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domingo, 28 de mayo de 2017

HERMENEGILDO GINER DE LOS RÍOS

GINER DE LOS RÍOS, Hermenegildo
[Cádiz, 14 de octubre de 1847 / Granada, 20 de agosto de 1923]

Hermenegildo Giner de los Ríos Rosas nació en la ciudad de Cádiz en 1847, en el seno de una familia acomodada en la que destacaba su hermano mayor, Francisco, que tanta influencia tuvo en su vida, pero a la que también pertenecieron personajes de la talla del político Antonio de los Ríos Rosas, hermano de su madre, y su sobrino, el intelectual y político Fernando de los Ríos.
Inició sus estudios de Bachillerato en la ciudad de Granada, lugar de residencia de su familia, y los completó en Madrid, donde se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras de su Universidad Central, consiguiendo el grado el 30 de junio de 1870, el título de licenciado el 5 de julio de 1872 y ganando el doctorado en Filosofía y Letras ese mismo año con una tesis titulada “Teoría general del Arte y desarrollo histórico de las llamadas Bellas Artes en la Antigüedad”. Obtuvo una beca como colegial para el de Real Colegio Mayor San Clemente de los Españoles en la Universidad de Bolonia, formando parte de una élite intelectual allí formada desde el siglo XIV y que son popularmente conocidos como “los bolonios”.

Su labor docente
Comenzó su carrera docente siendo director y profesor de Historia en el Centro Popular de Enseñanza creado por el Instituto San Isidro de Madrid el 1 de noviembre de 1868, poco después de la Revolución Gloriosa y en consonancia con las ideas que latían detrás del nuevo régimen político. El 9 de octubre de 1874 aprobó la oposición para la Cátedra de Psicología, Lógica y Ética en el Instituto de segunda enseñanza de Osuna, nacido también al calor del proceso revolucionario, pero el 16 de junio de 1875 fue suspendido de empleo y sueldo como consecuencia del nuevo marco legal educativo impuesto por los conservadores por medio del ministro de Fomento, el marqués de Orovio, que exigía que todos los profesores acomodasen sus enseñanzas a los dictados de la Iglesia Católica y que acatasen al rey.
Un puñado de profesores de Universidad y en menor número de segunda enseñanza, no sólo se negó a aceptar estas nuevas condiciones sino que protestaron públicamente por este atentado a la libertad de cátedra. Hermenegildo Giner de los Ríos y algunos de los más prestigiosos profesores españoles, bajo la dirección de su hermano Francisco, alentaron la fundación de la Institución Libre de Enseñanza, un centro educativo inspirado por las ideas del filósofo alemán Friedrich Krause y que se convirtió en la experiencia pedagógica más valiosa de la segunda mitad del siglo XIX.
El 30 de marzo de 1881, a raíz de la llegada al gobierno de los liberales de Práxedes Mateo Sagasta, herederos en parte de la herencia del Sexenio, la ley Orovio fue derogada y Hermenegildo Giner de los Ríos fue rehabilitado en su cátedra, pero como los conservadores habían cerrado entre tanto el Instituto de Osuna, se tuvo que incorporar al centro de segunda enseñanza de Burgos, al que fue adscrito desde el 8 de julio de 1881. No por eso se alejó de los postulados krausistas, y en 1883 salió de la imprenta y librería de Fernando Fe el libro Krause y Spencer, escrito por Guillaume Tiberghien y con traducción de Hermenegildo Giner de los Ríos, que incluyó a modo de introducción una brve biografía del autor, el más célebre krausista belga.
El 8 de marzo de 1884 se trasladó al Instituto de Guadalajara, donde sólo permaneció veinte meses, pues el 23 de noviembre de 1885 pasó a ocupar la Cátedra de Retórica y Poética en el Instituto de Zamora. Cinco años después asumió la misma Cátedra en la ciudad de Alicante y el 27 de enero de 1898 ganó la plaza de catedrático en el Instituto de Bachillerato de Barcelona, en el que permaneció hasta su jubilación y en el que ocupó el cargo de Secretario y fue nombrado director honorario.
Hasta para su jubilación fue Hermenegildo Giner de los Ríos conflictivo para el ministerio. Llegado el momento de su retiro, se manifestó en contra de su cambio de situación administrativa alegando que se encontraba en completo uso de sus facultades físicas y mentales y ofrecía distintas pruebas de su actividad intelectual más reciente. Esta pretensión se vio avalada por el claustro de profesores del Instituto de Barcelona, que en una reunión celebrada el 17 de junio de 1918 manifestó “que se trata de un caso de méritos eminente, apreciados y conocidos por cuantos de enseñanza y ciencia se preocupan en nuestro país”. Sin embargo, su petición fue rechazada y se jubiló con fecha del 19 de septiembre de 1918, instalándose en su casa de Granada, donde falleció en agosto de 1923 y donde fue enterrado sin ceremonia religiosa.
Pero su vocación pedagógica no se vio circunscrita a su actividad reglada como profesor de Instituto; además, participó en numerosas iniciativas y sociedades. En enero de 1898, recién trasladado a Barcelona, fue socio fundador de la Liga de la Educación Nacional y en la capital catalana impartía clases, sin percibir ningún honorario por ello, en el Instituto de Segunda Enseñanza de la Mujer.

