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domingo, 27 de enero de 2019

JOSÉ DE SAGARMÍNAGA SAEZ

SAGARMÍNAGA SAEZ, José de
[Santo Domingo de la Calzada, 1855 / Guadalajara, 29 de mayo de 1897]

José de Sagarmínaga Sáez fue un político y abogado de Guadalajara. Nació en 1855 en Santo Domingo de la Calzada, hijo de Leonardo Sagarmínaga López y de Nicasia Sáez Mayor, oriundos de la citada localidad riojana aunque las raíces familiares eran vizcaínas, y falleció en la capital alcarreña el 29 de mayo de 1897. Se casó con Felisa Sagarmínaga Delgado, natural del pueblo guadalajareño de Loranca de Tajuña, con la que tuvo tres hijos. Su hija Paz falleció a los dos días de nacer, el día 26 de enero de 1885, y sólo le sobrevivió su hija María del Pilar, que en el mes de noviembre de 1898 contrajo matrimonio en Valladolid, donde había nacido, con el entonces teniente de infantería Víctor Terradillos Prieto.
Siendo estudiante de Derecho se alistó en las tropas de Carlos VII durante la Tercera Guerra Carlista, combatiendo en el Maestrazgo y en el norte de la Península. Fue hecho prisionero y condenado a muerte, aunque le fue conmutada la pena capital por la deportación a la isla de Puerto Rico. Acabado el conflicto bélico, retornó a la Península y concluyó sus estudios de Leyes en la Universidad de Valladolid. Su hermano Juan, también deportado por carlista, retornó a La Rioja, falleciendo en la localidad de Haro el 25 de marzo de 1893, donde también ejercía la abogacía y era secretario de la Conferencia de San Vicente de Paúl.

