ESCRICHE MIEG, Tomás
[Burdeos,
1844 / Barcelona, 1918]
Celestino
Tomás Escriche Mieg nació en la ciudad francesa de Burdeos en 1844 y falleció
en Barcelona en 1918. Cursó estudios de segunda enseñanza en el Instituto de
Noviciado de Madrid, obteniendo sobresaliente en todas las asignaturas del
Bachillerato y varios premios extraordinarios. Alcanzado el grado de bachiller,
se matriculó en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central madrileña, y
más concretamente en su sección de Ciencias Físicas, donde consiguió el título
de licenciado en 1870.
Su carrera docente
Al
concluir sus estudios universitarios pasó a impartir clase en un colegio de
Santoña, aunque sólo estuvo un curso en esa localidad cantábrica pues al año
siguiente fue profesor en la Universidad Libre de Oñate, en la villa homónima
guipuzcoana. Este centro estaba situado en los edificios de la antigua
Universidad eclesiástica y desde 1869 se había reabierto pero impulsado por el
ideario democrático y progresista que había alentado la Revolución Gloriosa de
1868. En esta Universidad vasca Tomás Escriche Mieg impartió clases de Física y
además cursó como estudiante varias asignaturas de materias muy diversas que ya
mostraban la variedad de sus intereses y aficiones. Pero en 1873 el avance de
las tropas carlistas hizo imposible continuar con la actividad docente, por lo
que la Universidad Libre se vio forzada a cerrar sus puertas y la villa de
Oñate acogió desde entonces, y hasta febrero de 1876, a la Real y Pontificia
Universidad Vasco-Navarra bajo la orientación y tutela de los carlistas.
Pasó
entonces a ejercer como profesor auxiliar en el Instituto de Bilbao, y el 10 de
agosto de 1876 solicitó plaza de profesor en el Instituto de segunda enseñanza
de Guadalajara, donde había quedado vacante la cátedra de Física y Química que
hasta el 30 de septiembre de 1875 había ocupado el profesor Bernardo Rodríguez
Largo. Obtuvo el puesto solicitado y durante casi diez años vivió en tierras
alcarreñas.
En
Guadalajara desarrolló una actividad cultural tan profunda como intensa, formando
equipo con Francisco Fernández Iparraguirre y Manuel Sanz Benito, entre otros.
Al año siguiente de su traslado fue uno de los seis socios fundadores del
Ateneo Científico, Literario y Artístico de Guadalajara, que con distintos
nombres pero bajo un mismo aliento se mantuvo activo hasta los últimos años del
siglo XIX, y en el que asumió distintas responsabilidades y formó parte del
equipo de redacción de las revistas que, bajo diferentes cabeceras, publicó esta
sociedad.
La
actividad más insólita del Ateneo alcarreño, que compartía con los demás el
afán divulgativo a través de conferencias y debates, fue la animación del
volapük, una lengua creada en 1879 por el sacerdote alemán Johann Martin
Schleyer con el objetivo de disponer de un idioma común que favoreciese el
diálogo y limitase los efectos del nacionalismo. La idea no podía dejar de
atraer a aquel puñado de investigadores alcarreños que, lejos de la política,
sólo confiaban en la ciencia para que la Humanidad disfrutase de un futuro
mejor y que poseían una fe tan inquebrantable como ingenua en la capacidad de
transformación del hombre y la tecnología. De su mano, Guadalajara se convirtió
en la capital del volapük durante casi una década: aquí se editaron libros y
una revista, se dieron conferencias y se asistió a congresos nacionales e
internacionales.
Fue
así como el físico Tomás Escriche se convirtió en un filólogo de prestigio.
