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sábado, 2 de septiembre de 2017

ANSELMO ARENAS LÓPEZ

ARENAS LÓPEZ, Anselmo
[Molina de Aragón, 21 de abril de 1844 / Madrid, 25 de noviembre de 1928]

Anselmo Arenas López nació en la localidad de Molina de Aragón el 21 de abril de 1844. Era hijo de María de los Santos López y de Juan Arenas Martínez, un humilde zapatero remendón cuyo oficio aprendió y ejerció Anselmo siendo aún un niño en el taller familiar molinés. Tuvo, al menos, dos hermanos: Paulino y Juana. Contrajo matrimonio y tuvo cuatro hijos, de los que sobresalieron Antonio, oficial del Arma de Ingenieros, y Amelia, que obtuvo el premio extraordinario de piano en el Conservatorio de Música de Madrid. Falleció en Madrid el 25 de noviembre de 1928.
Trasladado a Madrid para realizar el servicio militar, aprovechó su estancia en la capital del reino para estudiar, obteniendo el 21 de abril de 1866 el grado de Bachiller en el madrileño Instituto San Isidro. Continuó su formación en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central madrileña, donde fue discípulo de Julián Sanz del Río, Emilio Castelar y Nicolás Salmerón, cuyo magisterio le influyó extraordinariamente. En 1874 obtuvo el grado de doctor en Filosofía y Letras y, como a partir de 1869 simultaneó sus estudios con los de Derecho, obtuvo esa segunda licenciatura en 1871.

Su actividad docente en Canarias
En 1869 se presentó a las oposiciones para ocupar una Cátedra en un Instituto de nueva creación en Manila, que nunca se abrió por presiones de las órdenes religiosas presentes en aquel archipiélago. En 1873 aprobó la oposición para un nuevo centro en Las Palmas de Gran Canaria, a pesar de las protestas de otros aspirantes que se quejaron de que había pesado más la sintonía política que los conocimientos académicos. No podía caber duda de la afiliación ideológica de Anselmo Arenas, que era vicepresidente del Comité republicano-federal de Molina de Aragón y amigo íntimo de Estanislao Figueras, que le nombró Jefe Económico de la provincia de Guadalajara cuando ocupó la presidencia de la República en febrero de 1873.
El 7 de mayo de 1873 Anselmo Arenas tomó posesión como catedrático de Geografía e Historia en el Instituto de Bachillerato de Las Palmas de Gran Canaria, siendo nombrado subdirector del centro ese mismo año. Allí coincidió con otros profesores que compartían con él su ideario político y su defensa de una enseñanza laica y racionalista, como Saturnino Milego, que se reunió de nuevo con él en su etapa valenciana, y Salvador Calderón Arana, que más tarde perteneció al primer cuadro de profesores de la Institución Libre de Enseñanza.
Con la Restauración monárquica, las fuerzas clericales del archipiélago canario presionaron a las nuevas autoridades conservadoras para que cesase una labor docente que era considerada peligrosa y hostil para los católicos, logrando el obispo José María de Urquinaona que, con la excusa de la ausencia de recursos presupuestarios, el gobierno cerrase el Instituto y que a partir del mes de octubre de 1876 todos sus profesores fuesen asignados a centros educativos de la Península.

