MUÑOZ MALDONADO, José. Conde de Fabraquer y
Vizconde de San Javier
[Alicante,
6 de febrero de 1807 / Madrid, 16 de octubre de 1875]
José
Muñoz Maldonado nació en Alicante el 6 de febrero de 1807 y fue bautizado ese
mismo día en su iglesia parroquial de Santa María. Falleció en Madrid el 16 de
octubre de 1875, siendo enterrado en la
Sacramental de San Luis y San Ginés de la capital del reino.
Su entorno familiar
Era
hijo de Juan Rafael Muñoz, natural de Palma de Mallorca, y de María Dolores
Maldonado Cañedo, natural de Alicante, que contrajeron matrimonio en Madrid el
24 de abril de 1793. Fueron sus abuelos paternos Juan Muñoz Colmena y Francisca de Santiago, casados en Palma de Mallorca el
7 de mayo de 1749, y los maternos eran José Alonso Maldonado y Josefa Menéndez
Cañedo.
Tuvo
dos hermanos: Francisco y Vicente Muñoz Maldonado. El primero era militar de
profesión, alcanzando el grado de Brigadier de Infantería y fue Comandante
General de La Mancha. Además, fue diputado por Guadalajara, como suplente en
los comicios de 1844, y como titular en las legislaturas de 1846, 1850 y 1851.
Por su parte, Vicente Muñoz Maldonado fue comandante de Caballería, Caballero de la Orden de Calatrava y de
las Militares de San Fernando, Intendente honorario y Administrador de
Contribuciones indirectas y Rentas Estancadas de la provincia de Guadalajara.
La
protección de José Muñoz Maldonado permitió a sus hermanos ascender en sus
carreras profesionales y tener un evidente protagonismo en la vida política y
social de Guadalajara durante la Década Moderada, a pesar de no tener ninguna
relación previa con la provincia alcarreña. Así lo reconoció su hermano Vicente
en su testamento, en el que encargaba a su esposa, Mariana Maldonado Espinosa,
que recordase a sus hijos los repetidos favores que a aquél le debían y que
siempre fuesen respetuosos y agradecidos con su tío.
El
26 de mayo de 1847 la reina Isabel II le concedió los títulos de Conde de
Fabraquer y de Vizconde de San Javier; el título de Conde de Fabraquer cambió
su denominación después del fallecimiento de José Muñoz Maldonado, y desde 1918
es conocido como Conde de Bulnes. Fue también distinguido con la Real Orden de
Carlos III, la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica y, después de
solicitarlo con gran insistencia, fue nombrado Gentilhombre de Cámara con ejercicio en octubre de 1839. También fue
condecorado con la Gran Cruz de la Orden de Francisco I de Nápoles,
El 8 de
diciembre de 1829 contrajo matrimonio en Madrid con Josefa
Gaviria Alcova, que fue Dama Noble de la Real Orden de la Reina María Luisa. Su
esposa había nacido en Madrid en 1810, hija de Manuel Gaviria y Donza-Romero,
Marqués de Casa Gaviria, y de María Antonia Alcova y Mateo; la pareja tuvo otro
hijo, Manuel, nacido el 6 de mayo de 1794, que heredó el título nobiliario.
Josefa Gaviria Alcova falleció en Madrid el día 5 de julio de 1874.
Tuvieron
cinco hijos: José, Dolores, Manuela, Concepción y Luisa. El primogénito, y
único hijo varón, siguió los pasos de su padre. Estudio Leyes y ganó el título
de abogado de los tribunales nacionales; siguió la carrera de funcionario,
siendo Jefe de Administración del Estado antes de ocupar distintos cargos de
responsabilidad, entre los que destacan su destino en las Islas Filipinas, como
magistrado del Tribunal de lo Contencioso, y en Fernando Poo, donde fue
Administrador General de todas las rentas nacionales. También fue distinguido
con la Orden de Carlos III y la Orden Militar de San Juan de Jerusalén.
Pero
el personaje más destacado y decisivo de su familia fue su suegro, Manuel
Gaviria. Era éste el banquero de la reina María Cristina de Borbón, esposa de
Fernando VII y madre de Isabel II. De su correspondencia particular se
desprende el importante papel que jugaba en el entorno de la Familia Real,
actuando como intermediario y brazo ejecutor de los designios de la Reina
Gobernadora y de su esposo, el Duque de Riansares, en la administración de sus
bienes particulares, que en tantas ocasiones se confundían con los del Estado.
