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sábado, 25 de noviembre de 2017

JOSÉ MUÑOZ MALDONADO

MUÑOZ MALDONADO, José. Conde de Fabraquer y Vizconde de San Javier
[Alicante, 6 de febrero de 1807 / Madrid, 16 de octubre de 1875]

José Muñoz Maldonado nació en Alicante el 6 de febrero de 1807 y fue bautizado ese mismo día en su iglesia parroquial de Santa María. Falleció en Madrid el 16 de octubre de 1875, siendo enterrado en la Sacramental de San Luis y San Ginés de la capital del reino.

Su entorno familiar
Era hijo de Juan Rafael Muñoz, natural de Palma de Mallorca, y de María Dolores Maldonado Cañedo, natural de Alicante, que contrajeron matrimonio en Madrid el 24 de abril de 1793. Fueron sus abuelos paternos Juan Muñoz Colmena y Francisca de Santiago, casados en Palma de Mallorca el 7 de mayo de 1749, y los maternos eran José Alonso Maldonado y Josefa Menéndez Cañedo.
Tuvo dos hermanos: Francisco y Vicente Muñoz Maldonado. El primero era militar de profesión, alcanzando el grado de Brigadier de Infantería y fue Comandante General de La Mancha. Además, fue diputado por Guadalajara, como suplente en los comicios de 1844, y como titular en las legislaturas de 1846, 1850 y 1851. Por su parte, Vicente Muñoz Maldonado fue comandante de Caballería, Caballero de la Orden de Calatrava y de las Militares de San Fernando, Intendente honorario y Administrador de Contribuciones indirectas y Rentas Estancadas de la provincia de Guadalajara.
La protección de José Muñoz Maldonado permitió a sus hermanos ascender en sus carreras profesionales y tener un evidente protagonismo en la vida política y social de Guadalajara durante la Década Moderada, a pesar de no tener ninguna relación previa con la provincia alcarreña. Así lo reconoció su hermano Vicente en su testamento, en el que encargaba a su esposa, Mariana Maldonado Espinosa, que recordase a sus hijos los repetidos favores que a aquél le debían y que siempre fuesen respetuosos y agradecidos con su tío.
El 26 de mayo de 1847 la reina Isabel II le concedió los títulos de Conde de Fabraquer y de Vizconde de San Javier; el título de Conde de Fabraquer cambió su denominación después del fallecimiento de José Muñoz Maldonado, y desde 1918 es conocido como Conde de Bulnes. Fue también distinguido con la Real Orden de Carlos III, la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica y, después de solicitarlo con gran insistencia, fue nombrado Gentilhombre de Cámara con ejercicio en octubre de 1839. También fue condecorado con la Gran Cruz de la Orden de Francisco I de Nápoles,
El 8 de diciembre de 1829 contrajo matrimonio en Madrid con Josefa Gaviria Alcova, que fue Dama Noble de la Real Orden de la Reina María Luisa. Su esposa había nacido en Madrid en 1810, hija de Manuel Gaviria y Donza-Romero, Marqués de Casa Gaviria, y de María Antonia Alcova y Mateo; la pareja tuvo otro hijo, Manuel, nacido el 6 de mayo de 1794, que heredó el título nobiliario. Josefa Gaviria Alcova falleció en Madrid el día 5 de julio de 1874.
Tuvieron cinco hijos: José, Dolores, Manuela, Concepción y Luisa. El primogénito, y único hijo varón, siguió los pasos de su padre. Estudio Leyes y ganó el título de abogado de los tribunales nacionales; siguió la carrera de funcionario, siendo Jefe de Administración del Estado antes de ocupar distintos cargos de responsabilidad, entre los que destacan su destino en las Islas Filipinas, como magistrado del Tribunal de lo Contencioso, y en Fernando Poo, donde fue Administrador General de todas las rentas nacionales. También fue distinguido con la Orden de Carlos III y la Orden Militar de San Juan de Jerusalén.
Pero el personaje más destacado y decisivo de su familia fue su suegro, Manuel Gaviria. Era éste el banquero de la reina María Cristina de Borbón, esposa de Fernando VII y madre de Isabel II. De su correspondencia particular se desprende el importante papel que jugaba en el entorno de la Familia Real, actuando como intermediario y brazo ejecutor de los designios de la Reina Gobernadora y de su esposo, el Duque de Riansares, en la administración de sus bienes particulares, que en tantas ocasiones se confundían con los del Estado.
El conde de Gaviria fue uno de los personajes enriquecidos al calor del modesto desarrollo industrial y ferroviario de España, como sus amigos el marqués de Salamanca y el duque del Sevillano. Puede dar idea de su riqueza y compromiso con la reina y su causa que en el verano de 1836, en plena guerra civil, hizo un préstamo al gobierno por valor de 120 millones de reales, una auténtica fortuna para esa época.
Su relación privilegiada con la Reina Gobernadora le permitió aprovecharse de una posición destacada y de una información privilegiada que le enriquecieron extraordinariamente, a riesgo de sufrir acusaciones de corrupción y nepotismo. Buen ejemplo de su poderío económico nos lo ofrece el palacete que se hizo construir en 1846, con diseño del arquitecto Aníbal Álvarez Bouquel, en el solar del antiguo palacio del duque de Arcos, en la calle Arenal de Madrid, y que era uno de los más lujosos de toda la Corte.
Los favores de la Familia Real y la enorme fortuna que amasó durante estos años no impidieron que fuera visto como un advenedizo por la aristocracia madrileña y que fuera tratado con desdén cuando su protectora, la Reina Gobernadora María Cristina de Borbón, cayó en desgracia. Buen ejemplo de su interés en imitar los usos de la nobleza es su voluntad de ser retratados por los mejores pintores del momento, lo que nos permite contar con un magnífico retrato de María Antonia Alcova pintado por Vicente López en 1845, o disponer de su propia ganadería de reses bravas.