Escribió libros como Nociones de
Gramática General aplicadas especialmente a la Lengua Castellana, en 1884,
y Colección de diálogos con numerosos
modismos de los más usuales y trozos escogidos de literatura francesa,
cuatro años después, ambos en colaboración con Francisco Fernández
Iparraguirre; y en 1889 dio a la imprenta su Reforma de la Ortografía Castellana, un tema sobre el que publicó
varios artículos en distintas revistas, proponiendo que las reglas ortográficas
estuviesen en concordancia con su pronunciación fonética y no con su
etimología. Como consecuencia de esta labor, fue considerado una autoridad en
la materia, hasta el punto de ser citado por Daniel de Cortázar en su discurso
de ingreso en la Real Academia Española de la Lengua en 1899, y de ser nombrado
corresponsal del Círculo Filológico Matritense.
El
24 de mayo de 1895 cesó en el Instituto de Guadalajara por ganar en concurso de
traslados la cátedra en el Instituto de Bilbao, donde dejó un recuerdo tan
imborrable que fue nombrado catedrático perpetuo de Física y Química del
Instituto bilbaíno, siendo el primer profesor al que se le concedió esta
distinción honorífica. En la capital vizcaína
desempeñó el cargo de director de su estación meteorológica, que reformó por
completo, y mantuvo vivo su interés por el
volapük, pero lo cierto es que la creciente difusión del esperanto, creado en
1887 por el polaco Lázaro Zamenhof, fue arrinconando a su predecesora como
lengua universal de referencia. Pasó entonces a centrar su actividad científica
en la Física y, en general, en las ciencias de la naturaleza.
En
el otoño de 1899 se anunció que quedaba vacante la cátedra de Física del
Instituto de Segunda Enseñanza de Barcelona, un destino muy apetecido por la importancia
de la ciudad y por el ambiente europeo y cosmopolita que entonces distinguía a
la capital catalana. La Gaceta de
Instrucción Pública anunciaba que dieciséis catedráticos optaban a tan
reñida plaza, entre los que se encontraban Tomás Escriche Mieg. La competencia
era tan dura que el 5 de mayo de 1890 el reputado filólogo Eduardo Bennot
escribió una carta a Marcelino Menéndez Pelayo en la que le rogaba que votase
en el Consejo de Instrucción Pública a favor de Tomás Escriche Mieg,
“catedrático de Física y Química en el Instituto de Bilbao que aspira a igual
cátedra en Barcelona”. Si muchos eran los méritos del profesor Escriche, muy
grande debía ser también su deseo de acceder a la cátedra barcelonesa, pues
resulta insólito que el ex ministro republicano y líder federal Bennot
solicitase un favor al campeón de la ortodoxia católica y auténtico martillo de
herejes de la intelectualidad progresista, o simplemente positivista, Marcelino
Menéndez Pelayo.
Consiguió
el apetecido destino en Barcelona y en su Instituto General y Técnico
permaneció hasta su jubilación, ocupando los últimos años el cargo de director
de este centro educativo, con Hermenegildo Giner de los Ríos como Secretario.
En la Ciudad Condal mantuvo su actividad científica de alto nivel, que en 1906
le valió ingresar como académico en la Real
Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y le permitió formar parte de
la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona, publicándose algunos
de sus escritos científicos en el Boletín
de esta última institución catalana.
También fue socio honorario del Ateneo de La Habana y miembro, hasta su
disolución, de la Sociedad de Profesores de Ciencias.
Su obra escrita
Tomás
Escriche Mieg tuvo, como ya hemos visto, una evidente preocupación didáctica,
que no sólo se limitaba a sus clases sino que también se ponía de manifiesto en
su constante actividad pública. Por todo ello; no es de extrañar que además fuese
autor de un puñado de obras científicas de mérito e interés en las distintas
áreas del saber a las que dedicó su tiempo y su atención. Ya hemos hecho
referencia a los libros sobre gramática que escribió, sólo o junto a Francisco
Fernández Iparraguirre, durante su estancia en Guadalajara; y, como ya
señalamos, al dejar las tierras alcarreñas no abandonó inmediatamente su
interés sobre esos temas, como se evidenció en 1904 cuando el Consejo de
Instrucción Pública declaró obras de utilidad pública su Arte de lectura, publicado el año anterior en Barcelona, y sus
curiosas Tipografía infantil y Pequeña Tipografía Infantil, dos cajas,
una grande y otra más pequeña, que contenían juegos de tipos de imprenta para
la enseñanza de la lectura a los niños.