El
conde de Gaviria fue uno de los personajes enriquecidos al calor del modesto
desarrollo industrial y ferroviario de España, como sus amigos el marqués de
Salamanca y el duque del Sevillano. Puede dar idea de su riqueza y compromiso
con la reina y su causa que en el verano de 1836, en plena guerra civil, hizo
un préstamo al gobierno por valor de 120 millones de reales, una auténtica
fortuna para esa época.
Su
relación privilegiada con la Reina Gobernadora le permitió aprovecharse de una
posición destacada y de una información privilegiada que le enriquecieron
extraordinariamente, a riesgo de sufrir acusaciones de corrupción y nepotismo.
Buen ejemplo de su poderío económico nos lo ofrece el palacete que se hizo
construir en 1846, con diseño del arquitecto Aníbal Álvarez Bouquel, en el
solar del antiguo palacio del duque de Arcos, en la calle Arenal de Madrid, y
que era uno de los más lujosos de toda la Corte.
Los
favores de la Familia Real y la enorme fortuna que amasó durante estos años no
impidieron que fuera visto como un advenedizo por la aristocracia madrileña y
que fuera tratado con desdén cuando su protectora, la Reina Gobernadora María
Cristina de Borbón, cayó en desgracia. Buen ejemplo de su interés en imitar los
usos de la nobleza es su voluntad de ser retratados por los mejores pintores
del momento, lo que nos permite contar con un magnífico retrato de María
Antonia Alcova pintado por Vicente López en 1845, o disponer de su propia
ganadería de reses bravas.
Su actividad profesional
Fue
Manuel Gaviria quien introdujo a José Muñoz Maldonado en el círculo íntimo de
la Reina Gobernadora a la que permaneció leal. El 29 de marzo de 1838 publicó José Muñoz Maldonado un artículo en El Panorama de Madrid en el que
ensalzaba la figura de Doña María de Molina y en el que establecía un
paralelismo explícito entre aquella figura medieval y María Cristina de Borbón,
un texto que nos ofrece una visión hagiográfica de la Reina Gobernadora y nos
revela la profunda admiración de su autor por la reina.
José
Muñoz Maldonado estudió las primeras letras en las Escuelas Pías de San Antonio
Abad de Madrid, ingresando en 1815 como cadete en el Cuerpo de Guardias
Valonas, donde permaneció hasta que el 7 de julio de 1822 fueron disueltas.
Pasó entonces a cursar estudios de Leyes en la Universidad de Alcalá de
Henares, en la que obtuvo en 1825 el grado de Doctor en Derecho Civil y en
Derecho Canónico y ese mismo año se le habilitó para actuar como abogado de los
Reales Consejos, pero con la salvedad de que no podía ser nombrado Juez o
Asesor hasta alcanzar la edad de 25 años.
Fue
nombrado Catedrático propietario en Jurisprudencia de esa misma Universidad en
1825 y su primer Bibliotecario, atendiendo a sus méritos, pues con sólo
diecinueve años publicó su primera obra, Elementos
de Historia del Derecho Romano. Sin embargo, el cierre temporal de algunos
centros universitarios españoles por el rey Fernando VII y los problemas
derivados de la disputa entre Madrid y Alcalá de Henares para albergar la sede
de la tradicional Universidad cisneriana, complicaron en 1828 su actividad
docente en esos primeros años.
Quizás
por esa causa, decidió emprender una carrera administrativa y el 15 de febrero
de 1828 fue nombrado oficial en el Ministerio de Gracia y Justicia y, cuatro
años después, ya era Oficial Mayor en el mismo ministerio. Desde estos puestos
se encargó de promover y aplicar el Decreto que exigía, antes del fallecimiento
del monarca, el reconocimiento de la princesa Isabel de Borbón como sucesora
legítima de su padre, Fernando VII. En una instancia que presentó a la Reina
Gobernadora en 1835, le recuerda que ya en 1830 ofreció al primer ministro,
Tadeo Calomarde, una memoria en la que le instaba a que se hiciese jurar a
todas las autoridades ese reconocimiento, lo que hizo que después de los
sucesos de La Granja de 1832 se le recompensase su fidelidad con el ascenso a
Oficial Mayor.
