se debió más a las maniobras de los gobiernos moderados que al favor de sus electores, pues los distritos de Guadalajara ofrecían amplio respaldo a los progresistas siempre que las votaciones se realizaban sin interferencias gubernamentales y en su circunscripción natal el carlismo contó siempre con numerosos seguidores.
Santos López-Pelegrín estudió en el Colegio Imperial de Madrid, la institución educativa más importante de la España del Antiguo Régimen, que desde 1770 estuvo bajo la tutela del rey por la expulsión de la Compañía de Jesús decretada por Carlos III hasta que, en el año 1816, volvió a ser dirigido por los jesuitas, un período de transición que él vivió como escolar. A partir de 1819 cursó estudios de Leyes en la Universidad de Alcalá de Henares, que concluyó en 1822 alcanzando el grado de Bachiller en Derecho Civil, realizando los cursos y prácticas necesarios hasta obtener, en mayo de 1827, el título de abogado de los Reales Consejos.
En la Administración Pública
Al finalizar su formación académica, inició su carrera al servicio del Estado, como era norma en su familia. El 6 de junio de 1828 fue designado Asesor General del gobierno en las Islas Filipinas, instalándose en este archipiélago del Océano Pacífico bajo dominio español. Sin embargo, una reordenación administrativa desvinculó las atribuciones de Guerra y Hacienda que eran de su competencia, por lo que al llegar a su destino descubrió que su sueldo se había reducido de los 5.000 pesos iniciales a sólo 1.000. Para aliviar este quebranto económico en diciembre de 1830 solicitó un aumento de sueldo y, al no obtenerlo, renunció a su cargo y retornó a la península en una fecha no determinada del año 1832.
Durante su estancia en las Filipinas, emprendió reformas significativas de la economía colonial; impulsó el asentamiento de nativos en la isla de Luzón, favoreció el cultivo del tabaco en Ganapán y permitió la libre exportación de arroz filipino a China, a la isla de Joló, al archipiélago filipino de Sulu, próximo a Borneo, y a Singapur. Como reconocimiento a sus servicios, el Gobernador del archipiélago, Enrique Ricafort, le nombró Auditor del Consejo de revisión de la Marina.
El 9 de febrero de 1834, cuando su familia ya había dado sobradas pruebas de lealtad a Isabel II, fue nombrado teniente corregidor de Madrid con un sueldo anual de 30.000 reales, cargo en el que fue cesado en octubre de ese mismo año. En marzo de 1834, apelando a su formación jurídica, fue designado ministro de la Audiencia de Madrid, donde ejerció hasta el 22 de diciembre de 1835, cuando cesó por haber sido propuesto para magistrado de la Audiencia Provincial de Cáceres con fecha del 21 de noviembre de 1835. El 26 de enero del año siguiente tomó posesión de su puesto, pero parece ser que nunca se incorporó de manera efectiva a su plaza y solicitó sucesivas licencias hasta que, el 13 de marzo de 1837, renunció definitivamente a este nombramiento.
No cabe duda que su familia disfrutaba de una holgada posición económica; en esos años su tío, Francisco López-Pelegrín Martínez, abonó medio millón de reales para la adquisición de una sola finca desamortizada en la provincia de Guadalajara. Sin embargo, no parece que Santos López-Pelegrín Zabala viviese como un rentista de economía desahogada; de hecho, al fallecer, residía en un piso de la madrileña calle de Atocha. Ya hemos visto que renunció a una prometedora carrera en la administración colonial por lo exiguo de sus ingresos y sabemos que tuvo ciertas dificultades para devolver algún préstamo del Estado, al que por otra parte reclamaba con insistencia sus haberes y atrasos. Su profesión de abogado tampoco le garantizaría grandes ingresos, aunque disfrutase de las rentas de alguna finca rústica de herencia familiar en el Señorío de Molina.

Elección y actividad parlamentaria
En septiembre de 1837, una vez aprobada la Constitución progresista, se convocaron nuevas elecciones en las que fue elegido por primera vez diputado en el Congreso por la provincia de Guadalajara, obteniendo 843 votos y siendo el segundo candidato más votado en la provincia. Las Cortes celebraron su sesión inaugural el 19 de noviembre de 1837 y juró su cargo el 4 de diciembre de ese mismo año, completando la legislatura hasta el 1 de junio de 1839. El 18 de marzo de 1840 juró de nuevo como diputado por la circunscripción de Guadalajara, permaneciendo en el Congreso hasta la disolución de las Cortes, en octubre de 1840, a raíz de la revolución progresista que llevó al general Baldomero Espartero a ocupar la Regencia.
