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sábado, 2 de septiembre de 2017

ANSELMO ARENAS LÓPEZ

ARENAS LÓPEZ, Anselmo
[Molina de Aragón, 21 de abril de 1844 / Madrid, 25 de noviembre de 1928]

Anselmo Arenas López nació en la localidad de Molina de Aragón el 21 de abril de 1844. Era hijo de María de los Santos López y de Juan Arenas Martínez, un humilde zapatero remendón cuyo oficio aprendió y ejerció Anselmo siendo aún un niño en el taller familiar molinés. Tuvo, al menos, dos hermanos: Paulino y Juana. Contrajo matrimonio y tuvo cuatro hijos, de los que sobresalieron Antonio, oficial del Arma de Ingenieros, y Amelia, que obtuvo el premio extraordinario de piano en el Conservatorio de Música de Madrid. Falleció en Madrid el 25 de noviembre de 1928.
Trasladado a Madrid para realizar el servicio militar, aprovechó su estancia en la capital del reino para estudiar, obteniendo el 21 de abril de 1866 el grado de Bachiller en el madrileño Instituto San Isidro. Continuó su formación en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central madrileña, donde fue discípulo de Julián Sanz del Río, Emilio Castelar y Nicolás Salmerón, cuyo magisterio le influyó extraordinariamente. En 1874 obtuvo el grado de doctor en Filosofía y Letras y, como a partir de 1869 simultaneó sus estudios con los de Derecho, obtuvo esa segunda licenciatura en 1871.

Su actividad docente en Canarias
En 1869 se presentó a las oposiciones para ocupar una Cátedra en un Instituto de nueva creación en Manila, que nunca se abrió por presiones de las órdenes religiosas presentes en aquel archipiélago. En 1873 aprobó la oposición para un nuevo centro en Las Palmas de Gran Canaria, a pesar de las protestas de otros aspirantes que se quejaron de que había pesado más la sintonía política que los conocimientos académicos. No podía caber duda de la afiliación ideológica de Anselmo Arenas, que era vicepresidente del Comité republicano-federal de Molina de Aragón y amigo íntimo de Estanislao Figueras, que le nombró Jefe Económico de la provincia de Guadalajara cuando ocupó la presidencia de la República en febrero de 1873.
El 7 de mayo de 1873 Anselmo Arenas tomó posesión como catedrático de Geografía e Historia en el Instituto de Bachillerato de Las Palmas de Gran Canaria, siendo nombrado subdirector del centro ese mismo año. Allí coincidió con otros profesores que compartían con él su ideario político y su defensa de una enseñanza laica y racionalista, como Saturnino Milego, que se reunió de nuevo con él en su etapa valenciana, y Salvador Calderón Arana, que más tarde perteneció al primer cuadro de profesores de la Institución Libre de Enseñanza.
Con la Restauración monárquica, las fuerzas clericales del archipiélago canario presionaron a las nuevas autoridades conservadoras para que cesase una labor docente que era considerada peligrosa y hostil para los católicos, logrando el obispo José María de Urquinaona que, con la excusa de la ausencia de recursos presupuestarios, el gobierno cerrase el Instituto y que a partir del mes de octubre de 1876 todos sus profesores fuesen asignados a centros educativos de la Península.

