ARENAS LÓPEZ, Anselmo
[Molina
de Aragón, 21 de abril de 1844 / Madrid, 25 de noviembre de 1928]
Anselmo Arenas López nació en la localidad de Molina de Aragón el 21 de abril de 1844. Era hijo de María de los Santos López y de Juan Arenas Martínez, un humilde zapatero remendón cuyo oficio aprendió y ejerció Anselmo siendo aún un niño en el taller familiar molinés. Tuvo, al menos, dos hermanos: Paulino y Juana. Contrajo matrimonio y tuvo cuatro hijos, de los que sobresalieron Antonio, oficial del Arma de Ingenieros, y Amelia, que obtuvo el premio extraordinario de piano en el Conservatorio de Música de Madrid. Falleció en Madrid el 25 de noviembre de 1928.
Trasladado
a Madrid para realizar el servicio militar, aprovechó su estancia en la capital
del reino para estudiar, obteniendo el 21 de abril de 1866 el grado de
Bachiller en el madrileño Instituto San Isidro. Continuó su formación en la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central madrileña, donde fue
discípulo de Julián Sanz del Río, Emilio Castelar y Nicolás Salmerón, cuyo
magisterio le influyó extraordinariamente. En 1874 obtuvo el grado de doctor en
Filosofía y Letras y, como a partir de 1869 simultaneó sus estudios con los de
Derecho, obtuvo esa segunda licenciatura en 1871.
Su actividad docente en Canarias
En
1869 se presentó a las oposiciones para ocupar una Cátedra en un Instituto de
nueva creación en Manila, que nunca se abrió por presiones de las órdenes
religiosas presentes en aquel archipiélago. En 1873 aprobó la oposición para un
nuevo centro en Las Palmas de Gran Canaria, a pesar de las protestas de otros
aspirantes que se quejaron de que había pesado más la sintonía política que los
conocimientos académicos. No podía caber duda de la afiliación ideológica de
Anselmo Arenas, que era vicepresidente del Comité republicano-federal de Molina
de Aragón y amigo íntimo de Estanislao Figueras, que le nombró Jefe Económico
de la provincia de Guadalajara cuando ocupó la presidencia de la República en
febrero de 1873.
El 7
de mayo de 1873 Anselmo Arenas tomó posesión como catedrático de Geografía e
Historia en el Instituto de Bachillerato de Las Palmas de Gran Canaria, siendo
nombrado subdirector del centro ese mismo año. Allí coincidió con otros
profesores que compartían con él su ideario político y su defensa de una
enseñanza laica y racionalista, como Saturnino Milego, que se reunió de nuevo
con él en su etapa valenciana, y Salvador Calderón Arana, que más tarde
perteneció al primer cuadro de profesores de la Institución Libre de Enseñanza.
Con
la Restauración monárquica, las fuerzas clericales del archipiélago canario
presionaron a las nuevas autoridades conservadoras para que cesase una labor
docente que era considerada peligrosa y hostil para los católicos, logrando el
obispo José María de Urquinaona que, con la excusa de la ausencia de recursos
presupuestarios, el gobierno cerrase el Instituto y que a partir del mes de
octubre de 1876 todos sus profesores fuesen asignados a centros educativos de
la Península.
Su estancia en Badajoz
Anselmo
Arenas se instaló en Badajoz, en el número 3 de la calle Mesones, para ejercer
como catedrático de Historia del Instituto de Segunda Enseñanza de la
provincia, cargo del que tomó posesión el 24 de mayo de 1877. Hombre siempre
inquieto, y ya político y publicista experimentado, en tierras extremeñas
compaginó su labor docente con algunas iniciativas relevantes.
El
28 de marzo de 1881 vio la luz una publicación, El autonomista extremeño, con vocación de propagar y sostener el
ideario político del Partido Republicano Federal: su fundador era Anselmo
Arenas López, fue su director Narciso Vázquez de Lemus, un masón y federal que
fue precursor del socialismo en Extremadura, y colaboraban en la publicación
Nicolás Díaz y Pérez, reconocido masón, y otro catedrático del Instituto
provincial, Máximo Fuertes Acevedo, entusiasta propagador de las teorías de
Charles Darwin. El afán divulgador de El
autonomista extremeño se ponía de manifiesto en su distribución que era
gratuita, pues sólo los suscriptores debían pagar cinco reales cada mes para su
sostenimiento, lo que condenó a la publicación a un cierre prematuro: solamente
se publicaron veintisiete números.
