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sábado, 12 de mayo de 2018

ANTOLÍN GARCÍA LOZANO

GARCÍA LOZANO, Antolín
[Atienza, 1779 / Salamanca, 15 de mayo de 1852]

Antolín García Lozano nació en la villa de Atienza el 2 de septiembre de 1779 y falleció en Salamanca, de cuya diócesis era obispo, el 15 de mayo de 1852.
Ingresó en el Seminario conciliar de San Bartolomé de Sigüenza para seguir su vocación sacerdotal. Muy pronto demostró gran inteligencia y aplicación, por lo que se trasladó a la Universidad eclesiástica de Santa Catalina, en la vecina diócesis de El Burgo de Osma, donde en 1800 consiguió el Doctorado en Teología. Después de ser ordenado sacerdote, fue presbítero en la diócesis de Sigüenza y ganó por oposición una cátedra de Filosofía en la Universidad de la diócesis de Osma, donde, con el tiempo, también ejerció como profesor de Teología y de Cánones.

En la Guerra de la Independencia
Cuando al comenzar la Guerra de la independencia se extendieron por todo el Imperio las Juntas patrióticas, Antolín García Lozano fue elegido para formar parte de la del reino de Aragón, donde se mostró particularmente activo. Su oposición al nuevo rey José I Bonaparte fue tan firme y decidida que abandonó el territorio bajo ocupación francesa y marchó a Andalucía, donde aún se combatía y resistía la invasión de los soldados franceses.
El 6 de enero de 1810, ya estaba en Sevilla, donde solicitó a la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino que se le concediese una prebenda en la Catedral del Burgo de Osma y, como no obtuviese respuesta, nueve días después insistía pidiendo “algún beneficio” de los que disfrutaba el estado eclesiástico en atención a sus constantes desvelos por el reino.
Derrotadas las tropas napoleónicas y sus aliados afrancesados, recuperada la paz y devuelto Fernando VII al trono del imperio español, en 1813 obtuvo Antolín García Lozano la recompensa que había solicitado y accedió a una canonjía en la catedral de El Burgo de Osma, reincorporándose al mismo tiempo a su cátedra en su Universidad de Santa Catalina.
En 1816 ganó por oposición la plaza de canónigo penitenciario en la catedral de Calahorra, y muy poco después ocupó la misma canonjía en la Real Colegiata de la Santísima Trinidad en el Palacio Real de La Granja de San Ildefonso, en la provincia y diócesis de Segovia. Allí pudo conocer y aún frecuentar el trato con el rey Fernando VII, que gustaba de pasar temporadas en ese lugar. El monarca quedó tan impresionado por su celo y aptitud que en 1818 le nombró Inquisidor General de Valladolid, sede de uno de los diez tribunales del Santo Oficio en el reino de Castilla y León; fue uno de los últimos en ocupar este puesto, pues la temida Inquisición fue suprimida definitivamente en 1820, después del pronunciamiento liberal de Rafael del Riego. Precisamente, ese mismo año de 1820 fue nombrado predicador de Su Majestad.
En 1823, cuando la presión de las partidas guerrilleras absolutistas sobre el gobierno constitucional se vio reforzada por la invasión de la Península de un ejército francés, conocido como los Cien Mil Hijos de San Luis, Antolín García Lorenzo fue detenido, junto a otros destacados eclesiásticos y laicos realistas, por el liberal conde de Abisal, detención a la que puso fin la derrota del ejército español y la vuelta de Fernando VII al ejercicio del poder absoluto.
Esta nueva prueba de lealtad al monarca y al Antiguo Régimen fue también recompensada por el rey, que en 1824 le nombró deán de la catedral de Segovia, donde permaneció durante más de un cuarto de siglo. Tampoco en esta ocasión, su estancia estuvo exenta de sobresaltos, y cuando el general Baldomero Espartero fue regente de la reina niña, estuvo temporalmente desterrado en Ciudad Rodrigo. La consolidación en el poder de la fracción más moderada del liberalismo y la temprana declaración de la mayoría de edad de Isabel II en 1844 pusieron punto final a persecuciones e incertidumbres.
En mayo de 1851 fue nombrado obispo de Salamanca y el 16 de noviembre de ese mismo año se le consagró en la madrileña catedral de San Isidro, presidiendo la ceremonia el arzobispo de Toledo, Juan José Bonel y Orbe, y siendo apadrinado el nuevo prelado por el duque de Osuna, por lo que la prensa no dejaba de señalar que “a esta ceremonia está convidada la alta sociedad de Madrid, y es de presumir que estará el templo muy concurrido”.

Su legado
Apenas seis meses después, fallecía en Salamanca, siendo sustituido en la sede episcopal salmantina por Fernando de la Puente y Primo de Rivera. Durante su estancia en la capital salmantina, según una carta publicada en La España, “su pastoral solicitud se hizo notable por el respeto y amor al trono de nuestros reyes, por la inculcación de estos y de los principios religiosos en las escuelas de primera enseñanza, por la extirpación de lecturas depravadas, por la creación de nuevos ministros para el santuario, y en el seminario de San Carlos por sus reformas económicas y literarias”.
Sus virtudes religiosas estuvieron siempre acompañadas de una marcada intolerancia religiosa y de una arraigada intransigencia política, reconociéndose públicamente a su muerte que “en todos estos cargos y otras muchas comisiones muy delicadas é importantes, el Sr. García Lozano había manifestado siempre una entereza de carácter acompañada de una rigidez de principios así en religión, como en política, que le hacían un hombre sumamente digno y á propósito para empuñar el báculo pastoral”.
Hombre de acción y consecuente con sus ideas, no se limitó a una defensa intelectual de sus ideas, sino que militó activamente en las filas absolutistas, como puso de manifiesto con la publicación de su “Exhortación religiosa al benemérito cuerpo de Voluntarios Realistas de la Ciudad de Segovia pronunciada en la Santa Iglesia Catedral a la bendición de su bandera, el día 30 de mayo de 1831”.
Perteneció al círculo íntimo del rey Fernando VII y tuvo entre sus amigos a algunos personajes de la “camarilla” absolutista del rey, como los duques del Infantado y Osuna o Pedro Alcántara Díaz Labandero, que fue intendente de la provincia de Segovia desde diciembre de 1823 y que diez años después llegó a ocupar la Consejería de Hacienda en el gobierno carlista del pretendiente Carlos María Isidro de Borbón.
JUAN PABLO CALERO DELSO

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