Su estancia en Badajoz
Anselmo Arenas se instaló en Badajoz, en el número 3 de la calle Mesones, para ejercer como catedrático de Historia del Instituto de Segunda Enseñanza de la provincia, cargo del que tomó posesión el 24 de mayo de 1877. Hombre siempre inquieto, y ya político y publicista experimentado, en tierras extremeñas compaginó su labor docente con algunas iniciativas relevantes.
El 28 de marzo de 1881 vio la luz una publicación, El autonomista extremeño, con vocación de propagar y sostener el ideario político del Partido Republicano Federal: su fundador era Anselmo Arenas López, fue su director Narciso Vázquez de Lemus, un masón y federal que fue precursor del socialismo en Extremadura, y colaboraban en la publicación Nicolás Díaz y Pérez, reconocido masón, y otro catedrático del Instituto provincial, Máximo Fuertes Acevedo, entusiasta propagador de las teorías de Charles Darwin. El afán divulgador de El autonomista extremeño se ponía de manifiesto en su distribución que era gratuita, pues sólo los suscriptores debían pagar cinco reales cada mes para su sostenimiento, lo que condenó a la publicación a un cierre prematuro: solamente se publicaron veintisiete números.
Fracasado este primer proyecto, Anselmo Arenas lejos de desanimarse decidió editar un nuevo periódico, con bases económicas más sólidas. En el año 1882 salió El Diario de Badajoz, un periódico de vida mucho más dilatada aunque, después del traslado de Anselmo Arenas a Granada, cayó en manos de los sectores más conservadores de la ciudad y editado y dirigido por Alberto Merino Torres salió ininterrumpidamente desde marzo de 1898 hasta diciembre de 1923, aunque para entonces se definía en su cabecera como portavoz maurista, por seguir a Antonio Maura, y albarranista, por identificarse con Manuel María Albarrán y García-Marqués. Sin embargo, en su primera época, El Diario de Badajoz fue portavoz del republicanismo federal en las comarcas pacenses y un eficaz órgano de difusión de las teorías krausistas y librepensadoras de su fundador. Mientras tanto, también colaboraba con otros medios periodísticos de ámbito nacional y de ideas avanzadas, como el semanario madrileño El Voto, en cuya redacción estaban Fernando Lozano y Ramón Chíes, que poco después dirigieron Las Dominicales del Libre Pensamiento, y que fueron dos de los albaceas testamentarios elegidos por Felipe Nieto para establecer a su muerte la Escuela Laica de Guadalajara.
Además, durante su estancia en Extremadura, Anselmo Arenas se mostró como un activo organizador de la masonería. Por un lado, fue el promotor de la logia Pax Augusta de Badajoz, que decayó tras su traslado a Granada, junto con Isidoro Osorio y Tomás Romero de Castilla, catedrático de Ética del Instituto de bachillerato pacense. La influencia de la masonería se reflejó en sus proyectos periodísticos, lo que provocó agrias disputas con el obispo y los sectores eclesiásticos extremeños y duras críticas desde las páginas de El Avisador de Badajoz.
Por otra parte, continuó con su militancia política. El 10 de junio de 1883 presidió en Zaragoza la primera Asamblea Federal del partido republicano de Pi y Margall, a la que asistieron representantes de treinta y una provincias, además de una delegación conjunta catalana, y que supuso una auténtica resurrección de este partido. También animó en Badajoz la Sociedad de la Orquesta Española, una agrupación musical que formaba parte de un ambicioso proyecto educativo para las clases populares de raíz republicana, que incluía el Fomento de las Artes y una Escuela de Artes y Oficios, aunque sólo el Liceo de Artesanos de Badajoz tuvo una larga vida.
Su expediente en Granada
En Badajoz comenzó la publicación de manuales para escolares, entre los que destaca su Curso de Historia de España, que fue motivo de una de las más enconadas batallas del más rancio clericalismo para hacerse con el control de la educación en España. Al comenzar el curso escolar de 1893 el arzobispo de Granada, José Moreno Mazón, decidió intervenir para impedir, o al menos coartar, la actividad docente de Anselmo Arenas. El 23 de octubre de 1893, según reconocía personalmente en una carta remitida al ministro de Fomento, Segismundo Moret, el prelado nombró un tribunal eclesiástico para que analizase los libros de texto escritos y utilizados por el catedrático de Historia del Instituto granadino, emitiéndose un dictamen muy crítico con las ideas que allí se expresaban. Se le ofreció a Anselmo Arenas un plazo de ocho días para que se retractase públicamente, retirase sus libros y cesasen sus explicaciones en el aula.
Como no hubo rectificación, el día 27 de septiembre de 1893 el arzobispo dictó un auto condenando y reprobando el Curso de Historia General y el Curso de Historia de España de Anselmo Arenas, “por hallarse en ellos proposiciones contrarias a la doctrina católica y sana moral”, solicitando la jerarquía eclesiástica que dichos libros fuesen expurgados de tan erróneas teorías. Además, el arzobispo advertía en su escrito “a los padres de familia que se precien de católicos, que no permitan el que sus hijos compren, lean ni retengan dichas obras, sin ser antes expurgadas, ni que oigan las explicaciones de dichas asignaturas”, y aún añadía que los que dispusiesen de algún ejemplar de esos libros deberían entregarlo en la secretaría del arzobispado pues, si no lo hacían, “incurren en pecado gravísimo”.
Continuó subiendo la tensión en la ciudad de Granada, azuzadas las conciencias católicas desde las páginas de El Resumen. En las últimas semanas de 1893 se hacía pública una carta, firmada por una comisión de padres de alumnos con matrícula libre en el Instituto de Granada, en la que se solicitaba que el profesor Anselmo Arenas no participase en la evaluación de sus hijos, cuestionando su visión de la Historia y hasta su capacidad para juzgar con imparcialidad a los estudiantes. Echando más leña al fuego inquisitorial, a principios de 1894 se publicó en el Boletín eclesiástico de Badajoz un documento pastoral condenando los libros de texto de Anselmo Arenas, acusación que fue apoyada por el director del Instituto de la capital pacense, que se declaraba “fervoroso católico”.
Finalmente, una Real Orden del 25 de febrero de 1894 dispuso que se abriese un expediente administrativo a Anselmo Arenas, en el que se recogió la declaración de varios padres de alumnos que sostuvieron que las explicaciones del catedrático de Historia no eran más que propaganda perniciosa. Por el contrario, el director del Instituto adujo que “el Sr. Arenas observa costumbres irreprochables, siendo tolerante y benevolente con todos”, añadiendo que el propio autor había explicado a los directores de los colegios adscritos al Instituto granadino que “aunque los alumnos expusieran doctrinas opuestas a las suyas obtendrían la calificación merecida”, lo que fue corroborado en su declaración por Alfonso de la Cámara y Jiménez, director de la Academia cívico-militar de Granada, que sostuvo que “el Sr. Arenas, con suma cortesía, contestó que no tenía inconveniente en que de su libro se suprimiera [en los colegios] todo aquello que se creyese molesto a los sentimientos católicos de los jóvenes alumnos”. También testificaron sus alumnos, o cuando menos una proporción significativa, que declararon que Anselmo Arenas se ajustaba en sus explicaciones a lo escrito en los libros cuestionados pero que en sus clases no se atacaba la religión católica. Tan solo un alumno, y el bedel del Instituto, afirmaron lo contrario.
Para aplacar los ánimos y tranquilizar a los católicos, el día 6 de marzo de 1894 se le comunicó a Anselmo Arenas la prohibición provisional para impartir clase en el Instituto granadino, y como éste se ratificó en el espíritu que había inspirado sus obras y conforme al cual había estado impartiendo sus clases, el Rector de la Universidad de Sevilla le suspendió de su función docente el día 30 de marzo de 1894. Y el 6 de abril de ese mismo año, sus manuales fueron retirados y dejaron de ser considerados libros de texto para Bachillerato, según una orden del Rectorado sevillano.
Pero la sociedad progresista granadina se movilizó frente al acoso contra el catedrático Anselmo Arenas. En abril de 1894, cientos de ciudadanos firmaron un escrito, dirigido al ministro de Fomento, en el que se puede advertía que “se trata de un atropello a la inmunidad de la ciencia, del libro, de la cátedra y del profesorado consagrados en la Constitución”. También los alumnos del Instituto de Granada escribieron una carta, fechada el 7 de mayo de 1844, en el que un puñado de ellos recordaba con admiración y agradecimiento el magisterio de Anselmo Arenas.