En
1835 era ministro del antiguo Consejo de Castilla y secretario del Real y
Supremo Consejo de Órdenes Militares, del que llegó a ser Fiscal. La llegada de
los progresistas al gobierno paraliza momentáneamente su carrera de
funcionario, que retoma con la vuelta de los moderados, así que en 1838 ya está
al frente de la Junta Superior de Enajenación de Conventos de Madrid, donde
paraliza la demolición de muchos de estos edificios en contra del espíritu de
la legislación desamortizadora, pero en 1840 es arrastrado por el final de la
Regencia de María Cristina de Borbón.
En
abril de ese año solicitó una licencia temporal por enfermedad y, atendiendo a
las recomendaciones de los médicos que le atendían, solicitaba permiso para tomar
baños de mar en las provincias del norte de España y en Francia,
concediéndosele una licencia temporal de tres meses. Los sucesos políticos
convirtieron esa licencia en un exilio de tres años en los que recorrió no sólo
Francia, sino que también visitó Inglaterra e Italia.
Con
el final de la Regencia del general Baldomero Espartero y el reconocimiento de
la mayoría de edad de la reina Isabel II, volvió del exilio y solicitó nuevos
cargos y destinos. Aunque alejado de la docencia, en 1843 solicitó que se le
encargase la Cátedra de Derecho Natural y Relaciones Diplomáticas de España de
la Universidad de Madrid. No lo consiguió, pero en enero de 1844 fue nombrado
Secretario General de la Comisaría de la Cruzada en calidad de togado, puesto
en el que permaneció hasta el día 31 de marzo de 1851. En 1861 fue designado
Ministro Togado del Tribunal Supremo de Guerra y Marina, pero con la Revolución
democrática de septiembre de 1868 perdió todos sus apoyos institucionales.
Aunque
su patrimonio familiar no fuese muy cuantioso, es indudable que el enlace
matrimonial con los marqueses de Casa Gaviria, que dotaron generosamente a su
hija, y las posibilidades de hacer rentables negocios que ofrecía la proximidad
a la Familia Real, y muy especialmente a la reina María Cristina y al duque de
Riansares, convirtieron a José Muñoz Maldonado en un hombre con una economía
desahogada.
Sabemos,
por ejemplo, que en 1847 era poseedor de 92 acciones del Banco Español de San
Fernando, cada una de las cuales estaba valorada en 2.000 reales; una inversión
cercana a los 200.000 reales que era, aproximadamente, su sueldo por entonces
de cinco años. Como a partir de ese momento su carrera política y judicial
alcanzó sus cotas más elevadas y, además, las posibilidades de negocio
aumentaron en España, cabe suponer la importante hacienda que acumuló gracias a
su actividad profesional y mercantil.
Actividad periodística y
literaria
José
Muñoz Maldonado desarrolló a lo largo de toda su vida una intensa labor
periodística, histórica y literaria que siempre dejaba traslucir su
personalidad, sus ideas y sus preocupaciones. Bajo la apariencia de un marcado
afán divulgativo y estando, aparentemente, muy alejada de la lucha partidista,
es indudable que su faceta de escritor convive y complemente su vertiente
política.
Desde
una perspectiva periodística, es sobradamente conocido por haber dirigido dos
populares semanarios editados en Madrid: El
Museo de la familia española y el Semanario
pintoresco español.
El Museo de la familia española, como El Mentor de los niños que parece ser
que también dirigió José Muñoz Maldonado en 1843, era una publicación que vio
la luz en Madrid en 1842 y que estaba destinada al entretenimiento de los
niños, insertando poemas, cuentos y pequeñas piezas teatrales adaptadas para
los pequeños y que podían ser del agrado de sus padres. Había una evidente
preocupación educativa pero que se basaba en la exaltación de los valores más
ancestrales y en la divulgación de temas religiosos, con un lenguaje arcaico y
una pedagogía tradicional. En esta misma línea, estaban otras publicaciones
como El Domingo o El amigo de la infancia en las que
también colaboró el conde de Fabraquer.