Su acción política
Hermenegildo Giner de los Ríos se identificó, como el conjunto de los krausistas, con las ideas políticas más avanzadas de la burguesía de su época y militó muy activamente en la corriente republicana, adscripción que le llevó, por ejemplo, a rechazar la concesión de la Orden de Alfonso XII que le concedió el rey Alfonso XIII pocas semanas después de ocupar el trono. Si en un principio formó en las filas del partido de Nicolás Salmerón, tan vinculado a la Institución Libre de Enseñanza, más tarde se afilió al Partido Republicano Radical por oponerse a la participación de los republicanos en la alianza de Solidaridad Catalana, que acogía en defensa de la identidad de Cataluña a grupos políticos de todo el espectro ideológico. No fue ajena a esta posición política la publicación en 1916 por las Juventudes de ese partido de un folleto con el texto de un discurso que pronunció Hermenegildo Giner de los Ríos con el título “El idioma español. Por la Patria y por la Lengua”.
Es en Barcelona donde se destacó más en su acción política, resultando elegido en varias ocasiones para ocupar una concejalía en el Ayuntamiento de la Ciudad Condal y fue elegido teniente de alcalde. Como concejal, se destacó muy señaladamente por sus iniciativas en temas educativos y culturales, promoviendo la creación y consolidación de infraestructuras y el fomento de las colonias escolares, que eran algunos de los ejes del modelo pedagógico krausista.
Fue diputado a Cortes en varias legislaturas. El 13 de diciembre de 1908 se celebró en Barcelona una elección parcial para suplir la vacante de Emilio Junoy Gelbert, que había renunciado a su escaño un mes antes. Celebrados los comicios, Hermenegildo Giner de los Ríos se hizo por primera vez con el acta por esta circunscripción, en una coyuntura muy difícil, y se mantuvo en las Cortes hasta su disolución en abril de 1910, como consecuencia de los sucesos de la Semana Trágica y la consiguiente caída del “gobierno largo” de Antonio Maura. Su elección, que coincidió con la de Juan Sol y Ortega hasta entonces senador por Guadalajara, debilitó significativamente a Solidaridad Catalana.
Volvió a ser reelegido en el mismo distrito electoral en las elecciones legislativas celebradas el 8 de mayo de 1910, en los comicios convocados para el 8 de marzo de 1914, legislatura en la que renunció al escaño aunque no se dio cuenta a la Cámara por haber sido ya clausurada, y en el proceso electoral del 9 de abril de 1916. Siempre fue elegido en candidaturas republicanas y en las dos últimas legislaturas se alineó con la minoría republicano-radical que dirigía Alejandro Lerroux.
La coherencia con sus ideales, tan característica del krausismo, le ocasionó algunos sinsabores, como cuando en 1912 fue denunciado y juzgado en el Tribunal Supremo acusado de escarnio a la religión católica. A su vez, en 1917 escribió una carta en solidaridad con Julián Besteiro, catedrático de Lógica de la Universidad Central, que se encontraba recluido en el presidio de Cartagena por haber formado parte del Comité de la UGT en la Huelga General convocada ese verano; la carta fus suscrita por muchos profesores de Barcelona y se sumó a una iniciativa más amplia y con mucho eco en los claustros y la prensa de la época.