De vuelta a Guadalajara
Cesado Segismundo Moret como ministro de Fomento, a partir del 12 de marzo de 1894 le sustituyó al frente del ministerio responsable de la instrucción pública Alejandro Groizard Gómez de la Serna, que ratificó todas las medidas sancionadoras aprobadas en la Universidad de Sevilla. Anselmo Arenas fue suspendido de empleo y solamente percibía la mitad de sus haberes y, viendo la batalla perdida o, por lo menos, muy dilatada su resolución, en el mes de junio de 1896 solicitó que se le nombrase para una comisión en Guadalajara o en Madrid, petición que fue rechazada.
A pesar de la negativa ministerial de ofrecerle una salida profesional digna, Anselmo Arenas y su familia hicieron las maletas y en 1897 ya estaban en Guadalajara, residiendo en el número 3 de la calle de San Bartolomé. Allí pudo canalizar su inquietud investigadora y divulgadora, no sólo escribiendo en periódicos con los que compartía ideario político, como El Republicano, sino también en publicaciones menos afines, como el liberal La Crónica, o que le eran hostiles si no fuese por el amor común al Señorío, como el carlista La Torre de Aragón. Mientras tanto, su hija Amelia concluía con particular éxito sus estudios musicales y daba clases de música a jóvenes alcarreños que cursaban los estudios en el Conservatorio madrileño como alumnos libres.
Alejado de la docencia, se dedicó a la investigación histórica, publicando dos libros en los que reivindicaba la importancia de Molina en la historia de España; el primero fue La Lusitania celtibérica, editado en 1897 en la Imprenta Popular de Madrid, y el segundo fue Viriato no fue portugués sino celtíbero. Su biografía, que fue impreso en el Establecimiento Tipográfico de Vicente Pedromingo de Guadalajara en el año 1900.
Continuó con su militancia política, aunque rechazó presentarse como candidato para ocupar cualquier cargo representativo, a pesar de que el amplio respaldo electoral de los republicanos en Guadalajara le aseguraba la victoria. Hay que tener en cuenta que su sobrino, Gerardo López Rubio, era el auténtico líder republicano en el Señorío de Molina y nada se hacía o deshacía en el distrito sin su consentimiento en una comarca que tenía un diputado republicano, Calixto Rodríguez, que contaba las elecciones por victorias. Anselmo Arenas recordó este parentesco cuando salió al paso de algunos comentarios periodísticos que le señalaban como candidato a diputado provincial por Molina, rechazando en 1901 su concurrencia a concejal por Guadalajara en la lista republicana, aunque la apoyaba y se alegraba públicamente que el Señorío de Molina diese muestras de su independencia hurtando su representación a los partidos dinásticos, “al caciquismo moderno”, según su expresión.
Aceptó dirigir un periódico republicano en la capital alcarreña, que se iba a llamar La Fusión Republicana por ser el resultado de un entendimiento entre las diferentes corrientes antimonárquicas, que sin embargo nunca vio la luz. También formó parte, como vicepresidente de la Sección de Enseñanza y Letras, de la junta directiva de la Unión Iberoamericana, constituida en Guadalajara el 6 de agosto de 1900, una responsabilidad que compartía con Ubaldo Romero de Quiñones, Ángel Campos o Gabriel María Vergara.
Fue elegido Presidente del Ateneo Instructivo del Obrero en la asamblea celebrada por esta sociedad en enero de 1898 y reelegido para 1899; en la inauguración de este último curso pronunció un discurso erudito sobre el poeta árabe alcarreño Mahomed Abdalla ben Ibrahim ben Wazamor Al-Hagiari. Sin embargo, en 1900 los republicanos perdieron el control de la Junta del Ateneo, para la que fueron elegidos conservadores y carlistas como Facundo Martínez, Alfonso Martín Manzano, Agapito Frías y Manuel María Vallés. A este vuelco no sería ajeno el déficit del Ateneo, de 1.500 pesetas, que no se pudo enjugar durante su gestión, por lo que se formó una comisión con Anselmo Arenas para resolver tan grave problema.
Mucho más limitada fue su actividad masónica, pues por entonces no había en Guadalajara logias activas, aunque había masones “dormidos” tanto en la Academia de Ingenieros militares como en la sociedad civil. La logia Caracense nº 244 había cesado sus actividades pocos años antes del regreso de Anselmo Arenas a la capital alcarreña y allí seguían residiendo muchos de sus integrantes, algunos activos militantes republicanos, y lo mismo había sucedido en otros puntos de la provincia en los que había habido logias activas, pero no tenemos noticias de que renovase su actividad masónica en tierras alcarreñas.