En los comicios de 1837 la votación se vio seriamente afectada por las consecuencias de la Primera Guerra Carlista; de los 483 municipios de la provincia de Guadalajara sólo en 310 se pudo completar el proceso electoral y otros 173 localidades no pudieron figurar en las listas electorales por la presencia de partidas carlistas que interrumpían las comunicaciones, ocupaban temporalmente algunos pueblos o boicoteaban el ejercicio del sufragio.
Los problemas se repitieron en las elecciones de 1840; la firma el año anterior del Abrazo de Vergara, que puso fin a la guerra en el norte peninsular, y la presión sobre los carlistas en el Maestrazgo y las regiones vecinas forzó a muchos combatientes a abandonar la lucha y buscar refugio seguro al otro lado de los Pirineos. La provincia de Guadalajara fue zona de paso de los carlistas que huían hacia Francia, de tal modo que en localidades como Pastrana o Loranca de Tajuña hubo que suspender las votaciones que, en general, se vieron muy comprometidas. De hecho, Luciano Lanza, que fue diputado en las Cortes de 1841, solicitó la nulidad de varias actas electorales como comisionado de la Junta de Escrutinio de Sigüenza; sus reclamaciones no fueron atendidas y el proceso se dio por válido, aunque quedaba la duda de que, de alguna manera, los moderados se habían aprovechado de las dificultades de la guerra para torcer la voluntad del cuerpo electoral.
Su actividad parlamentaria se orientó sobre todo hacia los temas jurídicos, formando parte en 1837 de la Comisión de Administración de Justicia y en 1840 de las de Mejora del estado de la Administración Pública y de Patronatos y capellanías de sangre, de la que fue presidente. No por eso olvidó los asuntos económicos, un área que le había interesado muy especialmente durante su estancia en Filipinas; así, en la legislatura de 1837, presentó una propuesta para la canalización y aprovechamiento del río Guadalquivir y pronunció un discurso sobre impuestos; en la de 1840 formó parte, entre otras, de la Comisión del impuesto de pan y agua. También tuvo intervenciones de carácter político, como aquella en la que se opuso a que el Congreso aprobase una acción de gracias a la Milicia Nacional y a los ciudadanos de Zaragoza por rechazar a los carlistas. A cambio, hay que señalar que no tiene ninguna intervención en defensa de la provincia de Guadalajara, de sus habitantes y de sus intereses. En 1840 formó parte de la comisión de diputados encargada de recibir a la reina con motivo de la solemne apertura de las Cortes de ese año.
En 1839 publicó un folleto titulado Contestación a la voz de Alerta de D. Fermín Caballero sobre la cuestión del día, en el que expresaba con toda claridad su posición política y donde se nos muestra como un liberal sincero y un firme partidario de la Constitución de 1837, pero enemigo de la agitación política permanente de los progresistas que, como Fermín Caballero, veían en ella más un punto de partida para nuevas reformas que como el resultado idóneo de la evolución política española; un debate sobre la aplicación práctica del texto constitucional que era en esos días la cuestión política de más envergadura que enfrentaba a moderados y progresistas. Para Santos López-Pelegrín eran éstos, con su rebeldía, los que provocaban la anarquía, que creía tan perniciosa como el absolutismo. Ya en el verano de 1836 había sido considerado públicamente por la prensa provincial como uno de los dirigentes con más prestigio del partido moderado en la provincia de Guadalajara.
De su presencia en el Congreso de los Diputados en aquellos años son también buena prueba sus agudas crónicas parlamentarias, en verso y en prosa, en las que opinaba con gracejo sobre los asuntos políticos del momento y que muchas veces redactaba con el lenguaje propio de la tauromaquia. Se publicaron en distintos diarios madrileños y le dieron justa fama como escritor de sátira política.

Actividad periodística y literaria
Porque al mismo tiempo que Santos López-Pelegrín Zabala atendía su carrera política y administrativa, desarrollaba otra no menos interesante actividad literaria con el seudónimo de Abenamar. Es el propio escritor el que en un artículo publicado en El Correo Nacional del 16 de marzo de 1839, bajo el significativo título de “Un jovellanista”, nos desvela que es él quien se esconde detrás de ese seudónimo.