Su obra escrita
Es imposible ofrecer una relación, aunque fuese sucinta, de todas las obras escritas y publicadas por Hermenegildo Giner de los Ríos. Basta indicar que en su última hoja de servicios como catedrático de Instituto, al borde ya de la jubilación, ofrecía un registro de 39 volúmenes debidos a su autoría y otros cinco escritos en colaboración, a los que sumaba trece ediciones y traducciones de obras ajenas, otras ocho traducciones que además incorporaban trabajos originales suyos y catorce obras traducidas por él en colaboración con otros. Había prologado o introducido casi ciento veinte libros de diversos autores y era el director de la Biblioteca Andaluza, en el catálogo del editor madrileño J. Jorro. Entre sus libros de texto merece la pena destacar sus tres Resúmenes de Psicología, Lógica y Ética, publicados en la primera década del siglo XX, su obra Rudimentos de Derecho y Principios de Literatura, Manual de Literatura nacional y extranjera, antigua y moderna, en dos volúmenes, y Teoría de la Literatura y de las Artes, que formaba parte de los Manuales Soler.
Incluso ya jubilado siguió dando a la imprenta nuevas obras; en 1918 publicó el tercero y último tomo de su Manual de Literatura y firmó un contrato con la Editorial Prometeo de Valencia, de la que era propietario el novelista Vicente Blasco Ibáñez, para la inminente aparición del primer tomo de su Diccionario de Literaturas y Literatos.
Pero merece la pena destacar que fue, también, un joven autor dramático, con obras como Milton, un cuadro dramático en un acto y en verso, Por ir al baile (1885) y A tiempo (1879), una comedia en verso escrita con Juan Contreras Crooke; además, en 1885 hizo una adaptación para la escena de Teresa Raquin, la novela de Émile Zola que se había publicado en 1867. Quizás por esa vocción literaria, también tradujo obras literarias de Edmundo de Amicis como Socialismo y educación, que salió de la imprenta de Ricardo Rojas en 1898, y Los amigos, publicada en 1889.
JUAN PABLO CALERO DELSO

martes, 23 de mayo de 2017

MIGUEL MAYORAL MEDINA

MAYORAL MEDINA, Miguel
[Guadalajara, 1831 / Arnedillo, 14 de junio de 1901]

Miguel Mayoral Medina nació en Guadalajara en 1831, hijo de José Mayoral y de Josefa Medina. Tuvo dos hermanos: José, que se casó con Juliana Merino y falleció el 28 de septiembre de 1866 a los 41 años de edad, y Pedro, que enlazó con Sofía Parracia e Irure y murió en 1895.
En 1860 contrajo matrimonio con Martina Ugalde Purroy, que era por entonces camarera de la reina Isabel II, y que falleció en Guadalajara el 15 de diciembre de 1898. Su hijo, José Mayoral Ugalde, cursó estudios en Francia y obtuvo el título de peritaje mercantil, aunque nunca ejerció esa profesión. Era un gran aficionado a la música y, además de compositor, dirigía en Guadalajara una banda de música, que lo mismo amenizaba un mitin republicano con los sones de La Marsellesa que actuaba en cualquier acto festivo y popular. Murió el 29 de julio de 1901 con sólo 36 años de edad; dejaba una viuda, María Jáudenes Liaño, con la que no había tenido hijos.