Su reingreso en Valencia
El día 2 de diciembre de 1901 se publicó una Real Orden, inspirada por el ministro de Instrucción Pública, el conde de Romanones, que trasladaba a Anselmo Arenas al Instituto General y Técnico de Valencia en calidad de catedrático de Literatura. Solución salomónica y componenda política que no satisfizo a nadie. Por un lado, Vicente Calatayud, un profesor de latín de ideología integrista, acudió a los tribunales para que se revocase ese nombramiento que consideraba irregular y, por otro lado, Anselmo Arenas quedó frustrado porque no se le reintegró a su cátedra de Historia en Granada. En el semanario Las Dominicales del Libre Pensamiento se publicó una columna, escrita por Fernando Lozano Demófilo, en la que se criticaba muy duramente al conde de Romanones y se hacía especial hincapié en los favores que éste había recibido de los republicanos alcarreños al comienzo de su carrera política y en la ingratitud que había mostrado hacia ellos, y que ahora se ponía otra vez de manifiesto con Anselmo Arenas.
El 11 de enero de 1902 salió de Guadalajara hacia Valencia, pasando por Molina de Aragón, aunque su familia aún permaneció un tiempo en la provincia. La etapa valenciana fue fructífera, y aunque hasta 1908 solicitó en varias ocasiones la Cátedra de Historia que se le había prometido, desempeñó con acierto la Cátedra de Lengua Francesa del Instituto de Valencia, escribiendo manuales de idioma francés para sus alumnos. Además, terminó por cobrar los salarios no percibidos durante los siete años que duró su expediente disciplinario, lo que le resarció en buena parte de la anómala resolución de su sanción; parte de este dinero lo entregó a El Motín, el periódico anticlerical de José Nakens.
Colaboró activamente con el republicanismo levantino, dirigido por Vicente Blasco Ibáñez, un líder tan carismático que dio nombre a esta corriente en tierras valencianas: el blasquismo. En 1903 las desavenencias entre éste y Mariano Rodrigo Soriano salpicaron a Anselmo Arenas, que sufrió una campaña personal desde el blasquista La Barraca, donde se le llamaba jesuita y se ridiculizaba su expulsión de la cátedra afirmando que había estado siete años percibiendo sus haberes sin trabajar y que aún se hacía el mártir. Pero fueron las páginas de El Pueblo las que acogieron las críticas más feroces; allí se descubrían los seudónimos que había utilizado en el diario y se le atribuían campañas insidiosas. A pesar de todo, el 8 de abril de 1904 acudió en Alicante, como vicepresidente y cabeza de la delegación valenciana, a la Asamblea regional del Partido Republicano Federal que debatió y aprobó un proyecto de Constitución para el Estado Valenciano.
Mantuvo su preocupación pedagógica y su defensa de la enseñanza laica y en la primavera de 1913 firmó un manifiesto, ampliamente secundado por profesores de todos los niveles educativos, que solicitaba que los maestros de Primera Enseñanza quedasen excluidos de la obligación de impartir las clases de Religión Católica, como hasta entonces estaban encargados de hacer aunque violase su conciencia.
Y también pudo continuar con su tarea como historiador, que ya había iniciado en años anteriores con estudios de mucho interés que le revelan como un investigador concienzudo y original, pero siempre polémico. En 1913 publicó su obra Historia del levantamiento de Molina de Aragón y su Señorío en mayo de 1808 y guerras de su independencia, donde muestra una erudición enciclopédica y coloca al Señorío molinés a la cabeza en la organización de Juntas patrióticas. En 1919 salió su libro Reivindicaciones Históricas - Sebastián de Ercávica: primer cronista de la Reconquista cristiana, obra con la que comenzó una serie de polémicas revisiones de algunas teorías y mitos de la Historia nacional que, ya jubilado, continuó con su estudio Séptima reivindicación histórica: el verdadero Tarteso, impresa por Manuel Pau en Valencia en 1926, en el que contradecía al arqueólogo Adolf Schulten, que defendía el origen etrusco de los tartesios, y sostenía la raíz autóctona hispánica del mítico reino del Guadalquivir. Dos años después dio a la imprenta Origen del Muy Ilustre Señorío de Molina de Aragón. El Cid y D. Manrique de Lara dos modelos de vasallos, en el que volvía a salir en defensa de su patria chica.
Al cumplir los 70 años se iniciaron los trámites para su jubilación; pero tanto en 1914 como en 1916 se resolvió acceder a su petición de seguir en activo. El expediente definitivo se abrió el 14 de junio de 1918, cuando ya había cumplido los setenta y cuatro años de edad, aunque él se resistió una vez más a retirarse, aduciendo que “la jubilación más constituye un derecho que una obligación” y que ni quería ejercer ese derecho ni creía llegado el momento de abandonar las aulas, aduciendo como prueba de su capacidad física y mental que, en el último trienio, ni había faltado ni había llegado con retraso a sus clases ni una sola vez. Al jubilarse, se trasladó a Madrid, donde siguió trabajando en archivos y bibliotecas y publicando sus obras hasta el final de sus días.
JUAN PABLO CALERO DELSO