Su actividad profesional
Fue Manuel Gaviria quien introdujo a José Muñoz Maldonado en el círculo íntimo de la Reina Gobernadora a la que permaneció leal. El 29 de marzo de 1838 publicó José Muñoz Maldonado un artículo en El Panorama de Madrid en el que ensalzaba la figura de Doña María de Molina y en el que establecía un paralelismo explícito entre aquella figura medieval y María Cristina de Borbón, un texto que nos ofrece una visión hagiográfica de la Reina Gobernadora y nos revela la profunda admiración de su autor por la reina.
José Muñoz Maldonado estudió las primeras letras en las Escuelas Pías de San Antonio Abad de Madrid, ingresando en 1815 como cadete en el Cuerpo de Guardias Valonas, donde permaneció hasta que el 7 de julio de 1822 fueron disueltas. Pasó entonces a cursar estudios de Leyes en la Universidad de Alcalá de Henares, en la que obtuvo en 1825 el grado de Doctor en Derecho Civil y en Derecho Canónico y ese mismo año se le habilitó para actuar como abogado de los Reales Consejos, pero con la salvedad de que no podía ser nombrado Juez o Asesor hasta alcanzar la edad de 25 años.
Fue nombrado Catedrático propietario en Jurisprudencia de esa misma Universidad en 1825 y su primer Bibliotecario, atendiendo a sus méritos, pues con sólo diecinueve años publicó su primera obra, Elementos de Historia del Derecho Romano. Sin embargo, el cierre temporal de algunos centros universitarios españoles por el rey Fernando VII y los problemas derivados de la disputa entre Madrid y Alcalá de Henares para albergar la sede de la tradicional Universidad cisneriana, complicaron en 1828 su actividad docente en esos primeros años.
Quizás por esa causa, decidió emprender una carrera administrativa y el 15 de febrero de 1828 fue nombrado oficial en el Ministerio de Gracia y Justicia y, cuatro años después, ya era Oficial Mayor en el mismo ministerio. Desde estos puestos se encargó de promover y aplicar el Decreto que exigía, antes del fallecimiento del monarca, el reconocimiento de la princesa Isabel de Borbón como sucesora legítima de su padre, Fernando VII. En una instancia que presentó a la Reina Gobernadora en 1835, le recuerda que ya en 1830 ofreció al primer ministro, Tadeo Calomarde, una memoria en la que le instaba a que se hiciese jurar a todas las autoridades ese reconocimiento, lo que hizo que después de los sucesos de La Granja de 1832 se le recompensase su fidelidad con el ascenso a Oficial Mayor.
En 1835 era ministro del antiguo Consejo de Castilla y secretario del Real y Supremo Consejo de Órdenes Militares, del que llegó a ser Fiscal. La llegada de los progresistas al gobierno paraliza momentáneamente su carrera de funcionario, que retoma con la vuelta de los moderados, así que en 1838 ya está al frente de la Junta Superior de Enajenación de Conventos de Madrid, donde paraliza la demolición de muchos de estos edificios en contra del espíritu de la legislación desamortizadora, pero en 1840 es arrastrado por el final de la Regencia de María Cristina de Borbón.
En abril de ese año solicitó una licencia temporal por enfermedad y, atendiendo a las recomendaciones de los médicos que le atendían, solicitaba permiso para tomar baños de mar en las provincias del norte de España y en Francia, concediéndosele una licencia temporal de tres meses. Los sucesos políticos convirtieron esa licencia en un exilio de tres años en los que recorrió no sólo Francia, sino que también visitó Inglaterra e Italia.
Con el final de la Regencia del general Baldomero Espartero y el reconocimiento de la mayoría de edad de la reina Isabel II, volvió del exilio y solicitó nuevos cargos y destinos. Aunque alejado de la docencia, en 1843 solicitó que se le encargase la Cátedra de Derecho Natural y Relaciones Diplomáticas de España de la Universidad de Madrid. No lo consiguió, pero en enero de 1844 fue nombrado Secretario General de la Comisaría de la Cruzada en calidad de togado, puesto en el que permaneció hasta el día 31 de marzo de 1851. En 1861 fue designado Ministro Togado del Tribunal Supremo de Guerra y Marina, pero con la Revolución democrática de septiembre de 1868 perdió todos sus apoyos institucionales.
Aunque su patrimonio familiar no fuese muy cuantioso, es indudable que el enlace matrimonial con los marqueses de Casa Gaviria, que dotaron generosamente a su hija, y las posibilidades de hacer rentables negocios que ofrecía la proximidad a la Familia Real, y muy especialmente a la reina María Cristina y al duque de Riansares, convirtieron a José Muñoz Maldonado en un hombre con una economía desahogada.
Sabemos, por ejemplo, que en 1847 era poseedor de 92 acciones del Banco Español de San Fernando, cada una de las cuales estaba valorada en 2.000 reales; una inversión cercana a los 200.000 reales que era, aproximadamente, su sueldo por entonces de cinco años. Como a partir de ese momento su carrera política y judicial alcanzó sus cotas más elevadas y, además, las posibilidades de negocio aumentaron en España, cabe suponer la importante hacienda que acumuló gracias a su actividad profesional y mercantil.
Actividad periodística y literaria
José Muñoz Maldonado desarrolló a lo largo de toda su vida una intensa labor periodística, histórica y literaria que siempre dejaba traslucir su personalidad, sus ideas y sus preocupaciones. Bajo la apariencia de un marcado afán divulgativo y estando, aparentemente, muy alejada de la lucha partidista, es indudable que su faceta de escritor convive y complemente su vertiente política.
Desde una perspectiva periodística, es sobradamente conocido por haber dirigido dos populares semanarios editados en Madrid: El Museo de la familia española y el Semanario pintoresco español.
El Museo de la familia española, como El Mentor de los niños que parece ser que también dirigió José Muñoz Maldonado en 1843, era una publicación que vio la luz en Madrid en 1842 y que estaba destinada al entretenimiento de los niños, insertando poemas, cuentos y pequeñas piezas teatrales adaptadas para los pequeños y que podían ser del agrado de sus padres. Había una evidente preocupación educativa pero que se basaba en la exaltación de los valores más ancestrales y en la divulgación de temas religiosos, con un lenguaje arcaico y una pedagogía tradicional. En esta misma línea, estaban otras publicaciones como El Domingo o El amigo de la infancia en las que también colaboró el conde de Fabraquer.
De mucho más interés fue su paso por el Semanario pintoresco español, una revista semanal madrileña que había sido fundada por Ramón de Mesonero Romanos, que la dirigió hasta 1842. Cada número sacaba ocho páginas con relatos y grabados a precios populares, y en su dirección se sucedieron distintos periodistas y literatos; José Muñoz Maldonado lo fue hacia 1855 ó 1856.
También fue autor de numerosas obras literarias, hasta el punto de ser socio fundador de la Academia de Escritores y Artistas. Destacó, muy especialmente, en el relato corto publicado en diferentes revistas, entre las que sobresalió su colaboración con El Panorama de Madrid en 1838. En La España caballeresca, de 1845, recoge una serie de relatos cortos inéditos que siguen la misma línea literaria y argumental: preocupación por la acción más que por los personajes, presentación estereotipada de personalidades históricas que se ofrecen como modelo, exaltación de los valores nacionales, que se identifican con la monarquía y con la Iglesia Católica, lo que convierte al período medieval en el marco predilecto para sus relatos. Una voluntad, que él mismo manifiesta, de emular a Walter Scott pero demasiado cargada de prejuicios ideológicos y religiosos.
Escribió también muchas obras literarias, su producción total se sitúan en torno a los doscientos títulos, entre las que destacan las novelas Los misterios de un castillo o El monasterio de Santa Espina (1868), Los dos mendigos o La conspiración del duque de Medina-Sidonia (1868), El beso de la Duquesa (1874), Misterios de El Escorial. Asimismo, fue autor de obras dramáticas, entre las que destaca su Antonio Pérez y Felipe II: drama histórico (1837), obras todas ellas dentro de la novela y el drama histórico que estaban de moda a mediados del siglo XIX, pero con menos calidad que otros autores españoles que también las cultivaron.
Tradujo del francés Los miserables, de Víctor Hugo, y diversas obras del autor de folletines Paul de Kock.
Como historiador, José Muñoz Maldonado fue autor de algunas obras muy reconocidas en su tiempo. De entre todas, destaca su Historia política y militar de la Guerra de Independencia en España, que fue un encargo del propio rey Fernando VII. Tiene la virtud de ser la primera obra de este tipo que con ambición, son tres gruesos volúmenes, intenta fijar para la historia los sucesos de esos años cruciales en España. El hecho de que el libro se deba a la iniciativa del monarca que protagonizó los episodios reseñados, reduce su valor historiográfico y, además, no siempre se basó en fuentes directas o en relatos de testigos presenciales, pues muchos de sus protagonistas estaban perseguidos por Fernando VII.
Así, por ejemplo, el profesor Jorge Vilches ha demostrado que el texto del Bando de los alcaldes de Móstoles del 2 de mayo de 1808, Muñoz Maldonado lo copia, sin citar la fuente, de un libro de Flórez Estrada escrito en su exilio londinense. Las modernas investigaciones han demostrado que el texto conocido es una recreación de éste plagiada sin más por aquél. Del mismo modo, el marqués de Lanzán escribió en 1834 unas notas corrigiéndole en lo relativo a la ciudad de Zaragoza.
También merece la pena señalar su Historia del emperador Carlos V, inspirada según se dice en la Historia del reinado del emperador Carlos V, una obra del escocés William Robertson que fue publicada por primera vez en 1792 y traducida al castellano en 1839. En su texto, Muñoz Maldonado rectifica los aspectos más críticos hacia España y los españoles de Robertson y defiende la hegemonía del emperador y de la dinastía de los Austrias.
De sus otros libros históricos sobre nuestro país, fueron los más conocidos una Crónica general de España, Los protomártires de la lealtad española en América o La expulsión de los jesuitas. Revelaciones históricas, que conoció nuevas ediciones hasta los años 20 del siglo XX. Ferviente católico, también dedicó buena parte de su producción historiográfica a la Iglesia Católica; destacan sus Estudios sobre el catolicismo, que en 1852 dedicó a la Reina Gobernadora María Cristina de Borbón, La Revolución de Roma: historia del poder temporal de Pío IX, que escribió después de haber vivido la Revolución de 1848 en aquella ciudad, y Las catacumbas o los mártires: historia de los tres primeros siglos de cristianismo (1849).