Su vida profesional
Miguel Mayoral y Medina aprendió las primeras letras como alumno de la escuela de Marcelo Vallés, donde a los ocho años ganó el primer premio de Gramática castellana y Aritmética en los exámenes que se hicieron en agosto de 1839 a los niños de la provincia menores de 12 años. Terminada la primera enseñanza, en el otoño de 1842 se matriculó en el Instituto de Bachillerato arriacense.
Obtenido el título de bachiller, marchó a Madrid, en cuya Universidad Central cursó la carrera de Medicina, alcanzado el grado de doctor en Medicina y Cirugía en 1859 con una tesis sobre “¿Cuál es la educación física y moral de la mujer, más conforme a los grandes destinos que la ha confiado la Providencia?”, que ese mismo año se editó en la imprenta madrileña de Pedro Montero. También se matriculó en 1856 en la Facultad de Derecho, aunque no completó la licenciatura en Leyes.
Al concluir sus estudios volvió a Guadalajara, donde ejerció como médico durante muchos años. Miguel Mayoral Medina fue el primer presidente del Colegio de Médicos de la provincia de Guadalajara, constituido después de una reunión preparatoria celebrada el 9 de noviembre de 1900; a su muerte, le sucedió el republicano José López Cortijo, que ya le había relevado anteriormente en el Ayuntamiento de la ciudad.
Con el tiempo, abandonó la práctica médica diaria, ingresando en el escalafón de médicos de Balnearios, que sólo ejercía durante la temporada de baños, que solía circunscribirse a los meses de verano o poco más. En el año 1892 era el director de los Baños Viejos de Elorrio, en la provincia de Vizcaya, un establecimiento de aguas sulfurosas y carbónicas nitrogenadas que sólo abría del 1 de junio al 30 de septiembre, por lo que pasaba en Guadalajara el resto del año.
En 1893 fue trasladado al establecimiento de baños de Arnedillo, en La Rioja, como resultado del concurso de plazas dentro del escalafón de médicos de Balneario, resuelto por el Consejo de Sanidad. En 1896 percibía una remuneración anual de 4.000 reales, que era bastante generosa en relación con las del resto de directores de baños. Precisamente, estando en ese establecimiento termal le sorprendió la muerte el 14 de junio de 1901, apenas dos semanas después de trasladarse a esa localidad riojana, lejos de su Guadalajara natal donde había dejado a su único hijo gravemente enfermo. Nada más conocer la noticia, sus amigos más íntimos, Carmelo Baquerizo y Vicente Méndez, salieron hacia Arnedillo para hacerse cargo del cadáver, pero cuando llegaron el grado de descomposición desaconsejaba el traslado hasta Guadalajara, por lo que fue inhumado en el cementerio local.

Su actividad política durante el Sexenio
Aunque las difíciles circunstancias de los últimos años del reinado de Isabel II no siempre permitiesen la libre expresión de las ideas y el recto funcionamiento del sistema parlamentario, no cabe duda de que Miguel Mayoral se vinculó desde su juventud a las filas del liberalismo más avanzado. Sólo así se explica el destacado protagonismo del que gozó desde los primeros pasos del régimen democrático, instaurado por la Revolución Gloriosa de septiembre de 1868.
Ya en el mes de octubre de ese año, la Junta Revolucionaria de Guadalajara tomó varios acuerdos para la renovación de algunos cargos institucionales al frente de los que se colocó a ciudadanos afines al nuevo gobierno, y entre los primeros que fueron removidos se encontraba el médico Román Atienza Baltueña, que fue depuesto de su cargo de subdelegado de medicina del partido judicial de la capital para ser sustituido por Miguel Mayoral.
Pocos días antes había ofrecido una prueba de su carácter humanitario, cuando entregó un traje de su mujer a Sor Patrocinio, la famosa Monja de las Llagas, para que el 2 de octubre de 1868 pudiese abandonar sin peligro la ciudad arriacense, después del frustrado asalto de la multitud a su convento del Carmen, a pesar de que el matrimonio acababa de perder a uno de sus hijos.
Comenzaba en esos días del otoño de 1868 una fructífera carrera política, durante la que se convirtió en el dirigente más destacado de la pequeña burguesía arriácense, flanqueado a su derecha por el liberalismo progresista de Diego García Martínez y a su izquierda por el republicanismo federal de Manuel González Hierro, representantes de la burguesía agraria y de las clases populares, respectivamente.
En la primavera de 1869 se constituyó el primer ayuntamiento democrático de la ciudad de Guadalajara, que quedó constituido por Gregorio García Martínez, que era su Primer Alcalde, Miguel Mayoral Medina, como Segundo Alcalde, y Juan Gualberto Notario, Antonio March, Pedro Regalado Núñez, Isidoro Ruiz, Eugenio Rodrigo, Andrés Arroyo, Nicasio Ruiz, Vicente Muñoz, Félix Medrano, Policarpo García, Santos Casado y Domingo Viejo como concejales, mostrando el equilibrio de primera hora entre la antigua élite del progresismo alcarreño, que había puesto a Gregorio García Martínez como primer alcalde, y la pequeña burguesía que accedía por primera vez al poder político de la mano de Miguel Mayoral.
A raíz de las elecciones municipales celebradas el 10 de diciembre de 1871, fue elegido primer alcalde de la capital alcarreña, completando la corporación municipal los ediles Francisco Serrano, Julián Antonio Núñez, Antonio Arsuaga Taranco, Miguel Saco Ortega, Pedro Díaz Cuesta, Isidoro Ruiz Domínguez, Benigno Obispo, Santos Casado, Antonio Medranda, Ángel Calvo, Félix Alvira y Francisco Alba, una composición que reflejaba la hegemonía política de la pequeña burguesía local, que si entonces aún apoyaba la monarquía democrática de Amadeo I de Saboya, muy pronto desembocará en el republicanismo.
Durante su etapa al frente de la alcaldía fue un político honesto y coherente. A pesar de su probado catolicismo, el pleno municipal que él presidía acordó que su Comisión de Fiestas se reuniese con el Cabildo para reducir a lo indispensable la asistencia oficial de los ediles a las funciones religiosas que se celebraban en Guadalajara en fechas señaladas, cumpliendo la separación efectiva entre la Iglesia y el Estado. Tampoco fue un político de despacho, y junto a los también médicos Manuel González Hierro y Cirilo López y a Manuel Mexía, fue jefe de los Voluntarios de la Libertad, nombre adoptado durante el Sexenio por la Milicia Nacional.

