YABEN YABEN, Hilario
[Villanueva
de Araquil, 14 de enero de 1876 / Sigüenza, 23 de noviembre de 1945]
Nació
en la localidad navarra de Villanueva de Araquil el día 14 de enero de 1876,
pocas semanas antes de que acabase en su tierra natal la Tercera Guerra
Carlista, y falleció en Sigüenza el 23 de noviembre de 1945, pocos meses
después de que terminase la Segunda Guerra Mundial; quizás ambos
acontecimientos bélicos enmarquen su espíritu batallador y el tiempo que le
tocó vivir.
Después
de acudir a la escuela local, en 1886 ingresó en el Seminario de Pamplona,
ordenándose como diácono en 1889 y obteniendo el título de Bachiller en Artes
en 1893. Desde allí pasó a Madrid, primero, y luego a Salamanca para ampliar
sus estudios, consiguiendo en 1898 el doctorado en Teología por la Universidad
Pontificia salmantina y la licenciatura en Derecho en la Universidad civil de
la misma ciudad, aunque también cursó algunas asignaturas en la Universidad
Central madrileña.
Su traslado a Sigüenza
Con
sólo veintitrés años se presentó a las oposiciones del cabildo catedralicio de
Sigüenza, tanto para la canonjía rectoral en 1898, que ganó pero que no pudo
obtener por un defecto de forma, como para la lectoral, que ganó en la última
semana del mes de mayo de 1899. Desde sus primeros días, mostró el ánimo
combativo que siempre le caracterizó; ese año predicó el sermón en una misa de
ánimas y lo dedicó a criticar al gobierno, al ejército y a la prensa, acusando
a los diarios El Imparcial, El Liberal y El Heraldo de prácticamente todos los males de la patria. No gustó
mucho en Sigüenza que utilizase un acto religioso de difuntos para hacer
públicas sus ideas extremistas.
Ocupó
ininterrumpidamente esta canonjía hasta que el 29 de junio de 1915 el obispo
Toribio Minguella le promovió a la dignidad de arcediano. A partir del mes de
octubre de 1936, tras la violenta muerte del obispo Eustaquio Nieto en los
primeros días de la Guerra Civil, fue designado administrador apostólico de la
sede vacante, responsabilidad que mantuvo como Vicario Capitular hasta el
nombramiento, el 15 de octubre de 1944, de un nuevo obispo: Luis Alonso Muñoyerro.
Se puede decir que durante medio siglo poco o nada se hizo en la diócesis sin
su participación, pero es muy significativo que en el ambiente de cruzada
posterior al conflicto bélico ni se nombrase un nuevo sufragáneo durante más de
ocho años ni las nuevas autoridades políticas y eclesiásticas se decidiesen a
elevarle al obispado para el que parecía predestinado.
Durante
sus primeros años de estancia en la provincia de Guadalajara, opositó
infructuosamente para los cabildos de Palencia, en el mes de abril de 1910, de
Valencia y, en el verano de 1902, para el de Pamplona, donde protagonizó un
sonado escándalo. Votaron a su favor cuatro de los canónigos de la seo navarra,
y el obispo se indispuso con ellos porque no apoyaron a su candidato, que salió
finalmente elegido para la canonjía. Estos cuatro canónigos pamploneses
escribieron una respetuosa carta de dimisión al prelado, a la que éste
respondió retirándoles las licencias para confesar, decir misa y predicar. A
partir de entonces, se aposentó definitivamente en Sigüenza, y trajo a vivir
con él a sus hermanos Ricardo y Martín.
Fue
profesor en el Seminario diocesano de San Bartolomé; de Teología Dogmática
desde su llegada a Sigüenza hasta el año 1915, cuando pasó a ocupar la cátedra
de Sociología, en la que cesó en el curso de 1932. Asimismo, fue decidido
impulsor de la Escuela Nocturna de Adultos, sucesora de la Escuela Dominical
que había sido establecida en 1881, en la que enseñó durante muchos años, y
desde 1912 también fue profesor de francés y filosofía en el Colegio de
Bachillerato San Luis Gonzaga de Sigüenza, en el que su hermano Ricardo, doctor
en Ciencias, también impartía clase.