Elección y actividad parlamentaria
La ausencia de un sólido núcleo dirigente del partido moderado en la provincia de Guadalajara, a diferencia de los progresistas que contaban con una élite local de reconocido prestigio y capacidad, permitió a José Muñoz Maldonado ser elegido representante de la circunscripción alcarreña en repetidas ocasiones a pesar de que no contaba con arraigo en la provincia y sin presentar más mérito ante sus electores que la docilidad del distrito frente a las instrucciones gubernamentales.
Se presentó por primera vez en los comicios de 1837, una votación que en la circunscripción de Guadalajara se vio seriamente comprometida por las consecuencias de la Primera Guerra Carlista; de los 483 municipios de la provincia, sólo en 310 se pudo completar el proceso electoral y otras 173 localidades no pudieron figurar en las listas electorales por la presencia de partidas carlistas que interrumpían las comunicaciones, ocupaban temporalmente algunos pueblos o boicoteaban el ejercicio del sufragio. En esas condiciones, revestí especial gravedad la denuncia de un elector del pueblo de Canales, que le acusó antes las Cortes de tener una ideología reaccionaria y de haber sido encumbrado por la protección de Tadeo Calomarde, el primer ministro de Fernando VII que había conspirado contra el acceso al trono de Isabel II.
La denuncia no impidió que el 4 de diciembre de 1837 jurase su cargo y tomase posesión de su escaño, ayudando a conformar la mayoría parlamentaria que los moderados disfrutaron en esa legislatura y que, paradójicamente, tenía como principal misión desarrollar la Constitución española de 1837 que habían redactado y aprobado los progresistas. Cesó en su puesto al disolverse las Cortes, el 1 de junio de 1839.
En las elecciones siguientes, convocadas para el verano de 1839, se presentó por la provincia de Jaén, donde salió elegido con un porcentaje de votos muy bajo en un censo electoral censitario pero amplio. En esa elección en la circunscripción de Guadalajara los progresistas ganaron todos los escaños, por lo que José Muñoz Maldonado no tenía muchas posibilidades de repetir triunfo electoral. Tomó posesión de su puesto el 2 de octubre, pero las circunstancias políticas del momento forzaron la disolución de las Cortes el 18 de noviembre de ese mismo año, por lo que su etapa de representante por la provincia de Jaén duró poco más de un mes.
Convocado nuevo proceso electoral para las primeras semanas de 1840, José Muñoz Maldonado presentó su candidatura para las circunscripciones de Jaén y Guadalajara, en las que había vencido en anteriores ocasiones. Ganó su escaño en ambas provincias y optó por representar a la de Guadalajara como diputado, siendo sustituido en la representación andaluza por Francisco Curado y Fajardo.
En esta ocasión, volvieron a repetirse los problemas que se produjeron en los comicios de 1837; la firma del Abrazo de Vergara, que puso fin a la guerra en el norte peninsular, y la presión sobre los carlistas en el Maestrazgo y las regiones vecinas forzó a muchos combatientes a abandonar la lucha y buscar refugio seguro al otro lado de los Pirineos. La provincia de Guadalajara fue zona de paso de los carlistas que huían hacia Francia, de tal modo que en localidades como Pastrana o Loranca de Tajuña hubo que suspender las votaciones que, en general, se vieron muy comprometidas.
Los progresistas solicitaron la nulidad de varias actas electorales en la Junta de Escrutinio de Sigüenza, pero sus reclamaciones no fueron atendidas y el proceso se dio por válido. Quedó la duda de que, de alguna manera, los moderados se habían aprovechado de las dificultades de la guerra para torcer la voluntad del cuerpo electoral. De los 4.316 electores inscritos en el censo electoral alcarreño, José Muñoz Maldonado sólo consiguió 2.233 votos, un margen muy ajustado.
Después de jurar como diputado, no se olvidó José Muñoz Maldonado de las dificultades que la Primera Guerra Carlista había dejado como herencia en la provincia de Guadalajara, sobre todo en la comarca de Molina de Aragón, la más afectada por los combates, en la que muchos pueblos habían quedado arruinado por los saqueos, sobre todo de aquellos carlistas que se escabullían desesperados en busca de la frontera francesa e intervino en el pleno interesándose por este asunto. Sin embargo, una vez más, la inestabilidad política de España forzó una rápida disolución de las Cortes, que puso fin a esta legislatura el 11 de octubre de 1840.
Con la caída en desgracia de la Reina Gobernadora María Cristina de Borbón, la gran valedora de él y de su suegro, y la llegada al gobierno de los progresistas, José Muñoz Maldonado quedó fuera de parlamento durante todo el período en el que el general Baldomero Espartero ejerció la Regencia. Pero cuando la convergencia de moderados y progresistas antiesparteristas forzó el cambio de régimen, volvió de nuevo a participar desde el primer plano en la vida política nacional.
En las elecciones celebradas en marzo de 1844 para Cortes Constituyentes, todavía con un amplio sufragio censitario, volvió a ser candidato por la circunscripción de Guadalajara. En esta ocasión volvieron a producirse distintos incidentes durante el proceso electoral y se anularon todos los votos correspondientes al distrito de Molina de Aragón, sembrando dudas otra vez sobre la limpieza democrática de estos comicios. De los cerca de 5.600 electores censados, José Muñoz Maldonado consiguió el apoyo de poco más de 2.700, jurando su cargo el 17 de octubre de 1844 y cesando el 31 de octubre de 1846, después de que fuese aprobada la Constitución de 1845 y desarrolladas algunas de sus leyes.
En las elecciones celebradas en 1846 se hizo patente la hegemonía política de los moderados en el gobierno y su traducción en la nueva ley electoral. El sufragio volvía a ser férreamente censitario, reduciendo notablemente el número de ciudadanos que podían ejercer el derecho al sufragio activo y, por otro lado, las circunscripciones provinciales se dividieron en tantos distritos como diputados elegía la provincia, que en el caso de Guadalajara eran cinco. En los comicios celebrados en la Década Moderada, José Muñoz Maldonado se reservó el escaño por el distrito de Sigüenza y consiguió que su hermano Francisco, que ya había sido elegido diputado suplente en 1844, ocupase el de Guadalajara en 1846, 1850 y 1851.