Su actividad profesional
Afincado en la provincia de Guadalajara, donde su familia había sido desterrada a causa de sus simpatías por el carlismo, residió en el pueblo de Loranca de Tajuña, antes de trasladarse a la capital alcarreña, para vivir en el número 17 de la calle de Jáudenes, la vía que tradicionalmente se ha llamado “la Carrera”, donde ejerció la abogacía con éxito, interviniendo en numerosos procesos, sin rehuir aquellos que tenían una clara motivación política, como cuando defendió a Julián del Amo por criticar el caciquismo del alcalde de Atienza.
Junto al abogado liberal Tomás Bravo y Lecea emprendió desde Guadalajara una exitosa movilización de los Colegios de Abogados de aquellas provincias que no eran sede de una Audiencia Territorial, según la nueva regulación de la administración de justicia. En la primera semana de mayo de 1893 se celebró una asamblea en la madrileña Academia de Jurisprudencia, que cedió sus salones gracias a la protección de Antonio Cánovas del Castillo que era entonces su presidente, a la que acudieron sesenta y dos abogados en representación de veintiocho colegios profesionales. Los allí reunidos decidieron formar una comisión, de la que Bravo y Lecea y Sagarmínaga formaban parte, para negociar que sus intereses no se viesen perjudicados por la reforma que proponía el ministro Eugenio Montero Ríos.
La actitud reivindicativa de estos dos jóvenes abogados fue causa de disgustos y sinsabores en Guadalajara; los abogados Antonio Molero y Asenjo, Baltasar Zabía, Pedro López Palacios Godín, Manuel González Ruiz, Emilio García de la Peña, Lope Hernández, Miguel Rodríguez de Juan y Victoriano Ciruelos y Esteban se opusieron a alguna de las medidas de presión adoptadas por los abogados más reivindicativos, que incluían la liquidación del Colegio de abogados de Guadalajara. Este litigio enfrentó a amigos entrañables, como Molero y Bravo y Lecea, y a compañeros políticos, como los carlistas Sagarmínaga y Rodríguez de Juan, que llegaron a cruzarse cartas acusatorias en la prensa nacional. Finalmente, la Junta de gobierno de la Audiencia, que era la instancia competente para resolver el conflicto, acordó declarar legal y legítimamente constituida a la Junta directiva del Colegio de Abogados de Guadalajara liderada por Sagarmínaga y Bravo y Lecea y desautorizar a la mayoría de los colegiados de la provincia.
Desde ese momento, fue un personaje activo y requerido en la vida económica y social de la provincia, como lo prueba su elección como vocal de la Junta Directiva de la Cámara de Comercio de Guadalajara y de la Junta Directiva del Casino de Guadalajara. Pero nada muestra mejor su reconocimiento personal, más allá de su filiación ideológica, que su elección en 1891 como primer presidente del Ateneo Instructivo del Obrero, cargo en el que se mantuvo hasta 1893, a pesar de su juventud y de que los promotores de la sociedad eran republicanos o provenían del obrerismo marxista, pero que no dudaron en ponerle al frente en esos primeros y difíciles momentos de lo que fue la institución más activa y longeva de la cultura alcarreña contemporánea.
Este amplio aprecio de su vecinos lo recogía en su nota necrológica el portavoz carlista El Correo Español, que escribía el 31 de mayo de 1897: "Sagarmínaga, era siempre el lealísimo carlista, que imponía a todos, aun a los adversarios más radicales, el respeto a sus opiniones y creencias, siempre por él, en todos los centros y ante toda clase de personas, victoriosamente mantenidas. De carácter expansivo y franco, de índole jovial, de corazón noble, de fe profunda, tenía simpatías numerosísimas, nombre honrado y amigos entrañables en cuantos lo conocían. Guadalajara ha de sentir mucho su muerte". Y así fue, porque en El Liberal de la misma fecha se podía leer: "Joven todavía y de bondadosísimo carácter, su muerte ha sido muy sentida en esta población, donde el finado gozaba de generales simpatías".
Su actividad política
Devuelto el Carlismo a la legalidad en 1881 por el gabinete liberal de Práxedes Mateo Sagasta, los carlistas de Guadalajara se encontraron sin un jefe político de renombre, pues desde el final de la Tercera Guerra Carlista, en febrero de 1876, habían abandonado sus filas sus jefes más reconocidos: los abogados Manuel María Vallés y Juan Carrasco, el historiador Juan Catalina García López, el obispo Narciso Martínez Izquierdo...
Fue entonces José de Sagarmínaga quien tomó el relevo. Políticamente, se dio a conocer públicamente en 1886 con un vehemente discurso pronunciado desde el balcón del ayuntamiento arriacense con motivo del incidente de las Islas Carolinas, una posesión española del Océano Pacífico reclamada por Alemania en 1885. La inesperada deserción de Isidoro Ternero Garrido le dejó sólo al frente del carlismo alcarreño y desde ese momento animó la reorganización del partido carlista en esas tierras, donde la prensa del partido reconocía que "¿Es que ya no hay carlistas en esta población? Muchos hay, pero pocos los fuertes y muchos los tímidos". Como con motivo del ejercicio de la abogacía, recorrió en diversas ocasiones toda la provincia, aprovechando siempre estos viajes de carácter profesional para extender y afianzar la actividad carlista por toda Guadalajara, alcanzó un éxito indiscutible y en 1896 ha había en la provincia ciento veintinueve Juntas Locales carlistas.
Revitalizó las filas carlistas y, poco a poco, su partido fue contando con otros dirigentes de prestigio: Claro Abánades y Benigno Bolaños Eneas en el Señorío de Molina, Miguel Rodríguez de Juan y Agapito Frías en Guadalajara, Severiano Andrés en Sigüenza… Y publicaron diversas cabeceras de orientación carlista, entre las que podemos destacar, en la ciudad de Guadalajara, La Verdad y El Padre Arriaco, en las que escribió José de Sagarmínaga.
La expansión y consolidación del carlismo alcarreño se puso en evidencia pocas semanas antes de su muerte, con el motín carlista en el pueblo de Millana, que estuvo a punto de traducirse en una insurrección armada. Sin embargo, no consiguieron ningún éxito electoral y ni en las Cortes ni en el Ayuntamiento de la capital hubo representantes del partido carlista durante la Regencia de María Cristina de Habsburgo. De hecho, José de Sagarmínaga se presentó como candidato a diputado a Cortes por Brihuega en 1893 y a concejal de Guadalajara en 1895, sin que fuese elegido en ninguna de las dos ocasiones.
Esta actividad social y sobre todo política también le dio sinsabores, hasta el punto de que en la primavera de 1892 llegó a nombrar padrinos en una cuestión personal surgida de unos escritos insultantes que fueron publicados en la prensa, aunque todo parece indicar que las diferencias se resolvieron satisfactoriamente y sin derramamiento de sangre.
A su muerte, dejó tan escasa fortuna que su viuda tuvo que solicitar la pensión de orfandad como hija del comandante de caballería Gervasio Sagarmínaga, que ascendía a 1.125 pesetas anuales, por serle insuficiente el patrimonio familiar, y se trasladó a Leganés.
JUAN PABLO CALERO DELSO

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