Pero
la mayoría de su obra estaba dedicada a la Ciencias. Fue autor de Elementos de Física y nociones de Química,
un volumen de más de 650 páginas publicado en 1891 en Barcelona por la
prestigiosa editorial de la familia Bastinos. También escribió Elementos de Química, que salió en 1905
de la Imprenta de Pedro Ortega, y Elementos
de Física, precedidos de breves nociones de Mecánica con introducción y breves
nociones de Meteorología como Apéndice, que conocieron nuevas ediciones
hasta el año 1935.
La
publicación de estos manuales le llevó sentirse aludido y responder airado a
Pedro Garriga Puig, cuando éste criticó en La
Vanguardia de Barcelona a aquellos profesores que sólo buscaban
enriquecerse con la edición de sus propios libros de texto; no debía de ser el
caso de Tomás Escriche Mieg, pues Pedro Garriga le respondió desde el mismo
diario: “Al leer los dos artículos que dicho señor me dedica, he sentido
verdadera pena al considerar que mis apreciaciones sobre los abusos que cometen
algunos catedráticos oficiales con los libros de texto, pueden haber molestado
á una persona tan digna y á quien de seguro nadie podrá poner un tilde, ni como
autor, ni como profesor, ni como caballero. Esté convencido el señor Escriche
de que no me he propuesto ofender ni á él ni á nadie, y que tan sólo he querido
manifestar mi firme convicción de que se escriben muchos libros de texto, sin
ánimo de levantar la cultura patria, y si con el propósito deliberado de lucrar
con ellos”.
En
alguno de sus libros, sobre todo en las últimas ediciones, contó con la
colaboración de su hijo, como reconocía, por ejemplo, en el prólogo a la undécima
edición de sus Elementos de Física
que se publicó en los primeros años del siglo XX. Su hijo, Rafael Escriche
Mantilla de los Ríos, cursó como él la carrera de Ciencias y fue también catedrático
numerario de Física y Química. A su muerte, en 1930, su viuda facilitó la
compra por el Instituto de Logroño, en el que había estado destinado, de su
biblioteca particular, que incluía un buen número de volúmenes que habían sido
de su padre y que enriquecieron los fondos de ese centro educativo.
Sus aportaciones tecnológicas
Además de sus estudios teóricos sobre las ciencias
de la naturaleza y de su labor divulgativa y pedagógica, Tomás Escriche destacó
por ser un hombre preocupado por los avances tecnológicos de su tiempo,
inquietud que desarrolló a través del diseño y construcción de numerosas
máquinas y aparatos, que además se preocupó de dar a conocer en muy diferentes
ámbitos. En su expediente profesional como catedrático de Instituto
se conservan unos cuantos folletos publicados en los que se recogen algunas de
estas aportaciones tecnológicas experimentales; así, por ejemplo, se declara
inventor de dos “aparatos imaginados”, según rezaba el título del cuadernillo en
el que los presentaba públicamente, uno para el estudio de la caída libre de
los cuerpos y otro para el conocimiento de la hidrodinámica; incluso los
presentó en el Ateneo de Madrid.
Con
éstos y otros aparatos similares acudió a diferentes eventos y obtuvo Medallas
en la Exposición Leonesa de 1876, en la Exposición Provincial de Guadalajara de
ese mismo año y en la Exposición Pedagógica de Madrid de 1882. Mereció un
Diploma de Mérito por su trabajo Nociones
de Gramática General en la Exposición Artística de Madrid de 1885 y dos
medallas de Honor por sendas publicaciones en la Exposición de Paris de 1889. También
formó parte de la delegación de Vizcaya en la Exposición Universal de Barcelona
de 1888, y según reza su catálogo presentó: “Escriche Mieg, Tomás. Catedrático
de Física, Bilbao, Henao, 2,
principal. Treinta ó cuarenta aparatos de física”. En todos los Institutos en los que estuvo destinado, y en otros muchos centros escolares españoles, se conservan hasta el día de hoy muchas de estas máquinas, que se instalaron para apoyar las explicaciones teóricas de los profesores de Física.