Su obra escrita
Hilario
Yaben Yaben fue el alma mater del
catolicismo social en la provincia de Guadalajara y en las comarcas que por
entonces pertenecían a la diócesis de Sigüenza en las provincias de Segovia,
Soria y Zaragoza. Su presencia en la ciudad mitrada fue decisiva para la
consolidación y expansión del sindicalismo católico en la región, pues aunque
ya había algunos sacerdotes comprometidos, sin su energía personal el entramado
de sociedades confesionales agrarias no hubiese alcanzado un desarrollo tan
notable; tanto clérigos como laicos, siempre reconocieron esta primacía de
Hilario Yaben.
Las
vías a las que acudió para esta labor de propaganda social católica fueron
plurales. En primer lugar hay un proceso de reflexión y pensamiento que se
tradujo en una serie de libros y artículos sobre lo que entonces se llamaba la
cuestión social. De su extensa obra escrita, sobresalen su Juicio crítico de
las obras de Jovellanos, en
1913, Exposición crítica del Internacionalismo del Estado, obra que mereció el premio del
Conde de Torreánaz, una distinción que concedía la Academia de Jurisprudencia,
y que se editó en Madrid en 1914, Los
contratos matrimoniales en Navarra y su influencia en la estabilidad de la
familia, que se editó en Madrid en 1916, Función económica y social de los trust, impresa en 1920 y que fue
distinguida por la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, ¿Monarquía o república?, que salió en
1931 de los Talleres Poligráficos de Madrid, el Catálogo del Archivo
catedralicio de Sigüenza, que se editó en Pamplona en 1937 y, ya en 1945, Osis, obispo de Córdoba. También
tradujo, prologó y anotó las Apologías
de San Justino, obra que fue reeditada en 1990.
Participó
en numerosos congresos y reuniones de carácter científico como, por ejemplo, en
el II Congreso de Estudios Vascos celebrado en el año 1920 en Pamplona con una
ponencia titulada “Concepto moderno del capital”. También fue miembro
correspondiente en la provincia alcarreña de la Real Academia de la Historia,
continuando la tradición de otros canónigos seguntinos como Ramón de la Pastora
o Carlos Rodríguez Tierzo.
Pero
donde más destacó y donde ejerció un magisterio más indiscutible fue a través
de sus colaboraciones en la prensa. Desde luego en las revistas de carácter
teórico o de estudios, destacando su colaboración con la Revista Eclesiástica, que llegó a dirigir durante la Segunda
República, la valenciana Contemporánea
o la navarra Príncipe de Viana. Pero también en la prensa general, como
por ejemplo La Acción, y más habitualmente en El Debate, donde fue redactor y responsable de la sección
bibliográfica después de 1933, o en el Diario
de Navarra.
Aunque,
sin duda ninguna, su labor de propagandista del catolicismo social se manifestó
sobre todo desde las páginas de El
Henares, un semanario del que fue promotor, director, sostenedor económico
y, en ocasiones, único redactor; este periódico lleva el sello indeleble de su
acción y de su pensamiento. Se editó ininterrumpidamente en la imprenta del
tipógrafo carlista Pascual Box de Sigüenza desde el año 1908 hasta finales de 1936,
aunque durante la Guerra Civil su periodicidad se vio alterada. Era un
periódico muy moderno en su diseño y confección, con abundante información del
movimiento social católico dentro y fuera de España, lo que no era común en la
prensa de provincias, pero que servía de vehículo para la difusión de un
ideario tradicionalista, reaccionario y tan sectario como dogmático.
Su acción social
Durante
su estancia en la ciudad episcopal promovió numerosas iniciativas, proyectos
que no siempre tuvieron el éxito deseado. En 1910 fundó la Cocina de Caridad,
que estaba destinada a dar de comer a los más necesitados de Sigüenza y que se
sostenía gracias a los donativos de la burguesía seguntina, solicitados
insistentemente desde las páginas de El
Henares. A pesar de todos sus desvelos, la Cocina de Caridad estuvo en
crisis permanente y en 1911 saldaba con 200 pesetas de déficit mensual y sólo
se mantenía en funcionamiento gracias a las cien pesetas que mensualmente
recibía del Arca de la Misericordia de la Catedral de Sigüenza.