De mucho más interés fue su paso por el Semanario pintoresco español, una
revista semanal madrileña que había sido fundada por Ramón de Mesonero Romanos,
que la dirigió hasta 1842. Cada número sacaba ocho páginas con relatos y
grabados a precios populares, y en su dirección se sucedieron distintos
periodistas y literatos; José Muñoz Maldonado lo fue hacia 1855 ó 1856.
También
fue autor de numerosas obras literarias, hasta el punto de ser socio fundador de la Academia de Escritores y Artistas.
Destacó, muy especialmente, en el relato corto publicado en diferentes
revistas, entre las que sobresalió su colaboración con El Panorama de Madrid en 1838. En La España caballeresca, de 1845, recoge una serie de relatos cortos
inéditos que siguen la misma línea literaria y argumental: preocupación por la
acción más que por los personajes, presentación estereotipada de personalidades
históricas que se ofrecen como modelo, exaltación de los valores nacionales,
que se identifican con la monarquía y con la Iglesia Católica, lo que convierte
al período medieval en el marco predilecto para sus relatos. Una voluntad, que
él mismo manifiesta, de emular a Walter Scott pero demasiado cargada de
prejuicios ideológicos y religiosos.
Escribió
también muchas obras literarias, su producción total se sitúan en torno a los
doscientos títulos, entre las que destacan las novelas Los misterios de un castillo o El monasterio de Santa
Espina (1868), Los dos mendigos o La
conspiración del duque de Medina-Sidonia (1868), El beso de la Duquesa (1874), Misterios de El Escorial.
Asimismo, fue autor de obras dramáticas, entre las que destaca su Antonio Pérez y Felipe II:
drama histórico (1837), obras todas ellas
dentro de la novela y el drama histórico que estaban de moda a mediados del
siglo XIX, pero con menos calidad que otros autores españoles que también las
cultivaron.
Tradujo
del francés Los miserables, de Víctor
Hugo, y diversas obras del autor de folletines Paul de Kock.
Como
historiador, José Muñoz Maldonado fue autor de algunas obras muy reconocidas en
su tiempo. De entre todas, destaca su Historia
política y militar de la Guerra de Independencia en España, que fue un
encargo del propio rey Fernando VII. Tiene la virtud de ser la primera obra de
este tipo que con ambición, son tres gruesos volúmenes, intenta fijar para la
historia los sucesos de esos años cruciales en España. El hecho de que el libro
se deba a la iniciativa del monarca que protagonizó los episodios reseñados,
reduce su valor historiográfico y, además, no siempre se basó en fuentes
directas o en relatos de testigos presenciales, pues muchos de sus
protagonistas estaban perseguidos por Fernando VII.
Así,
por ejemplo, el profesor Jorge Vilches ha demostrado que el texto del Bando de
los alcaldes de Móstoles del 2 de mayo de 1808, Muñoz Maldonado lo copia, sin
citar la fuente, de un libro de Flórez Estrada escrito en su exilio londinense.
Las modernas investigaciones han demostrado que el texto conocido es una
recreación de éste plagiada sin más por aquél. Del mismo modo, el marqués de
Lanzán escribió en 1834 unas notas corrigiéndole en lo relativo a la ciudad de
Zaragoza.
También
merece la pena señalar su Historia del
emperador Carlos V, inspirada según se dice en la Historia del reinado del emperador Carlos V, una obra del escocés
William Robertson que fue publicada por primera vez en 1792 y traducida al
castellano en 1839. En su texto, Muñoz Maldonado rectifica los aspectos más
críticos hacia España y los españoles de Robertson y defiende la hegemonía del
emperador y de la dinastía de los Austrias.
De sus otros libros históricos
sobre nuestro país, fueron los más conocidos una Crónica general de España, Los protomártires de la lealtad española en América
o La expulsión de los jesuitas.
Revelaciones históricas, que conoció nuevas ediciones hasta los años 20 del
siglo XX. Ferviente católico, también dedicó buena parte de su producción historiográfica
a la Iglesia Católica; destacan sus Estudios
sobre el catolicismo, que en 1852 dedicó a la Reina Gobernadora María
Cristina de Borbón, La Revolución de
Roma: historia del poder temporal de Pío IX, que escribió después de haber
vivido la Revolución de 1848 en aquella ciudad, y Las catacumbas o los mártires: historia de los tres primeros siglos de
cristianismo (1849).