En todas las ocasiones el número de electores fue muy reducido, no sólo por los estrechos límites que marcaba la ley para ser incluido en el censo electoral, sino también por el escaso número de habitantes del distrito que, en esos años, superarían por muy poco la cifra de 40.000. Si en 1846 el censo solo incluía a 150 electores, en 1853 eran 256 y en las otras dos convocatorias sumaban 191 ciudadanos.
Mientras fue diputado en el Congreso, y muy especialmente cuando lo fue por la provincia de Guadalajara, se mostró como un parlamentario muy activo, integrándose en un número muy alto de comisiones, realizando frecuentes intervenciones en los plenos y presentando diferentes mociones de muy distinta clase. Era un buen orador y sus discursos eran cortos y ceñidos al asunto que trataba.
De la larga lista de comisiones y discursos podemos extraer unas características comunes a su actividad parlamentaria en estos años; participa en medio centenar de Comisiones, con más presencia en sus primeras legislaturas y con una actividad menor en las últimas. En primer lugar, habría que destacar su escaso interés por la provincia de Guadalajara, y más concretamente por el distrito de Sigüenza, cuya representación llevaba al parlamento. Para José Muñoz Maldonado sus electores eran un trámite necesario para ocupar un escaño pero no fueron en ningún caso la causa de sus desvelos en el Congreso.
En segundo lugar, sobresale su preocupación por las cuestiones económicas, y muy especialmente por las relativas a presupuestos e impuestos, por los asuntos culturales y de instrucción pública, con intervenciones en 1837 sobre la Biblioteca del Congreso y en 1872 sobre la del Senado cuando fue senador, sobre asuntos internos del Congreso y sobre las elecciones, con distintos discursos sobre actas disputadas y sorteo y reelección de diputados.
Destacan también su relativo desinterés por asuntos judiciales, sobre todo teniendo en cuenta su condición de magistrado, y su voluntad de formar parte de las Comisiones que tienen alguna relación con la Familia Real: contestación al discurso de la Corona, felicitación por diversos motivos a la reina o sus familiares, acompañar a la reina en algún acto o recibirla en el Congreso, etc.
En 1867, cuando la deriva autoritaria del régimen estaba dejando aislada a Isabel II, volvió a presentarse a las elecciones y a sentarse en el Congreso, lo que no había hecho durante los gobiernos progresistas de la Unión Liberal desde 1854. En esta ocasión concurrió por la circunscripción y distrito de Lugo, con un sufragio censitario un poco más amplio. El 4 de abril de 1867 juró su cargo y se incorporó a sus tareas como diputado, cesando a los nueve meses, por haber sido designado senador vitalicio.
El 18 de enero de 1868 juró su cargo y pasó a sentarse en la Cámara Alta como senador vitalicio, nombrado por la reina Isabel II con fecha del 13 de diciembre de 1867. Tampoco en esta ocasión su nombramiento estuvo libre de contrariedades, pues el día 2 de ese mismo mes y año se presentó una comunicación del senador Manuel Pasarón Lastra en la que denunciaba indigno proceder del nuevo senador, y aunque el día 14 este senador denunciase que había sido suplantado, pues no era el autor de esa comunicación, la mala impresión causada por el escrito empañó su entrada en el Senado.
Aunque se ha destacado su discurso sobre la jurisdicción mercantil, ofrecido en el pleno del Senado el día 8 de febrero de 1868 con motivo de una reclamación sobre una compañía ferroviaria, lo cierto es que su primera participación como senador no pudo ser más breve, pues en el mes de septiembre de ese año la Revolución Gloriosa destronó a la reina Isabel II y forzó un cambio de régimen que sentaría la Constitución del país, y también al Senado, sobre nuevas bases.
En 1872 volvió al Senado, en esta ocasión como senador electo por la provincia de Zamora. También esta segunda etapa en el Senado va a ser breve, y si la primera acabó abruptamente por la Revolución de septiembre de 1868, a ésta le puso brusco punto final la proclamación de la República en febrero de 1873. Mientras ocupó su escaño senatorial mantuvo la febril actividad que siempre mostró como parlamentario; ingresó en la Segunda y Quinta sección, en ambas como vicepresidente, perteneció a diez comisiones y aún fue suplente en otra y pronunció un discurso sobre las líneas de ferrocarril entre Madrid y Mérida y Sevilla.
Siempre perteneció al partido moderado y rechazó las acusaciones de oportunista que se le hicieron después de combatir al gobierno moderado del duque de Frías en 1838; lo que es consecuente con la tradicional división de la corriente más conservadora del liberalismo que agrupaba en su seno a fracciones y tendencias de muy diferente origen y práctica política.
Más que una adscripción ideológica al partido moderado y una firme identidad con sus postulados, en el caso de José Muñoz Maldonado habría que hablar de una vinculación personal con la reina María Cristina de Borbón y con la causa de su hija, Isabel II, que comenzó en 1832 con motivo de la enfermedad de Fernando VII en La Granja y que se vio robustecida por su matrimonio con la hija de los condes de Casa Gaviria, tan próximos a la Familia Real.
Perteneció a una amplia corriente de políticos que crecieron y se formaron durante el reinado de Fernando VII, caracterizados por una extrema fidelidad a la Corona, que veían legítimamente encarnada en la reina Isabel, a la que deseaban ver dueña de amplias prerrogativas que no pudiesen ser limitadas por las constituciones. Una monarquía estrechamente enlazada con la Iglesia Católica y con su pasado, una herencia de la que se sentían orgullosos pero que, en el fondo, sabían que había sido superada por ese liberalismo con el que convivían y del que eran forzosos aliados.
JUAN PABLO CALERO DELSO