Fracasado
este primer proyecto, Anselmo Arenas lejos de desanimarse decidió editar un
nuevo periódico, con bases económicas más sólidas. En el año 1882 salió El Diario de Badajoz, un periódico de
vida mucho más dilatada aunque, después del traslado de Anselmo Arenas a
Granada, cayó en manos de los sectores más conservadores de la ciudad y editado
y dirigido por Alberto Merino Torres salió ininterrumpidamente desde marzo de
1898 hasta diciembre de 1923, aunque para entonces se definía en su cabecera
como portavoz maurista, por seguir a Antonio Maura, y albarranista, por
identificarse con Manuel María Albarrán
y García-Marqués. Sin embargo, en su primera época, El Diario de Badajoz fue portavoz del republicanismo federal en las
comarcas pacenses y un eficaz órgano de difusión de las teorías krausistas y
librepensadoras de su fundador. Mientras tanto, también colaboraba con otros medios
periodísticos de ámbito nacional y de ideas avanzadas, como el semanario
madrileño El Voto, en cuya redacción
estaban Fernando Lozano y Ramón Chíes, que poco después dirigieron Las Dominicales del Libre Pensamiento, y
que fueron dos de los albaceas testamentarios elegidos por Felipe Nieto para
establecer a su muerte la Escuela Laica de Guadalajara.
Además,
durante su estancia en Extremadura, Anselmo Arenas se mostró como un activo
organizador de la masonería. Por un lado, fue el promotor de la logia Pax Augusta de Badajoz, que decayó tras
su traslado a Granada, junto con Isidoro Osorio y Tomás Romero de Castilla,
catedrático de Ética del Instituto de bachillerato pacense. La influencia de la
masonería se reflejó en sus proyectos periodísticos, lo que provocó agrias
disputas con el obispo y los sectores eclesiásticos extremeños y duras críticas
desde las páginas de El Avisador de
Badajoz.
Por
otra parte, continuó con su militancia política. El 10 de junio de 1883
presidió en Zaragoza la primera Asamblea Federal del partido republicano de Pi
y Margall, a la que asistieron representantes de treinta y una provincias,
además de una delegación conjunta catalana, y que supuso una auténtica
resurrección de este partido. También animó en Badajoz la Sociedad de la
Orquesta Española, una agrupación musical que formaba parte de un ambicioso
proyecto educativo para las clases populares de raíz republicana, que incluía
el Fomento de las Artes y una Escuela de Artes y Oficios, aunque sólo el Liceo
de Artesanos de Badajoz tuvo una larga vida.
Su expediente en Granada
En
Badajoz comenzó la publicación de manuales para escolares, entre los que
destaca su Curso de Historia de España,
que fue motivo de una de las más enconadas batallas del más rancio clericalismo
para hacerse con el control de la educación en España. Al comenzar el curso
escolar de 1893 el arzobispo de Granada, José Moreno Mazón, decidió intervenir
para impedir, o al menos coartar, la actividad docente de Anselmo Arenas. El 23
de octubre de 1893, según reconocía personalmente en una carta remitida al
ministro de Fomento, Segismundo Moret, el prelado nombró un tribunal
eclesiástico para que analizase los libros de texto escritos y utilizados por
el catedrático de Historia del Instituto granadino, emitiéndose un dictamen muy
crítico con las ideas que allí se expresaban. Se le ofreció a Anselmo Arenas un
plazo de ocho días para que se retractase públicamente, retirase sus libros y
cesasen sus explicaciones en el aula.
Como
no hubo rectificación, el día 27 de septiembre de 1893 el arzobispo dictó un
auto condenando y reprobando el Curso de
Historia General y el Curso de
Historia de España de Anselmo Arenas, “por hallarse en ellos proposiciones
contrarias a la doctrina católica y sana moral”, solicitando la jerarquía
eclesiástica que dichos libros fuesen expurgados de tan erróneas teorías.
Además, el arzobispo advertía en su escrito “a los padres de familia que se
precien de católicos, que no permitan el que sus hijos compren, lean ni
retengan dichas obras, sin ser antes expurgadas, ni que oigan las explicaciones
de dichas asignaturas”, y aún añadía que los que dispusiesen de algún ejemplar
de esos libros deberían entregarlo en la secretaría del arzobispado pues, si no
lo hacían, “incurren en pecado gravísimo”.