martes, 27 de junio de 2017

BONIFACIO CORONA Y ROMO

CORONA Y ROMO, Bonifacio
[Cifuentes, 1784 - ]

Bonifacio Corona y Romo nació en la villa alcarreña de Cifuentes, en la provincia de Guadalajara, en 1784. Era hijo de Pedro Corona López de Mendoza, un abogado en ejercicio de los Reales Consejos, con residencia en la citada villa de Cifuentes, que era muy apreciado por sus vecinos porque él y Juan Caballero, como representantes del concejo, pleitearon contra los Condes de Cifuentes por la propiedad del molino llamado “de la Balsa”, obteniendo en 1804 una sentencia favorable que fue tan celebrada por el pueblo que se colocó una lápida conmemorativa. La familia Corona era una de las principales de la villa durante el siglo XVIII; en 1752 Manuel Corona era uno de los alcaldes ordinarios de la villa y Vicente Peña Corona, fallecido en 1777, fue un culto y caritativo sacerdote que ejerció de párroco de distintas iglesias de Madrid.
Bonifacio Corona comenzó en 1800 sus estudios de Derecho en la Academia de Santa María de Jesús de la Universidad de Alcalá de Henares, recibiendo el grado de Bachiller en Cánones y en Leyes el 11 de junio de 1805, trasladándose al año siguiente a la Universidad de Zaragoza, donde continuó sus estudios durante los cursos de 1806 a 1808 matriculándose en Derecho Patrio y Leyes. El estallido de la Guerra de la Independencia, ese mismo año, le impidió completar su formación académica y obtener la habilitación para ejercer como abogado a la que habría tenido derecho en 1809, al alcanzar la mayoría de edad. En los años de la ocupación napoleónica desempeñó como funcionario distintos puestos administrativos, siendo finalmente empleado en la Contaduría principal de rentas de la provincia de Guadalajara, sin señalarse por su patriotismo en el conflicto bélico. Además, a la muerte de su padre administró las fincas rústicas de las que era propietario en la provincia de Guadalajara, sobre todo en la comarca alcarreña.

Su acción política
En 1814, terminada la contienda, solicitó que se le convalidasen los diez años de práctica que eran preceptivos para ser admitido a examen para ejercer como abogado de los Reales Consejos, alegando entre sus méritos que había actuado como secretario de su padre mientras aquél ejerció como abogado de los Reales Consejos. Las Cortes, en sesión celebrada el 11 de marzo de ese año, trataron su petición que fue aceptada, pero suspendió el examen en primera instancia, por lo que solicitó ser examinado de nuevo invocando el largo tiempo transcurrido desde que había realizado sus estudios y los servicios prestados a la nación durante la invasión francesa. Finalmente, obtuvo la licencia que le permitía actuar como abogado.
En 1836, siendo promotor fiscal del juzgado de Cifuentes, fue sancionado por el juez con la pérdida de la mitad de sus haberes a causa de las dilaciones e irregularidades en el proceso contra el cura párroco de Cifuentes, varios monjes y clérigos de sus conventos y algunos ciudadanos, acusados de simpatizar, cuando no de colaborar abiertamente, con la insurrección carlista. No había mucha costumbre en los pueblos de la Alcarria de encausar, encerrar y desterrar a sacerdotes, por lo que se puede entender que la acusación a Bonifacio Corona de falta de diligencia y equidad en sus actuaciones, fuese cierta y seguramente se debiese más a una falta de voluntad de enfrentarse con personas tan importantes en un período tan inestable que a sus simpatías por la causa del pretendiente, pues en agosto de 1820, al asentarse de nuevo el régimen constitucional, presentó una hoja de méritos reclamando algún cargo en la administración pública del Estado liberal.
Políticamente se identificó con la fracción moderada del liberalismo, y así lo puso de manifiesto encabezando a los vecinos de Cifuentes que expresaron públicamente su apoyo a la reina Isabel II y al general Ramón María de Narváez por haber aplastado a los “trastornadores del orden público”, es decir, por liquidar el frustrado alzamiento revolucionario de la primavera de 1848, eco de la Revolución que sacudía al continente europeo.
Una posición política que quizás influyese para que el 7 de marzo de 1849 fuese nombrado provisionalmente Juez de Primera Instancia de Cifuentes en sustitución de su titular, José García Herráiz, que se encontraba ausente. Aunque informó puntualmente que tomaba posesión del juzgado cifontino, la Sala de Gobierno de la Audiencia de Madrid le comunicó oficialmente que no había prestado el juramento preceptivo, por lo que su nombramiento fue cuestionado por dicha Sala. El día 29 de mayo se le comunicó que debía dejar de desempeñar ese cargo, sin que hubiese tomado efectivamente posesión del cargo.