sábado, 18 de noviembre de 2017

ISIDRO ALMAZÁN FRANCOS

ALMAZÁN FRANCOS, Isidro
[Málaga del Fresno, 7 de noviembre de 1888 / Aravaca, 27 de agosto de 1936]

Isidro Leandro Almazán Francos nació el 7 de noviembre de 1888 en el pueblo de Málaga del Fresno, en la provincia de Guadalajara, y falleció en Aravaca, entonces un pequeño caserío a las afueras de Madrid, el 27 de agosto de 1936. Era hijo de Francisco Almazán Peñafiel y Ana Francos Rodríguez, un matrimonio de sencillos labradores que tuvieron otros dos hijos: Ana, religiosa, que después de secularizarse fue Inspectora de Trabajo, y Francisco, magistrado de Trabajo. Recibió en su bautizo el nombre de su tío, Isidro Almazán Peñafiel, que era sacerdote, y él mismo, en sus últimos años, ingresó como novicio en la Orden Franciscana, aunque no llegó a tomar los votos.
Su carrera docente
En su pueblo natal realizó sus primeros estudios, antes de ingresar en 1902 en el Instituto Cardenal Cisneros de Madrid para seguir los cursos de Bachillerato, examinándose para obtener el título de maestro. En 1907 era maestro interino de El Olivar, y ya entonces se destacó por promover una campaña para reclamar los derechos de los maestros interinos que llevó su descontento hasta el Congreso de los Diputados. En octubre de 1908 consiguió su primer destino definitivo en Humanes de Mohernando, ejerciendo después el magisterio en distintas escuelas de su provincia natal, como la de Atienza, en donde le encontramos en 1912, y en donde fundó una Mutualidad escolar de niños, al mismo tiempo que la maestra de la misma localidad, Agustina María Mortero, estableció la de niñas. En todos sus destinos se mostró muy activo en defensa de los intereses de los maestros y sus Asociaciones, como recogía en sus páginas la revista profesional El Magisterio Contemporáneo, y en 1914 fue uno de los delegados elegidos para el encuentro de la Asociación de Maestros de la Provincia de Guadalajara.
En enero de 1909 fue uno de los primeros firmantes un Manifiesto para erigir un monumento en Guadalajara a Álvaro de Figueroa, conde de Romanones, en agradecimiento al Real Decreto que, bajo su inspiración como ministro de Instrucción Pública, incluyó el salario de los maestros y los gastos de las escuelas en los Presupuestos del Estado, resultando elegido Contador de la comisión encargada de llevar a buen término el proyecto, que concluyó el 6 de octubre de 1913 con la inauguración del monumento, obra de Miguel Blay, frente al Palacio del Infantado.
En 1915 solicitó y obtuvo destino en la escuela de Orozco, en Vizcaya, aunque creo que nunca se incorporó, y en 1921 consiguió por oposición un destino en la Escuela Nacional Modelo de Madrid, pasando en 1925 a la escuela unitaria número 6 de la misma ciudad; más adelante, fue director de la sección de niños del Grupo Escolar Menéndez Pelayo. Asimismo, dirigió la Institución Divino Maestro, una residencia universitaria fundada en 1927 por el Arzobispo de Madrid Leopoldo Eijo y Garay que acogía a 400 estudiantes de magisterio. También impartió docencia durante algún tiempo en el Centro de Enseñanza de la Editorial Reus, concretamente figuraba entre los profesores de la sección de Magisterio, y en el Instituto Pedagógico, un proyecto de alternativa católica a la krausista Institución Libre de Enseñanza.
En 1921 solicitó ayuda por primera vez a la Junta para la Ampliación de Estudios, centro oficial de inspiración krausista, para ser incluido en uno de los grupos de maestros que visitaban otros países europeos para conocer determinados aspectos de su sistema educativo; concretamente, Isidro Almazán estaba interesado en la prevención y tratamiento de delincuencia infantil, asunto al que ya había dedicado varios artículos y conferencias cuya relación adjuntaba a su solicitud.
Pero su auténtico propósito era, según carta enviada al nuncio Francesco Ragonesi en 1919, "estimular a los elementos católicos para que aprovechando el concurso que publica la Gaceta Oficial soliciten pensiones de estudios en el extranjero, evitando de este modo el que las mismas vayan a parar, como hasta aquí generalmente ha sucedido, a personas que militan en las izquierdas y que luego por este solo hecho adquieren méritos reconocidos para oposiciones, concursos, etc, en la enseñanza oficial", un objetivo político partidista y opuesto al espíritu pedagógico que sostenía a la JAE.
Diez años después volvió a dirigirse a la JAE, en esta ocasión en una solicitud conjunta con África Ramírez de Arellano que dirigía la sección de niñas del colegio público Menéndez Pelayo, para visitar Bélgica y conocer de cerca el método pedagógico de Ovide Decroly, con el propósito de aplicarlo en su centro educativo madrileño. En esta segunda ocasión le fue concedida la beca y en junio de 1931 comenzó su gira por Bélgica, visitando distintas escuelas y centros superiores, aunque solicitó poder adelantar su regreso “pues la vida es muy cara y difícilmente puede pasarse”. Según la Memoria de la JAE, visitó el Instituto Decroly, la Escuela L'Hermitage, donde estaban en práctica las teorías de Decroly, el Instituto de Pedagogía de Santo Tomás y la Sección de Pedagogía de la Universidad Católica de Lovaina.
Su acción política
De fuertes convicciones cristianas, fue un activo propagandista de los principios del magisterio católico en la convulsa España de su tiempo, alcanzando la presidencia nacional de la Confederación Nacional de maestros católicos. También perteneció a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP), que articuló a la intelectualidad confesional española, bajo la influencia del cardenal Ángel Herrera Oria. En 1919 ya participó en una gira de propaganda por Andalucía, con el objetivo de frenar la creciente influencia del anarquismo entre los jornaleros durante el llamado Trienio Bolchevique, y con el encargo específico de adoctrinar y organizar a los niños de las escuelas y formar mutualidades escolares católicas. También sabemos que visitó con este mismo motivo otros lugares, como Salamanca p Los Santos de Maimona, en Badajoz.
Muy pronto Isidro Almazán pasó a participar activamente en política y en 1921 se hizo cargo de la secretaría particular del Subsecretario de Gracia y Justicia en el gabinete conservador que presidía Manuel Allendesalazar y en el que Vicente Piniés Bayona era su ministro. En febrero de 1930, nada más finalizar la Dictadura primorriverista, le fue concedida la cruz de caballero de la Orden del Mérito Civil.
A raíz de la sublevación del Ejército de África fue detenido por milicias leales a la República y murió fusilado en la localidad madrileña de Aravaca en agosto de 1936. Pocos días antes había sido decretada su “cesantía” como maestro nacional y director del grupo escolar Menéndez y Pelayo. Al acabar la Guerra Civil, en abril de 1939, se cambio el nombre de una serie de grupos escolares de Madrid y al llamado Luis Bello, en el barrio de Prosperidad, se le denominó Isidro Almazán. También en su provincia natal el Delegado de Educación Nacional de Guadalajara, Antonio Velasco, solicitó en marzo de 1942 que se diese el nombre de Isidro Almazán al colegio público del Barrio de la Estación y el de División Azul al situado en la Plaza de Prim, propuesta que contó con el apoyo del Ayuntamiento y del Inspector Jefe de Educación, Lucio Yubero, que inició las gestiones para que así fuesen llamados.
Escribió numerosos artículos en la prensa profesional y católica, señaladamente en los diarios El Debate y ABC de Madrid y en los semanarios Flores y Abejas y La Crónica de Guadalajara, a veces con el seudónimo de “El maestro palmeta”. Fue director de la revista Atenas, de la Federación de Amigos de la Enseñanza, impulsada por el sacerdote Pedro Poveda.
También dio a la imprenta dos libros dedicados a la instrucción de los maestros: el Libro del opositor a escuelas, editado en 1915 por el editor e impresor católico Antero Concha y que se vendía por el módico precio de una peseta, y La formación de maestros, que salió de las Gráficas Alpinas de Madrid en 1930. Además publicó el libro El párroco en la escuela, que se imprimió en la Tipografía Fénix de Madrid en 1923. Algunas de sus conferencias fueron recogidas en sendos libros que vieron la luz en 1918 y en 1936: las Conferencias pedagógico-sociales organizadas por la Escuela Española, escrito en colaboración con Alfonso Benito Alfaro y editadas en Madrid en la Imprenta del Asilo S. C. de Jesús en 1918, y Metodología y psicología educativa, obra impresa por la Federación de Amigos de la Enseñanza en 1936.
JUAN PABLO CALERO DELSO

