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sábado, 22 de enero de 2022

JUANA ARAGONÉS SANZ

ARAGONÉS SANZ, Juana

[Guadalajara, 1854 / Guadalajara, 17 de enero de 1939]

Juana Aragonés Sanz nació en la ciudad de Guadalajara en 1854, muy probablemente, pues en el juicio al que fue sometida en 1919 su abogado defensor alegó que nunca había sido detenida en sus 64 años de vida, y falleció a causa de un cáncer de mama en la capital alcarreña el 17 de enero de 1939, a los 94 años de edad y solo dos meses y medio antes del final de la Guerra Civil.

Era hija de Sandalio Aragonés y de Cecilia Sanz y se crió en el número 31 de la calle de San Roque, transcurriendo toda su vida alrededor de los barrios populares del Alamín y de Budierca, falleciendo en su domicilio del número 3 de la calle Navalpotro. Creció en el seno de una familia numerosa y trabajadora, así que sus primeros años, como los de todas las niñas de su misma condición, no fueron fáciles: su hermana Nicolasa falleció el 9 de julio de 1861 cuando sólo tenía diez años de edad y su hermana Celedonia sufrió igual suerte el 12 de septiembre de 1862, a los seis meses de nacer; por su parte su hermano Ignacio, casado con Juliana Bermejo, perdió a su hija Julia, con apenas 18 meses, el 30 de agosto de 1876; a su hijo Julián el 14 de julio de 1882, y a dos niñas gemelas el 27 de noviembre de 1885, a las pocas horas de nacer.

Pero esa misma familia formó parte esencial del núcleo socialista alcarreño en el último cuarto del siglo XIX y en los primeros años del siglo XX; su hermano Modesto acudió en Madrid a las reuniones fundacionales del PSOE en 1879 y llegó a ocupar destacados cargos representativos de ámbito nacional en la Unión General de Trabajadores; su hermano Ignacio fue el primer presidente de la Sociedad de Socorros Mutuos de Albañiles de Guadalajara y su hermano Manuel, empleado en la Imprenta Provincial, fue uno de los pioneros en tierras alcarreñas de la Asociación del Arte de Imprimir, el germen de la UGT.

Ella también se integró en este grupo de pioneros socialistas, como demostraba la Revista Popular del 15 de noviembre de 1890 reseñando la función benéfica que se celebró el día 6 en el Teatro Romea de la capital, en la que representaron como actores las “señoritas Aragonés, el señor Burgos, Alfonso Martín, etc.”; de hecho, su hermana Catalina se casó con un hermano de Alfonso Martín Manzano, otro de los primeros militantes alcarreños de aquel núcleo pionero del marxismo español junto a Julián Fernández Alonso y Enrique Burgos Boldova.

Aunque contrajo matrimonio con Elías Rodríguez de la Cruz y fue madre de varios hijos, no puede decirse que Juana Aragonés quedase por eso reducida al ejercicio de las tareas del hogar, como sucedía tradicionalmente a las mujeres de su clase social después de casarse. Popularmente conocida como La Chaleca, fue una mujer de fuerte carácter que encabezó todos los motines del pan y algaradas de mujeres en la Guadalajara de su tiempo, crisis repetidas “que son producto del cálculo que hace la mujer del jornalero que ve que le suben el pan en la época en que se aproxima la paralización del trabajo, son el eco de la indignación que produce el alza de un artículo tan necesario cuando el trigo baja [su precio]”.

Su nombre apareció por primera vez en la prensa en septiembre de 1897, cuando las tahonas de Guadalajara decidieron subir el precio de la pieza de pan de 35 a 40 céntimos, lo que fue causa de que el 11 de septiembre más de doscientas mujeres, encabezadas por Juana Aragonés, acudieron desde los barrios obreros hasta la casa del acaparador de granos Nicolás Cuesta para evitar que sacase trigo para otras poblaciones. Ni la protección de la fuerza pública ni la presencia del señor Cuesta y sus empleados, impidieron que el contenido de varios sacos se esparciese por las calles ni que la casa del acaparador fuese apedreada. A los pocos días los panaderos arriacenses decidieron bajar dos céntimos el precio del pan. No puede ser casual que el día 12 de julio, apenas dos meses antes de los incidentes, falleciese su hija Ignacia que solo contaba dos años de edad.