Elección y actividad parlamentaria
En el agitado año de 1843, en el que se sucedieron hasta tres legislaturas, fue elegido Senador por la provincia de Guadalajara junto a Francisco Romo y Gamboa en los terceros comicios de ese año, cuando los moderados ya se habían hecho de nuevo con las riendas del poder. Se procedió entonces a la elección de los nuevos parlamentarios en una sesión celebrada el día 27 de septiembre a la que asistieron los diputados provinciales y los comisionados de todos los distritos electorales de la provincia, tal y como se informaba el día 3 de noviembre de 1843 en el Boletín Oficial de la Provincia de Guadalajara. Con fecha de 30 de septiembre la reina Isabel II procedió a firmar el decreto con su nombramiento.
Aunque la sesión de apertura de la legislatura se celebró el 15 de octubre, él no juró su cargo hasta el día 3 de noviembre, tomando entonces posesión de su escaño. La causa de esta dilación fue la duda sobre su aptitud legal para ocupar un puesto en la Cámara Alta. Por un Real Decreto del 10 de julio de 1844 se disolvió la Cámara y se renovó un tercio de los senadores, permaneciendo Bonifacio Corona en el Senado durante la siguiente legislatura, que se abrió el 10 de octubre de 1844 y que estuvo dedicada a la elaboración y aprobación de la nueva Constitución.
Aprobada ésta, se cerró la legislatura constituyente, pues de acuerdo a la nueva Constitución los senadores eran nombrados directamente por el monarca, sin límite en su número y sin intervención de las provincias. Abierta la legislatura de 1845, Bonifacio Corona no fue uno de los senadores nombrados por la reina.
No formó parte de la Mesa del Senado en ninguna de las dos legislaturas y se alineó políticamente con el partido moderado. Perteneció a las Comisiones que se instituyeron para valorar la pertinencia de nuevos arbitrios en la provincia de Valladolid para que la Diputación pudiese satisfacer las fuertes deudas contraídas a causa de la Guerra Carlista y la concesión de una pensión a la viuda del general Diego de León, que en 1841 se había pronunciado en Madrid contra el gobierno progresista del general Baldomero Espartero y había sido fusilado por ello.
Perdido su escaño en el Senado, en las elecciones celebradas en julio de 1847, en pleno régimen moderado, fue elegido diputado provincial por el distrito de Cifuentes.
JUAN PABLO CALERO DELSO

sábado, 24 de junio de 2017

JOSÉ MARÍA DE BELADÍEZ HERRERA

BELADÍEZ HERRERA, José María de
[Atienza, 1768 / Miedes de Atienza, febrero de 1838]