sábado, 11 de noviembre de 2017

GREGORIO GARCÍA TABERNERO

GARCÍA TABERNERO, Gregorio
[Guadalajara, 4 de septiembre de 1780 / 3 de noviembre de 1865]

Gregorio García Tabernero nació en Guadalajara el 4 de septiembre de 1780 y falleció en la misma ciudad el día 3 de noviembre de 1865. A los cuatro días de nacer, fue bautizado en la Iglesia Parroquial de San Nicolás, siendo apadrinado por su tío Gregorio García, veedor de la Real Fábrica de Paños de Guadalajara.

Su entorno familiar
Era hijo de Diego García y de María Tabernero. Tuvo dos hermanos: María, que murió en 1838, y Tomás, fallecido en 1848, que contrajo matrimonio con Eugenia Estúñiga. Su padre se había casado en primeras nupcias con Teresa Benito, con la que tuvo otros dos hijos: Diego e Ignacia García Benito.
Su padre, Diego García, era el alarife de la ciudad de Guadalajara y Maestro Mayor de obras de su Real Fábrica de Paños. Las manufacturas reales habían salvado a la capital alcarreña de la decadencia desde que abrieron sus puertas en 1719; en las últimas décadas del siglo XVIII aún daban empleo a miles de trabajadores y a muchas más hilanderas de Guadalajara y de las comarcas vecinas que abastecían sus telares. El alza de precios de los productos de primera necesidad, lo escaso de los salarios y las dificultades para que la fábrica diese beneficios provocaron constantes conflictos entre las autoridades y los trabajadores, que fueron especialmente graves en 1785, 1789, 1794 y 1797; la Real Fábrica de Paños de Guadalajara se convirtió así en un foco de inquietud social y en un crisol de las nuevas ideas políticas que estaban en la base del liberalismo decimonónico.
Los principales empleados de la Fábrica, como los hermanos Gregorio y Diego García que eran, respectivamente, veedor y maestro de obras, se convirtieron en líderes naturales de muchos vecinos de Guadalajara, desplazando al antiguo patriciado urbano o compartiendo el poder con él. Así Diego García fue Síndico Personero en 1773 y Diputado del Común en 1769, 1770, 1775 y 1776 y durante la Guerra de la Independencia fue el primer corregidor cuando Guadalajara estuvo bajo el control de José I Bonaparte, entre 1809 y 1813, cediendo el puesto a su consuegro, Mateo Tabernero, cuando la ciudad pasaba a estar ocupada por las tropas españolas.
Su madre, María Tabernero, era hija de Mateo Tabernero, que era el alarife de la Casa Ducal del Infantado en Guadalajara y representante, en alguna medida, de la familia Mendoza que tradicionalmente había dominado una ciudad que era de realengo, pero que ya no ejercía directamente el poder político municipal porque residía permanentemente en la Corte. En 1812 Mateo Tabernero fue el primer alcalde constitucional de Guadalajara y su sobrino Eulogio Tabernero fue propuesto por Diego García para regidor en ese consistorio, pero éste quedó en minoría y aquél no resultó finalmente elegido. No cabe duda de que Mateo Tabernero ocupó los primeros cargos concejiles por su relación con el Duque del Infantado, que en el primer tercio del siglo XIX aún ejercía una influencia notable sobre la ciudad, del mismo modo que Diego García se valía de su empleo en la Real Fábrica, pero no puede negarse la habilidad de ambos para ir ganándose un espacio político propio en medio de las turbulencias de aquellos años.
Así pues, Gregorio García Tabernero era el heredero natural de dos familias que habían sabido convertir una influencia social basada en las realidades del Antiguo Régimen, la Casa Ducal del Infantado y las manufacturas de iniciativa real, en un poder político autónomo, nacido del vacío de poder y de las perturbaciones institucionales provocadas por la Guerra de la Independencia. Un poder que tenía una indudable base económica y que se identificaba necesariamente con el liberalismo más avanzado.
Gregorio García Tabernero se casó con Andrea Martínez Gutiérrez, nacida en la localidad de Alija de los Melones, hoy denominada Alija del Infantado, en la provincia de León, y que falleció en Guadalajara en el mes de mayo de 1850; era hija de Antonio Martínez y Antonia Gutiérrez. La estrecha vinculación de Mateo Tabernero con la Casa Ducal del Infantado se puso claramente de manifiesto con el matrimonio de su yerno con una mujer nacida en otro de los dominios de los Duques del Infantado. Es necesario reseñar que el Castillo-Palacio que la Casa del Infantado tenía en Alija fue incendiado el 29 de diciembre de 1808 por las tropas inglesas del general Sir John Moore en su retirada hasta La Coruña perseguidas por las columnas que encabezaba Napoleón Bonaparte. Al terminar la Guerra de la Independencia, se reconstruyó la fortaleza y, muy probablemente, el Duque del Infantado contó con la colaboración del alcarreño Mateo Tabernero para esa labor de restauración.
Gregorio García Tabernero y Andrea Martínez Gutiérrez tuvieron siete hijos: Joaquina (1810-1891), Manuel (1811-1844) Diego (1813-1898), Gregorio (1824-1894), Soledad, Clementina (1828-1891) y Micaela. Si el matrimonio de sus padres había permitido la unión de dos de las familias que habían dominado la política municipal alcarreña a partir de la Guerra de la Independencia, mientras su hermano Tomás García se casaba con una Estúñiga, los enlaces de sus hijos permitieron a Gregorio García Tabernero extender su influencia política, que se cimentó en una red de relaciones personales reforzada por enlaces matrimoniales que no podemos saber si fueron interesados pero que fueron, sin duda, tan convenientes como interesantes.
Joaquina García Martínez se casó con Félix de Hita Guzmán (1794-1885), vástago de dos familias del patriciado urbano que habían ocupado cargos concejiles en Guadalajara durante todo el siglo XVIII, y Diego García Martínez tomó por esposa a Casilda Gamboa González (1818-1888), que pertenecía a un linaje, los Gamboa, que contaban con su propia capilla funeraria en la catedral de Sigüenza, localidad donde residían habitualmente.
Se forjó así una élite endogámica formada por un puñado de familias que pertenecían al patriciado urbano o a la burguesía profesional o mercantil de la nueva provincia de Guadalajara, que habían disfrutado de cargos concejiles en el Antiguo Régimen o, en el caso de los que no eran nobles, desde las reformas municipales de Carlos III, y que habían irrumpido con fuerza en la nomenclatura política desde el arranque del conflicto en 1808, por lo que estaban identificadas con el liberalismo más progresista; los García, los Tabernero, los Estúñiga, los Hita y los Guzmán, los Gamboa de Sigüenza o los Montesoro del Señorío de Molina de Aragón habían emparentado con los hermanos, los hijos o los nietos de Gregorio García Tabernero. Y con lazos familiares más lejanos, también estaban unidos a los Romo o los Udaeta.
Gracias a la laboriosa formación de esta élite, su primogénito, Diego García Martínez, que heredó la influencia social y el liderazgo político de su padre, ocupó un escaño en el Congreso en 1854, 1863 y 1869 y fue senador en 1871, 1872 y 1881 y senador vitalicio desde 1886. Su otro hijo, Gregorio García Martínez, fue elegido alcalde de Guadalajara en 1861, 1868 y 1882 y presidente de la Diputación Provincial en 1854 y 1886

