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lunes, 16 de noviembre de 2020

JOSÉ FERNANDO GONZÁLEZ SÁNCHEZ

GONZÁLEZ SÁNCHEZ, José Fernando

[Jaca, 28 de mayo de 1836 / Madrid, 7 de julio de 1915]

José Fernando González Sánchez nació el día 28 de mayo de 1836 en la localidad de Jaca, en el Pirineo aragonés, hijo de José González Alonso y María Josefa Sánchez Loriente, y falleció en Madrid el 7 de julio de 1915, siendo el penúltimo superviviente de los que habían sido ministros durante la Primera República. Contrajo matrimonio con Aquilina Pérez Mainer, “mi dulce y amantísima esposa, que ha sido, por sus virtudes y amor nunca entibiado, el encanto de mi vida”, con la que tuvo cuatro hijos: Carlota, Gabriela, José María y María Josefa.

Hombre de aspecto débil y con tendencia a la hipocondría, a pesar de que alcanzó la longevidad, espíritu sensible y amante del arte y la cultura, aunque con tendencia a la melancolía, retraído y celoso defensor de su intimidad, a pesar de contar con muchos y buenos amigos, acabó convertido, por su rectitud, en un referente moral y en un consejero imprescindible. Un año antes de su muerte la prensa madrileña reseñaba que, con motivo de una recepción en el Palacio Real, coincidieron el rey Alfonso XIII y su hijo José María, y que el monarca le dijo: “Salude afectuosamente a su padre. Tendría mucho gusto en verle. Dígaselo así. Ya sé que es republicano, y profesando esas ideas hace cuarenta años, hace muy bien en perseverar en sus convicciones. Pero eso no importa. Dígale que venga por aquí”.

De familia económicamente modesta, desde muy pronto tuvo que abandonar su ciudad natal y trabajar para costearse sus estudios y ayudar a la precaria economía familiar. Marchó a Lérida para completar el Bachillerato y, posteriormente, cursó la carrera de Derecho en la Universidad de Zaragoza, obteniendo el grado de doctor en Leyes en la de Salamanca. A pesar de su intensa actividad periodística y política, profesionalmente se dedicó al ejercicio de la abogacía desde su despacho en el número 4 de la calle de Alfonso XII de Madrid.

Durante el período final del reinado de Isabel II, caracterizado por un creciente autoritarismo y la dificultad de ejercer las libertades públicas, se dedicó al periodismo, porque le permitía aumentar sus escasos ingresos tanto como cumplir con su vocación política, que siempre antepuso a criterios económicos, como se puso de relieve en 1857 con su renuncia a colaborar con el periódico oscense El Alto Aragón antes de que publicase su primer número, a pesar de que en el prospecto de presentación figuraba como uno de sus promotores. Sus primeros artículos aparecieron en La Nueva España cuando era casi un adolescente.

Ya establecido en la capital del reino, colaboró con las dos principales cabeceras de la corriente republicana: La Discusión, de Nicolás María Rivero y Francisco Pi y Margall, y La Democracia, de Emilio Castelar. Además fundó una agencia de información, Correspondencia Peninsular, que se ofrecía como servicio de corresponsalía para la prensa de provincias. En 1866 y 1867 redactó los capítulos correspondientes a las provincias de Huesca y Zaragoza de la Crónica General de España, un proyecto editorial que pretendía ofrecer una historia descriptiva e ilustrada de todas las provincias españolas. Ambas se publicaron, en una edición conjunta con la de la provincia de Teruel, escrita por Pedro Pruneda, en el año 1867. Siguió escribiendo en la prensa hasta el final de sus días; en 1914 todavía colaboró con el londinense The Times en un suplemento especial sobre España.

Su acción política en el Sexenio

El destronamiento de la reina Isabel II le llevó al primer plano de la vida pública española. Desde el 29 de septiembre de 1868 formó parte de la Junta Revolucionaria del barrio madrileño de Hospicio, nutrida por “individuos de los antiguos comités progresista, demócrata y unionista del distrito” y que se constituía “con el fin de asegurar en el mismo el orden de la libertad que Madrid acaba de conquistar en un sublime arranque de entusiasmo”. Muy pronto destacó por su actividad política, y tan pronto se decía que sería uno de los nuevos gobernadores civiles que la coalición de gobierno cedía al Partido Demócrata, como se anunciaba que dirigiría en Alicante un nuevo periódico bajo la cabecera de La Revolución, o figuraba como uno de los promotores de un Círculo de la Revolución junto a Nicolás Salmerón, Rafael María de Labra, Cristino Martos, Segismundo Moret, Ramón Chíes, Francisco Giner de los Ríos o Manuel Becerra.