En
1922 esas cien pesetas se vieron reducidas a la mitad ante los graves problemas
que atravesaba el Hospital de San Mateo, poniendo en peligro su mantenimiento.
Afortunadamente en 1927 recibió, gracias a la generosidad de Secundino Almazán,
una casa propia, en el número 38 de la calle Travesaña, y así podía, aunque
modestamente, seguir “cumpliendo sus
benéficos fines”.
Hacia
1910 alentó la fundación de una Sociedad Seguntina de Socorros Mutuos, que se
proyectaba dirigida principalmente a los trabajadores de la ciudad, aunque se
pedía a los miembros de las clases más acomodadas que se inscribiesen en ella,
pagando sus cuotas pero sin ánimo de beneficiarse de las prestaciones que
ofrecía, o que entregasen donativos. Se
socorría a los socios enfermos y a los que fallecían, pero no pudo acometerse
satisfactoriamente, como deseaba Hilario Yaben, el pago de un seguro de vejez,
aunque tenía una economía tan saneada que en 1922 presentaba un saldo positivo
de más de 5.000 pesetas que se custodiaban en la Caja Rural de Sigüenza.
El
número de socios aumentó lentamente, y se llegó a sumar casi un centenar de
inscritos que pagaban regularmente sus cotizaciones mensuales; como ejemplo, en el año
1934, los nuevos adherentes desembolsaban de entrada tantos reales como años de
edad tuviese el aspirante a socio y, posteriormente, abonaban una cuota
mensual que oscilaba entre 1 y 2'5 pesetas, según la elección personal del
afiliado. Esta Sociedad quiso formar una cooperativa obrera de
producción que construyese en Sigüenza algunos chalets para veraneantes,
siempre tan numerosos en la ciudad mitrada, pero no reunió capital ni socios
suficientes para cubrir sus objetivos; para desesperación de Hilario Yaben,
durante la Segunda República los trabajadores afiliados a la Casa del Pueblo
formaron una cooperativa que ganó la subasta para realizar las obras de pavimentación
de la ciudad episcopal que sacó a concurso el Ayuntamiento.
En
1922 intentó establecer en la diócesis de Sigüenza una Sociedad de Socorros
Mutuos contra Incendios, pero no llegó a funcionar porque no se alcanzó un
número suficiente de socios. También fracasó la Cooperativa de consumo para
sacerdotes de la diócesis de Sigüenza, aunque por entonces se intentó crear una
cooperativa de ámbito nacional por parte de la Liga Nacional de Defensa del
Clero con los mismos objetivos que había tenido la de Guadalajara.
Esta
voluntad de mejorar la situación económica de los campesinos a través de
instituciones económicas fue causa de serios problemas. En 1910 Pantaleón
García Zarza escribió una carta abierta a Hilario Yaben, que fue publicada por El Vigía de la Torre, en la que pedía al
canónigo seguntino que le aclarase las dudas que habían surgido en torno a la
gestión actual y al futuro inmediato de la Sociedad Mutual y Agraria, de la que
muchos sacerdotes de la diócesis decidieron en su día convertirse en agentes no
remunerados, recomendando a sus feligreses que ingresasen en ella sus ahorros y
depositando en dicha Sociedad diversas cantidades pertenecientes a algunas
asociaciones sociales católicas. El párroco de Ambrona había sacado su dinero y
el de sus parroquianos de la institución y hacía públicas sus dudas para evitar
la ruina a los campesinos y el descrédito para los sacerdotes implicados y para
los Sindicatos católicos; sin embargo Hilario Yaben nunca contestó públicamente
a Pantaleón García desde las páginas del semanario molinés o desde El Henares, y lo cierto es que no
tenemos más noticias de esta Sociedad.
Su acción sindical
Hilario
Yaben afirmaba que "se distinguen los partidarios de la Escuela social
católica de las demás escuelas, en que admiten la intervención de la Iglesia
para realizar la reforma social"; y sobre este principio pivotaba su
acción sindical, dirigida a que los obreros cambiase de opinión y supiesen “que
los católicos nos interesamos sinceramente por su bienestar material, y por
todo los que de alguna manera pueda conducir al mismo”. Un sindicalismo, pues,
de reacción, orientado a esos "obreros de la derecha a quienes conviene
ayudar: apartándolos al mismo tiempo del peligro de caer en el socialismo".