Santos López-Pelegrín fue, sobre todo, un periodista de su tiempo. Uno de esos periodistas para los que la prensa era parte de su militancia política y para los que su actividad política era la aplicación práctica de los ideales que difundía desde los periódicos. Una prensa de combate, en la que la frontera entre el político y el periodista era muy difusa, como puso constantemente de manifiesto, tanto en sus crónicas parlamentarias como en sus artículos taurinos o en sus críticas teatrales.
En 1835 comenzó a escribir para El Español, un periódico dirigido por Andrés Borrego y en el que participaban líderes políticos de todo el arco liberal, desde el entonces exaltado Luis González Bravo hasta el moderado Donoso Cortés, aprovechando la recién estrenada libertad de imprenta. En 1836 fue fundador y director de El Mundo, un periódico declaradamente liberal pero opuesto al gobierno progresista de José María Calatrava, de donde pasó a la redacción de Nosotros, y desde 1838 fue colaborador en El Correo Nacional, un nuevo proyecto periodístico de Andrés Borrego para la defensa de la recién nacida monarquía constitucional.
En 1838 y 1839 publicó y codirigió la revista satírica Abenamar y el estudiante que subtitulaba “Capricho periodístico”, un periódico escrito con su gran amigo Antonio María Segovia, que firmaba con el seudónimo de El Estudiante. De la colaboración de ambos nació un libro, Artículos satíricos y festivos, que vio la luz en 1840. Otros artículos suyos se pueden leer en El Castellano, el Semanario Pintoresco Español o en la Revista de Madrid, donde escribió sus crónicas teatrales.
Su magisterio fue indiscutido en asuntos taurinos. Destacaba por su erudición en la rebotica de Antonio Moreno Bote, un farmacéutico con oficina abierta en la madrileña Carrera de San Jerónimo, que se convirtió en cátedra informal de tauromaquia a la que asistían el duque de Veragua, el conde de la Estrella y un selecto grupo de aficionados entre los que siempre destacaba. A él se deben obras fundamentales para la renovación del toreo como La Tauromaquia completa, que redactó personalmente por inspiración del torero Francisco Montes Paquiro, que la firmó como propia en 1836, y su Filosofía de los toros, editada en 1842 y que algunos consideran un simple revisión de la primera. Además, se le considera el primer periodista que escribió crónicas taurinas para la prensa diaria.
 Su afición al mundo de los toros también tenía una evidente raíz familiar. Los López-Pelegrín poseían una ganadería de reses bravas en el Señorío de Molina de Aragón, de la que hay testimonios de su presencia en festivales taurinos de Madrid desde 1814. Todo parece indicar que Santos López-Pelegrín Zabala administró personalmente esta ganadería, y así se deduce de su expediente del Congreso de los Diputados, donde figura como propietario. Ofrece buena prueba del interés familiar por la actividad ganadera que su tío, Ramón López-Pelegrín Martínez, fuese presidente del Honrado Concejo de la Mesta en 1834.
Junto a su labor periodística, también fue autor de diversos poemas, relatos y obras de teatro. Suyas son las comedias Cásate por interés y me lo dirás después (1840), A cazar me vuelvo (1841), Ser buen hijo y ser buen padre (1843) y Un día de baños. En 1825 dio a la imprenta una extensa oda con el título de La Religión y en el año 1842 publicó un tomo con versos suyos agrupados bajo el sencillo nombre de Poesías. En 1839 se incluyó alguna de sus composiciones en los Apuntes para una biblioteca de autores españoles contemporáneos en prosa y en verso que Eugenio de Ochoa editaba en París. Además, dos de sus poemas se publicaron en Lira Española, una colección de textos de autores contemporáneos que se editó por entregas en Buenos Aires. Otras dos de sus obras quedaron inéditas a su muerte: Cristóbal Colón y Abdala.
En 1845, y de acuerdo con el editor madrileño Ignacio Boix, concluyó el Panléxico. Vocabulario de la fábula, un extenso diccionario de sinónimos de la lengua castellana que había iniciado Pedro María de Olive, que falleció sin haber podido terminar su ambiciosa obra por lo que Santos López-Pelegrín Zabala se encargó de redactar las entradas desde la letra F hasta la Z. No sabemos qué relación unía a uno y otro autor, pero debían de conocerse pues Pedro María de Olive residió en Guadalajara en 1836 y 1837.