A partir del mes de noviembre de 1868, tras la escisión del Partido Demócrata, se distinguió como uno de los militantes más destacados del Partido Republicano Federal en Madrid, y si el día 14 de ese mes se anunció la formación del comité republicano del madrileño distrito de Hospicio en el que ocupaba una vocalía, en abril de 1869 fue nombrado presidente honorario del Club republicano federalista de los radicales de Alicante.

Durante el reinado de Amadeo de Saboya se presentó a las elecciones legislativas convocadas para el mes de marzo de 1871 como candidato por la provincia de Alicante, perdiendo la votación por un margen muy ajustado y entre denuncias de presiones de los amadeístas a los electores del distrito. En las que se celebraron el 24 de agosto de 1872, concurrió como candidato republicano por la circunscripción de Huesca, obteniendo 2.142 de los 2.143 votos emitidos (a pesar de la oposición de los republicanos más intransigentes), incorporándose al Congreso de los Diputados el 19 de septiembre de ese año y permaneciendo en su escaño hasta el 22 de marzo de 1873, después de haber tenido la oportunidad de votar en favor de la República en la histórica sesión del 11 de febrero de ese año.

En su acción parlamentaria destacó como un buen orador, especialmente atento a los asuntos coloniales, como demuestra su firma al pie de un manifiesto hecho público el 3 de octubre de 1868 en el que se reclamaba “la conveniencia altísima de que la Madre patria, inmediatamente, comunique a nuestras provincias ultramarinas su firme voluntad de hacerlas entrar en la comunidad nacional, sin reservas, ni mistificación de género alguno”. Fue miembro de la Junta Directiva de la Sociedad Abolicionista española e hizo de la liberación de los esclavos en nuestras colonias una de sus prioridades políticas; dando cauce a este interés desde su escaño parlamentario con su intervención en la sesión que trató la esclavitud en Cuba el 7 de febrero de 1873. También promovió la construcción de una Cárcel Modelo que renovase el sistema penitenciario español e hizo campaña por la supresión de la pena de muerte. Como diputado, fue elegido vocal del Consejo de Gobierno y Administración del Fondo de Redención y Enganches del Servicio Militar.

Al proclamarse la República su nombre corría por los círculos políticos madrileños para ocupar distintos cargos institucionales: diplomático en alguna república americana indeterminada; director general de Contabilidad del Ministerio de Hacienda, un puesto que él rechazó con firmeza; o subsecretario general del mismo ministerio. Finalmente, en el mes de marzo, Estanislao Figueras le nombró director general de Instrucción Pública, sustituyendo a Cayetano Rosell que dimitió a petición propia, y el 30 de abril de 1873 se publicó su designación como Secretario General del ministerio de la Gobernación, que tenía como titular a Francisco Pi y Margall, cargo del que dimitió en la primera semana de junio del mismo año.

Cuando este líder federal pasó a hacerse cargo de la jefatura del Estado, el 11 de junio de 1873, le nombró ministro de Gracia y Justicia en su primer gabinete, hasta que el 28 de junio fue reemplazado por su paisano Joaquín Gil Bergés. El 19 de julio de 1873, ya bajo la presidencia de Nicolás Salmerón, fue nombrado ministro de Fomento, en sustitución de Ramón Pérez Costales, cargo que ocupó hasta el 4 de septiembre de 1873, cuando Nicolás Salmerón fue sustituido al frente de la República por Emilio Castelar.

De su breve paso por los gobiernos republicanos destaca su iniciativa para establecer mecanismos de mediación y conciliación en las luchas sociales, que se estaban viendo recrudecidas por el desarrollo de la Primera Internacional. De hecho, en la primavera de 1871 había asistido a una reunión, abiertamente proclamada “antisocialista”, que pretendía contrarrestar la propaganda internacionalista de las conferencias dominicales de San Isidro, comprometiéndose José Fernando González a escribir un folleto sobre las clases conservadoras.

El 14 de agosto de 1873 el Diario de Sesiones de las Cortes publicó un Proyecto de ley presentado por José Fernando González “creando jurados mixtos para dirimir las diferencias que puedan surgir entre propietarios y obreros”, con el propósito de responder “a esta necesidad de los tiempos, y cediendo de buen grado a los clamores de la opinión unánime, que demanda reformas sociales que, sin destruir las bases en que el edificio social descansa, ni lastimar derechos adquiridos, ni quebrantar violentamente respetables tradiciones, faciliten a las clases trabajadoras los medios necesarios para mejorar su condición y elevar el nivel de su bienestar moral y material”. Su cese al frente del Ministerio frustró su iniciativa, lo mismo que otras que en este mismo sentido promovió el también ministro Eduardo Benot.

