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domingo, 13 de enero de 2019

JOSÉ ROGERIO SÁNCHEZ GARCÍA

SÁNCHEZ GARCÍA, José Rogerio
[Valladolid, 26 de marzo de 1876 / Madrid, 19 de septiembre de 1949]

Catedrático, escritor y político español. Nació en Valladolid el día 26 de marzo de 1876 y murió en Madrid el 19 de septiembre de 1949, residiendo en la ciudad de Guadalajara entre 1907 y 1910, donde su esposa, María Almudena, dio a luz a uno de sus hijos en el mes de octubre del año 1909 y a una hija en marzo de 1911.

Actividad docente
Después de finalizar sus estudios de segunda enseñanza, en 1890 se matriculó en las Facultades de Derecho y de Filosofía y Letras en la madrileña Universidad Central, doctorándose en 1897 con una tesis sobre "La obra de Lutero". Concluidos sus estudios, opositó hasta conseguir una plaza de Catedrático de Literatura. El 10 de junio de 1902 aprobó las oposiciones y estuvo destinado, sucesivamente, en los Institutos de Reus y Ciudad Real, de los que pasó a los de Santander y Figueras. En 1906 ganó la cátedra en el de Cuenca y, en enero de 1907, llegó a al Instituto de Guadalajara, donde ocupó el cargo de vicedirector al curso siguiente.
Durante su estancia en Guadalajara, además de dar clase en el Instituto, fundó y dirigió la Academia General de Estudios Superiores que, instalada en el número 23 de la calle Mayor Alta, impartía clases para estudiantes de Derecho y Filosofía y Letras, aspirantes de los cursos preparatorios de Medicina, Farmacia e Ingenieros, enseñanza de Magisterio y oposiciones de Ayudantes de Ingenieros, Sobrestantes, Correos y Telégrafos o Aduanas.
Aunque la prensa local se hizo eco en 1908 de una oferta para trasladarse a la Universidad de Liverpool para hacerse cargo de la Cátedra de Lengua y Literatura Española, permaneció en Guadalajara hasta que el 31 de diciembre de 1910 cesó para trasladarse al Instituto de Bachillerato de Teruel, al que no se incorporó, pues fue destinado en comisión de servicios a Madrid, en donde primero fue catedrático del Instituto San Isidro, del que llegó a ser nombrado director, y más adelante ocupó la cátedra de Principios de Filosofía en la Escuela Superior de Magisterio, “un centro específicamente fundado para la formación de los futuros profesores de escuelas normales e inspectores de enseñanza primaria, […] un centro de cultura y de ciencia pedagógica abierto a las ideas y a las prácticas innovadoras que en aquel momento se estaban produciendo en otros países”, por decirlo con las palabras del investigador Antonio Viñao.
A partir de 1916, José Rogerio Sánchez emprendió una cruzada particular para mejorar la formación pedagógica del profesorado de Bachillerato. Esta actividad divulgadora culminó en 1922 con la publicación de una revista, La Segunda Enseñanza, que a partir del año siguiente se convirtió en portavoz de la Asociación Nacional de Catedráticos de Instituto con el nombre de Revista de Segunda Enseñanza, manteniéndose bajo su dirección hasta 1927. En esos años, previos a la Dictadura primorriverista, fue miembro del Consejo de Instrucción Pública, máximo órgano de gobierno de la enseñanza pública, siempre controlado por los partidos del turno dinástico, y también ocupó el puesto de Inspector General de Enseñanza.
Además, elaboró numerosos libros de texto para Bachillerato, que fueron muy utilizados en esos años: Historia de la lengua y literatura españolas, Historia de la Lengua y Literatura españolas, de la que conocemos hasta una quinta edición en 1928, Antología de textos castellanos, que antes de la Guerra Civil tuvo seis ediciones, Prácticas de lengua española, que se publicó en Madrid en 1929, Compendio de literatura Universal, Preceptiva literaria y composición, La historia literaria en los textos de 1933, o El teatro poético... hasta acercarse al centenar de títulos y ediciones a lo largo de toda su vida.
También editó manuales de otras asignaturas, especialmente de las relacionadas con la filosofía, como los libros Psicología General, cuya segunda edición es de 1933, y Lógica, que apareció en 1935, ambos escritos con Vicente Feliú Egidio, o su Teoría del conocimiento, editado por Bosch en Barcelona. Fue coautor, con Alfonso Retortillo y Tornos, profesor de Historia en la Escuela Normal de Maestro de Madrid, de una serie de libritos de Historia dedicados a cada una de las eras en las que, tradicionalmente, se ha dividido esta ciencia y que fueron editados en la segunda década del siglo XX por la madrileña librería de los Sucesores de Hernando.
Su interés por estos asuntos le llevó en el año 1933 a solicitar a la Junta para Ampliación de Estudios una pensión para conocer de primera mano la organización de la Segunda Enseñanza en Bélgica y Holanda, que le fue concedida. Alegaba en su petición que llevaba varios años dedicado al estudio de estos temas sin haber percibido ninguna ayuda por ello, aunque se olvidaba mencionar que había ocupado cargos políticos remunerados.
Actividad política
Contrastaban sorprendentemente sus propuestas de renovación pedagógica, muy próximas a los planteamientos de la Institución Libre de Enseñanza, con su marcado conservadurismo político, del que ya había dado pruebas en 1906 acudiendo a la Asamblea Regional de las Corporaciones católico-obreras del Norte en representación de Santander y en la que presentó una Memoria para la organización de una Federación católica-obrera de ámbito nacional.
Durante su estancia en la provincia de Guadalajara también se preocupó, con poco éxito, de fomentar el catolicismo católico agrario, que tenía una sólida implantación en la diócesis de Sigüenza pero que era muy débil en la Alcarria y la Campiña; así en el verano de 1909 asistió a sendas asambleas de agricultores que se celebraron en Sacedón y Pastrana, pero que no tuvieron el éxito esperado. Y ese mismo año José Rogerio Sánchez cosechó un nuevo fracaso en su intento de acceder al concejo arriacense en las listas del Partido Conservador.
