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sábado, 7 de octubre de 2017

JORGE MOYA DE LA TORRE

MOYA DE LA TORRE MUÑOZ-CARAVACA, Jorge
[Húmera, 23 de abril de 1883 / Madrid, 23 de agosto de 1933]

Jorge Moya, como siempre se hizo llamar, era hijo de Isabel Muñoz-Caravaca López-Acevedo y de Ambrosio Moya de la Torre y Ojeda, dos destacados intelectuales de la segunda mitad del siglo XIX que contrajeron matrimonio el día 7 de diciembre de 1874 en la madrileña Parroquia de San Martín. Fue el pequeño de los tres hermanos de la familia: Alejandra, que murió siendo todavía joven; Gabriel, que se casó con María Ferrezuelo; y Jorge que, poderosamente influenciado por su madre, no contrajo matrimonio hasta que ella falleció en 1915, casando entonces en Atienza con su novia Tomasa Benito Garcés, con la que tuvo una única hija, a la que puso de nombre Isabel y que nunca se casó ni tuvo descendencia.
Aunque nació en el pueblecito madrileño de Húmera el 23 de abril de 1883 y falleció en Madrid el 23 de agosto de 1933, la mayor parte de su vida estuvo vinculada a Guadalajara y su provincia. Cuando en 1895 falleció su padre siguió a su madre hasta Atienza, donde ella tomó posesión de su plaza de maestra, y allí vivió hasta que en 1910 se trasladó a vivir a la ciudad de Guadalajara, donde más tarde se casó y donde siguió residiendo hasta 1931 en su domicilio de la Calle Miguel Fluiters, casi esquina con la calle Museo.
Cursó y completó estudios de Magisterio pero nunca ejerció como maestro, quizás por las desagradables experiencias de su madre, que siempre tuvo una marcada influencia sobre él. En 1899 se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central madrileña, completando sus estudios en 1903, aunque sólo brevemente se desempeñó como profesor auxiliar de Letras en el Instituto de segunda enseñanza de Guadalajara. No por eso renunció a la vocación docente familiar y el 5 de enero de 1910 obtuvo por oposición una plaza de auxiliar de secretaría en la Junta Provincial de Instrucción Pública, momento en el que madre e hijo abandonaron Atienza y se instalaron en la capital alcarreña, trasladándose en noviembre de 1925, como Oficial administrativo de segunda clase, a la secretaría de la Escuela Normal de Maestros de Guadalajara. También desempeñó una labor docente en la Academia Castellana, que preparaba a los opositores para ingresar en distintos Cuerpos del Estado o para acceder a Escuelas o Facultades universitarias.
Su acción política
Desde su juventud siguió los pasos de su padre, y se integró en el Partido Republicano Federal, llegando a formar parte de su comité provincial, por lo menos hasta el mes de marzo de 1917; pero partir de sus frecuentes colaboraciones periodísticas con la prensa obrera y progresista se aproximó al Partido Socialista Obrero de la ciudad de Guadalajara, que conoció en esos años un extraordinario renacimiento en la capital alcarreña de la mano de Marcelino Martín González de Arco o Miguel Bargalló Ardevol. Además, en 1914 fue vocal en la Junta Directiva en la provincia de la Unión de Funcionarios Administrativos del Estado, sociedad corporativa para empleados públicos del Estado, que tenían prohibido por ley ingresar en las centrales sindicales obreras. Y desde 1925 fue uno de los socios fundadores de la Asociación de Funcionarios Administrativos del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes.
Más adelante se afilió al PSOE y fue uno de los oradores, junto a Marcelino Martín González del Arco, que desde el balcón de las Casas Consistoriales de Guadalajara proclamó la Segunda República el día 14 de abril de 1931. Era entonces, y lo fue aún más después, un personaje conocido en Guadalajara, y así lo recordó la prensa de la izquierda alcarreña en algún aniversario de su muerte. El dramaturgo Antonio Buero Vallejo, que le conoció en sus años juveniles, le definió así: “finísimo poeta en Cármina, aquel libro suyo que leímos con fruición; hombre chistoso y melancólico al tiempo que era, un poco, como otro don Antonio Machado que le hubiese tocado en suerte a nuestra ciudad” y su condiscípulo Ramón de Garciasol le señalaba como “quizá el intelectual más destacado” de todos sus contemporáneos en Guadalajara.