Su
acción sindical, dirigida especialmente a los pequeños propietarios, se tradujo
en un permanente esfuerzo para organizar a
los pequeños propietarios agrarios de la provincia y, en general de la
diócesis. Su éxito fue indudable, pues en pocos años levantó una Federación
Agraria que acogía a casi medio centenar de sindicatos locales, aunque el
número de sus socios siempre fue muy reducido. Hilario Yaben gobernaba esta red
de sociedades agrarias con verdadera mano de hierro, hasta el punto de que no
se integró en ninguna confederación de ámbito nacional, lo que la ha convertido
en una desconocida en los estudios sobre el tema.
Otra
de sus preocupaciones fue la organización de cooperativas agrarias a partir de
los sindicatos campesinos de la diócesis seguntina; de hecho, la Federación
Agraria de Sigüenza funcionaba como una cooperativa de consumo, adquiriendo al
por mayor semillas, abonos y otros productos agrarios, como el arroz, que
llevaba por ferrocarril hasta Sigüenza y, desde allí, se distribuían por todas
la diócesis atendiendo a las peticiones de los sindicatos, cuyos afiliados
obtenían así importantes ventajas y descuentos. A causa del éxito de esta
iniciativa, Hilario intentó fundar una cooperativa de venta que distribuyese directamente
en Madrid
la producción de la provincia alcarreña, sobre todo huevos, pollos
y miel, ahorrándose productores y consumidores los intermediarios; aunque
se
realizaron algunos ensayos de venta de huevos, nunca funcionó la
cooperativa.
Del
mismo modo, quiso fundar una cooperativa con los productores de trigo de la diócesis,
pues estaba convencido de que deberían absorber la industria harinera y la de
panificación para optimizar sus beneficios. En 1921 hubo un intento de poner en
pie esta cooperativa mediante un acuerdo con la fábrica de harinas de Maranchón,
pero este plan no llegó a realizarse por la apatía de los
labradores.
En
el año 1908 se abrió en Sigüenza el Círculo Católico de Obreros, respaldado por
los canónigos Hilario Yaben y Raimundo Andrés Relaño, que se mantuvo activo
durante más de veinticinco años. En 1922 se trasladaron a su nueva sede, en el
número 11 de la calle Comedias, un edificio de nueva construcción que contaba
además con una vivienda para el conserje y otras habitaciones destinadas a
hospedería, exclusivamente para sacerdotes. El Círculo seguntino tenía en esos
momentos 85 socios y la cuota de ingreso era de cinco pesetas; a pesar de que
desarrollaba una importante tarea propagandística incluso, proyectando
películas de divulgación anticomunista que retrataban la miseria de la
población rusa, el organismo sufría una profunda crisis por su escasa
actividad.
El
23 de enero de 1910 se abrió en Guadalajara otro Círculo Católico Obrero bajo
la advocación de San Ildefonso promovido por José Rogerio Sánchez, catedrático
del Instituto de segunda enseñanza, y apoyado por algo menos de un centenar de
socios, pertenecientes en su práctica totalidad a las clases medias y
propietarias, con el aliento del cardenal de Toledo y de Hilario Yaben, que
intervino en el acto de inauguración con una conferencia sobre “La Iglesia, es
y ha sido la amparadora y protectora del obrero”. Sin base obrera, y con escaso
apoyo eclesiástico, este Círculo, a diferencia del de Sigüenza, llevó una vida
precaria hasta su disolución.
Su acción política
Detrás
de este activismo había una indudable vocación política. Hilario Yaben era de
ideología conservadora,
combinando un matizado tradicionalismo político con una evidente
preocupación social; partidario de la monarquía pero opuesto al régimen de
democracia liberal en vigor durante la Restauración, se sintió más próximo al
sistema corporativo del dictador Primo de Rivera o a la democracia orgánica del
general Franco. Sólo le alejaba del carlismo más montaraz la opción dinástica
por Alfonso XIII, que Yaben no combatía por simpatía personal sino por pragmatismo.
Hilario
Yaben fue siempre un integrista, y afirmaba rotundamente que “la Iglesia tiene
superioridad indirecta sobre el Estado”. Criticaba el sufragio universal, base
de la democracia representativa y la soberanía popular, al que llamaba
despectivamente “sufragio anárquico”, y se oponía a los partidos políticos,
críticas que se hicieron más duras durante la Dictadura de Primo de Rivera, que
apoyó abiertamente.