Su actividad política durante la Restauración
La restauración de la monarquía en la figura de Alfonso XII no debilitó su fe y su compromiso con la República y, en general, con el sistema democrático. Mantuvo su militancia política en el Partido Demócrata Progresista, una de las facciones en las que se fragmentó el republicanismo a partir de 1875. Condenadas las fuerzas antidinásticas a la clandestinidad, no hemos encontrado testimonios de su actuación política antes de 1880, que sin embargo debió de ser muy intensa pues el 16 de junio de ese año encabezaba con su firma una carta dirigida a Cristino Martos adhiriéndose “al Manifiesto del partido democrático progresista de 1 de Abril último, que representa las legítimas aspiraciones de la democracia”; firmaban también, entre otros, Félix Alvira, Juan Isidoro Ruiz, Camilo García Estúñiga, Julián Antonio Núñez, los impresores Pedro María y José Ruiz, Francisco Alba García, Víctor Diges, Calixto Rodríguez o José Viejo Verda.
Cuando a partir de 1881 se permitió la actividad legal de los republicanos, se reveló la talla política de Miguel Mayoral Medina. El 20 de febrero de 1883 se celebró en Madrid una asamblea nacional del Partido Demócrata Progresista, a la que acudió en representación de la provincia de Guadalajara y en la que fue elegido miembro de la Junta Directiva nacional de este partido republicano.
En mayo de 1886 estuvo presente en la Asamblea Nacional del Partido Republicano Progresista, en la que fue elegido vocal del Comité Central del Partido, al que sólo pertenecían una veintena de dirigentes de proyección nacional, entre los que también se encontraban Miguel Mathet Coloma y Juan Sol y Ortega. Y ese mismo mes participó en los actos celebrados en Madrid para ratificar la coalición republicana que ese año firmaron, entre otros, dirigentes tan prestigiosos como Nicolás Salmerón, Francisco Pi y Margall y Laureano Figuerola. No deja de ser curioso que en la provincia de Guadalajara las tres principales ramas del republicanismo estuviesen presididas en esos años por médicos: Miguel Mayoral de los progresistas, Cirilo López de los posibilistas y Manuel González Hierro de los federales.
Volvió a ocupar la alcaldía de la ciudad de Guadalajara desde el 1 de enero de 1890 hasta el 1 de julio de 1891, cuando fue sustituido por el conservador Lucas de Velasco, un período muy breve pero en el que volvió a ganarse el apoyo de la mayoría de la población de la capital alcarreña, que en esos años se identificaba ampliamente con el republicanismo; sólo así puede entenderse que un republicano presidiese una corporación municipal en esos años.
Porque su acceso a la alcaldía de Guadalajara no se debió a su renuncia al ideario republicano, como pasó poco después con José López Cortijo, sino a los complicados equilibrios de poder que puso en marcha el conde de Romanones y al ya citado eco que los republicanos encontraban en la provincia. Así, en noviembre de 1891, era elegido presidente honorario, con Manuel Ruiz Zorrilla, del Comité provincial republicano-progresista de Guadalajara, que completaban Calixto Rodríguez, Ángel Campos García, Emilio Aquino Spá, Julián Antonio Núñez, Félix Alvira, Manuel González Hierro, Ramón Bartolomé, Isidoro Ternero, Antonio Cabellos y Francisco Alba. Y en 1893 le encontramos en la Junta Directiva del Círculo Republicano de Guadalajara, junto a Manuel González Hierro o Manuel Diges Antón.
Durante los años de finales de siglo, aunque apartado de la primera línea de la política nacional y provincial, no dejó de colaborar con numerosas iniciativas ciudadanas y de participar en diversas instancias políticas, hasta el punto de que Juan Diges dijo que “no ha habido Junta o juntilla de la que no haya sido miembro”. Fue vicepresidente de la Junta provincial de Beneficencia y Sanidad desde 1892 hasta su muerte, vocal de la Junta Provincial de Agricultura, Industria y Comercio, de la de Instrucción Pública, de la Comisión provincial de Monumentos y de la de repatriados de la guerra colonial de 1898.
Su actividad cultural