Literariamente representa la transición desde el romanticismo más puro y exaltado de Mariano José de Larra y José de Espronceda hacia el costumbrismo populista, que tan bien representaron Ramón Mesonero Romanos o Manuel Bretón de los Herreros. Asistió con asiduidad a la tertulia de El Parnasillo, que a partir de 1830 reunía en el Café del Príncipe, situado en la madrileña calle del mismo nombre, a los más destacados literatos, artistas y actores del momento, de una y otra escuela literaria y política. Y también fue socio de mérito del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid que desde 1835 reunía a la intelectualidad liberal de la Corte.
Pero a pesar de su inicial adscripción al romanticismo, y de sus estrechas relaciones personales con algunos de los más destacados poetas románticos con los que además coincidía en edad y en ideas, Santos López-Pelegrín se decantó literariamente hacia ese costumbrismo que, en cierta medida, anunciaba el realismo de fuerte contenido social que se puso de moda en España durante la segunda mitad del siglo XIX. Sobre todo en sus críticas teatrales se puede comprobar su creciente antagonismo con el drama romántico que dominaba la escena española en aquellos años.
Inclinado hacia el costumbrismo, tan cultivado en artículos periodísticos y tan marcado por el espíritu satírico del sainete, sus evolución literaria se vio interrumpida por su temprana muerte. No por casualidad se recogieron dos de sus textos, “El aguador” y “El choricero”, en la obra colectiva Los españoles pintados por sí mismos, una colección ilustrada de noventa y nueve artículos reunidos en dos volúmenes que Mesonero Romanos editó en 1843 y 1844 y que es considerada la puesta de largo de la literatura costumbrista española.
JUAN PABLO CALERO DELSO

miércoles, 26 de abril de 2017

MANUEL GONZÁLEZ HIERRO

GONZÁLEZ HIERRO, Manuel
[Guadalajara, 10 de junio de 1825 / 27 de marzo de 1896]

Pedro Manuel González Hierro nació en Guadalajara el 10 de junio de 1825, en la llamada casa de la Botillería, y falleció en la misma ciudad el 27 de marzo de 1896. Era hijo de Antonio González y de Marta Hierro y contrajo matrimonio con Juana Melgar Chicharro, con la que no tuvo hijos.
Fue concejal de la capital alcarreña, diputado provincial y diputado en el Congreso por la circunscripción de Guadalajara, siempre militando en las filas del Partido Republicano Federal del que fue su líder más destacado en toda la provincia durante la segunda mitad del siglo XIX, además de uno de los médicos más queridos en la provincia y de ser redactor y director de diversas publicaciones.
Se instruyó en la ciudad de Guadalajara hasta que en 1842 marchó a Madrid para cursar la carrera de Medicina. Para costearse sus estudios, desde su segundo curso universitario simultaneó su aprendizaje en las aulas con su trabajo como practicante en el Hospital de San Carlos. Acabados con provecho sus estudios, regresó a Guadalajara, residiendo en el número 21y 23 de la Calle Mayor Alta semiesquina con el Jardinillo de San Nicolás, en donde años después estuvo el Casino de la ciudad.
En la ciudad arriacense ejerció la medicina durante casi medio siglo, destacando por su espíritu filantrópico, que le llevaba a atender a los más necesitados de forma gratuita y, en muchas ocasiones, a pagar de su bolsillo los gastos de cuidados y medicinas, un comportamiento que le hizo ganarse el cariño y la gratitud de las clases populares arriacenses. Además, se prestó voluntariamente para atender a los enfermos afectados por la epidemia de cólera de Loranca de Tajuña y la de viruela de Molina de Aragón, siendo condecorado por ello con la cruz de Isabel la Católica y la placa de la Orden de Carlos III, honores que rechazó por coherencia republicana.
Su acción política
Desde su paso por las aulas universitarias destacó por su adhesión a las ideas democráticas, consiguiendo ganarse la confianza y amistad particular de José María Orense y, sobre todo, de Francisco Pi y Margall, al que siempre fue leal en las filas del republicanismo federal. Participó activamente desde las barricadas en las frustradas jornadas revolucionarias de 1848 y, veinte años después, fue miembro de la Junta Revolucionaria alcarreña nacida de la Revolución Gloriosa de septiembre de 1868. Reorganizada la Milicia Nacional en 1869, fue elegido jefe de los Voluntarios de la Libertad de Guadalajara y no dudó en salir a combatir personalmente la reacción carlista en defensa de la República.