Continuó
subiendo la tensión en la ciudad de Granada, azuzadas las conciencias católicas
desde las páginas de El Resumen. En
las últimas semanas de 1893 se hacía pública una carta, firmada por una
comisión de padres de alumnos con matrícula libre en el Instituto de Granada,
en la que se solicitaba que el profesor Anselmo Arenas no participase en la
evaluación de sus hijos, cuestionando su visión de la Historia y hasta su
capacidad para juzgar con imparcialidad a los estudiantes. Echando más leña al
fuego inquisitorial, a principios de 1894 se publicó en el Boletín eclesiástico de Badajoz un documento pastoral condenando
los libros de texto de Anselmo Arenas, acusación que fue apoyada por el
director del Instituto de la capital pacense, que se declaraba “fervoroso
católico”.
Finalmente,
una Real Orden del 25 de febrero de 1894 dispuso que se abriese un expediente
administrativo a Anselmo Arenas, en el que se recogió la declaración de varios
padres de alumnos que sostuvieron que las explicaciones del catedrático de
Historia no eran más que propaganda perniciosa. Por el contrario, el director
del Instituto adujo que “el Sr. Arenas observa costumbres irreprochables,
siendo tolerante y benevolente con todos”, añadiendo que el propio autor había
explicado a los directores de los colegios adscritos al Instituto granadino que
“aunque los alumnos expusieran doctrinas opuestas a las suyas obtendrían la
calificación merecida”, lo que fue corroborado en su declaración por Alfonso de
la Cámara y Jiménez, director de la Academia cívico-militar de Granada, que
sostuvo que “el Sr. Arenas, con suma cortesía, contestó que no tenía
inconveniente en que de su libro se suprimiera [en los colegios] todo aquello
que se creyese molesto a los sentimientos católicos de los jóvenes alumnos”.
También testificaron sus alumnos, o cuando menos una proporción significativa,
que declararon que Anselmo Arenas se ajustaba en sus explicaciones a lo escrito
en los libros cuestionados pero que en sus clases no se atacaba la religión
católica. Tan solo un alumno, y el bedel del Instituto, afirmaron lo contrario.
Para
aplacar los ánimos y tranquilizar a los católicos, el día 6 de marzo de 1894 se
le comunicó a Anselmo Arenas la prohibición provisional para impartir clase en
el Instituto granadino, y como éste se ratificó en el espíritu que había
inspirado sus obras y conforme al cual había estado impartiendo sus clases, el
Rector de la Universidad de Sevilla le suspendió de su función docente el día
30 de marzo de 1894. Y el 6 de abril de ese mismo año, sus manuales fueron
retirados y dejaron de ser considerados libros de texto para Bachillerato,
según una orden del Rectorado sevillano.
Pero
la sociedad progresista granadina se movilizó frente al acoso contra el
catedrático Anselmo Arenas. En abril de 1894, cientos de ciudadanos firmaron un
escrito, dirigido al ministro de Fomento, en el que se puede advertía que “se
trata de un atropello a la inmunidad de la ciencia, del libro, de la cátedra y
del profesorado consagrados en la Constitución”. También los alumnos del
Instituto de Granada escribieron una carta, fechada el 7 de mayo de 1844, en el
que un puñado de ellos recordaba con admiración y agradecimiento el magisterio
de Anselmo Arenas.
De vuelta a Guadalajara
Cesado
Segismundo Moret como ministro de Fomento, a partir del 12 de marzo de 1894 le
sustituyó al frente del ministerio responsable de la instrucción pública
Alejandro Groizard Gómez de la Serna, que ratificó todas las medidas
sancionadoras aprobadas en la Universidad de Sevilla. Anselmo Arenas fue suspendido
de empleo y solamente percibía la mitad de sus haberes y, viendo la batalla
perdida o, por lo menos, muy dilatada su resolución, en el mes de junio de 1896
solicitó que se le nombrase para una comisión en Guadalajara o en Madrid,
petición que fue rechazada.
A
pesar de la negativa ministerial de ofrecerle una salida profesional digna,
Anselmo Arenas y su familia hicieron las maletas y en 1897 ya estaban en
Guadalajara, residiendo en el número 3 de la calle de San Bartolomé. Allí pudo
canalizar su inquietud investigadora y divulgadora, no sólo escribiendo en
periódicos con los que compartía ideario político, como El Republicano, sino también en publicaciones menos afines, como el
liberal La Crónica, o que le eran
hostiles si no fuese por el amor común al Señorío, como el carlista La Torre de Aragón. Mientras tanto, su
hija Amelia concluía con particular éxito sus estudios musicales y daba clases
de música a jóvenes alcarreños que cursaban los estudios en el Conservatorio
madrileño como alumnos libres.
Alejado
de la docencia, se dedicó a la investigación histórica, publicando dos libros
en los que reivindicaba la importancia de Molina en la historia de España; el
primero fue La Lusitania celtibérica,
editado en 1897 en la Imprenta Popular de Madrid, y el segundo fue Viriato no fue portugués sino celtíbero. Su
biografía, que fue impreso en el Establecimiento Tipográfico de Vicente
Pedromingo de Guadalajara en el año 1900.