Pero la crisi de subsistencia continuó y La Chaleca mantuvo su actitud reivindicativa, como se podía leer en un falso y humorístico telegrama que publicaba La Crónica del 3 de marzo de 1898:

Esa primera quincena de marzo hubo una manifestación ante el Gobierno Civil, para protestar por la escasez y el alto precio de los alimentos, en la que participaron más de tres mil personas en una ciudad que no llegaba a los 10.000 habitantes, prueba de la gravedad de la situación y del éxito de la labor de agitación de Juana Aragonés y las mujeres del Alamín y Budierca. Poco después, se agravó el conflicto colonial en Cuba y Filipinas, se desató la guerra con Estados Unidos y el problema de la subsitencia quedó anegado por una ola de patriotismo; incluso una sobrina de La Chaleca, estudiante en el Conservatorio, intervino en algún festival benéfico.

Cinco años después, “contra toda razón y contra toda justicia, en el momento más inoportuno, cuando el precio del trigo tiende a bajar, y sin alegar otra causa que la de haber cesado la competencia, los panaderos de la capital [subieron] cinco céntimos en kilo el precio del pan”, según reconocía incluso la prensa conservadora, provocando, como denunciaba por su parte Flores y Abejas, que “en los barrios extremos de la capital se [notase] gran efervescencia”. Finalmente, en la tarde del 17 de diciembre de 1902 sobrevino un enfrentamiento con un panadero, haciendo constar la prensa que La Chaleca había sido “maltratada de palabra y de obra” por el citado panadero, hasta el punto de que el juzgado municipal intervino y abrió un expediente. Las crisis de subsistencias, repetidas hasta en una provincia triguera como Guadalajara, siempre contaron con la respuesta de las mujeres alcarreñas con Juana Aragonés a la cabeza,

 En la huelga general de 1918

Con los años no disminuyó su combatividad, como se puso de relieve el 6 de agosto de 1918 con motivo del conflicto desencadenado, una vez más, por el encarecimiento de los precios y la pérdida de calidad del pan que se vendía en la ciudad de Guadalajara. Como señalaba la prensa madrileña, “esta mañana, a las once, un grupo de mujeres, en actitud levantisca, comenzó a recorrer las calles, obligando al cierre a los comercios y haciendo cesar el trabajo en las oficinas”, llegando a decretarse una huelga general cuando a las mujeres se les sumaron los obreros de fábricas y talleres. El gobernador civil, Diego Trevilla Paniza, ordenó a la Guardia Civil salir a las calles y, al llegar las fuerzas del orden a la Plaza de Marlasca, “numerosas mujeres y hombres se arrodillaron […] y empezaron a gritar que preferían morir a tiros que no de hambre”. Como consecuencia de la sangrienta represión de la huelga, Juana Aragonés resultó herida al interponer su cuerpo en la trayectoria de una bala disparada contra un obrero huelguista -otras fuentes periodísticas hablan de una herida en la cabeza sin ofrecer más detalles-, quedando con una cojera de por vida y, además, un trabajador resulto muerto por disparo de bala de la Guardia Civil. La Chaleca fue encausada junto con otros cuatro trabajadores por el juez militar Alfonso Moreno Sarrais, pasando inmediatamente a prisión hasta que fue puesta en libertad en espera de juicio, en el mes de octubre de ese mismo año.

Finalmente, el 24 de mayo de 1919 se abrieron, en el gimnasio de la Academia de Ingenieros, las sesiones del Consejo de Guerra que juzgó aquellos hechos. El abogado defensor de Juana Aragonés, el capitán Flores, alegó que “La Chaleca no es más que una víctima de las injusticias sociales, que en ocasiones ha demostrado noble fiereza para defender su derecho a la vida”. Finalmente, el 21 de junio se hizo pública la sentencia del Consejo de Guerra, después de ser aprobada por el Capitán General, en la que se absolvió a todos los acusados con la excepción de Juana Aragonés y de Demetrio de Yera, apodado Gorrilla, que tuvo como abogado defensor al entonces capitán Ortiz de Zárate, que fueron condenados a cuatro meses de arresto, ingresando en la prisión provincial para su cumplimiento, aunque en virtud de un indulto fueron liberados en el mes de octubre. Su condena solo puede ser entendida como un escarmiento por su defensa intransigente de los derechos de las clases populares, pues no se la pudo acusar de ningún acto violento.

Es prueba de este evidente liderazgo entre las mujeres de familias trabajadoras de la ciudad no solo sus entrevistas con alcaldes y gobernadores civiles con motivo de huelgas y motines, sino también sus encuentros particulares con el conde de Romanones, que no dudaba en recibirla y entrevistarse con ella cuando estaba en Guadalajara. Ella, a cambio, no tenía problema en vender su voto al mejor postor cuando había elecciones si eso le permitía dar de comer a su familia.

JUAN PABLO CALERO DELSO.

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