Durante el tiempo que estuvo al frente de la cartera de Fomento, este ministerio era el responsable del sistema educativo y José Fernando González se mostró especialmente preocupado por las enseñanzas artísticas, siendo, con el también republicano Eduardo Chao Fernández, un firme defensor de que el Arte fuese una asignatura propia del Bachillerato, lo que no se consiguió hasta casi medio siglo después de cesar en esa responsabilidad ministerial. En esta misma línea hay que recordar que fue él quien, como ministro, estableció la sección de Música en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, por lo que en 1913 se barajó la posibilidad de elegirle como académico de la institución. Buena prueba de su afición musical fue el donativo que, siendo senador por Guadalajara, ofreció para sufragar las clases de música del Ateneo Instructivo del Obrero de la capital alcarreña.

No le faltaba experiencia en la gestión educativa, pues en 1869 había sido nombrado secretario de la Universidad Central madrileña, con Fernando de Castro como rector, iniciando entonces una estrecha colaboración con los krausistas españoles, y más particularmente con Francisco Giner de los Ríos, a quien apoyó como promotor y socio de la Institución Libre de Enseñanza.

En la legislatura constituyente republicana, cuyas elecciones se celebraron el día 10 de mayo de 1873, se presentó como candidato por las circunscripciones de Dolores, en la provincia de Alicante, donde ganó con 5.714 sufragios que representaban el 65% de los votos, y de Huesca, donde mereció el apoyo de 5.306 electores de las 5.312 papeletas emitidas. En la sesión parlamentaria del 17 de junio de 1873 optó por el acta del distrito de Huesca, renunciando a la representación de la provincia alicantina.

Su actividad parlamentaria en la Restauración

El 1 de enero de 1874 el golpe de Estado del general Manuel Pavía puso punto final a la república democrática, acto de violencia que José Fernando González denunció públicamente, y en enero de 1875, y como consecuencia del pronunciamiento del general Arsenio Martínez Campos, volvió a España la monarquía con la entronización de Alfonso XII de Borbón, hijo de la derrocada reina Isabel II. José Fernando González, siempre coherente con sus ideas, optó por abandonar el país en septiembre de 1876 y trasladarse en un primer momento a la ciudad portuguesa de Oporto, para establecerse más adelante en París y, posteriormente, en Hendaya, ganándose la vida con artículos periodísticos en publicaciones de diversos países.

En 1881, cuando el nuevo gobierno del antiguo progresista Práxedes Mateo Sagasta alivió las rigideces políticas de los primeros años y amplió el marco de libertades políticas, volvió a fijar su residencia en Madrid, compatibilizando desde 1882 su dedicación profesional a la abogacía con la actividad política, siempre desde las filas del republicanismo.

En el año 1886 se presentó a las elecciones legislativas por la circunscripción de Huesca en pugna con el también republicano Emilio Castelar, un reflejo de las profundas divisiones que sufrían las fuerzas antimonárquicas. Después de una campaña muy bronca entre estos dos únicos candidatos, Castelar, que ya había ocupado el mismo escaño en la legislatura anterior, obtuvo 974 votos y José Fernando González solo recibió 569 papeletas, a pesar de ser su tierra natal.

Sin embargo, fue elegido senador por la provincia cubana de Puerto Príncipe para las legislaturas de 1887, 1888, 1889 y 1890; tres años después ocupó un escaño en la Cámara Alta en representación de la Sociedad Económica de La Habana (Cuba) durante las legislaturas de 1893, 1894, 1895, 1898 y 1899. Terminadas las guerras coloniales con la independencia de Cuba, fue elegido senador por la provincia de Guadalajara para las legislaturas de 1899, 1900, 1901 y 1902, siendo en este último caso el único senador republicano en la Cámara.

Su elección como senador por Guadalajara fue la consecuencia de las negociaciones entre el Partido Liberal, liderado en tierras alcarreñas por el conde de Romanones, y los republicanos guadalajareños, cuya fuerza electoral no solo era indudable sino que era indispensable para que los liberales mantuviesen su representación parlamentaria cuando, como en el año 1899, los conservadores estaban el frente del gobierno de Madrid. El pacto se mantuvo en 1901, con hegemonía liberal, a la vista de los resultados electorales: el liberal-republicano posibilista Bruno Pascual Ruilópez obtuvo 330 votos, el liberal Juan Ranero Rivas, se hizo con 327 votos, el republicano José Fernando González recibió 307 votos, y el liberal Luis Fernández Heredia solo se hizo con 161 votos, siendo designados senadores los tres primeros y quedando sin escaño el tercer liberal. Fue el prestigio de José Fernando González lo que llevó a los republicanos de Guadalajara a postularle como senador, a pesar de no tener ninguna vinculación con la provincia y de no carecer de personalidades de valía.

