FERNÁNDEZ ABÁS, Inocente
[Madrid, 1832 / Guadalajara, diciembre de 1890]
Nació
en la ciudad de Madrid en 1832 y falleció en Guadalajara en diciembre de 1890,
antes de cumplir los 59 años de edad, siendo enterrado en el cementerio de la
ciudad arriácense según el rito católico. Contrajo matrimonio y tuvo, al menos,
dos hijos: Luis, que fue un prestigioso abogado y conocido político agrarista,
y Lucas, que siguió la carrera científica de su padre, llegando a ocupar la
cátedra de Mineralogía y Cristalografía de la Universidad Central madrileña.
Desde
1849 cursó estudios de Ciencias, alcanzando en 1857 el título de licenciado en
Ciencias Físico-matemáticas en la Universidad Central madrileña. Realizó sus
estudios en una Escuela Normal para profesores de Secundaria que,
experimentalmente, se abrió en Madrid en 1847 por iniciativa de Gil de Zárate,
auténtico impulsor del plan de estudios conocido como Plan Pidal, y que dirigía
Fernando de Castro. Se ingresaba en ella por oposición y sólo se ofrecían
tantas plazas como podían ser absorbidas por el sistema educativo, pues se
pretendía que los alumnos allí licenciados pudiesen ingresar sin oposición en
el cuerpo de catedráticos de Instituto.
Su actividad docente
A
partir del 10 de julio de 1859 formó parte del profesorado del Instituto de
segunda enseñanza de Guadalajara, primero como catedrático de Física y Química
y, desde el año 1863, de Matemáticas, por traslado de quien ocupaba esa plaza,
el catedrático Faustino Pérez Ortiz; residió en el número 56 de la Calle Mayor
Alta. Su vocación pedagógica nacía del convencimiento de que “la instrucción de
la juventud [es la] única base sobre la que puede apoyarse el bienestar y la
libertad de la Nación, librándonos de los escollos a que nos llevarían, tanto
las aberraciones de los que en un día pretenden llegar al límite de lo
desconocido, como el fanatismo de los que prescindiendo de la ineludible ley
del progreso de la humanidad, se empeñan en mantener al hombre en el más
absoluto reposo moral, que sería su muerte”.
Desde
esas premisas, es normal que se preocupase por la dignificación de la carrera
docente; así, en octubre de 1865, firmó con el resto de miembros del claustro
del Instituto de Guadalajara un manifiesto dirigido a sus compañeros del resto
de España en el que les instaba a apoyar a La
Enseñanza, una nueva publicación dirigida a defender los intereses
profesionales de maestros y profesores, y recordaba el fallido intento de
publicar un portavoz de los catedráticos de Instituto del que se iban a hacer
cargo los profesores de los Institutos madrileños de Noviciado y de San Isidro.
En marzo de 1886 las páginas de la misma
publicación recogían un nuevo manifiesto firmado por Inocente Fernández Abás y
el resto de catedráticos del Instituto arriácense para “elevar una exposición á
las Cortes pidiendo algunas reformas relativas á la segunda enseñanza y al
personal de sus Profesores, tales como derechos pasivos, aumento de sueldo,
nivelación de Institutos, leyes fijas para los ascensos y concursos, etc.”.
Por
Real Orden del 28 de agosto de 1871, y aún bajo el reinado de Amadeo I de
Saboya, fue nombrado director del Instituto de Guadalajara, cargo en el que
permaneció por espacio de varios años, hasta su cese el 7 de agosto de 1876,
seguramente porque su conocida militancia republicana federal no sería
compatible con los nuevos aires que soplaban en la enseñanza pública española
después de la aprobación de la Ley Orovio; su sustituto, José Julio de la
Fuente, sintonizaba mejor con el nuevo régimen político. Durante esos años fue
vocal de la Junta Provincial de Enseñanza.
Su
actividad política
Inocente
Fernández Abás tuvo una destacada actividad política en la Guadalajara del
Sexenio, convirtiéndose en uno de los más aventajados militantes del Partido
Republicano Federal, lo que es mucho decir pues ese partido contaba en
Guadalajara que nutridos seguidores, entre los que se encontraban muchos de los
personajes más conocidos y de los intelectuales más lúcidos de la provincia.
En
junio de 1869 firmaba, como delegado de la provincia de Guadalajara, el Pacto
Federal Castellano, consecuencia de la aplicación práctica de los principios
ideológicos del Partido Republicano Federal y auténtica piedra angular de una
conciencia regional castellana. Sin embargo, en la Junta Provisional del Estado
de Castilla la Nueva el representante de la provincia guadalajareña era Cirilo
López, que ya había integrado la Junta Revolucionaria en septiembre de 1868.
A
pesar de que la Constitución de 1869 consagraba la opción monárquica, defendida
por Juan Prim y los progresistas, no se desanimó en su lucha política y en
junio de 1870 formaba parte en calidad de vicepresidente del Comité Local
Republicano de Guadalajara, que presidía el también catedrático de Instituto de
segunda enseñanza Hilarión Guerra, y que completaban Emilio Carrasco y Eduardo Calamita, como secretarios, Juan
Paniagua, como tesorero, y Antonio Ruiz, Bernardino Martin, Tomás Gómez y Policarpo
García, como vocales. También en esos años perteneció, y también como
vicepresidente, a la Junta Provincial Republicana que presidía Manuel González
Hierro.
La quiebra de la Primera República y la restauración de
la monarquía en la persona de Alfonso XII no entibiaron su lealtad a la causa
republicana federal, a pesar de las deserciones de algunos de sus antiguos
compañeros. De hecho, en 1886 fue presentado por el Partido Republicano Federal
para ocupar una concejalía en el consistorio arriácense, felicitándose
anticipadamente sus correligionarios por un éxito que creían seguro alcanzar.
Obtuvo el acta de edil de Guadalajara y ejerció sus funciones hasta poco antes
de su temprana muerte.
En febrero de 1888 acudió en representación de sus
compañeros alcarreños al acto de conmemoración del decimoquinto aniversario de
la proclamación de la Primera República, que tuvo lugar en Madrid, y en abril
de ese mismo año fue el encargado de remitir el importe de los donativos
recogidos en Guadalajara con motivo de la suscripción abierta “para socorrer a
los presos y emigrados políticos republicanos”, en la que también colaboraron
algunos socialistas como Ignacio Aragonés y Mariano Cordavias.
Además,
fue uno de los principales animadores del Ateneo Escolar, una de las más
destacadas iniciativas de la burguesía ilustrada alcarreña a la que, en
palabras de Juan Diges y Manuel Sagredo, “fue uno de los que por aquellos
tiempos prestaron […] su decidido concurso, y de ella fue nombrado
vicepresidente honorario”, además de ofrecer diversas conferencias en ese
Ateneo y en los que le sucedieron.
JUAN PABLO CALERO DELSO
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