José María de Beladíez nació en la villa de Atienza en el año 1768 y falleció en el vecino pueblo de Miedes de Atienza en febrero de 1838. Era hijo de José Beladíez Ortega de Castro, natural de Atienza, y de María del Carmen Herrera de Azoños, de Santander. Fueron sus abuelos paternos Francisco Beladíez y Josefa Ortega de Castro, que vieron la luz en la villa atencina, y los maternos eran Francisco Antonio Herrera, marqués de Conquista Real, y Rosa de Azoños, ambos nacidos en la capital cántabra.
Todos sus antepasados eran hidalgos y cristianos viejos, los Beladíez, con casa solariega en Miedes; no desmerecieron los hermanos Beladíez Herrera el linaje de su familia. El primogénito, Joaquín, estudió en el Seminario de Nobles de Madrid, y en el año 1800 fue causa de un curioso pleito provocado por su frustrado matrimonio con la seguntina Ángela García Herreros, hija de José Ventura García Herreros. El enlace matrimonial no se celebró y José de Beladíez Ortega pleiteó para recuperar el importe de los vestidos y joyas que había comprado y entregado a Ángela García Herreros sin que ella o su familia los devolviese al frustrarse la boda. Otro hermano, Roque Beladíez, estudió en la Universidad de Alcalá de Henares y fue Intendente de la provincia de Guadalajara y Administrador de Rentas en distintos destinos.
José María de Beladíez contrajo matrimonio con María Gertrudis Garabayieta, con la que tuvo varios hijos; uno de ellos, Ángel de Beladíez Garabayieta, contrajo matrimonio con Manuela García Duarte y falleció en 1890.
En 1783, después de haber superado los preceptivos exámenes de latinidad y retórica, se matriculó en la Universidad de Alcalá de Henares para cursar la carrera de Derecho. El 30 de octubre de 1788 obtuvo el título de Bachiller en Cánones, némine discrepante, y el 10 de junio de 1789 el de Bachiller en Leyes. Tres años después, el 10 de junio de 1792, alcanzó el grado de Licenciado en Leyes y el día 17 del mismo mes y año ganó el título de Doctor. Durante su estancia en la Universidad de Alcalá de Henares perteneció a la Academia de Jurisprudencia de Santa María de Jesús, ocupando el cargo de Vicesecretario y participando en diferentes debates y actividades académicas.
Por sus amplios conocimientos jurídicos permaneció en la Universidad alcalaína; en junio de 1794 fue nombrado Examinador de cursantes juristas mientras preparaba sus oposiciones a una cátedra, sustituyendo en los cursos de 1793 y 1795 a los catedráticos de Filosofía Moral y de Instituciones canónicas de ese centro universitario. En febrero de 1793, cumplida la mayoría de edad exigida, obtuvo la autorización para ejercer como abogado ante los Reales Consejos.
Volvió a residir en la comarca serrana de la entonces provincia de Guadalajara, donde ostentaba el cargo de Alguacil Mayor perpetuo de Atienza, atendiendo a sus intereses particulares y a su rico patrimonio agrícola; como las principales familias de su comarca natal, había heredado una copiosa hacienda basada en la ganadería trashumante. Así le vemos en estos años pleitear con otros ganaderos o concejos en defensa de sus derechos de pastos y otros privilegios: en 1829 llegó a hacerlo con su hermano Roque de Beladíez y Manuel Francisco Martínez de Azagra, de Almazán, con motivo de la entrega de unos bienes raíces.

Su actividad política
Con motivo de los graves sucesos políticos que sacudieron el país en los primeros meses de 1808, José María de Beladíez se opuso públicamente al rey José I Bonaparte y se mostró ferviente partidario de Fernando VII, presidiendo la Junta patriótica de Sigüenza, lo que le valió ser elegido diputado por la provincia de Guadalajara para las Cortes extraordinarias convocadas en Cádiz en 1810, donde se posicionó claramente dentro de la facción de los absolutistas o serviles, que defendían la permanencia de las instituciones políticas, económicas y sociales del Antiguo Régimen, en contra del sentir mayoritario de la Cámara. En Cádiz, según sus propias palabras, “manifestó en todas ocasiones la más decidida adhesión al Altar y al Trono, motivo por el que el partido anarquista buscó un pretexto para anular sus poderes” y los del otros diputado por Guadalajara, el sacerdote Andrés Esteban que, con el tiempo, llegó a ocupar el obispado de Jaén.
Llevó su enfrentamiento con el nuevo régimen liberal hasta el punto de negarse en dos ocasiones a jurar la Constitución, lo que motivó que fuese reconvenido por el pleno de las Cortes; así, en la sesión celebrada el 17 de marzo de 1812, dos días antes de la solemne proclamación constitucional, se lee en el Diario de Sesiones: “También se acordó, que tanto a los Sres. Llamas y Eguía, como a los Sres. Puñonrostro, Mejía, Beladíez y D. Simón López, que no habían contestado al oficio que, de orden de las Cortes, les pasaron sus Secretarios en 15 del corriente, previniéndoles que asistiesen en los días 18 y 19 á firmar y jurar la Constitución, se les comunicara nuevo aviso para que concurran a firmar la Constitución política de la Monarquía española, y jurar lisa y llanamente guardarla; diciéndoles que si no lo hiciesen así, se procederá contra ellos, conforme a lo acordado”. En junio de 1813 fue elegido concejal en el primer ayuntamiento constitucional de la ciudad de Guadalajara, que tuvo breve vida.
Reintegrado Fernando VII al trono y desbaratada toda la obra legislativa de las Cortes de Cádiz, volvió José María de Beladíez a sus asuntos particulares en la comarca de Atienza. Aún tuvo ocasión de retornar a la actividad política durante el Trienio Liberal, en el que no sólo rechazó los cargos y honores que se le ofrecieron, sino que afirmaba que “durante el sistema de la rebelión ha sido uno de los más enemigos de él”, acogiendo en su casa de Miedes a perseguidos por la justicia y hospedando y colaborando con el jefe de una partida guerrillera realista.
Cuando, después de la muerte del rey Fernando VII, subió al trono su hija y lentamente el régimen liberal se fue asentando en España, sabemos que José María Beladíez, aunque seguramente sin cambiar sus ideas, participó en los procesos electorales, ejerciendo el sufragio al que siempre tuvo derecho aunque fuese muy restringido y, a pesar de sus ideas, no tenemos noticia de que participase en la activa lucha guerrillera de los carlistas de Atienza y su comarca.
Al morir, en febrero de 1838, estaba viudo y dejaba hijos menores de edad, entonces la mayoría estaba fijada en los 25 años, y hubo que nombrar un curador que velase por ellos.
JUAN PABLO CALERO DELSO

miércoles, 21 de junio de 2017

MANUEL MAMERTO DE LAS HERAS CARRASCO

HERAS CARRASCO, Manuel Mamerto de las
[Peñalver, 1804 / Madrid, 26 de marzo de 1883]