Elección y actividad
parlamentaria
La
ausencia de un sólido núcleo dirigente del partido moderado en la provincia de
Guadalajara, a diferencia de los progresistas que contaban con una élite local
de reconocido prestigio y capacidad, permitió a José Muñoz Maldonado ser
elegido representante de la circunscripción alcarreña en repetidas ocasiones a
pesar de que no contaba con arraigo en la provincia y sin presentar más mérito
ante sus electores que la docilidad del distrito frente a las instrucciones
gubernamentales.
Se
presentó por primera vez en los comicios de 1837, una votación que en la
circunscripción de Guadalajara se vio seriamente comprometida por las
consecuencias de la Primera Guerra Carlista; de los 483 municipios de la
provincia, sólo en 310 se pudo completar el proceso electoral y otras 173
localidades no pudieron figurar en las listas electorales por la presencia de
partidas carlistas que interrumpían las comunicaciones, ocupaban temporalmente
algunos pueblos o boicoteaban el ejercicio del sufragio. En esas condiciones,
revestí especial gravedad la denuncia de un elector del pueblo de Canales, que
le acusó antes las Cortes de tener una ideología reaccionaria y de haber sido
encumbrado por la protección de Tadeo Calomarde, el primer ministro de Fernando
VII que había conspirado contra el acceso al trono de Isabel II.
La
denuncia no impidió que el 4 de diciembre de 1837 jurase su cargo y tomase
posesión de su escaño, ayudando a conformar la mayoría parlamentaria que los
moderados disfrutaron en esa legislatura y que, paradójicamente, tenía como
principal misión desarrollar la Constitución española de 1837 que habían
redactado y aprobado los progresistas. Cesó en su puesto al disolverse las
Cortes, el 1 de junio de 1839.
En
las elecciones siguientes, convocadas para el verano de 1839, se presentó por
la provincia de Jaén, donde salió elegido con un porcentaje de votos muy bajo
en un censo electoral censitario pero amplio. En esa elección en la
circunscripción de Guadalajara los progresistas ganaron todos los escaños, por
lo que José Muñoz Maldonado no tenía muchas posibilidades de repetir triunfo
electoral. Tomó posesión de su puesto el 2 de octubre, pero las circunstancias
políticas del momento forzaron la disolución de las Cortes el 18 de noviembre
de ese mismo año, por lo que su etapa de representante por la provincia de Jaén
duró poco más de un mes.
Convocado
nuevo proceso electoral para las primeras semanas de 1840, José Muñoz Maldonado
presentó su candidatura para las circunscripciones de Jaén y Guadalajara, en
las que había vencido en anteriores ocasiones. Ganó su escaño en ambas
provincias y optó por representar a la de Guadalajara como diputado, siendo
sustituido en la representación andaluza por Francisco Curado y Fajardo.
En
esta ocasión, volvieron a repetirse los problemas que se produjeron en los
comicios de 1837; la firma del Abrazo de Vergara, que puso fin a la guerra en
el norte peninsular, y la presión sobre los carlistas en el Maestrazgo y las
regiones vecinas forzó a muchos combatientes a abandonar la lucha y buscar
refugio seguro al otro lado de los Pirineos. La provincia de Guadalajara fue
zona de paso de los carlistas que huían hacia Francia, de tal modo que en
localidades como Pastrana o Loranca de Tajuña hubo que suspender las votaciones
que, en general, se vieron muy comprometidas.
Los
progresistas solicitaron la nulidad de varias actas electorales en la Junta de
Escrutinio de Sigüenza, pero sus reclamaciones no fueron atendidas y el proceso
se dio por válido. Quedó la duda de que, de alguna manera, los moderados se
habían aprovechado de las dificultades de la guerra para torcer la voluntad del
cuerpo electoral. De los 4.316 electores inscritos en el censo electoral
alcarreño, José Muñoz Maldonado sólo consiguió 2.233 votos, un margen muy
ajustado.