Buena parte de ese prestigio se lo había ganado con su actitud política ante la cuestión colonial, asunto en el que ya había destacado durante el Sexenio y que siguió siendo objeto de su atención como senador por Cuba. Si bien es cierto que cuando se inició el conflicto colonial no dudo en declarar que “soy republicano y moriré siéndolo, pero tratándose de la honra y dignidad de la patria no me acordaré de lo que soy y estaré al lado del Gobierno, sin perjuicio de pedirle en su día las responsabilidades que le alcancen”, no por eso dejó de ser un agudo crítico de la restauración monárquica y de sus políticas desde su escaño. Consumado el Desastre del 98, y frente a quienes añoraban un pasado colonial, José Fernando González salió de la guerra en Cuba y Filipinas con una convicción fuertemente europeísta.

Sus últimos años

El final de su actividad parlamentaria en 1902 no puso punto final a su actividad política, aunque le apartó de la primera línea. En el año 1911 se constituyó un nuevo partido, la Unión Republicana, que pretendía superar las luchas cainitas que desgarraban a las distintas familias antimonárquicas y que habían desgarrado al partido homónimo desde el principio. A pesar de que el proyecto le pareció a José Fernando González “mejor intencionado, que realizable”, finalmente fue elegido presidente de honor en la asamblea que celebró el partido el día 15 de febrero de 1911, junto a Joaquín Gil Berges, Benito Pérez Galdós y Gumersindo de Azcárate.

Todos ellos, excepto Joaquín Gil Bergés, se desentendieron completamente del proyecto por medio de una carta pública en la que sostenían que “por los periódicos nos hemos enterado, no sin sorpresa, que por la Asamblea que acaba de celebrarse hemos sido nombrados presidentes honorarios del Directorio y de la Junta Consultiva de Unión Republicana. Agradecemos el honor, pero no lo aceptamos. Conocidas son de ustedes, o deben serlo, las manifestaciones que hemos hecho, por requerimiento de los iniciadores de la Asamblea, excusándonos de contribuir, ni en poco ni en mucho, a ese empeño que, a nuestro juicio, implica grave daño para la causa por cuyo triunfo luchamos”.

Muy poco después, otro grupo de destacados republicanos encabezados por Melquiades Álvarez y Gumersindo de Azcárate decidió impulsar un nuevo partido político que, en un primer momento, se llamó Republicano Reformista. Aunque en la prensa del momento apareció vinculado a este proyecto desde sus primeros pasos en el verano de 1912, y que en general se le asocia a esta corriente, seguramente se acerque más a la verdad la opinión vertida en La Ilustración Financiera del 28 de octubre de 1913: en “las cartas de los señores D. José Fernando González y D. Benito Pérez Galdós, leídas al final de la comida, se vio que, por entre sus elocuentes frases, se deslizaba el tributo de amistad personal rendido al Sr. Álvarez, pero sin pasar de una adhesión platónica a las orientaciones por las que iba a emprender su rumbo el insigne tribuno”. Así se desprende también de la prensa, que comentaba, con motivo de un acto del partido, que “no quiso contarse entre los que se sentaron a la mesa con el jefe del reformismo en el Hotel Palace”.

Sin embargo, fue elegido, aunque fuese con carácter honorífico, miembro de la Junta Central provisional del Partido Reformista en enero de 1913 y de la que se constituyó definitivamente en febrero de 1914, así como de los comités del Partido Reformista de los distritos madrileños de Congreso, de Buenavista, de Centro, de Inclusa y de Universidad. Incluso, ante una crisis de gobierno, “se hablaba de que un candidato a ocupar un ministerio sería un antiguo ministro, y se barajaba el nombre de José Fernando González”. Se hizo pública por entonces una carta en la que manifestaba que “el que sea, y quiera ser siempre mientras viva, fiel a la causa de la República, no impide ciertamente que desee para mi patria, aunque sea bajo la Monarquía, una amplísima legalidad común, dentro de la cual pueda realizarse ordenadamente la vida progresiva de este nuestro pobre país, y ejercer cada cual con dignidad los derechos todos de su ciudadanía”.

Falleció en Madrid el día 7 de julio de 1915, recibiendo sepultura en el cementerio católico de la Sacramental de Santa María de la Almudena. El también ministro republicano Luis de Zulueta dijo de él en su necrológica en la revista España: “Fue sobre todo, una conciencia. Perteneció a aquel grupo de varones íntegros que, a pesar de sus defectos y de sus errores, dignificaron la política enlazándola con las ideas generales y rigiéndola según los principios éticos”.

JUAN PABLO CALERO DELSO

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