Al éxito de esta línea ideológica subordinaba su identidad
política; a principios del siglo XX simpatizó abiertamente con el Partido
Conservador, siendo un ferviente admirador de Antonio Maura, pero después
colaboró muy activamente en la fundación del Partido Social Popular. Más tarde
participó en la organización del Partido Agrario que acabó integrándose en la
CEDA de José María Gil Robles.
Se
presentó en dos ocasiones como candidato al Congreso
de los Diputados, aunque sin
éxito. La primera en los comicios de 1918, cuando acudió como
candidato católico independiente en abierta oposición al conde de
Romanones; y aunque fue claramente derrotado,
obtuvo unos buenos resultados después de una campaña
electoral marcada por la extrema agitación eclesiástica promovida por los
sacerdotes más próximos a Yaben, a los que se acusó de insultos, de
utilización
partidista de los sermones y de otras muchas irregularidades.
El
éxito del caciquismo liberal romanonista dejó a los conservadores sin margen de
maniobra y sin opción política en la provincia de Guadalajara. Fue entonces
cuando los sacerdotes, con Hilario Yaben a la cabeza, se convirtieron en la
punta de lanza de una oposición política que tenía tintes claramente
tradicionalistas. Desde La Unión de
Guadalajara y desde El Henares de
Sigüenza se descalificaba el sufragio universal y otras conquistas democráticas
plenamente incorporadas al régimen constitucional, se exigía la sumisión de las
leyes civiles a la tutela religiosa, se hacía gala de un clasismo desenfrenado
y de un paternalismo rancio para con las clases populares, se cuestionaban
libertades ciudadanas trabajosamente conquistadas…
La apasionada
defensa de sus opiniones políticas le ocasionó numerosos problemas,
siendo
amonestado por el gobernador civil ante el sesgo
político de sus predicaciones, que en ocasiones fueron consideradas ofensivas e
insultantes. Asimismo, fue multado por su participación en algunos hechos
violentos producidos con motivo de la convocatoria de una huelga obrera
promovida por la UGT seguntina durante la Segunda República. Esa
legitimación de la violencia como medio adecuado de defender las ideas
políticas se reforzó durante la Guerra Civil y los primeros años de la
posguerra, hasta su fallecimiento.
En
1922 Hilario Yaben participó en la fundación del Partido Social Popular y
ofreció El Henares como plataforma de
propaganda, publicando el proyecto del programa político del partido y
numerosos artículos sobre la nueva formación. En su origen, el PSP no admitía
la militancia activa del clero, afirmado que de los eclesiásticos se solicitaba
la simpatía y el consejo pero no un activismo destacado que ofreciese una
imagen excesivamente clerical del nuevo partido. Pero en la Asamblea
Constituyente del PSP, celebrada en Madrid del 15 al 20 de diciembre de 1922,
algunos sacerdotes como Hilario Yaben participaron en el acto, mientras que
otros se conformaron con enviar un saludo a los allí reunidos.
En
las elecciones celebradas en 1923, las únicas convocadas durante la efímera
existencia del partido, Hilario Yaben prefirió alentar la formación de una
Candidatura Agraria unitaria, concurrente en todos los distritos de la
provincia, formada a partir de la Cámara Agraria Provincial y cuyos candidatos
eran terratenientes y ricos propietarios opuestos al conde de Romanones, que
fueron derrotados. Muy mermadas debían ser las fuerzas del PSP alcarreño, y muy
escasa la confianza depositada por Hilario Yaben en el nuevo partido, cuando el
canónigo seguntino decidió aliarse con los sectores agrarios más alejados del
movimiento social cristiano que llevaba años organizando en Guadalajara.
La
Dictadura del general Primo de Rivera, impuesta después del pronunciamiento de
septiembre de 1923, contó con el apoyo entusiasta de Hilario Yaben, aunque
supuso la muerte del PSP, incapaces sus aún escasos afiliados de decantarse a
favor o en contra del nuevo régimen antidemocrático. Mostró entonces Yaben su
vertiente más tradicionalista y se enardeció con la oposición del conde de
Romanones al dictador.