Su estancia en Badajoz
Anselmo Arenas se instaló en Badajoz, en el número 3 de la calle Mesones, para ejercer como catedrático de Historia del Instituto de Segunda Enseñanza de la provincia, cargo del que tomó posesión el 24 de mayo de 1877. Hombre siempre inquieto, y ya político y publicista experimentado, en tierras extremeñas compaginó su labor docente con algunas iniciativas relevantes.
El 28 de marzo de 1881 vio la luz una publicación, El autonomista extremeño, con vocación de propagar y sostener el ideario político del Partido Republicano Federal: su fundador era Anselmo Arenas López, fue su director Narciso Vázquez de Lemus, un masón y federal que fue precursor del socialismo en Extremadura, y colaboraban en la publicación Nicolás Díaz y Pérez, reconocido masón, y otro catedrático del Instituto provincial, Máximo Fuertes Acevedo, entusiasta propagador de las teorías de Charles Darwin. El afán divulgador de El autonomista extremeño se ponía de manifiesto en su distribución que era gratuita, pues sólo los suscriptores debían pagar cinco reales cada mes para su sostenimiento, lo que condenó a la publicación a un cierre prematuro: solamente se publicaron veintisiete números.
Fracasado este primer proyecto, Anselmo Arenas lejos de desanimarse decidió editar un nuevo periódico, con bases económicas más sólidas. En el año 1882 salió El Diario de Badajoz, un periódico de vida mucho más dilatada aunque, después del traslado de Anselmo Arenas a Granada, cayó en manos de los sectores más conservadores de la ciudad y editado y dirigido por Alberto Merino Torres salió ininterrumpidamente desde marzo de 1898 hasta diciembre de 1923, aunque para entonces se definía en su cabecera como portavoz maurista, por seguir a Antonio Maura, y albarranista, por identificarse con Manuel María Albarrán y García-Marqués. Sin embargo, en su primera época, El Diario de Badajoz fue portavoz del republicanismo federal en las comarcas pacenses y un eficaz órgano de difusión de las teorías krausistas y librepensadoras de su fundador. Mientras tanto, también colaboraba con otros medios periodísticos de ámbito nacional y de ideas avanzadas, como el semanario madrileño El Voto, en cuya redacción estaban Fernando Lozano y Ramón Chíes, que poco después dirigieron Las Dominicales del Libre Pensamiento, y que fueron dos de los albaceas testamentarios elegidos por Felipe Nieto para establecer a su muerte la Escuela Laica de Guadalajara.
Además, durante su estancia en Extremadura, Anselmo Arenas se mostró como un activo organizador de la masonería. Por un lado, fue el promotor de la logia Pax Augusta de Badajoz, que decayó tras su traslado a Granada, junto con Isidoro Osorio y Tomás Romero de Castilla, catedrático de Ética del Instituto de bachillerato pacense. La influencia de la masonería se reflejó en sus proyectos periodísticos, lo que provocó agrias disputas con el obispo y los sectores eclesiásticos extremeños y duras críticas desde las páginas de El Avisador de Badajoz.
Por otra parte, continuó con su militancia política. El 10 de junio de 1883 presidió en Zaragoza la primera Asamblea Federal del partido republicano de Pi y Margall, a la que asistieron representantes de treinta y una provincias, además de una delegación conjunta catalana, y que supuso una auténtica resurrección de este partido. También animó en Badajoz la Sociedad de la Orquesta Española, una agrupación musical que formaba parte de un ambicioso proyecto educativo para las clases populares de raíz republicana, que incluía el Fomento de las Artes y una Escuela de Artes y Oficios, aunque sólo el Liceo de Artesanos de Badajoz tuvo una larga vida.
Su expediente en Granada
En Badajoz comenzó la publicación de manuales para escolares, entre los que destaca su Curso de Historia de España, que fue motivo de una de las más enconadas batallas del más rancio clericalismo para hacerse con el control de la educación en España. Al comenzar el curso escolar de 1893 el arzobispo de Granada, José Moreno Mazón, decidió intervenir para impedir, o al menos coartar, la actividad docente de Anselmo Arenas. El 23 de octubre de 1893, según reconocía personalmente en una carta remitida al ministro de Fomento, Segismundo Moret, el prelado nombró un tribunal eclesiástico para que analizase los libros de texto escritos y utilizados por el catedrático de Historia del Instituto granadino, emitiéndose un dictamen muy crítico con las ideas que allí se expresaban. Se le ofreció a Anselmo Arenas un plazo de ocho días para que se retractase públicamente, retirase sus libros y cesasen sus explicaciones en el aula.