Miguel Mayoral Medina también estuvo detrás de algunas de las iniciativas culturales que se prodigaron en la provincia de Guadalajara, y sobre todo en su capital, a la que profesó un amor probado. Por ejemplo, avaló personalmente, con Gerónimo Sáenz y Gabriel Molina, un préstamo de 2.500 pesetas para la rehabilitación y reconstrucción de la ermita de la Virgen de la Antigua en Guadalajara, pasando a formar parte de la junta para la Reparación del templo de Nuestra Señora de la Antigua.
Cuando en 1876 se celebró en Guadalajara una Exposición Provincial que mostraba el optimismo con que una sociedad castigada por la inestabilidad política y la guerra civil miraba hacia el futuro, Miguel Mayoral Medina fue el Secretario del Jurado General, del que era Vicepresidente Gregorio García Martínez, con el que había presidido el Ayuntamiento en 1869.
También participó en la vida asociativa de los distintos Ateneos que se fundaron en Guadalajara en el último cuarto del siglo XIX. Así sabemos que en 1878 se eligió una nueva Junta Directiva del Ateneo Científico, Literario y Artístico, en la que Miguel Mayoral Medina era Secretario General, impartiendo distintas conferencias a lo largo de aquellos años. Y cuando en 1891 se estableció el Ateneo Instructivo del Obrero, fue invitado a intervenir en la sesión inaugural, quedando desde entonces vinculado a esta iniciativa. En 1897 fue elegido presidente de la mesa de discusión del Ateneo Obrero, que en esos años fue dirigida por republicanos como Anselmo Arenas, Tiburcio Fernández, Manuel Diges y otros. Además, fue presidente de varias sociedades benéficas y del casino de La Peña.
Tampoco fue ajeno a la prensa provincial. Sabemos que colaboró en 1883 en el periódico La Verdad, el primer portavoz de las corrientes republicanas y progresistas alcarreñas después de la apertura del gabinete liberal de Sagasta en 1881, que tuvo una vida muy breve y desapareció en la primavera de 1883; no sabemos si, como otros de sus redactores y colaboradores, había participado en la publicación durante el Sexenio Revolucionario de La Voz de la Alcarria.
Pero su legado periodístico más importante fue la consolidación de Flores y Abejas, un semanario que nació en septiembre de 1892 del impulso de un pequeño grupo de jóvenes alcarreños que habían militado en el naciente Partido Socialista Obrero. Después de unos inicios en los que había más entusiasmo que reflexión, y ante el abandono de alguno de los promotores, Alfonso Martín Manzano y Luis Cordavias se dirigieron a Miguel Mayoral Medina, que tomó las riendas de la joven revista y la dirigió hasta su muerte, consiguiendo afianzar este periódico, que se convirtió en uno de los más longevos de la historia provincial.
Aunque la prensa publicó en junio de 1899 que Miguel Mayoral Medina y Alfonso Martín Manzano cesaron como director y redactor de Flores y Abejas, respectivamente, lo cierto es que esta crisis temporal no tuvo reflejo en el semanario y con los años, y para aprovecharse del prestigio que disfrutaba entre los habitantes de la provincia, en la cabecera de Flores y Abejas se decía que había sido fundado por Miguel Mayoral, aunque sabemos que no era cierto.
Dedicó mucho tiempo a llevar a buen puerto el que quizás fuese su proyecto personal más querido: escribir la historia de la ciudad de Guadalajara. Sabemos que a lo largo de los años fue recopilando notas, husmeando archivos y buceando en documentos a veces inéditos. Con el material recogido impartió conferencias, escribió algunos artículos y ofreció generosa información, pero no tuvo tiempo de redactar y publicar su obra, un libro que sabemos que estaba preparando porque Manuel Sagredo y Juan Diges explicaban en su volumen titulado Biografías de hijos ilustres de la provincia de Guadalajara, impreso en 1889 en la Imprenta Provincial y prologado por Miguel Mayoral, que su obra era complementaria de la que éste preparaba.
Como reconocimiento a todos sus desvelos, fue elegido Académico correspondiente en Guadalajara de la Real Academia de la Historia y le había sido concedida la Gran Cruz de Isabel la Católica.
Al morir legó su biblioteca al Instituto de segunda enseñanza de Guadalajara, y sus manuscritos, referentes a la historia de la provincia, al Ayuntamiento de su ciudad natal, el cual, para perpetuar su memoria, dio pocos meses después de su fallecimiento el nombre de Miguel Mayoral a la antigua Cuesta del Reloj, según acuerdo tomado en una solemne sesión plenaria.
JUAN PABLO CALERO DELSO