Detrás de esta pasión por la tecnología había una
profunda labor de investigación científica. Por ejemplo, parece ser que el 10 de febrero de
1896 obtuvo en el laboratorio de la Universidad de Barcelona unas radiografías,
que fueron las primeras que se realizaron en España, sólo tres meses después de
que Wilhen Conrad Röntgen culminase con éxito sus estudios sobre lo que hoy
conocemos como Rayos X.
Su actividad social
Aunque,
como ya señalamos, es evidente que Tomás Escriche permaneció toda su vida
apartado de la actividad política partidaria, no por eso quedó al margen de la
sociedad de su tiempo ni permaneció ajeno a las luchas ideológicas que agitaban
con fuerza al conjunto del país, una actividad sociopolítica que aumentó con el
paso de los años y las convulsiones de la España finisecular.
Participó
muy activa y destacadamente en dos asuntos que agitaron a los españoles en
aquellos años. En primer lugar, en la campaña contra la fiesta de los toros,
que en Cataluña, y en general entre las fuerzas políticas más progresistas,
siempre tuvo amplio eco y respaldo. Frente al nacionalismo catalán, que se
oponía a las corridas de toros por considerar que era una imposición castellana
ajena a la historia de Cataluña, Tomás Escriche se mostraba contrario a esta
diversión por humanidad, por considerar que eran una rémora del pasado común de
los españoles, como explicó en el mitin antitaurino celebrado en Barcelona el
10 de febrero de 1905 en el Teatro Tívoli, donde proclamó abiertamente: “¡Vivan
las buenas tradiciones españolas!, ¡Abajo la bárbara y perniciosa tradición
torera!”
Aún
más activo se mostró en la campaña contra otra inhumana tradición española y
europea: los duelos. Fue uno de los más destacados líderes de la Liga
Antiduelista, una red asociativa de ámbito europeo que se oponía a la práctica
de los duelos y que buscaba establecer reformas legales que los prohibiesen.
Curiosamente, esta campaña había sido iniciada por Alfonso Carlos de Borbón y
Austria-Este, hermano del pretendiente carlista Carlos VII y, a partir de 1931,
rey carlista tras la muerte de su sobrino Jaime de Borbón. Tomás Escriche fue
el traductor y prologuista en España de la obra Resumen de la historia de la creación y desarrollo de las ligas contra
el duelo, escrita por Alfonso Carlos de Borbón aunque de forma anónima, y
que se publicó en Barcelona en 1909.
Desde
la Liga se organizaron campañas de prensa y de propaganda para terminar con tan
bárbara costumbre que, aunque ya estaba muy en desuso, todavía seguía
practicándose. A estas campañas se sumaron activamente muchos militares, entre
los que destacaba el entonces teniente coronel Miguel Primo de Rivera, que
trajo la Dictadura a España entre 1923 y 1930. En Guadalajara se sumaron a la
campaña de la Liga Antiduelista el Ateneo Instructivo del Obrero, la Cruz Roja
provincial, la Sociedad La Unión, la Asociación de Médicos, el Tiro Nacional de
Guadalajara, la Asociación de la Prensa Alcarreña, la Academia Militar, la
Sociedad de San Vicente de Paúl, y los periódicos Flores y Abejas y La Crónica.
Durante
la Primera Guerra Mundial mantuvo vivo su ideario pacifista, que le llevó a
publicar en 1917 un librito con el significativo título de Pro Pace..., que fue editado en Barcelona en la imprenta de Pedro
Ortega.
JUAN PABLO CALERO DELSO