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lunes, 3 de marzo de 2014

BENITO HERNANDO ESPINOSA

HERNANDO ESPINOSA, Benito
[Cañizar, 1846 / Guadalajara, 24 de julio de 1916]

Benito Hernando Espinosa nació en el pueblo alcarreño de Cañizar el 21 de marzo de 1846 y falleció en la ciudad de Guadalajara el día 24 de julio de 1916. Era su padre Juan de Dios Hernando, que ejercía en esa localidad el oficio de cirujano, y fue el mayor de los hijos de la familia, al que siguieron sus dos hermanas: Emilia y Ángela. Contrajo matrimonio con la granadina María Monge, con la que tuvo cuatro hijos; sin embargo, ni su esposa ni ninguno de sus hijos le sobrevivió, por lo que pasó solo los últimos años de su vida.
Cursó los estudios primarios en la escuela de Cañizar, de la que era maestro Manuel Pareja. Al llegar a la edad del iniciar el Bachillerato, marchó a la capital alcarreña, pues aunque la familia no andaba sobrada de recursos, en la plaza de San Andrés (en un edificio que luego ocupó el número 18 de la calle Mayor Baja) vivía su abuela paterna que le acogió y gracias a la cual pudo matricularse y completar la enseñanza secundaria.
Al principio le atrajo el teatro y con sólo doce años organizó una compañía de aficionados con la que representó el Don Juan Tenorio de José Zorrilla, pero reclamado por su familia, se dedicó al estudio y abandonó las representaciones, aunque toda su vida mantuvo un enorme interés y afición por el arte en general, y muy especialmente por la música y por la pintura. En sus últimos años, cuando la enfermedad le dejó postrado, gastaba el tiempo en escribir comentarios históricos y artísticos a colecciones de postales que se hacía llevar y que distribuía entre sus amigos.
Aunque la mejor prueba de su amor por la pintura es la anécdota que asegura que en 1882 fue el modelo que sirvió al pintor aragonés Francisco Pradilla Ortiz para representar al rey Boabdil en su famoso cuadro La rendición de Granada, que le había sido encargado por el Senado; desde luego, el parecido es muy notable.
Bajo el magisterio de sus profesores José Julio de la Fuente, catedrático de Historia, y Román Biel, de Latín, terminó con notable aprovechamiento sus estudios de Bachillerato y tuvo que elegir su futura orientación profesional. A pesar de la influencia de su padre, que le empujaba al ejercicio de la medicina, y de un pariente que era profesor de la Academia de Ingenieros militares de Guadalajara, que le animaba a ingresar en la milicia, optó por cursar estudios de Ciencias en la Universidad Central de Madrid.

Su carrera profesional
De nuevo se interponían las dificultades económicas de la familia, pero la acogida que le dispensó en la Corte su tío Pedro Espinosa, cura de la parroquia de San Sebastián de Madrid, le permitió vivir en su casa y poder matricularse en la madrileña Facultad de Ciencias. Y allí, en un ambiente clerical, creció y maduró Benito Hernando, que fue siempre un hombre muy religioso, de profundas convicciones católicas que nunca encontró incompatibles con la ciencia.
En 1867 obtuvo la licenciatura en Ciencias Físico-químicas y al año siguiente ganó el doctorado en esa misma disciplina con una tesis titulada “Necesidad del estudio profundo de la química analítica para el adelantamiento de las ciencias y de las Artes provechosas á la pública prosperidad”. Fue Ayudante y Auxiliar en la Cátedra de Química general que regentaba Ramón Torres Muñoz de Luna, llegando a ocupar interinamente esa Cátedra. Ya alumno de la Facultad de Ciencias, optó por simultanear sus estudios con los de Medicina, pensando siempre en dedicarse a la enseñanza y nunca en ejercer como médico. En 1869 alcanzó esta segunda licenciatura en Medicina y en 1870 mereció el doctorado en esta misma Facultad, mientras se formaba como alumno interno en el Hospital de San Carlos.
Disponiendo de ambas licenciaturas, y dotado como estaba de una brillante inteligencia, en 1872 ganó con facilidad la Cátedra de Terapéutica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada. A partir de entonces, y durante su carrera profesional, fue miembro de los tribunales encargados de la provisión de diferentes cátedras de Medicina. Además, en 1877 participó en el Congreso Médico Andaluz, animado por el doctor Juan Creus, también alcarreño y también catedrático en la Facultad granadina.
En la ciudad andaluza fue, durante un corto período, director del Hospital de San Juan de Dios y, al mismo tiempo, atendía a un grupo de enfermos de lepra y daba clases de Dermatología a alumnos libres y de forma desinteresada. Como resultado de esa experiencia en 1881 publicó, a sus expensas y sin apoyo económico, De la lepra en Granada, que según sus palabras es “una recopilación de las investigaciones hechas en la Cátedra Libre de Dermatología de la Facultad de Medicina de Granada, desde el curso 1871 a 1872 hasta la fecha”, libro que fue muy bien recibido tanto en España como en el extranjero. En 1885 tuvo una actitud tan altruista con motivo de la epidemia de cólera que asoló ese año al país que se le concedió la Cruz de Beneficencia, que sin embargo rechazó.
En Granada fue, sobre todo, un profesor que supo agrupar en torno a él a una legión de alumnos entusiastas y fieles discípulos. Uno de ellos, el doctor Velasco Pajares, destacaba su labor docente; en un artículo publicado en el diario ABC el 16 de marzo de 1918 se preguntaba: “¿Por qué, pues, la figura médica de este hombre se agranda cada día, y apenas iniciada la idea de honrar su memoria se agrupa la clase médica española, con rara unanimidad? La razón se halla en que supo ser maestro”.
En 1887 se trasladó a la misma Cátedra de Terapéutica en la Universidad Central, donde permaneció el resto de su vida profesional. En la universidad madrileña coincidió con Santiago Ramón y Cajal, que ya conocía sus estudios y trabajos. A pesar de la diferencia de ideas, se entabló entre ellos tan fuerte amistad que el doctor Benito Hernando ejerció como el médico de confianza de la familia del Premio Nobel. Santiago Ramón y Cajal en la segunda parte de su libro Historia de mi labor científica dedicó un capítulo a glosar la “Semblanza de algunos de mis amigos y colegas de facultad hoy desaparecidos”, donde recogía su relación con Benito Hernando junto a Julián Calleja, Francisco Letamendi...
El 13 de abril de 1893 fue elegido nuevo académico de número de la Real Academia Nacional de Medicina, tomando posesión el 31 de marzo de 1895 con un discurso titulado “Algunos detalles del tratamiento de las enfermedades sifilíticas del sistema nervioso”, que fue contestado por el doctor Federico Rubio Galli.
Pronunció los discursos inaugurales de los cursos 1877-1878 en la Universidad de Granada y 1898-1899 en la Central de Madrid, que fueron editados. En éste último, titulado “IV Centenario de algunas fundaciones del cardenal Cisneros”, trató “sobre la obra del cardenal Cisneros, como fundador de varios centros de enseñanza, como la Universidad de Alcalá de Henares, y benéficos”, según noticia de la prensa.