Su actividad profesional
Profesionalmente, Gregorio García Tabernero era abogado y procurador de los Tribunales Nacionales, con un prestigioso bufete abierto en Guadalajara desde 1805. Ingresó en la Academia de Santa María de Jesús de la Universidad de Alcalá de Henares, y en 1799 ganó el grado de Bachiller de Cánones a pleno, en 1801 se certificó el asiento de su grado de Bachiller en Leyes y fue elegido fiscal, y en el año 1804 obtuvo el grado de doctor en Cánones en el centro educativo complutense.
Pero, sobre todo era un rico propietario agrícola con viñedos y bodega en Guadalajara y dueño de varios inmuebles en la misma ciudad. Fue un excelente hombre de negocios, que supo aprovechar las oportunidades que se le ofrecían. Si en el año 1798 se le estimaban a su padre unas rentas anuales de sólo 2.684 reales, en 1834 disponía de rentas anuales que en poco superaban los 11.000 reales, habiendo conseguido multiplicar el patrimonio familiar a pesar de la crisis económica que la ciudad de Guadalajara había sufrido con la Guerra de la Independencia y el consiguiente cierre de su Real Fábrica de Paños.
Pero diez años más tarde, en 1844, Gregorio García Tabernero era el segundo contribuyente de la capital alcarreña por la cuota de bienes inmuebles y subsidio industrial y de comercio, sólo superado por el Conde de Osuna y Duque del Infantado, lo que demuestra que la Desamortización puesta en marcha a partir de 1835 le permitió enriquecerse extraordinariamente. Sabemos por su testamento que durante esos primeros años no dudó en endeudarse y pedir préstamos para pujar por los mejores lotes desamortizados, con la seguridad de que obtendría grandes beneficios con la adquisición de esos bienes de manos muertas puestos a la venta por el nuevo Estado liberal. También por su testamento, sabemos que hacia 1850 sus bienes sumaban más de 1.300.000 reales y que sus fincas rústicas y urbanas se extendían por buena parte de la provincia, muy especialmente en la ciudad de Guadalajara y en los pueblo limítrofes (Horche, Cabanillas del Campo, Alovera, Ajalvir, etc.).
Su acción política
La carrera política de Gregorio García Tabernero dio comienzo durante el Trienio Liberal. Fue alcalde constitucional de Guadalajara en dos períodos cruciales: entre el 16 de marzo de 1820, cuando con el triunfo del pronunciamiento de Rafael del Riego se restituyó la Constitución de 1812, y el 1 de enero de 1821, y desde el 1 de enero de 1823 hasta el 18 de mayo de 1823, cuando llegó a Guadalajara el general Bessieres y los ejércitos absolutistas. Entre ambos períodos, fueron alcaldes de la capital alcarreña Juan Antonio de Estúñiga, que ocho años antes ya había alternado el puesto con su padre, Diego García, y Antonio Pablo de Udaeta.
No fue menor su presencia en la vida social guadalajareña; en esos años fue subteniente de Caballería de la Milicia Nacional y también le encontramos como socio activo del Ateneo, la primera sociedad cultural de la Guadalajara decimonónica, una institución animada por la burguesía y basada en los principios de la Ilustración, que nació para animar el conocimiento científico y su aplicación práctica para la mejora de la sociedad provincial. La restauración absolutista de 1823 frustró esta iniciativa y, como consecuencia, anuló toda la labor legislativa del Trienio. Gregorio García Tabernero pudo salvar su vida, a pesar de la represión desencadenada por la reacción absolutista, pero sufrió persecuciones y molestias durante toda la Década Ominosa (1823-1833), unos años que él mismo no dudo en calificar de aciagos.
Muerto Fernando VII, en septiembre de 1833, el regreso de los liberales a la escena política española devolvió a Gregorio García Tabernero un protagonismo desde entonces incontestado. En 1833 ya ocupaba un puesto en el ayuntamiento de la ciudad, en octubre de ese mismo año pertenecía a la Junta Local de Sanidad de Guadalajara y en el año 1835 era Secretario de la Comisión de Instrucción Primaria de la Provincia. Firmemente identificado con el liberalismo, formó parte de la comisión ciudadana designada con el objetivo de recaudar donativos para proveer de fondos a la lucha contra los carlistas.
También fue el promotor y primer presidente de la Sociedad Económica de Amigos del País, creada en Guadalajara el 27 de abril de 1834 por iniciativa del nuevo gobierno liberal, una institución que hasta entonces sólo existía en Sigüenza. Nacía para contribuir con sus conocimientos y experiencias al desarrollo de la agricultura, la industria y el comercio de Guadalajara, según declaraban sus promotores. Esta Sociedad celebró su primera sesión el 3 de mayo de ese mismo año bajo la dirección de Gregorio García Tabernero, que pronunció un discurso que resumía el ideario liberal e ilustrado que sostenía la élite progresista que se estaba conformando en la provincia. En dicha sesión se decidió que la Sociedad de Guadalajara se regiría por los Estatutos de la establecida en la capital del reino y se eligió una Junta Directiva formada por Gregorio García Tabernero, Ambrosio Lillo, Manuel José de Aguilera, José Noreña y Casimiro Chávarri. En la prensa oficial de la provincia se publicaron algunos de sus informes para la Sociedad.
En diciembre de 1839 fue elegido alcalde primero para el año 1840, pero no pudo cumplir su mandato pues la Diputación Provincial, presidida por el moderado Patricio de la Escosura, declaró nula su elección y la de José Domingo de Udaeta Ferro, siendo nombrados en su lugar Gabino García Plaza y Pedro Villapecellín; tampoco ellos pudieron completar su mandato ya que, antes de que acabase ese año, una revolución progresista puso brusco final a los gobiernos moderados y a la regencia de María Cristina de Borbón. En Guadalajara, Gregorio García Tabernero estaba a la cabeza de la Junta Revolucionaria que devolvió el poder a los progresistas. Durante toda esta etapa fue diputado provincial por el partido judicial de la capital, asistiendo el día 3 de julio de 1841 a la primera sesión de la nueva corporación, pero dio paso a su hijo mayor, Diego García Martínez, que empezó entonces su carrera política haciéndose cargo en 1841 de la alcaldía de la capital alcarreña.
En 1843 Gregorio García Tabernero ya se había convertido en el principal líder del liberalismo progresista alcarreño como demostró formando parte de la Junta Provisional de Gobierno que precipitó la caída de Baldomero Espartero. En 1844 le encontramos formando parte de la Comisión Provincial de Monumentos históricos y artísticos, que era la encargada de inventariar el patrimonio eclesiástico desamortizado que, por su importancia, debía de ser preservado. No deja de ser significativo que uno de los mayores compradores de bienes desamortizados fuese, al mismo tiempo, uno de los responsables de dictaminar su valor artístico; un ejemplo más de la mezcla de intereses públicos y privados que caracterizó a la Década Moderada.
Cuando los progresistas volvieron al poder, tras la Revolución de 1854, Gregorio García Tabernero había abandonado la primera fila de la política provincial; importunado por su lealtad al liberalismo progresista y marginado de las instituciones por los gabinetes moderados, se refugió en sus intereses particulares. Fueron sus hijos quienes, desde entonces y hasta su muerte, tomaron el relevo de la larga trayectoria política de su padre.