Después
de jurar como diputado, no se olvidó José Muñoz Maldonado de las dificultades
que la Primera Guerra Carlista había dejado como herencia en la provincia de
Guadalajara, sobre todo en la comarca de Molina de Aragón, la más afectada por
los combates, en la que muchos pueblos habían quedado arruinado por los
saqueos, sobre todo de aquellos carlistas que se escabullían desesperados en
busca de la frontera francesa e intervino en el pleno interesándose por este
asunto. Sin embargo, una vez más, la inestabilidad política de España forzó una
rápida disolución de las Cortes, que puso fin a esta legislatura el 11 de octubre
de 1840.
Con
la caída en desgracia de la Reina Gobernadora María Cristina de Borbón, la gran
valedora de él y de su suegro, y la llegada al gobierno de los progresistas,
José Muñoz Maldonado quedó fuera de parlamento durante todo el período en el
que el general Baldomero Espartero ejerció la Regencia. Pero cuando la
convergencia de moderados y progresistas antiesparteristas forzó el cambio de
régimen, volvió de nuevo a participar desde el primer plano en la vida política
nacional.
En
las elecciones celebradas en marzo de 1844 para Cortes Constituyentes, todavía
con un amplio sufragio censitario, volvió a ser candidato por la
circunscripción de Guadalajara. En esta ocasión volvieron a producirse
distintos incidentes durante el proceso electoral y se anularon todos los votos
correspondientes al distrito de Molina de Aragón, sembrando dudas otra vez
sobre la limpieza democrática de estos comicios. De los cerca de 5.600
electores censados, José Muñoz Maldonado consiguió el apoyo de poco más de
2.700, jurando su cargo el 17 de octubre de 1844 y cesando el 31 de octubre de
1846, después de que fuese aprobada la Constitución de 1845 y desarrolladas
algunas de sus leyes.
En
las elecciones celebradas en 1846 se hizo patente la hegemonía política de los
moderados en el gobierno y su traducción en la nueva ley electoral. El sufragio
volvía a ser férreamente censitario, reduciendo notablemente el número de
ciudadanos que podían ejercer el derecho al sufragio activo y, por otro lado,
las circunscripciones provinciales se dividieron en tantos distritos como
diputados elegía la provincia, que en el caso de Guadalajara eran cinco. En los
comicios celebrados en la Década Moderada, José Muñoz Maldonado se reservó el
escaño por el distrito de Sigüenza y consiguió que su hermano Francisco, que ya
había sido elegido diputado suplente en 1844, ocupase el de Guadalajara en
1846, 1850 y 1851.
En
todas las ocasiones el número de electores fue muy reducido, no sólo por los
estrechos límites que marcaba la ley para ser incluido en el censo electoral,
sino también por el escaso número de habitantes del distrito que, en esos años,
superarían por muy poco la cifra de 40.000. Si en 1846 el censo solo incluía a
150 electores, en 1853 eran 256 y en las otras dos convocatorias sumaban 191
ciudadanos.
Mientras
fue diputado en el Congreso, y muy especialmente cuando lo fue por la provincia
de Guadalajara, se mostró como un parlamentario muy activo, integrándose en un
número muy alto de comisiones, realizando frecuentes intervenciones en los
plenos y presentando diferentes mociones de muy distinta clase. Era un buen
orador y sus discursos eran cortos y ceñidos al asunto que trataba.
De
la larga lista de comisiones y discursos podemos extraer unas características
comunes a su actividad parlamentaria en estos años; participa en medio centenar
de Comisiones, con más presencia en sus primeras legislaturas y con una
actividad menor en las últimas. En primer lugar, habría que destacar su escaso
interés por la provincia de Guadalajara, y más concretamente por el distrito de
Sigüenza, cuya representación llevaba al parlamento. Para José Muñoz Maldonado
sus electores eran un trámite necesario para ocupar un escaño pero no fueron en
ningún caso la causa de sus desvelos en el Congreso.
En
segundo lugar, sobresale su preocupación por las cuestiones económicas, y muy
especialmente por las relativas a presupuestos e impuestos, por los asuntos
culturales y de instrucción pública, con intervenciones en 1837 sobre la
Biblioteca del Congreso y en 1872 sobre la del Senado cuando fue senador, sobre
asuntos internos del Congreso y sobre las elecciones, con distintos discursos
sobre actas disputadas y sorteo y reelección de diputados.
