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viernes, 7 de junio de 2024

ANTONIA BRONCHALO LOPESINO

 BRONCHALO LOPESINO, Antonia

[Sayatón, 6 de marzo de 1917 / Madrid, 13 de septiembre de 1959]

Antonia Bronchalo Lopesino, conocida popular y artísticamente como Lupe Sino, nació el día 6 de marzo de 1917 en Sayatón, un pequeño pueblo de la Alcarria, y falleció en Madrid el 13 de septiembre de 1959, a causa de una rápida y cruel enfermedad. Sus padres, el jornalero Nicomedes Bronchalo Sánchez y Eugenia Lopesino Burgos, habían formado una familia tan humilde como numerosa en la que Antonia era la segunda de nueve hermanos, de los cuales siete eran mujeres.

Hacia el año 1931 Antonia y su hermana Visitación se trasladaron a Madrid para “ganarse la vida”, como tantísimas adolescentes alcarreñas. Pero, aunque se empleó muy brevemente en el servicio doméstico, labor a la que parecían destinadas todas las jóvenes menesterosas que llegaban a la gran ciudad, ella quiso convertirse en actriz. En la capital de la República asistió a clases de canto y baile y todo parece indicar que antes de 1936 Antonia ya actuó en salas de fiestas y cabarets. Esta vocación artística sirvió para cimentar su leyenda negra con insinuaciones de que se había dedicado a actividades lucrativas pero deshonrosas, como sostenía un informe de la policía franquista: “ha llevado una vida poco moral, tal vez porque desde que tenía quince o dieciséis años tuvo que ganarse la vida por sus propios medios, sin que nadie la frenara, ya que sus padres, gentes sin escrúpulos, se lucraban con sus ganancias”.

Ni siquiera su matrimonio alejó las maledicencias sobre su vida privada. En el mes de octubre de 1937, en pleno fragor de la Guerra Civil, contrajo enlace civil en el frente de Guadalajara con Antonio Verardini Díez de Ferretti, un joven ingeniero que, como oficial de las milicias confederales de la CNT, llegó a ser Jefe del Estado mayor del IV Cuerpo de Ejército, actuando como padrino el general José Miaja y firmando como testigos, entre otros, los dirigentes milicianos Cipriano Mera, anarquista y amigo particular del novio, y Valentín González el Campesino, comunista.

Por el contrario, su boda acrecentó esa leyenda negra sobre Antonia Bronchalo que la acompañó hasta el fin de sus días, convirtiéndola en el prototipo de la femme fatale, de la vividora sin escrúpulos que usa a los hombres en su exclusivo beneficio. La policía franquista informaba en 1942 que ella y Antonio Verardini “vivían en un hotel en [el Paseo de] la Castellana, con dos coches de gran lujo igualmente requisados, haciendo ostentación de pieles y alhajas, al parecer robadas”, aunque tenían informes discordantes sobre esa vida regalada, además del testimonio del propietario del chalé, Emilio González Llamas, que confirmó que cuando acabó la contienda Antonia Bronchalo le llamó para hacerle entrega de la casa y aclarar qué muebles no eran de su propiedad.

El 30 de junio de 1939 fue detenida por la policía franquista y presentada ante el Juzgado Permanente Militar número 4 de Madrid, mientras su padre cumplía una condena de doce años en el Penal de Ocaña por sus actividades políticas. Ante las declaraciones contradictorias sobre su actividad particular durante el período bélico y los testimonios sobre su supuesta orientación política derechista, no llegó a ser juzgada y se levantaron todas las medidas preventivas. En una Nota Informativa de la Brigada Político Social de Madrid, fechada el 4 de abril de 1942, se decía que de los informes recogidos se deducía “que es persona de buenos sentimientos y que su conducta durante la guerra debe ser considerada como de persona afecta al Movimiento Nacional”, lo que permitía deducir que su matrimonio con Antonio Verardini solo estuvo dictado por el interés económico a pesar de la supuesta enemistad ideológica entre ambos, obviando que el padre de Antonia era preso político y que uno de sus hermanos actuaba como enlace en el IV Cuerpo de Ejército y sería, posiblemente, el que presentó a la pareja.