Durante el Sexenio Revolucionario presidió la Junta Provincial Republicana, en la que le acompañaban Inocente Fernández Abás como vicepresidente, Benito Manzano y Eduardo Calamita como secretarios, Cesáreo Cana, Fidel López Cortijo, Tomás Guijarro, Julián Baños, Federico Bru y Cesáreo Jimeno como vocales, y Juan Paniagua como tesorero. El Comité Local de la capital alcarreña lo componían Hilarión Guerra Preciado, Gregorio Herráinz, Emilio Carrasco, Vicente García Ron, Crispín Ortega, Agapito Gutiérrez y Fernando Artega. Así pues, con la proclamación de la Primera República pasó al primer plano de la actividad política alcarreña, siendo elegido diputado por Guadalajara en las elecciones a Cortes Constituyentes republicanas del 10 de mayo de 1873, con una amplísima mayoría, aunque la rápida disolución de la Cámara le impidió destacar en la acción parlamentaria.
Durante la Restauración siguió militando activamente en las filas del republicanismo federal, presentándose con éxito a los comicios para diputado provincial, en 1883 como candidato republicano y en 1886 en una candidatura pactada con los liberales, permaneciendo varios años en la Diputación provincial. No fue elegido concejal en las elecciones municipales convocadas en 1891, las primeras que se celebraron con sufragio universal masculino, pero gano el acta para el concejo arriacense en los comicios celebrados dos años después. No hay mejor prueba de su prestigio y del eco que encontraban sus ideas entre los guadalajareños que esta declaración de Juan Diges Antón: “solamente D. Manuel González Hierro puede presentar lucida hueste [entre los partidos políticos], pues él solo capitanea 300 federales, aumentados todos los días con nuevos adeptos”.
Hasta el final de sus días, siguió siendo el más destacado dirigente del Partido Republicano Federal en la provincia alcarreña, y uno de los más destacados militantes republicanos. Ya en mayo de 1886 participó, con Miguel Mayoral, en los actos celebrados en Madrid para ratificar la coalición republicana que ese año firmaron, entre otros, Nicolás Salmerón, Francisco Pi y Margall o Laureano Figuerola. Siempre fiel a ese espíritu unitario, en 1893 formó parte de la Junta Directiva del Círculo Republicano de Guadalajara, que agrupaba a todas las tendencias republicanas, junto a personalidades como Miguel Mayoral Medina, Manuel Diges Antón o Ángel Campos García. 
Su labor cultural
Activo propagandista, siempre difundiendo su ideario federal, tuvo una destacada actividad periodística. En el Sexenio Revolucionario fue director de La Voz de la Alcarria, que seguramente fue el periódico político más antiguo de la provincia, y que supuso un cambio significativo en la prensa provincial, que se convirtió desde entonces en altavoz de ideas políticas, abandonando una supuesta neutralidad ideológica. Después siguió escribiendo en la prensa progresista de Guadalajara y fue redactor de La Verdad, un semanario republicano fundado en 1880 por el tipógrafo Tomás Gómez y que dirigía el diputado Calixto Rodríguez, colaborador de Flores y Abejas, etc.
Pero, sobre todo, en 1892 y 1893 fue director de El Atalaya de Guadalajara, periódico fundado por Ángel Campos que durante esos años actuó como portavoz de los republicanos en la provincia alcarreña. No hay mejor prueba de su honestidad y de su respeto a la libertad de prensa que la dimisión de su cargo de director de El Atalaya de Guadalajara desde que fue elegido concejal en esta ciudad, con el propósito de evitar que su labor política en el Ayuntamiento interfiriera en la objetividad con la que el periódico debía tratar los asuntos municipales.
Como orador participó en numerosos mítines y actos por toda la provincia hasta su muerte, ganándose el reconocimiento público por sus virtudes humanas, su generosidad como médico y su defensa de los intereses de la provincia, como se puso de manifiesto a su muerte, acordando el pleno municipal poner su nombre a una de las plazas del centro urbano.
También fue presidente del Casino de la capital y en 1892 fundó y presidió la Asociación Médico-Farmacéutica de Guadalajara, que fue la primera agrupación corporativa del personal sanitario de la provincia, y que tuvo al periódico El Atalaya de Guadalajara como su portavoz; bajo su presidencia, reunió a todos los médicos de la provincia con la única excepción de cinco facultativos del partido judicial de Cogolludo y a todos los farmacéuticos, excepto dos. En esos años también fue vocal de la Junta Provincial de Sanidad.
JUAN PABLO CALERO DELSO