Elección y actividad parlamentaria
Fue elegido Diputado a Cortes por Guadalajara en tres ocasiones, aunque casi siempre vio frustrado su interés por sentarse en la cámara legislativa. El 3 de diciembre de 1821 se celebró en la Sala Capitular de la Casa Consistorial de Guadalajara una reunión de electores, presidida por el Jefe Político Joaquín Montesoro Moreno, para la designación de los dos diputados que enviaría al Congreso la circunscripción de Guadalajara y en la que fue elegido Diputado Suplente; sin embargo nunca fue requerido su concurso para sustituir a ninguno de los dos Diputados de la provincia, por lo que no tomó posesión de su escaño.
Muerto Fernando VII, volvió a ser designado Diputado a Cortes por el distrito de Guadalajara. El 30 de junio de 1834 se reunieron en la Casa Consistorial de Guadalajara los electores de la provincia, votando a Gregorio García Tabernero y a Baltasar Carrillo Manrique, marqués de Espinardo, como sus representantes en el Estamento de Procuradores; sin embargo lo escaso de las rentas de Gregorio García Tabernero, casi mil reales menos de los 12.000 que por aquel entonces eran preceptivos, impidió de nuevo su toma de posesión. Aunque escribió una carta al Estamento de Procuradores poniendo de manifiesto sus cuantiosos recursos económicos, que sólo temporal y circunstancialmente eran inferiores a los requeridos, y su constante fidelidad al liberalismo a pesar de los perjuicios que le había ocasionado, la Cámara no aceptó sus alegaciones y, finalmente, fue sustituido por Lorenzo Romo y Gamboa.
Después de las elecciones a Cortes Constituyentes celebradas el 2 de octubre de 1836, fue nombrado una vez más representante de la provincia, pudiendo finalmente tomar posesión de su escaño en unos comicios que dieron el triunfo a los progresistas. Además de firmar como diputado la Constitución progresista de 1837, desarrolló una actividad parlamentaria muy notable, que también nos permite descubrir sus intereses y preocupaciones. Formó parte de la Comisión para el restablecimiento de los decretos y leyes derogados por la reacción absolutista y por el Estatuto Real, clave del arco de la interpretación progresista de la Constitución de 1812, y de la Comisión de Libertad de Imprenta.
Sus intervenciones en el Congreso de los Diputados fueron en el mismo sentido: sobre el proyecto de Constitución que finalmente se aprobó en 1837, sobre las infracciones a la Constitución antes vigente de 1812, sobre la libertad de imprenta, donde defendió la libertad de expresión más absoluta, y sobre las diputaciones provinciales. Pero también se mostró muy activo en los asuntos económicos, y habló en los debates sobre los Presupuestos del Estado y las contribuciones, sobre empleos, sueldos y pensiones de los funcionarios públicos y sobre la ley de señoríos. También participó en la discusión parlamentaria sobre la redención de quintos, un tema que le afectaría personalmente por haber tenido que pagar en 1842 una redención en metálico para librar del Servicio Militar a su hijo Gregorio García Martínez, abonando al mozo que le reemplazó la enorme cantidad de 4.160 reales.
En 1837 volvió a presentarse a los comicios para renovar su escaño en el Congreso en las primeras Cortes después de la aprobación de la Constitución progresista. Aunque obtuvo un amplio respaldo en la circunscripción de la capital provincial y su comarca, en el cómputo final fue superado por los candidatos moderados. Los parlamentarios electos fueron José Muñoz Maldonado, Santos López Pelegrín, y Manuel Hidalgo Calvo, y los senadores Joaquín Montesoro Moreno, Severiano Páez Xaramillo, Ramón López Pelegrín, José Fernando Gamboa, y el marqués de Embid. Hacían falta dos diputados suplentes, que tuvieron que ser elegidos de entre los siguientes candidatos: Ángel Lagúnez, Gregorio García Tabernero, Agustín Sevillano, Francisco Romo y Gamboa, Ambrosio Tomás Lillo y Félix de Hita, y un senador suplente que fue elegido entre Bonifacio Fernández, Lorenzo Romo y José Santos de la Hera. Finalmente, fueron elegidos Francisco Romo y Agustín Sevillano y Bonifacio Fernández como senador suplente.
Por último, en 1841 fue elegido senador, pero no llegó a tomar posesión de su escaño en la Cámara Alta por impedimentos legales.
JUAN PABLO CALERO DELSO