Nació en el pueblo de Peñalver, en la Alcarria de Guadalajara, en el año 1804, hijo de Mariano de las Heras y de Basilia Carrasco.
Inició y completó sus estudios eclesiásticos en el seminario de San Bartolomé de Sigüenza, asistiendo también al Colegio de San Antonio de Portacoeli de la ciudad mitrada, como reconocía cuando se declaraba “antiguo colegial de Sigüenza”. Recibió las órdenes sacerdotales, mereció el nombramiento de presbítero y se hizo cargo de la parroquia de San Ginés, en la ciudad de Guadalajara.
En 1855, con el retorno de los progresistas al poder, abrió de nuevo sus puertas el Instituto de Segunda Enseñanza de Guadalajara, que había sido cerrado en 1846 por un gobierno presidido por el general Ramón María de Narváez, alegando el escaso número de alumnos matriculados. El 24 de noviembre de 1855 se restableció de forma provisional, bajo la dirección de Francisco Dolz, y el 31 de enero de 1857 lo hizo con carácter definitivo, celebrándose solemnemente la reapertura del centro el 16 de septiembre de 1858 con un discurso de su catedrático de Matemáticas, Zacarías Acosta Lozano. Era entonces su director Manuel Mamerto de las Heras, que había sido nombrado para ocupar ese cargo el 22 de noviembre de 1856, meses después de la caída del gobierno progresista del general Baldomero Espartero y mientras los moderados disfrutaban brevemente del poder con el general Narváez sentado otra vez en la presidencia del Consejo de Ministros.
Aunque larga, su etapa de director del Instituto no estuvo exenta de sinsabores. Los demás profesores del claustro se consideraban con más derecho a ocupar ese puesto por ser doctores o licenciados en las diferentes materias, mientras que Manuel Mamerto de las Heras sólo era bachiller y no ocupaba plaza de catedrático, porque era profesor de Religión. Se aducía también que era de temperamento excesivamente afable, por lo que no era capaz de mantener la disciplina ni entre los profesores ni entre los alumnos, y que no era “capaz de conciliar intereses opuestos o discordantes”, rasgo de su carácter que explicaría en parte la acusación que recibía de que no era justo y equitativo en el reparto de las gratificaciones y de los cargos retribuidos, que distribuía con favoritismo. Finalmente, el 24 de septiembre de 1861 fue cesado en su cargo y se nombró para sustituirle a José Julio de la Fuente Condón-Bueno, catedrático de Geografía e Historia.
Después de su cese en la dirección del Instituto de bachillerato alcarreño, permaneció en Guadalajara al frente de la parroquia de San Ginés y se dedicó a profundizar en el estudio de la Historia; sus esfuerzos se vieron recompensados con su nombramiento en 1867 como académico correspondiente en la provincia de la Real Academia de la Historia, una distinción que entonces compartía con Francisco de Paula Benavides, Obispo de Sigüenza, el canónigo seguntino Román Andrés de la Pastora, y los profesores del Instituto Simón García García y Víctor Sainz de Robles.
Este reconocimiento público se mantuvo durante la Primera República, y así cuando en febrero de 1873 se reconstituyó la Comisión de Monumentos de la provincia, se le reclamó para que formara parte de ella junto al obispo de Sigüenza y el canónigo Román Andrés, el gobernador civil, Benito Pasarón Lima, y otros altos funcionarios republicanos. Fue elegido para formar parte de esta Comisión a pesar de que durante el Sexenio Revolucionario apoyó la línea de respaldo pleno al papado y de intransigencia en la defensa del poder temporal del Sumo Pontífice, como demostró públicamente en 1876 enviando un donativo de 20 reales para una suscripción a favor del papado organizada por el diario integrista católico madrileño El Siglo Futuro. Así pues, no andaban muy desencaminados los que murmuraban que tenía “muchas relaciones en la provincia” y que eran estas influencias las que le habían aupado a distintos cargos y concedido algunas prebendas.
En los primeros años del reinado de Alfonso XII, y sin perder su condición de párroco de San Ginés de Guadalajara, fue nombrado rector de la iglesia de San Sebastián de Madrid, y pasó a residir en la Corte, como se puso de manifiesto al figurar en la Real Academia de la Historia entre los académicos correspondientes de la provincia de Madrid y no de la de Guadalajara.
Estando en la capital del reino falleció el 26 de marzo de 1883, a los 78 años de edad. En la tarde del día 28 sus restos mortales fueron trasladados en tren desde la madrileña Estación de Mediodía hasta la de Guadalajara, siendo enterrado en el cementerio de la capital alcarreña.
JUAN PABLO CALERO DELSO