Como no hubo rectificación, el día 27 de septiembre de 1893 el arzobispo dictó un auto condenando y reprobando el Curso de Historia General y el Curso de Historia de España de Anselmo Arenas, “por hallarse en ellos proposiciones contrarias a la doctrina católica y sana moral”, solicitando la jerarquía eclesiástica que dichos libros fuesen expurgados de tan erróneas teorías. Además, el arzobispo advertía en su escrito “a los padres de familia que se precien de católicos, que no permitan el que sus hijos compren, lean ni retengan dichas obras, sin ser antes expurgadas, ni que oigan las explicaciones de dichas asignaturas”, y aún añadía que los que dispusiesen de algún ejemplar de esos libros deberían entregarlo en la secretaría del arzobispado pues, si no lo hacían, “incurren en pecado gravísimo”.
Continuó subiendo la tensión en la ciudad de Granada, azuzadas las conciencias católicas desde las páginas de El Resumen. En las últimas semanas de 1893 se hacía pública una carta, firmada por una comisión de padres de alumnos con matrícula libre en el Instituto de Granada, en la que se solicitaba que el profesor Anselmo Arenas no participase en la evaluación de sus hijos, cuestionando su visión de la Historia y hasta su capacidad para juzgar con imparcialidad a los estudiantes. Echando más leña al fuego inquisitorial, a principios de 1894 se publicó en el Boletín eclesiástico de Badajoz un documento pastoral condenando los libros de texto de Anselmo Arenas, acusación que fue apoyada por el director del Instituto de la capital pacense, que se declaraba “fervoroso católico”.
Finalmente, una Real Orden del 25 de febrero de 1894 dispuso que se abriese un expediente administrativo a Anselmo Arenas, en el que se recogió la declaración de varios padres de alumnos que sostuvieron que las explicaciones del catedrático de Historia no eran más que propaganda perniciosa. Por el contrario, el director del Instituto adujo que “el Sr. Arenas observa costumbres irreprochables, siendo tolerante y benevolente con todos”, añadiendo que el propio autor había explicado a los directores de los colegios adscritos al Instituto granadino que “aunque los alumnos expusieran doctrinas opuestas a las suyas obtendrían la calificación merecida”, lo que fue corroborado en su declaración por Alfonso de la Cámara y Jiménez, director de la Academia cívico-militar de Granada, que sostuvo que “el Sr. Arenas, con suma cortesía, contestó que no tenía inconveniente en que de su libro se suprimiera [en los colegios] todo aquello que se creyese molesto a los sentimientos católicos de los jóvenes alumnos”. También testificaron sus alumnos, o cuando menos una proporción significativa, que declararon que Anselmo Arenas se ajustaba en sus explicaciones a lo escrito en los libros cuestionados pero que en sus clases no se atacaba la religión católica. Tan solo un alumno, y el bedel del Instituto, afirmaron lo contrario.
Para aplacar los ánimos y tranquilizar a los católicos, el día 6 de marzo de 1894 se le comunicó a Anselmo Arenas la prohibición provisional para impartir clase en el Instituto granadino, y como éste se ratificó en el espíritu que había inspirado sus obras y conforme al cual había estado impartiendo sus clases, el Rector de la Universidad de Sevilla le suspendió de su función docente el día 30 de marzo de 1894. Y el 6 de abril de ese mismo año, sus manuales fueron retirados y dejaron de ser considerados libros de texto para Bachillerato, según una orden del Rectorado sevillano.
Pero la sociedad progresista granadina se movilizó frente al acoso contra el catedrático Anselmo Arenas. En abril de 1894, cientos de ciudadanos firmaron un escrito, dirigido al ministro de Fomento, en el que se puede advertía que “se trata de un atropello a la inmunidad de la ciencia, del libro, de la cátedra y del profesorado consagrados en la Constitución”. También los alumnos del Instituto de Granada escribieron una carta, fechada el 7 de mayo de 1844, en el que un puñado de ellos recordaba con admiración y agradecimiento el magisterio de Anselmo Arenas.