Su carrera como actriz

Al finalizar la Guerra Civil su vocación artística seguía intacta y pudo canalizarla a través del cine, gracias al visto bueno que sobre su conducta política recibió el Sindicato de Espectáculos Públicos de la Jefatura Superior de Policía de Madrid. Parece ser que en 1941 participó con un pequeño papel en Tierra y cielo de Eusebio Fernández Ardavín, basada en la adaptación de una obra de los hermanos Álvarez Quintero con Armando Calvo y Maruchi Fresno como protagonistas, aunque su nombre no aparece en los títulos de crédito.

Su primera y única película como protagonista fue La famosa Luz María, que dirigía Fernando Mignoni, un italiano que durante la Guerra Civil había rodado Nuestro culpable producida por la CNT, y que coprotagonizaba Manolo Morán. Durante el rodaje la prensa ya se hacía eco del debut como protagonista de “una muchacha de dieciocho años que será un descubrimiento sensacional”, aunque ya tenía veinticuatro. Se estrenó en el Palacio de la Música de Madrid el 23 de marzo de 1942.

Dos años después se rodó El testamento del virrey, dirigida por Ladislao Vadja y con Lupe Sino, Irene Caba y José Isbert, entre otros, en un reparto que encabezaban Mercedes Vecino y Manolo Luna. Solo tuvo un papel secundario en esta producción a la que tampoco acompañó el éxito ni de crítica ni de público, lo que no ayudó a sostener la brillante carrera de actriz que prometía su iniciación en La famosa Luz María.

Tras la muerte de Manolete recibió varias propuestas para llevar a la gran pantalla su historia de amor con el torero, pero ella las rechazó todas. En 1948 participó, con un pequeño papel, en la película El marqués de Salamanca, una cinta de tono biográfico que dirigió Edgar Neville con guión suyo y de Tomás Borrás y que protagonizaron Alfredo Mayo y Conchita Montes. A pesar de ser premiada por el Sindicato Nacional del Espectáculo y de ofrecer una imagen romántica y edulcorada del Madrid de mediados del siglo XIX, tampoco esta producción se convirtió en un gran éxito.

Y en enero de 1950, se estrenó en México Un corazón en el ruedo o La dama torera, que narraba el drama de un torero enredado en un triángulo amoroso y que estaba dirigida por Miguel Morayta, un militar español exiliado que desarrolló una intensa actividad cinematográfica en su país de acogida. A pesar del morbo que podía despertar la presencia de Lupe Sino en el film, cuando no hacía ni tres años de la muerte de Manolete, tampoco fue ella la protagonista y se tuvo que conformar con un nuevo papel secundario, aunque en esta ocasión su nombre aparecía en el cartel de la película. Esta fue la última aparición de Antonia Bronchalo Lopesino en el cine, una carrera breve y de poco brillo a pesar de trabajar con algunos de los más conocidos directores y actores españoles de la época.

Su relación con Manolete

En cualquier caso, el 27 de octubre de 1943 y con motivo de una comida en el bar Chicote de la Gran Vía para homenajear a Manolete, el torero y la actriz se conocieron y, de inmediato, comenzó su relación. Esas Navidades, por primera vez, Manuel Rodríguez no la pasó con los suyos en Córdoba porque se quedó en Madrid con Antonia Bronchalo. Al año siguiente, la pareja convivía en el mismo domicilio, en el número 28 de la calle Hilarión Eslava de la capital, para escándalo de muchos, lo que puso sordina pública a su relación en esos primeros meses, presentándola Manolete en septiembre de 1946 como “mi secretaria […] encargada de llevar la contabilidad, despacho de correspondencia, etc.”.

En junio Antonia Bronchalo había solicitado que se le expidiese un pasaporte para acompañar a Manolete a América, pero la policía rechazó la petición alegando la relación que durante la Guerra Civil había tenido con el comunista Enrique Líster que, sin embargo, no había podido ser íntima ni frecuente, a causa de la rivalidad entre anarquistas y comunistas. Ante esta disposición, el torero escribió personalmente al Director General de Seguridad avalando la conducta política de Lupe Sino basándose en que “durante dos años, he tenido un conocimiento constante de sus actividades y modo de pensar”.