Pero la proclamación popular de la
Segunda República trastocó el panorama político general y el marco de las
alianzas de Hilario Yaben. La Real Academia
de Ciencias Morales y Políticas premió en 1913 con un accésit una memoria
presentada por Hilario Yaben que se titulaba “Ningún pueblo, sea la que sea su
Constitución, tiene el derecho ordinario de insurrección”: sin embargo, desde
que se proclamó la Segunda República, el canónigo seguntino se dedicó con
cuerpo y alma a derribar el nuevo régimen, incluso apelando a la fuerza. Nada
extraño, pues el último capítulo de su libro ¿Monarquía o República? se titulaba, precisamente, “La
incompatibilidad de la forma republicana en España”.
Para
las elecciones a Cortes Constituyentes de 1931 Hilario Yaben estuvo a punto de
ir como candidato por su tierra natal y figuraba en la primera lista
"católico-fuerista" de Navarra, aunque luego fue sustituido por el
nacionalista vasco José Antonio de Aguirre, entonces alcalde de Guecho y que
luego sería el primer lehendakari. Frustrada su presencia en las listas de
Navarra, se presentó como candidato por Guadalajara bajo las siglas de Acción
Nacional con el ingeniero agrónomo Jesús Arizcun, y volvía a enfrentarse al
conde de Romanones, que lo hacía en solitario como candidato liberal, y a
Antonio Monedero, que se presentó como agrario republicano. Se repitió la
situación de 1918 y fueron innumerables las denuncias de coacción sobre las
conciencias y uso espurio de púlpitos y confesionarios de muchos sacerdotes a
favor de Hilario Yaben.
No quedó ahí su
oposición al legítimo gobierno republicano y, pasando de las palabras a los hechos,
con motivo de una huelga general convocada por las centrales obreras en
Sigüenza, Hilario Yaben encabezó un grupo armado que salió a las calles para
frustrar la convocatoria. Se les encausó y, antes de ser sentenciados, fueron
amnistiados con el Decreto que se aplicó al general José Sanjurjo, que había
organizado un golpe de Estado en el verano de 1932.
Al
comenzar la Guerra Civil, Hilario Yaben abandonó precipitadamente la ciudad de
Sigüenza, revuelta por el asesinato por un grupo de pistoleros del líder de la
Casa del Pueblo seguntina, y algunos acusaban a instancias eclesiásticas
locales de ser los instigadores del asesinato. Por si cabía alguna duda de su
posición, firmó como Vicario diocesano, por haber sido fusilado el obispo
Eustaquio Nieto, la Carta colectiva de
los obispos españoles a los de todo el mundo con motivo de la Guerra en España,
publicada el 1 de julio de 1937 y en la que se leía que la rebelión “tiende a
salvar y sostener para lo futuro las esencias de un pueblo organizado en Estado
que sepa continuar dignamente su historia” y, lavándose las manos de los
crímenes cometidos, añadían: “Expresamos una realidad y un anhelo general de
los ciudadanos españoles; no indicamos los medios para realizarlo”, que de
sobra conocían y justificaban.
El
15 de junio de 1937 escribió al cardenal Isidro Gomá en solicitud de consejo
pues el régimen franquista le había propuesto “para la presidencia del Consejo
o Comisión Técnica que va aneja a cada Delegación”, a propuesta del Delegado de
Milicias de Guadalajara. Yaben se resiste a aceptar el nombramiento, pero lo
hace por incompatibilidad con su puesto de Vicario Capitular de Sigüenza, pero
no muestra reparos a avalar con su concurso la brutal represión de las milicias
franquistas en el norte de la provincia alcarreña.
No
deja de ser sorprendente que en las páginas de Nueva Alcarria, que por entonces era el único periódico de la
provincia y el órgano del partido único FET y de las JONS, la muerte de Hilario
Yaben sólo mereciese una breve nota necrológica de apenas quince líneas dentro
de la sección que antes se llamaba “Ecos de Sociedad”; el sacerdote fallecido,
al que en Guadalajara pocos podían superar en esfuerzos por derribar el régimen
democrático, moría sin recibir el completo y merecido reconocimiento de las nuevas
autoridades franquistas.
JUAN
PABLO CALERO DELSO
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