De vuelta a Guadalajara
Cesado Segismundo Moret como ministro de Fomento, a partir del 12 de marzo de 1894 le sustituyó al frente del ministerio responsable de la instrucción pública Alejandro Groizard Gómez de la Serna, que ratificó todas las medidas sancionadoras aprobadas en la Universidad de Sevilla. Anselmo Arenas fue suspendido de empleo y solamente percibía la mitad de sus haberes y, viendo la batalla perdida o, por lo menos, muy dilatada su resolución, en el mes de junio de 1896 solicitó que se le nombrase para una comisión en Guadalajara o en Madrid, petición que fue rechazada.
A pesar de la negativa ministerial de ofrecerle una salida profesional digna, Anselmo Arenas y su familia hicieron las maletas y en 1897 ya estaban en Guadalajara, residiendo en el número 3 de la calle de San Bartolomé. Allí pudo canalizar su inquietud investigadora y divulgadora, no sólo escribiendo en periódicos con los que compartía ideario político, como El Republicano, sino también en publicaciones menos afines, como el liberal La Crónica, o que le eran hostiles si no fuese por el amor común al Señorío, como el carlista La Torre de Aragón. Mientras tanto, su hija Amelia concluía con particular éxito sus estudios musicales y daba clases de música a jóvenes alcarreños que cursaban los estudios en el Conservatorio madrileño como alumnos libres.
Alejado de la docencia, se dedicó a la investigación histórica, publicando dos libros en los que reivindicaba la importancia de Molina en la historia de España; el primero fue La Lusitania celtibérica, editado en 1897 en la Imprenta Popular de Madrid, y el segundo fue Viriato no fue portugués sino celtíbero. Su biografía, que fue impreso en el Establecimiento Tipográfico de Vicente Pedromingo de Guadalajara en el año 1900.
Continuó con su militancia política, aunque rechazó presentarse como candidato para ocupar cualquier cargo representativo, a pesar de que el amplio respaldo electoral de los republicanos en Guadalajara le aseguraba la victoria. Hay que tener en cuenta que su sobrino, Gerardo López Rubio, era el auténtico líder republicano en el Señorío de Molina y nada se hacía o deshacía en el distrito sin su consentimiento en una comarca que tenía un diputado republicano, Calixto Rodríguez, que contaba las elecciones por victorias. Anselmo Arenas recordó este parentesco cuando salió al paso de algunos comentarios periodísticos que le señalaban como candidato a diputado provincial por Molina, rechazando en 1901 su concurrencia a concejal por Guadalajara en la lista republicana, aunque la apoyaba y se alegraba públicamente que el Señorío de Molina diese muestras de su independencia hurtando su representación a los partidos dinásticos, “al caciquismo moderno”, según su expresión.
Aceptó dirigir un periódico republicano en la capital alcarreña, que se iba a llamar La Fusión Republicana por ser el resultado de un entendimiento entre las diferentes corrientes antimonárquicas, que sin embargo nunca vio la luz. También formó parte, como vicepresidente de la Sección de Enseñanza y Letras, de la junta directiva de la Unión Iberoamericana, constituida en Guadalajara el 6 de agosto de 1900, una responsabilidad que compartía con Ubaldo Romero de Quiñones, Ángel Campos o Gabriel María Vergara.
Fue elegido Presidente del Ateneo Instructivo del Obrero en la asamblea celebrada por esta sociedad en enero de 1898 y reelegido para 1899; en la inauguración de este último curso pronunció un discurso erudito sobre el poeta árabe alcarreño Mahomed Abdalla ben Ibrahim ben Wazamor Al-Hagiari. Sin embargo, en 1900 los republicanos perdieron el control de la Junta del Ateneo, para la que fueron elegidos conservadores y carlistas como Facundo Martínez, Alfonso Martín Manzano, Agapito Frías y Manuel María Vallés. A este vuelco no sería ajeno el déficit del Ateneo, de 1.500 pesetas, que no se pudo enjugar durante su gestión, por lo que se formó una comisión con Anselmo Arenas para resolver tan grave problema.
Mucho más limitada fue su actividad masónica, pues por entonces no había en Guadalajara logias activas, aunque había masones “dormidos” tanto en la Academia de Ingenieros militares como en la sociedad civil. La logia Caracense nº 244 había cesado sus actividades pocos años antes del regreso de Anselmo Arenas a la capital alcarreña y allí seguían residiendo muchos de sus integrantes, algunos activos militantes republicanos, y lo mismo había sucedido en otros puntos de la provincia en los que había habido logias activas, pero no tenemos noticias de que renovase su actividad masónica en tierras alcarreñas.