Continuó
con su militancia política, aunque rechazó presentarse como candidato para
ocupar cualquier cargo representativo, a pesar de que el amplio respaldo
electoral de los republicanos en Guadalajara le aseguraba la victoria. Hay que
tener en cuenta que su sobrino, Gerardo López Rubio, era el auténtico líder
republicano en el Señorío de Molina y nada se hacía o deshacía en el distrito
sin su consentimiento en una comarca que tenía un diputado republicano, Calixto
Rodríguez, que contaba las elecciones por victorias. Anselmo Arenas recordó
este parentesco cuando salió al paso de algunos comentarios periodísticos que
le señalaban como candidato a diputado provincial por Molina, rechazando en
1901 su concurrencia a concejal por Guadalajara en la lista republicana, aunque
la apoyaba y se alegraba públicamente que el Señorío de Molina diese muestras
de su independencia hurtando su representación a los partidos dinásticos, “al
caciquismo moderno”, según su expresión.
Aceptó
dirigir un periódico republicano en la capital alcarreña, que se iba a llamar La Fusión Republicana por ser el
resultado de un entendimiento entre las diferentes corrientes antimonárquicas,
que sin embargo nunca vio la luz. También formó parte, como vicepresidente de
la Sección de Enseñanza y Letras, de la junta directiva de la Unión
Iberoamericana, constituida en Guadalajara el 6 de agosto de 1900, una
responsabilidad que compartía con Ubaldo Romero de Quiñones, Ángel Campos o
Gabriel María Vergara.
Fue
elegido Presidente del Ateneo Instructivo del Obrero en la asamblea celebrada
por esta sociedad en enero de 1898 y reelegido para 1899; en la inauguración de
este último curso pronunció un discurso erudito sobre el poeta árabe alcarreño
Mahomed Abdalla ben Ibrahim ben Wazamor Al-Hagiari. Sin embargo, en 1900 los
republicanos perdieron el control de la Junta del Ateneo, para la que fueron
elegidos conservadores y carlistas como Facundo Martínez, Alfonso Martín
Manzano, Agapito Frías y Manuel María Vallés. A este vuelco no sería ajeno el
déficit del Ateneo, de 1.500 pesetas, que no se pudo enjugar durante su
gestión, por lo que se formó una comisión con Anselmo Arenas para resolver tan
grave problema.
Mucho
más limitada fue su actividad masónica, pues por entonces no había en
Guadalajara logias activas, aunque había masones “dormidos” tanto en la Academia de Ingenieros militares como en la
sociedad civil. La logia Caracense nº
244 había cesado sus actividades pocos años antes del regreso de Anselmo Arenas
a la capital alcarreña y allí seguían residiendo muchos de sus integrantes,
algunos activos militantes republicanos, y lo mismo había sucedido en otros
puntos de la provincia en los que había habido logias activas, pero no tenemos
noticias de que renovase su actividad masónica en tierras alcarreñas.
Su reingreso en Valencia
El
día 2 de diciembre de 1901 se publicó una Real Orden, inspirada por el ministro
de Instrucción Pública, el conde de Romanones, que trasladaba a Anselmo Arenas
al Instituto General y Técnico de Valencia en calidad de catedrático de
Literatura. Solución salomónica y componenda política que no satisfizo a nadie.
Por un lado, Vicente Calatayud, un profesor de latín de ideología integrista,
acudió a los tribunales para que se revocase ese nombramiento que consideraba
irregular y, por otro lado, Anselmo Arenas quedó frustrado porque no se le
reintegró a su cátedra de Historia en Granada. En el semanario Las Dominicales del Libre Pensamiento se
publicó una columna, escrita por Fernando Lozano Demófilo, en la que se criticaba muy duramente al conde de
Romanones y se hacía especial hincapié en los favores que éste había recibido
de los republicanos alcarreños al comienzo de su carrera política y en la
ingratitud que había mostrado hacia ellos, y que ahora se ponía otra vez de
manifiesto con Anselmo Arenas.
El
11 de enero de 1902 salió de Guadalajara hacia Valencia, pasando por Molina de
Aragón, aunque su familia aún permaneció un tiempo en la provincia. La etapa
valenciana fue fructífera, y aunque hasta 1908 solicitó en varias ocasiones la
Cátedra de Historia que se le había prometido, desempeñó con acierto la Cátedra
de Lengua Francesa del Instituto de Valencia, escribiendo manuales de idioma
francés para sus alumnos. Además, terminó por cobrar los salarios no percibidos
durante los siete años que duró su expediente disciplinario, lo que le resarció
en buena parte de la anómala resolución de su sanción; parte de este dinero lo
entregó a El Motín, el periódico
anticlerical de José Nakens.