jueves, 18 de mayo de 2017

ENRIQUE ARAUZ ESTREMERA

ARAUZ ESTREMERA, Enrique
[Peralejos de las Truchas, 15 de julio de 1864 / Molina de Aragón, 17 de marzo de 1905]

Pedro Enrique Araúz Estremera nació en la localidad molinesa de Peralejos de las Truchas, auténtico solar familiar, el día 15 de julio de 1864 y fue bautizado catorce días después. Realizó sus estudios en el colegio de los Padres Escolapios de la capital del Señorío y, al finalizarlos, se trasladó a Madrid. Era hijo de Simón Araúz Huerta, que falleció el 10 de octubre de 1887 a los cincuenta y nueve años de edad, y de Dolores Estremera, que murió el 22 de junio de 1894; ambos se encuentran enterrados en el Santuario de Nuestra Señora de Ribagorda, junto a Peralejos de las Truchas, al que la familia tenía particular devoción y a cuya reconstrucción contribuyó económicamente.
Pertenecía a una distinguida familia, los Arauz, que en el siglo XVIII había llegado al Señorío de Molina desde tierras vascas para dedicarse a la minería del hierro y la forja, aunque desde los primeros años del siglo XIX convirtieron a la ganadería en la principal actividad económica de la familia. En tierras molinesas emparentaron con otra familia vasca, a cuyo patriarca todos conocían como “el tío Anochea”, que había emigrado antes al Señorío y donde se había enriquecido. Definitivamente asentados en la comarca, en 1816 los Araúz construyeron en Peralejos de las Truchas, sobre el caserón del tío Anochea, una hermosa casa solariega que era conocida por las gentes de la comarca como la Casa Grande. Desde Peralejos extendieron su presencia a otros pueblos de la comarca, como Salvio Araúz, que a principios del siglo XX regentaba un “almacén de ultramarinos y otros géneros” en Saelices del Ducado.
Enrique Araúz Estremera se casó el día de Navidad de 1896 con María Robles de Aznar, natural de la localidad de Bronchales, en la vecina provincia de Teruel, pero que residía en Molina de Aragón, ciudad en la que falleció en febrero de 1903. Tuvieron tres hijos: José María, que nació en Molina de Aragón el 18 de abril de 1898 y falleció en la Vega de Arias de Guadalajara el 6 de agosto de 1977, María Dolores y Carlos, que nació en Molina de Aragón el 24 de enero de 1902 y murió en Madrid el 2 de mayo de 1982. De ideología integrista, crió a sus hijos en un ambiente profundamente tradicionalista y éstos sostuvieron sus mismas ideas.