Destacan
también su relativo desinterés por asuntos judiciales, sobre todo teniendo en
cuenta su condición de magistrado, y su voluntad de formar parte de las
Comisiones que tienen alguna relación con la Familia Real: contestación al
discurso de la Corona, felicitación por diversos motivos a la reina o sus
familiares, acompañar a la reina en algún acto o recibirla en el Congreso, etc.
En
1867, cuando la deriva autoritaria del régimen estaba dejando aislada a Isabel
II, volvió a presentarse a las elecciones y a sentarse en el Congreso, lo que
no había hecho durante los gobiernos progresistas de la Unión Liberal desde
1854. En esta ocasión concurrió por la circunscripción y distrito de Lugo, con
un sufragio censitario un poco más amplio. El 4 de abril de 1867 juró su cargo
y se incorporó a sus tareas como diputado, cesando a los nueve meses, por haber
sido designado senador vitalicio.
El
18 de enero de 1868 juró su cargo y pasó a sentarse en la Cámara Alta como
senador vitalicio, nombrado por la reina Isabel II con fecha del 13 de
diciembre de 1867. Tampoco en esta ocasión su nombramiento estuvo libre de
contrariedades, pues el día 2 de ese mismo mes y año se presentó una
comunicación del senador Manuel Pasarón Lastra en la que denunciaba indigno
proceder del nuevo senador, y aunque el día 14 este senador denunciase que
había sido suplantado, pues no era el autor de esa comunicación, la mala
impresión causada por el escrito empañó su entrada en el Senado.
Aunque
se ha destacado su discurso sobre la jurisdicción mercantil, ofrecido en el
pleno del Senado el día 8 de febrero de 1868 con motivo de una reclamación
sobre una compañía ferroviaria, lo cierto es que su primera participación como
senador no pudo ser más breve, pues en el mes de septiembre de ese año la
Revolución Gloriosa destronó a la reina Isabel II y forzó un cambio de régimen
que sentaría la Constitución del país, y también al Senado, sobre nuevas bases.
En
1872 volvió al Senado, en esta ocasión como senador electo por la provincia de
Zamora. También esta segunda etapa en el Senado va a ser breve, y si la primera
acabó abruptamente por la Revolución de septiembre de 1868, a ésta le puso
brusco punto final la proclamación de la República en febrero de 1873. Mientras
ocupó su escaño senatorial mantuvo la febril actividad que siempre mostró como
parlamentario; ingresó en la Segunda y Quinta sección, en ambas como
vicepresidente, perteneció a diez comisiones y aún fue suplente en otra y
pronunció un discurso sobre las líneas de ferrocarril entre Madrid y Mérida y
Sevilla.
Siempre
perteneció al partido moderado y rechazó las acusaciones de oportunista que se
le hicieron después de combatir al gobierno moderado del duque de Frías en
1838; lo que es consecuente con la tradicional división de la corriente más
conservadora del liberalismo que agrupaba en su seno a fracciones y tendencias
de muy diferente origen y práctica política.
Más
que una adscripción ideológica al partido moderado y una firme identidad con
sus postulados, en el caso de José Muñoz Maldonado habría que hablar de una
vinculación personal con la reina María Cristina de Borbón y con la causa de su
hija, Isabel II, que comenzó en 1832 con motivo de la enfermedad de Fernando
VII en La Granja y que se vio robustecida por su matrimonio con la hija de los
condes de Casa Gaviria, tan próximos a la Familia Real.
Perteneció
a una amplia corriente de políticos que crecieron y se formaron durante el
reinado de Fernando VII, caracterizados por una extrema fidelidad a la Corona,
que veían legítimamente encarnada en la reina Isabel, a la que deseaban ver
dueña de amplias prerrogativas que no pudiesen ser limitadas por las
constituciones. Una monarquía estrechamente enlazada con la Iglesia Católica y
con su pasado, una herencia de la que se sentían orgullosos pero que, en el
fondo, sabían que había sido superada por ese liberalismo con el que convivían
y del que eran forzosos aliados.
JUAN PABLO CALERO DELSO
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