Su personalidad
Fumador empedernido, que encendía un cigarrillo con el anterior, tuvo una salud quebradiza, que le obligó a pedir anticipadamente la jubilación por no poder atender sus obligaciones docentes, retiro que se le concedió en mayo de 1908. Quebrantado por la enfermedad, que finalmente le dejó paralítico, se retiró a Guadalajara, a la misma casa en la que había vivido con su abuela en los felices años del Bachillerato.
A su muerte se le tributaron varios homenajes. En la ciudad de Guadalajara, donde vivió y donde murió, el 15 de abril de 1917 se convocó un sencillo homenaje, en el que se colocó una placa en su recuerdo en la calle del Museo, donde se encontraba el Instituto en el que había estudiado, y finalmente se le cambió el nombre a esta vía, que fue rebautizada como calle del doctor Benito Hernando.
Por su parte, la Real Academia de Medicina organizó en Madrid un acto el 15 de abril de 1918 en el Anfiteatro de Hospital de San Carlos, que estuvo totalmente ocupado, donde intervinieron el doctor Carlos María Cortezo, Manuel Tolosa Latour, Andrés Manjón, que envió unas cuartillas que fueron leídas, y otros muchos, que glosaron su personalidad y sus distintas facetas: artística, historiador, científico y profesor. La revista El Siglo Médico instituyó un premio para el mejor alumno de Terapéutica de la Facultad de Medicina de Madrid, que se dotó con el donativo de varios médicos y profesores.
Hombre de una cultura vastísima, era muy amante de la conversación, que solía salpicar con sus amplios conocimientos en tan variadas materias, por lo que algunos le consideraban pesado y reiterativo, pero sus jóvenes alumnos apreciaban los datos y experiencias que les proporcionaba con amenidad, porque además cultivaba la ironía y el sentido del humor. Al mismo tiempo, a los que se le acercaban por primera vez les parecía despegado y desabrido, aunque tenía un carácter brusco y muy emotivo.
Quizás nada retrate mejor al personaje que la anécdota que José Luis Puerta recupera en un artículo titulado “El doctor Pío Baroja”, donde cuenta que el doctor Benito Hernando “se empeñaba en sus clases en explicar que en los territorios ricos en metales, como era el caso de Vascongadas, ‘la gente era más escrofulosa y más torpe que en otras tierras’. Y, al terminar semejante explicación, buscaba la mirada de su vecino [...] para provocarle. Como Baroja no se quería dar por enterado, un día en clase le espeta directamente esta pregunta: ‘¿Usted no ha notado que hay muchos vascos torpes y con la mandíbula colgante?’. El estudiante le responde que no, pero el profesor insiste en la pregunta, mientras que las risas y el ambientillo de la clase suben de tono, por lo que el alumno se ve forzado a responder de otra manera: ‘No, señor; no he notado que los vascongados sean más brutos que los de Guadalajara’. La situación se sale de madre y se intercambian los consabidos: ‘usted esto no me lo dice en la calle’, ‘ahora mismo’, etcétera. La refriega se da por concluida cuando el profesor le indica a su discípulo: Vaya usted a otra Universidad”. Y así lo hizo el futuro médico y escritor Pío Baroja Nessi.
JUAN PABLO CALERO DELSO

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