Su actividad política
Toda la familia Arauz destacó por su temprano compromiso con la causa carlista, a la que durante generaciones se dedicaron sin escatimar esfuerzos ni sacrificios. Enrique ejerció su militancia carlista como periodista en Madrid, donde fundó y dirigió el periódico La Concordia; de vuelta a Peralejos de las Truchas, en 1897 fue elegido alcalde de su localidad natal y siguió colaborando con frecuencia en El Correo Español, órgano periodístico del carlismo.
Seguía una larga tradición familiar; Marcos Araúz Gómez (1818-1872) fue oficial a las órdenes del pretendiente durante la Primera Guerra Carlista, Pedro Manuel Araúz Estremera fue un héroe de la Tercera Guerra Carlista; conocido y venerado en el Señorío molinés, a decir del escritor también carlista José Sanz y Díaz, que le describía así: “viejo y noble señor de la Montaña, cruzado del Carlismo, amante de la España tradicional, católico que rayaba en santidad y paño de lágrimas de las gentes de Peralejos”. Había nacido el 29 de abril de 1859 y falleció el 25 de febrero de 1933 en Peralejos de las Truchas, contrayendo matrimonio con Dolores Tejada, con la que tuvo tres hijos: Simón, Gaspar y Enrique. Por su parte, su tío Juan Francisco Araúz Huerta, que había nacido en 1838, fue diputado provincial por el Señorío en 1867, bajo el reinado de Isabel II, y en 1871, con Amadeo I de Saboya en el trono, pero permaneció siempre fiel a la dinastía carlista hasta su fallecimiento en Peralejos de las Truchas en 1899.
Pero su legado principal fue literario. En 1895 se publicó en el madrileño Establecimiento Tipográfico de Felipe Pinto el libro La hija del Tío Paco o lo que pueden dos mil duros, una voluminosa novela escrita por Enrique Araúz Estremera que, inspirada en el costumbrismo rural del también escritor carlista José María de Pereda, nos describe su tierra y hace un canto de añoranza de las tradiciones del Señorío de Molina, sin olvidar hacer en el prólogo una defensa explícita de los fueros y las antiguas libertades de sus habitantes. A pesar de su carga ideológica, es seguramente el libro de costumbres más interesante publicado en la Guadalajara decimonónica. Se muestra así como uno de los más destacados representantes, junto al sacerdote Anselmo Herranz Establés, de ese carlismo molinés que hizo de la defensa de los fueros y de la personalidad jurídica del Señorío una causa política que sólo veía defendida por el carlismo. A su muerte, dejó inconclusa otra novela que nunca llegó a ser publicada.
Enrique Arauz Estremera también fue víctima de la particular fiebre del oro que vivió en la segunda mitad del siglo XIX la provincia alcarreña e intentó, aunque sin mucho éxito, impulsar a través de la minería el desarrollo económico de su tierra, registrando la mina Santa Teresa en el pueblo de Aragoncillo, vecino a Molina de Aragón, sin tener éxito en su explotación.
En el año 2008 se inauguró en la Dehesa del Campillo de Alcoroches un sencillo monumento entre robles, que recuerda el lugar de reunión de los trece pueblos de esa sesma que bajo uno de sus robles, como hacía los vizcaínos en Guernica, tomaban acuerdos y nombraban sus representantes. En el estrado que forma parte del monumento se inscribió una cita de Enrique Aráuz Estremera que hace referencia a “la elección de diputados y sexmeros”.
JUAN PABLO CALERO DELSO

Prólogo de La hija del tío Paco:
https://laalcarriaobrera.blogspot.com/2009/12/el-senorio-de-molina-segun-enrique.html