Colaboró
activamente con el republicanismo levantino, dirigido por Vicente Blasco
Ibáñez, un líder tan carismático que dio nombre a esta corriente en tierras
valencianas: el blasquismo. En 1903 las desavenencias entre éste y Mariano
Rodrigo Soriano salpicaron a Anselmo Arenas, que sufrió una campaña personal
desde el blasquista La Barraca, donde
se le llamaba jesuita y se ridiculizaba su expulsión de la cátedra afirmando
que había estado siete años percibiendo sus haberes sin trabajar y que aún se
hacía el mártir. Pero fueron las páginas de El
Pueblo las que acogieron las críticas más feroces; allí se descubrían los
seudónimos que había utilizado en el diario y se le atribuían campañas
insidiosas. A pesar de todo, el 8 de abril de 1904 acudió en Alicante, como
vicepresidente y cabeza de la delegación valenciana, a la Asamblea regional del
Partido Republicano Federal que debatió y aprobó un proyecto de Constitución
para el Estado Valenciano.
Mantuvo
su preocupación pedagógica y su defensa de la enseñanza laica y en la primavera
de 1913 firmó un manifiesto, ampliamente secundado por profesores de todos los
niveles educativos, que solicitaba que los maestros de Primera Enseñanza
quedasen excluidos de la obligación de impartir las clases de Religión
Católica, como hasta entonces estaban encargados de hacer aunque violase su
conciencia.
Y
también pudo continuar con su tarea como historiador, que ya había iniciado en
años anteriores con estudios de mucho interés que le revelan como un
investigador concienzudo y original, pero siempre polémico. En 1913 publicó su
obra Historia del levantamiento de Molina
de Aragón y su Señorío en mayo de 1808 y guerras de su independencia, donde
muestra una erudición enciclopédica y coloca al Señorío molinés a la cabeza en
la organización de Juntas patrióticas. En 1919 salió su libro Reivindicaciones Históricas - Sebastián de Ercávica:
primer cronista de la Reconquista cristiana, obra con la que comenzó una serie de polémicas revisiones de algunas
teorías y mitos de la Historia nacional que, ya jubilado,
continuó con su estudio Séptima
reivindicación histórica: el verdadero Tarteso, impresa por Manuel Pau en
Valencia en 1926, en el que contradecía al arqueólogo Adolf Schulten, que
defendía el origen etrusco de los tartesios, y sostenía la raíz autóctona
hispánica del mítico reino del Guadalquivir. Dos años después dio a la imprenta
Origen del Muy Ilustre Señorío de
Molina de Aragón. El Cid y D. Manrique de Lara dos modelos de vasallos, en el que volvía a salir en defensa de su patria chica.
Al
cumplir los 70 años se iniciaron los trámites para su jubilación; pero tanto en
1914 como en 1916 se resolvió acceder a su petición de seguir en activo. El
expediente definitivo se abrió el 14 de junio de 1918, cuando ya había cumplido
los setenta y cuatro años de edad, aunque él se resistió una vez más a
retirarse, aduciendo que “la jubilación
más constituye un derecho que una obligación” y que ni quería ejercer ese
derecho ni creía llegado el momento de abandonar las aulas, aduciendo como
prueba de su capacidad física y mental que, en el último trienio, ni había
faltado ni había llegado con retraso a sus clases ni una sola vez. Al
jubilarse, se trasladó a Madrid, donde siguió trabajando en archivos y
bibliotecas y publicando sus obras hasta el final de sus días.
JUAN
PABLO CALERO DELSO
Muy agradecido por el tiempo dedicado a D. Anselmo Arenas López.
ResponderEliminarSoy Álvaro Arenas Luna biznieto del historiador. El mes pasado envié un correo a su atención dirigido a: publicaciones@uclm.es
Estamos en contacto con la Universidad Carlos III y el profesor que lleva el estudio del verdadero tarteso.
Enhorabuena por su trabajo y una vez más gracias.
Buenos días, le escribo desde la Universidad Popular de Valencia. Vamos a recordar la figura de Anselmo Arenas en nuestro 116 aniversario porque dio una conferencia en nuestro inaugural en 1903. Le agradeceríamos que se pudiera en contacto con nosotros para enviarle la información, si lo creen interesante. Un saludo . upcomunicacio@valencia.es
ResponderEliminar