También en 1909 promovió un Círculo Católico Obrero en Guadalajara. En su Junta Directiva, que él mismo presidía, estaban presentes los principales políticos conservadores de la ciudad, como Jerónimo Vallejo, Severino Emperador, Elicio Cotayna o el sacerdote José Cicuéndez. El carácter excesivamente partidista y las retrógradas ideas sociales de sus dirigentes fueron con toda seguridad las causas de su rápida desaparición, ante la incapacidad de atraer a las masas obreras con esos postulados. Finalmente, el día 23 de enero de 1910 se abrió en Guadalajara un Círculo Católico Obrero bajo la advocación de San Ildefonso, de nuevo promovido por el catedrático José Rogerio Sánchez apoyado por algo menos de un centenar de socios, pero con el aliento del cardenal de Toledo y del canónigo Hilario Yaben, que intervino en el acto de inauguración con una conferencia sobre La Iglesia, es y ha sido la amparadora y protectora del obrero. Al año siguiente, y trasladado a Madrid su primer promotor, lo presidió Pedro Archilla Salido, y como secretario continuó Cristóbal Riesco Lorenzo, dos catedráticos del Instituto que en 1914 abandonaron la ciudad y se trasladaron al Instituto madrileño Cardenal Cisneros y al Instituto de Salamanca, respectivamente. Con su marcha, el Círculo Católico entró en decadencia y su nuevo presidente, Elicio Cotayna, se conformaba con intentar volver a abrir la escuela del Círculo.
Fue asiduo colaborador de la revista La Paz Social, la más importante de las publicaciones que el catolicismo social tenía entonces en España, comenzando sus colaboraciones en el año 1910; en sus páginas solía tratar temas de educación como, por ejemplo, su artículo “Ampliemos la instrucción de los Círculos Católicos” que apareció en el número del mes de abril de 1914. Asimismo, impartió varias charlas en el Centro de Defensa Social de Madrid.
Con la llegada de la Dictadura del general Miguel Primo de Rivera, con la que se identificó estrechamente, pudo acceder a distintos cargos políticos, siempre dentro del área educativa. En 1924 entró a formar parte de la Comisión Permanente del Consejo de Instrucción Pública y en 1927 fue nombrado Director General de Enseñanza Primaria.
En la República y la Guerra Civil
En 1931 era uno de los intelectuales más conocidos de la derecha más conservadora y antirrepublicana; nos cuenta César González Ruano en sus memorias (Mi medio siglo se confiesa a medias) que en 1934 hizo una cuidada edición de bibliófilo de su libro Aún y distribuyó la tirada de sesenta ejemplares a sus amigos, entre los que se encontraba José Rogerio Sánchez junto a la elite de la derecha más intransigente del momento.
En los últimos días de julio de 1936 fue cesado como catedrático por el gobierno republicano, pero en febrero de 1940 figuraba de nuevo en el escalafón, bastante expurgado por la intransigente depuración franquista, como catedrático de Segunda Categoría y fue nombrado director del Instituto San Isidro de Madrid, puesto que ya había desempeñado antes de 1931; en el citado centro de enseñanza hay un retrato suyo pintado por José Nogué.
Durante la Guerra Civil formó parte de la Comisión dictaminadora de los libros de texto que se han de usar en las escuelas nacionales, establecida el 20 de agosto de 1938, junto a Alfonso García Valdecasas, Tiburcio Romualdo de Toledo, Javier Lasso de la Vega, José Ibáñez Martín, José María Albareda Herrera y José Oñate Guillén. Su cometido era dictaminar “el contenido religioso, moral, patriótico, pedagógico, científico, literario, tipográfico y el precio de venta” del material escolar, es decir, censurar los libros de texto.
No es de extrañar que sus propios manuales siguiesen editándose y consiguieran una mención honorífica especial del Ministerio de Educación Nacional franquista porque todo en este libro tiende a la glorificación de España. Conocemos pocos libros de texto en los que su autor señale con más diafanidad una preocupación honda, patriótica y magistral por formar y educar al niño español”. Al terminar la guerra, continuó editando nuevos libros de texto adaptados a las directrices del nuevo régimen franquista, como sus Textos y ejercicios para la práctica literaria en 1941. Y fue, prácticamente, el único catedrático de Instituto que quedó expresamente "exento de depuración" según el expediente que elaboró el Ministerio de Educación Nacional.
Con el franquismo los reconocimientos fueron en aumento y en 1940 fue elegido académico de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, en la que ingresó en 1941, tomando el relevo del cardenal Isidro Gomá, y ocupando un puesto en su Comisión de Interior y Hacienda desde 1944 hasta su fallecimiento. Durante esos últimos años mantuvo su vinculación con la provincia alcarreña y así, en diciembre de 1946, intervino en el homenaje que se tributó en Madrid al molinés Claro Abánades al concedérsele la Cruz de Alfonso X.
También escribió algunas obras literarias, entre las que citaremos su primer libro titulado Nueve cuentos y editado en Madrid en 1900, o dos novelas cortas tituladas Viaje perdido y La confesión de Fray Lamberto que fueron publicadas durante su estancia en Guadalajara en un volumen conjunto con el título de Los tristes destinos que, en 1911, tuvo una nueva edición de la mano de la Editorial Perlado, Páez y Compañía. Y en 1910 publicó, en la colección Biblioteca Patria, una novela corta titulada En busca de la vida.
JUAN PABLO CALERO DELSO

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