Su reingreso en Valencia
El día 2 de diciembre de 1901 se publicó una Real Orden, inspirada por el ministro de Instrucción Pública, el conde de Romanones, que trasladaba a Anselmo Arenas al Instituto General y Técnico de Valencia en calidad de catedrático de Literatura. Solución salomónica y componenda política que no satisfizo a nadie. Por un lado, Vicente Calatayud, un profesor de latín de ideología integrista, acudió a los tribunales para que se revocase ese nombramiento que consideraba irregular y, por otro lado, Anselmo Arenas quedó frustrado porque no se le reintegró a su cátedra de Historia en Granada. En el semanario Las Dominicales del Libre Pensamiento se publicó una columna, escrita por Fernando Lozano Demófilo, en la que se criticaba muy duramente al conde de Romanones y se hacía especial hincapié en los favores que éste había recibido de los republicanos alcarreños al comienzo de su carrera política y en la ingratitud que había mostrado hacia ellos, y que ahora se ponía otra vez de manifiesto con Anselmo Arenas.
El 11 de enero de 1902 salió de Guadalajara hacia Valencia, pasando por Molina de Aragón, aunque su familia aún permaneció un tiempo en la provincia. La etapa valenciana fue fructífera, y aunque hasta 1908 solicitó en varias ocasiones la Cátedra de Historia que se le había prometido, desempeñó con acierto la Cátedra de Lengua Francesa del Instituto de Valencia, escribiendo manuales de idioma francés para sus alumnos. Además, terminó por cobrar los salarios no percibidos durante los siete años que duró su expediente disciplinario, lo que le resarció en buena parte de la anómala resolución de su sanción; parte de este dinero lo entregó a El Motín, el periódico anticlerical de José Nakens.
Colaboró activamente con el republicanismo levantino, dirigido por Vicente Blasco Ibáñez, un líder tan carismático que dio nombre a esta corriente en tierras valencianas: el blasquismo. En 1903 las desavenencias entre éste y Mariano Rodrigo Soriano salpicaron a Anselmo Arenas, que sufrió una campaña personal desde el blasquista La Barraca, donde se le llamaba jesuita y se ridiculizaba su expulsión de la cátedra afirmando que había estado siete años percibiendo sus haberes sin trabajar y que aún se hacía el mártir. Pero fueron las páginas de El Pueblo las que acogieron las críticas más feroces; allí se descubrían los seudónimos que había utilizado en el diario y se le atribuían campañas insidiosas. A pesar de todo, el 8 de abril de 1904 acudió en Alicante, como vicepresidente y cabeza de la delegación valenciana, a la Asamblea regional del Partido Republicano Federal que debatió y aprobó un proyecto de Constitución para el Estado Valenciano.
Mantuvo su preocupación pedagógica y su defensa de la enseñanza laica y en la primavera de 1913 firmó un manifiesto, ampliamente secundado por profesores de todos los niveles educativos, que solicitaba que los maestros de Primera Enseñanza quedasen excluidos de la obligación de impartir las clases de Religión Católica, como hasta entonces estaban encargados de hacer aunque violase su conciencia.
Y también pudo continuar con su tarea como historiador, que ya había iniciado en años anteriores con estudios de mucho interés que le revelan como un investigador concienzudo y original, pero siempre polémico. En 1913 publicó su obra Historia del levantamiento de Molina de Aragón y su Señorío en mayo de 1808 y guerras de su independencia, donde muestra una erudición enciclopédica y coloca al Señorío molinés a la cabeza en la organización de Juntas patrióticas. En 1919 salió su libro Reivindicaciones Históricas - Sebastián de Ercávica: primer cronista de la Reconquista cristiana, obra con la que comenzó una serie de polémicas revisiones de algunas teorías y mitos de la Historia nacional que, ya jubilado, continuó con su estudio Séptima reivindicación histórica: el verdadero Tarteso, impresa por Manuel Pau en Valencia en 1926, en el que contradecía al arqueólogo Adolf Schulten, que defendía el origen etrusco de los tartesios, y sostenía la raíz autóctona hispánica del mítico reino del Guadalquivir. Dos años después dio a la imprenta Origen del Muy Ilustre Señorío de Molina de Aragón. El Cid y D. Manrique de Lara dos modelos de vasallos, en el que volvía a salir en defensa de su patria chica.
Al cumplir los 70 años se iniciaron los trámites para su jubilación; pero tanto en 1914 como en 1916 se resolvió acceder a su petición de seguir en activo. El expediente definitivo se abrió el 14 de junio de 1918, cuando ya había cumplido los setenta y cuatro años de edad, aunque él se resistió una vez más a retirarse, aduciendo que “la jubilación más constituye un derecho que una obligación” y que ni quería ejercer ese derecho ni creía llegado el momento de abandonar las aulas, aduciendo como prueba de su capacidad física y mental que, en el último trienio, ni había faltado ni había llegado con retraso a sus clases ni una sola vez. Al jubilarse, se trasladó a Madrid, donde siguió trabajando en archivos y bibliotecas y publicando sus obras hasta el final de sus días.
JUAN PABLO CALERO DELSO

2 comentarios:

  1. Muy agradecido por el tiempo dedicado a D. Anselmo Arenas López.
    Soy Álvaro Arenas Luna biznieto del historiador. El mes pasado envié un correo a su atención dirigido a: publicaciones@uclm.es
    Estamos en contacto con la Universidad Carlos III y el profesor que lleva el estudio del verdadero tarteso.
    Enhorabuena por su trabajo y una vez más gracias.

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  2. Buenos días, le escribo desde la Universidad Popular de Valencia. Vamos a recordar la figura de Anselmo Arenas en nuestro 116 aniversario porque dio una conferencia en nuestro inaugural en 1903. Le agradeceríamos que se pudiera en contacto con nosotros para enviarle la información, si lo creen interesante. Un saludo . upcomunicacio@valencia.es

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