Se le concedió el permiso y al comenzar en octubre esa gira de Manolete en Perú, la prensa ya se hizo eco de la presencia junto al torero de la actriz Lupe Sino, a quien pronto calificaron como su novia. Al hacer escala en Nueva York el propio Manuel Rodríguez aseguró que, aunque era soltero, “posiblemente contraería matrimonio con la artista Lupe Sino”. No era una simple estratagema para acallar las críticas de sectores católicos a su convivencia irregular pues, según cuenta el periodista Antonio Bellón Uriarte que viajó con Manolete en el coche hasta Linares, el diestro le confesó que pensaba casarse con Lupe Sino el 18 de octubre de ese mismo año de 1947, a pesar de la rotunda oposición de la madre del torero, Angustias Sánchez. Mientras tanto, pasaban temporadas en el pueblo alcarreño de Fuentelencina, donde vivía una de las hermanas de Antonia, lejos de presiones y comentarios maledicentes.

Pero el 28 de agosto de 1947 el toro Islero, de la ganadería de Miura, corneó a Manolete en la plaza de toros de Linares. A la gravedad de la herida se le sumaron las pésimas condiciones sanitarias de la enfermería del coso y la extrema precariedad de la España de aquellos años. Fue operado de urgencia por el médico de la plaza, Fernando Garrido, y atendido después por el doctor Luis Jiménez Guinea, cirujano jefe de la madrileña plaza de toros de Las Ventas, que se desplazó hasta Linares al saber lo ocurrido con una bolsa de plasma en mal estado que, según parece, provocó su muerte.

Mientras Manuel Rodríguez Sánchez luchaba entre la vida y la muerte, a las puertas de la enfermería se desarrollaba una pugna por la herencia de Manolete. Lupe Sino, que se encontraba en el balneario de Lanjarón, acudió apresuradamente al ser informada de la cogida. Su deseo era entrar en la enfermería para acompañar al torero, pero su apoderado, José Flores Camará, y Álvaro Domecq se lo impidieron, por el temor de que Manolete quisiese casarse con Lupe Sino in articulo mortis y le dejase a ella su cuantiosa herencia, valorada en unos treinta millones de pesetas. Solo cuando el diestro ya había fallecido se le franqueó el paso a la enfermería.

La muerte de Manolete en la plaza de Linares avivó el odio y la inquina contra Lupe Sino, hasta el punto que el ministro falangista José Antonio Girón de Velasco afirmaba en sus memorias “yo siempre he pensado que a Manuel Rodríguez Manolete le mató Antoñita Bronchalo Lupesino [sic]”, recordando una conversación con el torero en el que éste le decía: “Esta hija de puta me va a matar. No puedo vivir sin ella”. Muerto Manuel Rodríguez Sánchez no había sitio para ella a la sombra de Manolete: se le llegó a recomendar que no acudiese al entierro del diestro.

Sus últimos años

Bien fuese por ese clima irrespirable que la rodeaba en todo momento o por romper amarras con un pasado doloroso, lo cierto es que en 1949 Antonia Bronchalo marchó a México para formar parte de la película Un corazón en el ruedo en respuesta a la llamada de Miguel Morayta. Y al año siguiente se casó, en un enlace religioso, con José Rodríguez Aguado, un acaudalado empresario mexicano con el que vivió en la capital. Y quien, según algunas fuentes, ejercía un férreo control sobre ella, que había sido siempre un espíritu libre.

El matrimonio no funcionó y en 1952 Antonia Bronchalo Lopesino volvió a su Madrid. Y allí sufrió un accidente de automóvil el 7 de septiembre de 1959; no parecía ser nada serio y el conductor, su amigo el actor Arturo Fernández que por entonces era un desconocido doce años menor que ella, salió ileso. Pero seis días después del percance, Antonia Bronchalo moría como consecuencia de una embolia cerebral, producida por un coágulo resultado del accidente de coche.

Tenía 42 años y había vivido libre en una sociedad que, a partir de 1939, la había querido sometida y encerrada como a todas las mujeres españolas. Su belleza y su pasión le permitieron disfrutar de esa libertad enfrentándose a quienes cuchicheaban que era una prostituta de lujo o la acusaban abiertamente de ser una buscavidas y una cazafortunas. Para unos una roja, para otros una superviviente, Antonia Bronchalo Lopesino vivió su vida en libertad cuando muy pocas mujeres podían hacerlo.

JUAN PABLO CALERO DELSO

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