Al proclamarse la Segunda República, Rodolfo Llopis fue nombrado Director General de Primera Enseñanza y, necesitando un secretario particular tan capaz como afín a sus ideas, reclamó a Jorge Moya de la Torre, por indicación de Marcelino Martín y Modesto Bargalló, trasladándose con su familia a Madrid y renunciando a su puesto como oficial de la Secretaría de la Escuela Normal de Guadalajara y a una plaza como ayudante de la sección de Letras de su Instituto de Segunda Enseñanza. Fue así como Jorge Moya de la Torre, con su mujer Tomasa y su hija Isabel, acabaron instalándose en un pequeño chalé de la madrileña calle Viera y Clavijo, en una pequeña colonia, junto al Retiro, construida por los socialistas.
A partir de ese momento, colaboró muy activamente con la reforma educativa del gabinete republicano; por ejemplo, formando parte de la Comisión encargada por el Ministerio de redactar un nuevo Estatuto del Magisterio, a la que también pertenecían los alcarreños Visitación Puertas Latorre y Dionisio Correas Fernández.
Su obra escrita
Más allá de su profesión de funcionario, su dedicación más constante fue la literatura. Comenzó publicando trabajos literarios en el semanario Flores y Abejas: su primer soneto apareció en el número del 9 de marzo de 1902 y su primer texto en prosa en el correspondiente al 23 de diciembre de 1906; era un relato con el título de “El hijo de Fausto”, que se anunciaba como fragmento de novela, aunque no conocemos nuevas entregas de esta obra, que no llegó a editarse. Muy poco después, pasó a escribir en la prensa provincial como corresponsal en Atienza de Flores y Abejas y colaborador ocasional de algún periódico de Madrid que recogía puntualmente sus crónicas de sucesos o acontecimientos destacados de la comarca. Cuando se trasladó a vivir a la capital alcarreña entró a formar parte junto a su madre de la redacción fija de Flores y Abejas.
De ahí pasó a La Alcarria Obrera y, a partir de 1911, a Juventud Obrera, portavoces de la Federación Local de Sociedades Obreras de Guadalajara, y después a Avante, órgano este último del PSOE alcarreño, aunque también se publicaron artículos con su firma en otras cabeceras provinciales como La Orientación, una revista educativa profesional, La Alcarria Ilustrada y, con más frecuencia, en El Liberal Arriacense. Pero sus textos se pueden encontrar en otras cabeceras de fuera de la provincia: El Heraldo Toledano en 1929…
En el año 1925, y recomendado por sus compañeros de Guadalajara, pasó a escribir en El Socialista de Madrid, entonces dirigido por Andrés Saborit, donde comenzó publicando varios poemas cada semana dentro de una sección fija que se llamaba Trinos, y que luego se denominó Folías, que en muchas ocasiones tenía cabida en la primera página. Esta relación con un diario de ámbito nacional le consagró como un autor conocido y en 1926 fue invitado a participar en la fiesta del Libro de Guadalajara, acto público y oficial en la Escuela Normal con las autoridades en el que recitó un poema a Miguel de Cervantes que había escrito para la ocasión.
Al pasar a residir en Madrid se convirtió en redactor, firmando muchas veces solo con sus iniciales, y en uno de los editorialistas del portavoz oficial del PSOE, aunque mantuvo sus colaboraciones poéticas; su última composición, “Un brindis para Torija”, se publicó el 16 de julio de 1933. Esta labor de editorialista de El Socialista es buena prueba de su valía, sobre todo si tenemos en cuenta los destacados intelectuales que en los años de la Segunda República militaban en el PSOE y que colaboraban con la prensa socialista.
Autor de hermosos versos de inspiración popular y ecos machadianos, sus poesías vieron la luz sobre todo en la prensa periódica; también en 1907 colaboró con un poema en el Cancionero de los amantes de Teruel, una iniciativa del escritor turolense Domingo Gascón y Guimbao que reunió 500 poemas breves relacionados con la leyenda de Isabel de Segura y Juan Martínez de Marcilla “escritos por los mejores poetas contemporáneos” y reunidos en un libro que se publicó en Madrid. Y en 1932 publicó una selección de sus poemas en su libro Cármina, una espléndida obra. Fue también el autor de La razón del mal amor, una tragicomedia en tres actos editada en 1920 en Guadalajara, que no tuvo muy buena acogida en su estreno, a pesar de representarse en el Teatro Español de Madrid por los actores de esa prestigiosa compañía, siendo uno de los dos dramaturgos noveles que el contrato del Ayuntamiento imponía anualmente al concesionario del teatro Español.
 Dentro del ámbito profesional, escribió Contestaciones para las oposiciones de Secretario de Ayuntamientos: primer ejercicio. Breves lecciones de escritura al dictado con ejercicios prácticos y de composición.
JUAN PABLO CALERO DELSO

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